Por Cuaderno Sandinista
Los tambores de guerra vuelven a sonar en América Latina y, como tantas veces en la historia, el dedo acusador del imperio apunta contra Caracas. Washington, con su guion repetido hasta el cansancio, insiste en demonizar al presidente Nicolás Maduro para justificar lo injustificable: una intervención contra la patria de Bolívar. Nada nuevo: ayer fue Árbenz en Guatemala, Allende en Chile, Noriega en Panamá o Gadafi en Libia. Hoy es Maduro, con la misma estrategia: mentiras mediáticas, fabricación de pruebas y amenazas militares para encubrir su ambición sobre el petróleo y los recursos de los pueblos.
La técnica imperial es clara: primero demonizar, luego asesinar. La maquinaria de propaganda presenta al enemigo de turno como “dictador”, “narcotraficante” o “terrorista”, mientras silencian o blanquean a personajes como Netanyahu, Zelenski o la propia Unión Europea, que violan los derechos humanos a gran escala. El doble rasero se ha vuelto la norma: lo que es “democracia” para el Norte global es, en el Sur, motivo de invasiones y sanciones.
Pero Venezuela no está sola ni indefensa. Más de 8 millones de ciudadanos ya forman parte de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, entre alistados, milicianos y reservistas. Este ejército del pueblo no busca la guerra ni el expansionismo, sino garantizar que la soberanía no sea pisoteada por intereses foráneos. La Milicia Bolivariana, organizada ahora también en unidades comunales, constituye un elemento de cohesión nacional y disuasión estratégica: un pueblo en armas, consciente de su historia de resistencia, dispuesto a hacer respetar su derecho a existir libremente.
La Doctrina Militar Bolivariana no es una copia de manuales extranjeros ni una adaptación servil de doctrinas contrainsurgentes impuestas desde Washington; es la síntesis de siglos de luchas: desde Guaicaipuro y Tamanaco, hasta Bolívar, Miranda y Sucre; desde la resistencia cimarrona hasta las gestas de independencia en América Latina. Se trata de una concepción de defensa integral, que combina la fuerza armada con la conciencia del pueblo, y que entiende que la verdadera batalla no siempre se libra en campos convencionales, sino en la cotidianidad, en la unidad social y en la moral colectiva.
Los estrategas del Pentágono, hoy Departamento de Guerra, saben que Venezuela no será presa fácil. Como advierten los propios expertos, una intervención militar despertaría una ola de resistencia continental, pues la agresión contra Venezuela es, en esencia, una amenaza contra todo el continente. EE.UU. puede movilizar buques en el Caribe, fabricar “deepfakes” como casus belli o montar campañas mediáticas; pero lo que no puede fabricar es la dignidad de un pueblo consciente, organizado y dispuesto a luchar.
En un mundo donde el unilateralismo y el hegemonismo pretenden imponerse por la fuerza, Venezuela se convierte en faro de soberanía. No se trata únicamente de defender a un gobierno, sino de salvaguardar un principio universal: el derecho de los pueblos a decidir su propio destino. Hoy la defensa de Venezuela es la defensa de toda América Latina y el Caribe como zona de paz, es la continuidad de las luchas de Sandino, de Martí, del Che y de todos los que entregaron la vida por la libertad.
Ante la campaña imperial de demonización, la respuesta bolivariana es clara: unidad, resistencia y conciencia histórica. Y frente a la amenaza de fuego purificador que Washington pretende descargar sobre la tierra de Bolívar, la voz del pueblo resuena con firmeza: ¡No pasarán!