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Justo en su cumpleaños 78, un año antes de su muerte, Ho Chi Minh escribió a su pueblo y al mundo:
«Con mis setenta y ocho años no soy muy viejo/ Aún firmes en mis hombros siguen las cargas de la Patria / Gana grandes victorias la resistencia en nuestro pueblo. / Con nuestras jóvenes generaciones continúo la marcha».
El 19 de mayo de 1890 nació el fundador de la nación vietnamita, que se dio a conocer en el mundo, entre otros nombres, por Nguyen Ai Quoc, cuando aún veinteañero es uno de los fundadores del Partido Comunista Francés.
Había nacido en el Vietnam ocupado por Francia, en la aldea de Kim Lien, distrito de Nam Dan, provincia de Nghe An. En aquellos tiempos el colonialismo estimulaba al pueblo a beber alcohol de arroz y a consumir opio. Los impuestos y el exceso de la servidumbre trastornaban a la población, convirtiendo a esa zona y al país en un verdadero infierno: así lo relatan los historiadores.
Sin embargo, la rebeldía del pueblo se hacía sentir, se nombraban hazañas patrióticas. Nguyen Ai Quoc era hijo de una familia honesta, y de origen campesino. Su padre, Pho Bang, era doctor en Letras chinas, y el aprendizaje de los hijos fue la premisa en aquel hogar. Aún adolescente el hijo del maestro subía a un barco para aprender más. Los marineros se burlaban de él porque era un chico delgado muy simpático, según contaron algunos cuando ya Ai Quoc era Ho Chi Minh.
El líder bebió en el ejemplo de su familia: amó la cultura y el patriotismo, y se convirtió desde muy joven en un ambicioso de saber. Los marineros le preguntaron qué sabía hacer, «cualquier cosa», dijo, y el Capitán del navío le dio la tarea de pinche de cocina, la cual le permitió conocer el mundo, y también otros idiomas. La cocina del barco tenía que alimentar a cientos de personas, muchos cientos, los ancladeros de cobre eran muy pesados y el pinche tenía que arrastrarlos para cumplir con su labor. Para él todo era nuevo y tras la faena, rendido de cansancio, encontraba tiempo y voluntad para leer cuanto caía en sus manos, y aprender de los demás.
La vida en el navío fue el primer gran aprendizaje del mundo para aquel joven que decidió un día, ya formado como autodidacta, establecerse en París. Sus camaradas franceses tenían entonces poco que enseñarle. Trabajó como dibujante y periodista y tenía conocimientos para leer a Shakespeare y a Dickens en inglés, a Víctor Hugo y a Zola en francés, a Anatole France o a León Tolstoi. Muy pronto dominó la lengua rusa, pues viajó a Moscú y se familiarizó con la revolución rusa. Todo el tiempo transcurría para él en comunidades patrióticas, fueran argelinos o malgaches, entre abogados, médicos o comerciantes. Así formó parte activa de la Liga de las Colonias. Estaría de más decir que fue él, el primer vietnamita que entraba en un partido socialista francés.
Nguyen Ai Quoc siguió siendo activo en su oficio de fotógrafo y periodista. El adolescente pinche de cocina de un barco francés, ya era un destacado revolucionario y un hombre de cultura universal. Viajó a China y vendió cigarrillos y periódicos para sustentarse. Quería acercarse a casa, a su Vietnam. Fue preso en la China de Chian Kai Set. Su penoso encarcelamiento estuvo a punto de terminar con su vida, pero ya había sentado las bases y fundado el Partido Comunista de Indochina.
Su historia es un remolino arrollador contra el colonialismo y el capitalismo: la liberación de Vietnam es su divisa. Ho Chi Minh crea las guerrillas, cuenta con Giap, con Pham Van Dong, y los demás héroes futuros de la Patria. En Dien Bien Phu, la Revolución que dirige derrota a los franceses. Pronto en la Plaza de Hanoi funda la República Democrática de Vietnam. Pero la guerra no ha acabado, el hambre parece sempiterna y el Ejército norteamericano ocupa el Sur de Vietnam.
Son nuevos tiempos, y las grandes mayorías lo siguen. Ya es el Tío Ho. Durante los años más difíciles, tiene un pueblo a su imagen y semejanza, escribe para él y destaca las hazañas. Sabe que la vida es breve, y el 3 de septiembre de 1969, cuando ya ha publicado su Testamento Político, seguro del triunfo sobre el imperialismo yanqui, muere. Abandona el mundo convencido de la victoria y de que «Vietnam sería diez veces más hermoso». La victoria colosal de su Patria ha quedado en la historia como un ejemplo entre los hechos más transcendentales de la humanidad.
Fidel dijo:
El 2 de enero de 1966, en el acto conmemorativo del triunfo de la Revolución, Fidel había declarado: «Porque al pueblo de Vietnam estamos dispuestos a darle no ya nuestra azúcar, sino nuestra sangre, ¡que vale mucho más que el azúcar!». Expresaba así, en nombre del pueblo cubano, la solidaridad ante el papel que asumía Vietnam frente a la agresión.
Ho Chi Minh dijo:
«Solamente quiero decir que entre Cuba y Vietnam hay tanta distancia que cuando uno duerme el otro está despierto. Antiguamente se decía del imperio inglés que el Sol nunca se ponía para la bandera inglesa. Pero ahora hay que decir que el Sol nunca se pone para la bandera de la Revolución. Es decir, que nuestros países geográficamente son antípodas, pero hay una identificación completa en lo moral».
Fuente: Granma