Redacción Cuaderno Sandinista
En la historia de los pueblos, hay gestas que no se limitan a una fecha o a un logro estadístico, sino que se convierten en raíces profundas de identidad y faros permanentes de futuro. La Gran Cruzada Nacional de Alfabetización de 1980 en Nicaragua es una de esas epopeyas. No fue solo una campaña educativa: fue una verdadera insurrección cultural, un acto de emancipación colectiva que convirtió la oscurana en claridad, cumpliendo el sueño de Carlos Fonseca Amador, heredero del ideario de Sandino, y haciendo de la educación un arma de liberación frente a la opresión somocista y el dominio imperial.
La oscurana de la dictadura y el sueño de Sandino y Carlos Fonseca
Antes de 1979, Nicaragua arrastraba más de un siglo de exclusión educativa. Bajo la dictadura somocista, el analfabetismo superaba el 50%, llegando en zonas como Río San Juan al 96%. El somocismo no solo despreciaba la educación: la utilizaba como mecanismo de dominación. La Constitución de 1974 incluso condicionaba la ciudadanía a saber leer y escribir, negando derechos políticos a quienes habían sido condenados a la ignorancia.
Pero en las montañas ya se incubaba otro proyecto, Sandino había afirmado que la soberanía de un pueblo pasa también por la conciencia. Carlos Fonseca, en Pancasán, ordenó a sus compañeros guerrilleros: “¡Y también enséñenles a leer!”. Esa semilla germinaría en 1980, cuando apenas ocho meses después del triunfo revolucionario, el FSLN convocó a toda la nación a una cruzada que uniría al estudiante con el campesino, a la ciudad con la montaña, a la letra con la dignidad.
El Ejército Popular de Alfabetización: juventudes en armas de cuadernos y tizas
El 23 de marzo de 1980, más de 95,000 brigadistas del Ejército Popular de Alfabetización (EPA) partieron desde la Plaza de la Revolución hacia los rincones más olvidados del país. Jóvenes con cotona gris, mochilas cargadas de cuadernos, tizas, la Biblia, libros de Rubén Darío y el diario del Che, se despidieron de sus familias entre lágrimas y cantos. Los camiones IFA retumbaron como si fueran columnas de combate, pero en lugar de fusiles llevaban cartillas, pizarras y la cartilla “El Amanecer del Pueblo”.
En esa movilización se mezclaron brigadas urbanas, milicias campesinas, brigadas sindicales y hasta 2,000 maestros internacionalistas cubanos, además de educadores de otros países. En total, 406,056 nicaragüenses fueron alfabetizados en apenas cinco meses, reduciendo la tasa del 50.3% al 12.9%.
No fue una hazaña sin sacrificios: 59 brigadistas dieron su vida, algunos asesinados por la naciente contrarrevolución financiada por EE.UU., otros víctimas de accidentes o enfermedades. Sus nombres —como el del joven obrero Georgino Andrade o la brigadista de 14 años Carolina Castro Darce— siguen siendo símbolo del precio de la dignidad.
Más que letras: conciencia y poder popular
La CNA no se limitó a enseñar a leer y escribir. Como lo expresó el padre Fernando Cardenal, la alfabetización era también concientización. Los campesinos no solo aprendieron a firmar sus nombres, aprendieron a reconocerse como protagonistas de la Revolución. Los jóvenes brigadistas no solo enseñaron, también aprendieron: compartieron la vida campesina, madrugaron para cortar café, cuidaron gallinas, convivieron en casas humildes, y forjaron en esa experiencia los valores de solidaridad, humildad y amor al pueblo.
De allí surgió una generación de oro, que entendió que la cultura es trinchera de la soberanía. No por casualidad la UNESCO otorgó a Nicaragua la Medalla Nadezhda Krúpskaya (1981 y 1987) y en 2007 inscribió el Archivo de la Cruzada en el programa Memoria del Mundo, reconociéndola como la mayor movilización educativa del siglo XX.
Retrocesos neoliberales y recuperación revolucionaria
Tras la derrota electoral del FSLN en 1990, los gobiernos neoliberales desmantelaron las conquistas sociales. El analfabetismo volvió a crecer hasta superar el 30%. Los mismos que hablaban de “modernidad” condenaron al pueblo a la miseria educativa. Como recordó el Comandante Daniel Ortega, ese analfabetismo no era casual, era el “virus del capitalismo”, una estrategia para mantener mano de obra barata y sumisa.
Pero la historia volvió a girar en 2007. Con el retorno del Frente Sandinista, se lanzó la campaña “De Martí a Fidel” aplicando el método cubano “Yo Sí Puedo”. En 2009, Nicaragua fue declarada territorio libre de analfabetismo, con apenas un 3.5% de iletrados. Programas como “Yo Sí Puedo Seguir” consolidaron la educación de adultos, y nuevas iniciativas como la Universidad en el Campo (UNICAM) rompieron la exclusión de la educación superior en las zonas rurales.
Solidaridad internacionalista: Cuba, Venezuela y el ALBA
La alfabetización en Nicaragua nunca fue una tarea aislada. Cuba, desde 1979, envió brigadas de maestros que impartieron clases en 706 comunidades y construyeron más de 700 escuelas. Venezuela y el ALBA apoyaron los programas de alfabetización del siglo XXI. Esa solidaridad demuestra que la lucha contra la ignorancia es también parte de la batalla por la integración latinoamericana y caribeña.
Como recordó el canciller Denis Moncada en el XXV Consejo Político del ALBA-TCP, los proyectos de cooperación en alfabetización, salud y energía han sido faro de justicia social frente a las sanciones y bloqueos imperialistas. La CNA se inscribe, por tanto, en esa misma corriente histórica de resistencia y unidad continental.
La alfabetización como soberanía y resistencia
La Cruzada Nacional de Alfabetización fue —y sigue siendo— una hazaña de soberanía popular. Mientras el imperialismo pretende hambrear y sancionar, Nicaragua demuestra que la verdadera independencia se defiende también con la pluma y el cuaderno. Cada campesino que aprendió a leer en 1980, cada joven que hoy accede a la universidad en el campo, cada maestro cubano o brigadista internacional que compartió su saber, son parte de una misma corriente: la de los pueblos que se niegan a vivir de rodillas.
La educación, en Nicaragua, es memoria viva de Sandino, de Carlos Fonseca y de todos los mártires que dieron su vida para que el pueblo pudiera escribir su nombre y su historia. Por eso, en Nicaragua la consigna sigue vigente:
¡Puño en alto, libro abierto! ¡Todo el pueblo a la cruzada!