Por Germán Van de Velde
Los tambores de guerra vuelven a resonar en América Latina. En el Caribe, los buques de guerra de Estados Unidos avanzan bajo el pretexto del “combate al narcotráfico”, mientras la maquinaria mediática del norte insiste en criminalizar al presidente Nicolás Maduro. La estrategia no es nueva: mentiras fabricadas, campañas de demonización, sanciones y bloqueos para justificar una intervención. Es el mismo libreto aplicado contra Árbenz, Allende, Noriega o Gadafi, ahora reeditado contra la patria de Bolívar.
Pero Venezuela no se asusta. Como escribió Carmen Parejo Rendón, “cada intento imperialista de agredir a Venezuela ha servido —paradójicamente— para poner en evidencia la solidez de un modelo político construido desde las entrañas del pueblo”. Ese modelo, nacido del proceso bolivariano, no se basa en el miedo ni en el poder de las armas, sino en la conciencia. Frente a la amenaza extranjera, la respuesta ha sido organización, unidad y despliegue integral del poder popular.
En este escenario, el presidente Nicolás Maduro convocó el Gran Plan Nacional de Soberanía y de Paz Simón Bolívar, una estrategia que articula la defensa integral del territorio con la movilización del pueblo organizado. Desde el 21 de agosto de 2025, miles de venezolanos se sumaron a la gran jornada de alistamiento bajo la consigna “Yo me alisto por la Patria”, una movilización que demostró —como escribió teleSUR— “la firmeza, organización y resistencia del pueblo venezolano ante las amenazas de Estados Unidos”.
El mandatario fue claro: “Llamo a filas a todos los que quieran dar un paso al frente”. Así nació una nueva etapa en la historia de la Milicia Nacional Bolivariana, que se integró plenamente a los Cuadrantes de Paz y a las Unidades Comunales de Milicia (UCM) en los 5.336 circuitos comunales del país. Por primera vez en la historia —anunció Maduro— “se van a activar las unidades comunales de la milicia, que engloban el mapa nacional de norte a sur, de este a oeste, hasta en la última comunidad”.
Esta reorganización no es improvisada. Es la continuación de una política sostenida desde Chávez: la “guerra de todo un pueblo”, la fusión popular, cívica, militar y policial, donde cada ciudadano tiene un rol en la defensa de la Patria. “Hemos roto, como rompió Chávez, con la dependencia militar del imperio gringo”, subrayó el presidente, reivindicando la independencia doctrinaria de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana.
En septiembre, la Milicia se desplegó en más de 340 cuarteles del país para recibir adiestramiento. “Todo el potencial del país se va a convertir en poder nacional si los imperialistas deciden agredirnos”, aseguró el general en jefe Vladimir Padrino López, mientras los cuerpos combatientes y los nuevos alistados se entrenaban en maniobras tácticas. El Plan Independencia 200 fue puesto en marcha bajo el concepto de Resistencia Activa y Defensiva Permanente, que combina fases de lucha armada y no armada, defensa territorial y producción social, guerra psicológica y unidad moral.
En Apure, el general Leonardo Quintero lo resumió con claridad: “Desde Apure no se perderá la república. Nosotros venceremos”. Era más que una consigna militar: era la expresión viva de la conciencia bolivariana, esa que entiende que la defensa del territorio es también la defensa de la dignidad y de la paz.
El 12 de octubre, Día de la Resistencia y Descolonización de América, Maduro ordenó la expansión de la Milicia Indígena y anunció la creación de las Brigadas Milicianas Internacionalistas de los Pueblos Indígenas de Suramérica, afirmando:
“Profundicemos y aceleremos la expansión de la milicia bolivariana indígena en todos los territorios del país y se conformen brigadas milicianas internacionalistas de los pueblos indígenas de nuestra Suramérica para venir a defender a Venezuela, si fuese necesario.”
El mensaje fue contundente: el proyecto bolivariano ya trasciende fronteras. Comunidades indígenas de toda la región enviaron cartas ofreciendo su respaldo a la defensa de Venezuela, porque entienden que esta lucha no es solo nacional, sino continental.
Pocos días después, el ejercicio militar Independencia 200 se extendió desde el mar Caribe hasta la frontera con Brasil. “Toda la fuerza militar está desplegando todas sus posiciones, todo el sistema de armas y, además, está activada toda la milicia bolivariana, toda la fuerza militar, popular, policial activada”, anunció Maduro. Era la expresión práctica del concepto de defensa integral: territorio, pueblo y Estado actuando como un solo cuerpo.
Mientras tanto, Diosdado Cabello recordaba al mundo: “Venezuela es un país de paz, que siempre ha demostrado humildad, pero que es fiera cuando se trata de defender la Patria”. Y en medio de la tensión, la consigna se hizo certeza: “Nuestro pueblo va ganando la paz, porque tenemos derecho a la paz”.
Este despliegue no es militarismo: es planificación estratégica. Es la transformación de la defensa en un acto de democracia.
“En Venezuela, el pueblo, la población civil y los trabajadores no solo participan en la economía o en la política; también asumen con naturalidad su papel en la defensa. Porque el fusil en manos del pueblo no es símbolo de violencia, sino de democracia, como decía Lenin.” (Carmen Parejo Rendón)
Lejos de la narrativa de caos que propagan los grandes medios, lo que ocurre en Venezuela es la consolidación de un modelo de defensa y paz basado en la corresponsabilidad, la territorialidad y la conciencia. El pueblo se adiestra, produce, estudia, marcha y defiende, sin abandonar su vida cotidiana. La normalidad venezolana es un acto de resistencia consciente, una demostración de que la Revolución no se defiende solo con armas, sino con organización, cultura y fe en su destino histórico.
El imperialismo estadounidense puede desplegar sus buques, fabricar excusas, lanzar amenazas. Pero lo que no puede fabricar —ni comprender— es la dignidad organizada de un pueblo que aprendió a no arrodillarse. En palabras de Maduro: “Si usted quiere paz, prepárese para defenderla”.
Por eso, Venezuela no se asusta. Su fuerza no se mide en tanques ni en presupuesto, sino en algo mucho más temido por el imperio: un pueblo consciente, organizado y dispuesto a luchar por la vida, la soberanía y la justicia.
Y esa lección debe ser comprendida en toda Nuestra América. Nicaragua, Cuba, Venezuela y los pueblos libres de la región deben continuar fortaleciendo su unidad, sus milicias, su policía voluntaria, sus cuerpos de seguridad y su moral revolucionaria. Porque en este siglo XXI, la defensa de la soberanía no es solo cuestión de fronteras, sino de conciencia colectiva.
La historia enseña que cuando Venezuela toma las armas, el continente despierta.
“El imperialismo estadounidense debe cuidarse mucho del poder popular bolivariano porque, si se le ocurre agredirlo, acabará por toparse con un nuevo Vietnam.”