Renan Guevara
La necesidad de una reevaluación de la política exterior de EE. UU. y la creciente influencia «histórica» de China en la configuración de un mundo multipolar plantean una contradicción fundamental y un desafío inherente. La política exterior estadounidense, centrada en la búsqueda de un mundo bajo su dominio, choca con los principios establecidos en la Carta de la ONU, comprometiéndose con un orden global equitativo y sin dominación.
Este enfoque estadounidense, anclado en la idea de mantener un dominio global en áreas comerciales, financieras y tecnológicas, así como en el ámbito militar, enfrenta una realidad crítica: Estados Unidos representa sólo una fracción mínima de la población mundial y carece de la capacidad necesaria para controlar el resto del mundo.
Después de la Segunda Guerra Mundial, la supremacía de EE. UU. era innegable, pero el panorama actual muestra un cambio significativo. Otros países han fortalecido sus economías y desarrollado sus capacidades tecnológicas, lo que altera el equilibrio global.
Las palabras del presidente Macron sobre la independencia estratégica de la Unión Europea frente a Estados Unidos reflejan esta dinámica. Aunque aliada, la UE no aspira a ser subordinada a Estados Unidos. Sin embargo, estas perspectivas críticas enfrentan resistencia, ya que muchos líderes políticos dependen del apoyo estadounidense para mantener su posición en el poder, lo que limita la discusión abierta sobre este tema.
En 2015, el embajador estadounidense Robert Blackwill, un destacado estratega en el ámbito de la política exterior, delineó la gran estrategia de Estados Unidos con una notable claridad (Blackwill et al., 2015). Explicó que desde su inicio, la estrategia ha girado en torno a asegurar y mantener un poder dominante sobre diversos competidores, desde el ámbito regional hasta una escala global, preservando así la supremacía de Estados Unidos como objetivo central en el siglo XXI.
Para enfrentar el desafío planteado por China y mantener esa primacía, Blackwill propuso un plan de acción adoptado por el presidente Joe Biden. Esto incluía la creación de acuerdos comerciales preferenciales entre aliados, un régimen de control tecnológico para limitar las capacidades estratégicas de China y el fortalecimiento de la presencia militar en regiones asiáticas, todo ello en detrimento de la oposición china.
China, al igual que cualquier otra nación, tiene derecho a su prosperidad y seguridad nacional sin interferencias extranjeras en sus fronteras. Sus logros económicos desde la década de 1970 son notables tanto para su propio desarrollo como para la comunidad internacional.
Durante un largo período desde 1839 hasta 1949, China sufrió una pobreza extrema debido a invasiones europeas y japonesas, así como conflictos internos. China finalmente se recuperó de este período desastroso, sacando a mil millones de personas de la pobreza.
La creciente prosperidad de China tiene el potencial de ser pacífica y beneficiosamente productiva para el mundo. Sus avances tecnológicos, desde soluciones vitales para enfermedades hasta energía solar asequible y redes 5G eficientes, podrían contribuir enormemente a nivel global. China sólo se convertirá en una amenaza si es presentada como un enemigo por Estados Unidos. La hostilidad estadounidense hacia China, mezclada con una larga historia de racismo antichino desde el siglo XIX, está alimentando esa percepción de enemistad.
Los riesgos de la política exterior estadounidense no se limitan a China. La expansión de la OTAN hacia Ucrania y Georgia, rodeando a Rusia en el Mar Negro, ha contribuido a tensiones y conflictos como los vistos en Ucrania. Numerosos países observan con preocupación este enfoque. Desde Brasil hasta India, muchas naciones buscan un mundo multipolar. Es esencial que todos los miembros de la ONU se reafirmen en los principios de la Carta de la ONU y se opongan a cualquier intento de dominación por parte de una nación.
La guerra económica de Estados Unidos contra China
Los medios de comunicación occidentales abundan en reportes sobre presuntos contratiempos en China: desde una crisis financiera en el sector inmobiliario hasta un exceso generalizado de deuda, entre otros problemas. No obstante, gran parte de esta desaceleración puede atribuirse a las acciones implementadas por Estados Unidos, dirigidas a obstaculizar el progreso de China. Dichas políticas estadounidenses contravienen las regulaciones establecidas por la Organización Mundial del Comercio (OMC) y representan una amenaza para la prosperidad a nivel global.
Las políticas anti-China se inscriben en un enfoque recurrente en la formulación de políticas de los Estados Unidos, orientado a contener la competencia económica y tecnológica de un adversario significativo. Este enfoque tiene sus raíces en un manual político familiar para los estrategas estadounidenses, evidenciado por la aplicación previa durante la Guerra Fría, donde Estados Unidos implementó un bloqueo tecnológico contra la Unión Soviética, un adversario declarado, con el propósito de restringir su acceso a tecnologías avanzadas.
Una segunda aplicación de esta estrategia es menos evidente y, de hecho, suele pasar desapercibida incluso para observadores avezados. A fines de la década de 1980 y principios de la de 1990, Estados Unidos buscó deliberadamente frenar el crecimiento económico de Japón. A pesar de la alianza entre ambos países, el ascenso económico de Japón generó inquietud al superar a empresas estadounidenses en sectores clave como semiconductores, electrónica de consumo y automóviles.
Durante mediados y finales de la década de 1980, los políticos estadounidenses implementaron restricciones al acceso de las exportaciones japonesas al mercado estadounidense mediante acuerdos «voluntarios» y presionaron para que Japón sobrevaluara su moneda, llevando al yen japonés a una apreciación sustancial frente al dólar. Esta acción resultó en una exclusión de los productos japoneses del mercado estadounidense. Japón enfrentó una crisis cuando el crecimiento de sus exportaciones disminuyó significativamente: entre 1980 y 1985, las exportaciones aumentaron anualmente un 7.9%; entre 1985 y 1990, esta tasa cayó al 3.5% anual; y entre 1990 y 1995, al 3.3% anual. Esta desaceleración condujo a dificultades financieras para muchas empresas japonesas y eventualmente desencadenó una crisis financiera a principios de la década de 1990.
En la era actual, Estados Unidos ha dirigido su atención hacia China, transformando su percepción de un socio comercial en una posible amenaza. Esta transición se gestó al presenciar el vigoroso ascenso económico de China, especialmente con la introducción de la política «Hecho en China 2025». Este plan, anunciado en 2015, apuntaba a posicionar a China en la vanguardia de sectores clave como la robótica, la tecnología de la información y la energía renovable, entre otras áreas tecnológicas avanzadas. Simultáneamente, China también lanzó la Iniciativa de la Franja y la Ruta, destinada a la construcción de infraestructura moderna en múltiples regiones, empleando recursos financieros, empresas y tecnologías chinas.
En respuesta a este crecimiento chino, Estados Unidos recurrió a estrategias tradicionales para frenar su avance. Durante la presidencia de Barack Obama, se propuso la creación de un bloque comercial en Asia que excluyera a China, pero la postura se radicalizó con Donald Trump, quien prometió un proteccionismo absoluto. Luego de ganar las elecciones en 2016, Trump implementó aranceles unilaterales contra China, incumpliendo las regulaciones de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Además, para evitar que la OMC cuestionara estas medidas, Estados Unidos bloqueó la designación de nuevos miembros al tribunal de apelaciones de la OMC. Bajo la Administración Trump, se bloqueó a empresas tecnológicas chinas como ZTE y Huawei, y se instó a los aliados a hacer lo mismo.
A pesar de las expectativas de un cambio bajo la presidencia de Joe Biden, la política anti-China se intensificó. No solo se mantuvieron los aranceles de Trump, sino que Biden implementó nuevas órdenes ejecutivas para restringir el acceso de China a tecnologías avanzadas y a inversiones estadounidenses. Se alentó de manera informal a las empresas estadounidenses a trasladar sus cadenas de suministro fuera de China, sin considerar los principios y procedimientos establecidos por la OMC.
Estados Unidos niega categóricamente estar inmerso en una guerra económica con China, pero como dice el test del pato, si algo parece, actúa y suena como un pato, probablemente es un pato. Los políticos de Washington están recurriendo a retórica belicosa, retratando a China como un adversario que necesita ser contenido o vencido, en consonancia con estrategias familiares.
Es importante reconocer que la dinámica de la economía china es compleja y no está exclusivamente determinada por el comercio con Estados Unidos. Aunque es posible una recuperación parcial de las exportaciones chinas a Estados Unidos, parece improbable que Biden suavice las barreras comerciales antes de las elecciones de 2024.
El Empuje Multipolar
Lo esencial y sumamente interesante de comprender, cómo ha sido evidente en el panorama de la guerra en Ucrania, es que la mayoría del mundo no aspira a que Estados Unidos sea la potencia preponderante a nivel global. En realidad, la preferencia generalizada es por un orden mundial multipolar, lo que lleva a una falta de respaldo a las sanciones impuestas por Estados Unidos contra Rusia y otros países. Este mensaje también fue transmitido por el presidente Lula durante su visita a China, cuando expresó al presidente Xi Jinping el deseo de Brasil por una genuina multipolaridad y la búsqueda de la paz en conflictos como el de Rusia y Ucrania, basada no en la percepción de dominio estadounidense (como la expansión de la OTAN), sino en una paz reflejo de un mundo multipolar.
Este fenómeno es una realidad palpable en todo el globo. La cuestión central radica en que este momento histórico se fundamenta en cambios económicos subyacentes y en el progreso tecnológico. Estados Unidos ya no ostenta el dominio económico mundial, y de hecho, el conjunto de naciones del G7 (Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña, Francia, Italia, Alemania y Japón) es de menor tamaño económico en comparación con los países BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Estamos viviendo en un mundo auténticamente multipolar en términos económicos, pero persiste un conflicto ideológico significativo.
Los BRICS tienen un peso considerable, y de hecho, Estados Unidos se está desvinculándose. Quizás los políticos estadounidenses no lo perciban, pero están retirándose de la escena financiera y monetaria mundial, dejando espacio para un nuevo tipo de finanzas internacionales.
Estados Unidos fue el impulsor del Banco Mundial, pero ahora el Congreso no asignará fondos adicionales a esta entidad. Por esta razón, a pesar de su prestigio, el Banco Mundial tiene un impacto limitado en el ámbito financiero. Estados Unidos ha optado por no destinar más fondos, cuestionando la utilidad de invertir recursos a nivel internacional, lo que ha generado bastante controversia. Ante esta situación, China y los demás miembros de los BRICS decidieron crear su propio banco de desarrollo, el Nuevo Banco de Desarrollo (también conocido como banco BRICS), con sede en Shanghai.
Sin embargo, esta no es la única institución que está transformando el panorama financiero. Por ejemplo, está el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB), con sede en Beijing. Como mencionó el presidente Lula, y como se observa en el contexto de la guerra de Ucrania, hay una tendencia a alejarse del uso del dólar, que Estados Unidos consideraba como su principal herramienta. Esta idea de tener el control absoluto, usando sanciones y dominio financiero para influir sobre otros países, está siendo cuestionada. Otras naciones están optando por comerciar en sus propias monedas como el renminbi, rublos, rupias, entre otras. De manera rápida, se están estableciendo instituciones alternativas para facilitar estas transacciones.
Estados Unidos intensifica su posición: «Si no obedeces, confiscaremos tus reservas». En respuesta, otros países expresan su disposición a respaldar reglas genuinamente multilaterales a través de la ONU. Sin embargo, se muestran renuentes a seguir normativas impuestas unilateralmente, optando por no acatarlas si no se establecen en un entorno multipolar o multilateral. El término «orden internacional basado en reglas», ampliamente utilizado por el gobierno estadounidense, plantea interrogantes: ¿Quién tiene el poder de redactar estas reglas? La mayoría del mundo aspira a normativas elaboradas en un contexto multipolar o multilateral, en lugar de aquellas determinadas únicamente por Estados Unidos y un reducido grupo de aliados.
Esta es la esencia de la arrogancia: la creencia de poder dictar las normativas globales. El problema subyacente en esta actitud no solo radica en su falta de legitimidad, sino en su potencial para desencadenar crisis catastróficas, muchas veces incomprendidas, dado que Estados Unidos no ha permitido que el público adopte perspectivas alternativas. La analogía resulta bastante elocuente en este sentido. China, Rusia y otros países plantean constantemente la pregunta sobre los estándares duales empleados: ¿Por qué no podemos fomentar un trato mutuamente respetuoso basado en reglas no impuestas unilateralmente?
Conclusión
La contradicción esencial entre la política exterior de Estados Unidos y la ascendente influencia de China en la configuración de un mundo multipolar plantea un desafío crucial. Mientras la política exterior estadounidense persigue un mundo bajo su control, este enfoque choca directamente con los principios fundamentales de la Carta de la ONU, los cuales abogan por un orden global justo y no dominante. Esta discrepancia subraya la urgencia de reconsiderar y reajustar la dirección de las políticas para fomentar un sistema internacional más equitativo y colaborativo.
En el escenario global actual, la preferencia por un mundo multipolar es clara, evidenciada por la falta de apoyo a las sanciones de Estados Unidos contra Rusia y otros países, así como por los llamados a una auténtica multipolaridad expresados por líderes como el presidente Lula de Brasil durante su visita a China. Este deseo de un mundo multipolar se basa en cambios económicos significativos: el G7, encabezado por Estados Unidos, está siendo superado en tamaño económico por el grupo BRICS. Esta transición económica ha llevado a una creciente desvinculación de Estados Unidos de la escena financiera y monetaria mundial, evidenciada por su negativa a asignar más fondos al Banco Mundial y el establecimiento de instituciones financieras alternativas como el Nuevo Banco de Desarrollo y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura. Además, la tendencia a alejarse del uso del dólar estadounidense en transacciones internacionales se está acelerando, con otras monedas como el renminbi, rublo e rupia ganando terreno en el comercio internacional.
Este cambio de paradigma desafía la idea de dominio financiero y el control absoluto que Estados Unidos ejercía a través del dólar, ya que más naciones optan por instituciones financieras alternativas y el comercio en sus propias monedas. Este giro hacia un mundo multipolar plantea una nueva dinámica en las relaciones financieras internacionales, desafiando el statu quo dominante y forjando un escenario económico global más diversificado y descentralizado.
El crecimiento económico de China podría representar una contribución pacífica y altamente beneficiosa para el panorama global. Sus avances en tecnología, desde el tratamiento de enfermedades hasta el desarrollo de energía solar asequible y redes de comunicación avanzadas como el 5G, tienen el potencial de generar un impacto significativo en todo el mundo.
A diferencia de Japón en los años 90, que estaba condicionado por su dependencia de la seguridad estadounidense, China tiene un mayor margen de maniobra frente al proteccionismo estadounidense. Lo crucial es que China puede expandir significativamente sus exportaciones hacia Asia, África y América Latina mediante políticas como la ampliación de la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Considero que el intento de Estados Unidos por contener a China no sólo es conceptualmente erróneo, sino que está destinado a fracasar en la práctica. China hallará colaboradores en la economía global para impulsar el crecimiento comercial y tecnológico en curso.
La imagen de China como una nación que ha avanzado desde la pobreza hacia la prosperidad resalta su habilidad y competencia, señalando cómo su potencial contribuye a nivel mundial. En un mundo interconectado, la prosperidad de todas las regiones, incluyendo a China, es vital para el funcionamiento global. En medio de desafíos globales como pandemias, guerras o crisis ambientales, es crucial mitigar las tensiones entre potencias económicas principales y secundarias, enfatizando la necesidad de colaboración. La respuesta racional implica esfuerzos cooperativos para reducir tensiones sin politizar áreas no políticas.
Referencia
Blackwill, R. D., Tellis, A. J., & Council On Foreign Relations. (2015). Revising U.S. grand strategy toward China. Council On Foreign Relations.