Por Stephen Sefton
Cuando Elon Musk comentó en 2019 sobre el golpe de estado en Bolivia “Haremos golpes contra quien queramos”, expresó el permanente sentir neocolonial de las oligarquías depredadores del Occidente. Para ellas, los gobiernos son meramente otra mercancía más en compra-venta. De hecho, las élites norteamericanas y europeas han abandonado el orden internacional que ellas mismas construyeron de 1945 en adelante, porque ya no sirve para satisfacerr su sed de dominación mundial. De paso, se confirma que el Occidente colectivo es la expresión del crimen organizado más exitosa en la historia de la humanidad.
En este momento histórico, está en juego si o no las élites occidentales van a poder imponer un sistema de relaciones internacionales neo-feudal basado en la globalización tecnológica y financiera corporativa. En efecto, se ha rendido sin sentido el sistema del derecho internacional basado en las Naciones Unidas, porque queda demostrada la falsedad e inaplicabilidad de prácticamente todas sus instancias. Se trata de la Corte Internacional de Justicia, del sistema de los Derechos Humanos y de organizaciones normativas como la Organización de Comercio Mundial, la Agencia Internacional de Energía Atómica o la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas entre otras.
Como nunca antes, se puede ver claramente que la fundación de la ONU por los poderes occidentales en 1945 fue una cínica coartada. Aprovecharon los terribles crímenes de la Alemania Nazi y del Japón Imperial para encubrir los igualmente aborrecibles masivos crímenes del imperio norteamericano y sus aliados europeos y fingir ser defensores de la libertad y la democracia. Para el momento, el teatro de todas las huecas estructuras internacionales sigue, pero, en paralelo, el mundo mayoritario busca establecer estructuras propias para rescatar y asegurar la práctica de relaciones internacionales honestas de equidad, cooperación e igualdad.
Se trata de experiencias exitosas como la Organización de Cooperación de Shanghai en la región eurasiática, o iniciativas todavía más ambiciosas, como el grupo de países BRICS+, entre otras. Seguramente, los gobiernos del mundo mayoritario observan los avances de estas experiencias e iniciativas y valoran si o no será posible rescatar del crónico relajo anti-democrático del sistema de las Naciones Unidas algo serio y digno que podría ser útil y válido para todas y todos. Durante toda la historia contemporánea desde el fin de la Guerra Fría, las élites norteamericanas y europeas han promovido y apoyado el terrorismo contra las poblaciones civiles de los países que resisten su voluntad.
Siempre han facilitado el terrorismo sionista contra la población palestina y, desde 2014, apoyaron el gobierno de simpatizantes nazis en Ucrania imponer una campaña de terror contra su propia población rusoparlante en el este del país. Nunca nadie les ha pasado la cuenta a las élites occidentales por sus crímenes hasta ahora cuando la Federación Rusa ha propinado una derrota histórica en Ucrania a todo el Occidente colectivo y su expresión terrorista-militar, la OTAN. El presidente Viktor Orban de Hungría afirma que los países de la OTAN han apoyado el régimen fascista en Ucrania con más de US$300 mil millones en apoyo militar y económico. Sin embargo, Ucrania ha colapsado.
Ucrania ahora tiene casi la mitad de la población que tenía en 2014, en parte como resultado de la migración, y en parte porque ha perdido más de 25% de su antiguo territorio y su población rusoparlante. Se calcula que por lo menos un millón de efectivos de sus fuerzas armadas han muerto en el conflicto. Su sistema de energía eléctrica y la infraestructura de su industria han sido extensamente dañado. No tiene la más mínima posibilidad de resistir las implacables ofensivas de las fuerzas armadas rusas. Se espera un colapso militar completo dentro de unos pocos meses. Estos acontecimientos en Ucrania, más de la derrota de un corrupto régimen fascista, representan una incuestionable derrota de la OTAN en Europa.
Al otro lado de Atlántico, las élites norteamericanas, con su corrupta estructura de gobierno y sus mentirosos medios de comunicación, simplemente se encogerán de hombros y fingirán que no ha sucedido nada grave, mientras proceden a intensificar su agresión contra la República Popular China. Pero es diferente para los países europeos. Todo lo sucedido desde inicios de 2022 en Ucrania, en Palestina, el Líbano y Siria demuestra categóricamente la criminalidad de sus gobiernos, su apoyo al genocidio, su apoyo al terrorismo, su secuestro y robo de activos ajenos. Los países europeos han rechazado mantener sus antiguas relaciones de cooperación energética y comercio con la Federación Rusa para ser dependencias norteamericanas.
La situación política y económica en la Unión Europea es de extrema precariedad. Su principal economía, la de Alemania, está colapsando mientras la clase política en ese país se dedica a fútiles juegos de cambio de gobierno que no cambia nada excepto el grado de represión política y económica que se aplicará contra su propia población. Se espera nuevas elecciones en el próximo mes de febrero en que las y los votantes van a poder elegir entre sí o sí para más políticas domésticas neoliberales y una política externa de demente hostilidad contra Rusia y China. Lo mismo pasa en el Reino Unido. En Francia todo indica que aun si gane la oposición al gobierno de Emmanuel Macron en futuras elecciones, siempre se asimilará a las políticas neoliberales domésticas y a una política externa vendepatria, como ha hecho la derechista presidenta Giorgia Meloni en Italia.
Las instituciones disfuncionales de la Unión Europea siguen profundizando su cultura anti-democrática. Atacan los legítimos movimientos políticas nacionales que exigen algún mínimo respeto para la soberana voluntad de los pueblos. A la vez, los países miembros relativamente débiles de la UE como España, Italia y Polonia se hunden más y más en sus propios problemas económicos, en las contradicciones provocadas por la imposición de las políticas verdes y también por motivo del controvertido acuerdo con Mercosur que favorece a las grandes industrias europeas pero amenaza la producción agropecuaria de sus pequeños y medianos productores.
La cúpula de la Unión Europea, con su presidenta Ursula von der Leyen y su responsable de relaciones exteriores Kaja Kallas, ambas abiertas fascistas, apoya de manera incondicional al régimen ilegítimo, no elegido de los líderes simpatizantes nazis de Ucrania. Ellas y sus colegas de la Unión Europea y de la OTAN exigen aumentar el gasto militar de los países miembros en un 50% de lo cual gran parte se destinará a la compra de armas estadounidenses. Por supuesto, esta política demuestra el absoluto desprecio de las élites europeas para sus pueblos. Pueden destinar decenas y cientos de miles de millones en apoyo al ilegítimo régimen fascista de Ucrania pero sus respectivos gobiernos aprueban recortes en el gasto social en beneficio de sus poblaciones.
Mucho comentario insiste que esta contradicción se explica por la determinación de las élites europeas de convencer al nuevo gobierno norteamericano a seguir apoyando al régimen fascista en Ucrania. Por su parte, Donald Trump amenaza aplicar altas tarifas aduaneras a las exportaciones europeas si los gobiernos europeos no aumenten su gasto militar a 5% de su Producto Interno Bruto, o sea por casi 150%, además de comprar mucho más gas y petróleo norteamericano. El brutal indiferencia de la venidera administración fascista de Donald Trump a los intereses europeos provoca desesperación entre las y los dirigentes de la Unión Europea, quienes temen tener que asumir toda el costo económico y político de la derrota en Ucrania.
Pero el nuevo gobierno norteamericano tiene otro enfoque. Desde su punto de vista, Ucrania ya no es su problema, sino un acontecimiento desafortunado ocurrido al otro lado del Océano Atlántico, lo cual habría que resolver de la manera más expediente y rápido posible. En política externa, aparte de defender el genocida régimen sionista en Israel, Donald Trump ha aclarado que va a priorizar la guerra híbrida norteamericana contra la República Popular China. Un aspecto principal de esta guerra será todavía mayor militarización y hostigamiento hacia América Latina y el Caribe para intentar contrarrestar la influencia económica de China y asegurar mayor control de los recursos naturales para la oligarquía yanqui.
Donald Trump asume la presidencia de su país este próximo 20 de enero. En recientes días, él ha declarado que puede volver a tomar control del Canal de Panamá. RT reporta que el presidente-electo norteamericano escribió en una red social, “EE.UU. tiene un interés personal en la operación segura, eficiente y fiable del canal de Panamá, y eso siempre se entendió. Jamás dejaremos que caiga en las manos equivocadas… Si no se siguen los principios, tanto morales como legales, de este magnánimo gesto de donación, entonces exigiremos que se nos devuelva el canal de Panamá, en su totalidad y sin cuestionamientos”.
Seguramente, esta postura todavía más agresiva que lo de la administración del presidente Joe Biden, indica el rumbo que tomará la política del nuevo gobierno norteamericano. El Comando Sur norteamericano consolida su cerco militar alrededor de la República Bolivariana de Venezuela por medio de la llamada Iniciativa de Seguridad de la Cuenca del Caribe que cubre las bases militares yanquis en Aruba y Curaçao, una creciente presencia militar en Guyana y Surinam y ahora Trinidad y Tobago acaba de extender cinco acuerdos de cooperación militar. Para el nuevo jefe del Comando Sur norteamericana, el Almirante Alvin Holsey, los nuevos acuerdos con Trinidad y Tobago , ubicado a poca distancia de Venezuela, «profundizan la colaboración estratégica en una gran cantidad de temas.”
En América del Sur, el pasado 10 de diciembre, Ecuador violó su propia constitución al autorizar el uso de las Islas Galapagos, un Sitio de Herencia Natural de la UNESCO, como una base militar norteamericana. Perú ya cuenta con una significativa presencia militar norteamericana, supuestamente para combatir el narcotráfico. Colombia alberga por lo menos siete bases militares norteamericanas. En marzo de este año, el gobierno de Argentina acordó con el ejército norteamericano la supervisión por militares norteamericanos de la hidrovía Paraná-Paraguay que extiende por 3400 kilómetros. Es la principal ruta fluvial para el comercio de Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay.
Esta tendencia de fortalecer la presencia militar norteamericana en América Latina y el Caribe es parte de la respuesta desesperada norteamericana a su derrota en Ucrania y el deterioro de su influencia en el mundo mayoritario. Donald Trump ha declarado su determinación de usar los aranceles aduaneros como medidas coercitivas contra la Unión Europea, contra México y la República Popular China como un factor central de la política exterior norteamericana. Queda a ver si se cumplen estas amenazas y también si se cumplen sus declaraciones agresivas sobre una posible expulsión masiva de migrantes, lo cual afectaría a millones de familias latinoamericanas y caribeñas.
La nueva administración que asume el poder en Washington el próximo mes enfrenta múltiples desafíos graves tanto a nivel interno como en su política exterior. La productividad de la economía norteamericana depende de los millones de migrantes latinoamericanos y caribeños que aportan habilidades y mano de obra imprescindibles. Las relaciones comerciales y financieras entre la República Popular China y América Latina seguirán avanzando porque China ofrece relaciones positivas de respeto y beneficio mutuo.
La derrota de la OTAN en Ucrania implica un alto costo político y económico para las élites norteamericanas. Parte de ese costo lo quieren compensar mediante la extracción de pago de tributos desde Europa. Pero otra parte importante lo van a querer compensar por medio de recuperar su antiguo control de América Latina y el Caribe. Las élites occidentales están en una calle si salida. No tienen otra respuesta a las extremadamente adversas secuelas de sus propias contraproducentes políticas agresivas que más de lo mismo.
Como comentó hace poco la Compañera Rosario, “Tienen la intención de reducir las posibilidades de ese Otro Mundo, que ya surgió, no lo pueden detener. Y ahí estamos tod@s defendiendo el Derecho a vivir en Paz, con Seguridad; defendiendo el Derecho a negar el Fascismo… Defendiendo la Paz, la Seguridad, y el Derecho que tenemos los Pueblos Conscientes, Libres, Soberanos, del Mundo, a vivir en Otro Mundo, un Mundo Nuestro, de Tod@s, y un Mundo que tenemos el Deber de hacer Mejor.”
Fuente: 19 Digital