Otra vez me había quedado solo, y solo empecé a darle vueltas al imposible que tenía enfrente, porque sin Pedrito era un azar inútil agarrar viaje para la montaña. Y al ser los mediados de mayo, decidí que lo mejor era trasladarme de nuevo a Estelí, a rendir cuentas de la adversa situación.
Ya no hallé a Pedro Arauz, y la reunión se dio con Bayardo Arce, en la casa de la familia López. Bayardo no quiso oír mis razones, y la verdad es que tuvimos una discusión que por desdicha fue ingrata. Me dijo, para empezar, que yo nada tenía que hacer en Estelí, que con qué autorización me había regresado, que mi lugar estaba en la montaña, a la montaña me habían mandado a cumplir una misión, y para allá tenía que agarrar sin más dilaciones. Bueno, yo también perdí la dulzura. No nos entendimos, pero a pesar de todo, acaté sus órdenes, y volví a El Sarayal.
Y así, solo, se me pasó el mes de mayo, sin posibilidades de ejecutar lo mandado. Entonces, al entrar junio, me llegaron desde Masaya noticias de Camilo Ortega y de Hilario Sánchez, al que hasta hoy no sé por qué llamaban Camión, un muchacho de Sutiaba, fuera de serie, que se volvió célebre en las insurrecciones del Barrio de Monimbó y recibió el título de comandante guerrillero. Murió después del triunfo, ahogado una noche en el Gran Lago de Nicaragua, cerca de Solentiname. Sucede que con el apoyo de la familia de Adrián Molina, dueño de la hacienda El Escambray como ya dije, habíamos logrado sacar a Jinotega, y de allí hasta Masaya, a Natividad Martínez Salgado, la tía del chavalo Leopoldo Granados (nieto del patriarca de San Antonio de Kuskawás, don Máximo Martínez) a la que ya mencioné, buscando cómo alejarla de la represión. Y fue gracias a esa circunstancia que se llegó a abrir la comunicación con las estructuras de la tendencia Tercerista en el Pacífico.
Camilo, el apóstol de la unidad
Porque enterado así de mi paradero, Camilo me escribió una carta muy cariñosa a través de Porfirio Aguilar (Manuel), quien se había encargado de llevar a Masaya a la compañera Natividad. Me decía en esa carta que estaba al tanto de mi situación, que sabía lo jodido que se habían puesto las cosas en la montaña, que necesitaba platicar conmigo para explicarme lo que él pensaba del problema de la división, y que Daniel, El Viejo Tirado López, Germán Pomares (El Danto) y Joaquín Cuadra Lacayo, querían hablar también conmigo, y se adelantaba a explicarme el interés que tenían de iniciar en el menor tiempo posible una ofensiva político-militar para salir de la parálisis en que el Frente Sandinista se encontraba, porque si no se pasaba de inmediato a la acción, nos iban a seguir matando a todos, uno por uno. Lo mismo que me había repetido tantas veces Carlos Fonseca. En resumidas cuentas, que me fuera para Granada, donde él se hallaba entonces, a fin de que nos pusiéramos de acuerdo.
Entonces, yo le dije a Porfirio Aguilar que antes de hacer ese viaje hasta Granada, necesitaba asegurar el trabajito que tenía en El Sarayal, para no dejar en el aire a Omar Cabezas en Kilambé, ni perder la comunicación con Estelí. Y como él era un hombre experimentado por haber colaborado con la guerrilla de Pancasán, y luego con El Viejo Tirado López, le pedí que se quedara a cargo de lo que yo estaba haciendo, y él aceptó muy gustoso.
Llegué a Granada a principios de junio de 1977, y Camilo me expuso el plan ofensivo de que me había hablado en su carta, y que ya empezaba a ponerse en marcha: se trataba de atacar de manera simultánea cuarteles de la Guardia Nacional en distintas ciudades del país, tomar los cuarteles y armar a la población. Me informó que el contingente que se iba a hacer cargo de esos ataques en el norte se estaba ya reconcentrando en Honduras para recibir entrenamiento acelerado, y allí mismo me dijo que por mi preparación militar en Cuba y mi experiencia de cuatro años en la montaña, yo estaba llamado a participar como instructor de ese contingente. Y que por lo tanto, era preciso que me trasladara de inmediato a Honduras, donde me esperaban Daniel Ortega y El Viejo Tirado López.
Camilo cumple su palabra
Yo me mostré conforme en aceptar la propuesta, muy consciente de que a partir de ese momento me estaba pasando a la tendencia Tercerista. Y como ya no tenía caso regresar a El Sarayal, porque mi salida para Honduras era urgente, le insistí a Camilo en la necesidad de sostener el trabajito de apoyo a Omar Cabezas que había dejado allá en manos de Porfirio Aguilar, quien tampoco debía cortar el vínculo con Estelí. Y así mismo le insistí en que no se rompiera el esfuerzo por la unidad, contándole toda mi conversación con Pedro Arauz. Camilo así me lo prometió, y así lo cumplió, porque hasta el día de su muerte se mantuvo en comunicación con la tendencia GPP, luchando por la unidad sin darse descanso. Y tampoco abandonó a Omar Cabezas.
Ese mismo año, a través de Bayardo Arce le hizo llegar hasta Kilambé un lote de armas, de las pocas que pudo conseguir en el Pacífico para el ataque al cuartel de Masaya. Por algo se le llama ahora el Apóstol de la Unidad y fue él mismo quien se encargó de procurar la libertad de Pedrito, otra de las cosas que yo le pedí. Por medio de colaboradores de Jinotega y de El Sarayal, en especial del Tío Conejo y su esposa, un matrimonio campesino que había convertido su casa en el buzón central de la guerrilla en aquella zona, se le consiguió un abogado, se juntó dinero y como a los ocho meses, Pedrito salió de la cárcel sin que hubieran podido descubrirlo. Su deseo fue volver a la montaña, en busca de Modesto, y hacia allá se fue.
En ese mismo mes de junio emprendí el viaje a Honduras, vía Chinandega. En una camioneta de pasajeros seguí para Somotillo, donde tenía que encontrarme con el baquiano que me iba a pasar a Honduras a través del río Guasaule. Me senté apartado, esperando a que llegara, y perdido en mis pensamientos estaba, con la mano en la quijada, cuando sentí que me hablaban. Alcé la vista y descubrí a un hombre de gorrita, con trazas de obrero agrícola, al que nunca antes había visto.
–Lo noto pensativo –me dijo. –Se me parece a Rubén Darío, a como sale en las fotos. Era Francisco, el baquiano. Me cayó en gracia su observación, y ya no la olvidé.
«Yo me llamo Rubén»
Aguardamos a que cayera la noche para atravesar el río, y tras varias horas de camino llegamos a Choluteca sin ninguna novedad. Puesto ya en Tegucigalpa, asistí a una primera reunión en la que estuvieron presentes Daniel Ortega (Cleto era para entonces su seudónimo, en recuerdo de Cleto Ordóñez, un líder popular del siglo pasado); El Viejo Tirado López, Germán Pomares (El Danto) y Joaquín Cuadra. Facundo Picado se hallaba allí con ellos, al fin tranquilo y contento al lado de El Viejo Tirado López.
– Bueno –me dijo Daniel al terminar la reunión– el seudónimo que tenés ya está muy quemado. Escogé otro, el que te guste.
–Rubén. Me voy a llamar Rubén –le respondí sin vacilar. Pero no le aclaré que era por Rubén Darío.
A Daniel era la primera vez que lo veía. Había caído preso en 1967, acusado del ajusticiamiento del más célebre torturador de la OSN, Gonzalo Lacayo. Fue condenado por los jueces somocistas, y tras siete años de cautiverio, en diciembre de 1974, salió libre hacia Cuba a raíz de la toma de la casa de Chema Castillo y a Germán Pomares, El Danto legendario, lo estaba conociendo también hasta entonces, lo mismo que a Joaquín Cuadra, participante del comando Juan José Quezada que ejecutó el asalto a la casa de Chema Castillo.
Había ya unos cuarenta compañeros en Honduras, varones y mujeres llegados de muchas partes de Nicaragua, combatientes guerrilleros de la época más dura en la montaña, cuadros clandestinos de la lucha urbana, y otros que encontrándose para entonces en el extranjero habían acudido al nuevo llamado. Todos ellos formaban el núcleo fundador de lo que llegaría a ser el Frente Norte Carlos Fonseca.
Las mujeres y los hombres del Frente Norte
Fuera de los que ya dije, menciono a los siguientes, a como me los va dictando la memoria. De otros me iré acordando después: nos unimos cinco que le habían quedado a El Viejo Tirado López, en su escuadra, y de quienes ya he hablado otras veces: Etanislao García, capitán del EPS; Juan Ramos (El Indio Emilio), también capitán del EPS; Chico Ramírez, el que había sido guardia nacional; Alvarito Hernández, participante en la emboscada de San Antonio de Kuskawás el 9 de septiembre de 1975, muerto en un accidente de helicóptero después del triunfo, cuando era capitán del EPS; y Carlitos Suárez, campesino analfabeta que había entrado a la guerrilla a los once años de edad, hermano del baquiano Nelson Suárez. Fue herido en la segunda insurrección de Estelí en abril de 1979, cuando tenía ya el seudónimo Guandique, y ahora es mayor del EPS.
Víctor Manuel Urbina (Juancito), que no se quedó buscando cura en Nicaragua para la lepra de montaña que le estaba comiendo la nariz, y siguiendo a Facundo Picado vino a dar a Honduras. Para esos días, ya estaba en tratamiento. La Dora María Téllez y la Leticia Herrera, para entonces compañera de Daniel, las dos ahora comandantes guerrilleras; Araceli Pérez, una muchacha mexicana muy linda, compañera de Joaquín Cuadra, asesinada en 1979 en el Reparto Veracruz, en León; Eugenia, otra mexicana que ahora es la esposa de Álvaro Baltodano; una de nombre Rosita, originaria de Chinandega; la Ramona Campos (Normita), campesina de San Antonio de Kuskawás; y la Esmeraldita, que se había venido a Honduras con Facundo y Juancito. Heriberto Rodríguez, campesino originario de Nueva Segovia, viejo de andar en la guerrilla; UIises Tapia Roa, que cayó luego combatiendo en Masaya; Cristóbal Vanegas, del Barrio de Monimbó de Masaya, muerto después del triunfo junto a Alvarito González, en el mismo accidente de helicóptero, cuando era jefe del Estado Mayor de la VI Región Militar; Luis Rivera Lagos (Santos), también de Masaya, ahora capitán del EPS.
Elías Noguera, de Boaco, que llegaría a ser puntal del Frente Norte, como jefe de la Columna Facundo Picado, ahora comandante guerrillero; Carlos Manuel Jarquín y Roger Deshon Argüello a quien yo había conocido en el Cuartel de los Bervis en 1972, caídos los dos en el Reparto Veracruz, en León, junto a Araceli; Juan Ramos, ahora capitán del EPS. El Cuervo Guerrero, militante sandinista de los tiempos de Daniel; Jorge Sinforoso Bravo, ese gran jodedor y bromista que cayó en octubre de ese mismo año de 1977 en el puente de Los Cabros, cerca de Chichigalpa, cuando andaba preparando con Lenín Cerna el ataque al cuartel de Chinandega; Óscar Benavides, de mi mismo barrio de El Zapote, el compañero de Filemón en las luchas sindicales, también liberado de la cárcel en diciembre de 1974, y que iba a morir en Nueva Guinea en 1979. Emerson Velásquez, ahora capitán del EPS. Era responsable del trabajo del Frente Sandinista en Chinandega, adonde volvió unos días antes de terminar el entrenamiento. En 1978 fue jefe de la primera insurrección de Chinandega junto con Blas Real Espinales, caído en la lucha.
«Romper brecha a punta de bala»
Allí en esa primera reunión que tuve con Daniel, El Viejo Tirado López, El Danto y Joaquín, en otras posteriores con ellos mismos, y en las conversaciones que sosteníamos entre los demás compañeros que nos disponíamos a entrar en combate, no se hablaba de encuevarse en la montaña, de aguantar plomo y huirle a la guardia. Se hablaba de entrar a Ocotal, la cabecera departamental de Nueva Segovia, atacar el cuartel, ocuparlo, armar a la población, tomarse la ciudad, controlar las carreteras, romper brecha a punta de bala, pegar con la Brigada Pablo Úbeda, y sumaria, insurreccionar a los campesinos en las comarcas, avanzar sobre Estelí, dominar Estelí y agarrar viaje para Managua. Y las otras columnas, que para entonces ya estarían posesionadas de San Carlos, en Río San Juan, Sapoá, Rivas, Masaya y Chinandega, iban a confluir también hacia Managua, varios frentes de guerra despertando al mismo tiempo, combatiendo en diferentes regiones, en el norte, en el sur, en el occidente del país, liberando las ciudades y marchando hacia Managua.
Que la gente oyera los ruidos del combate, que viera con sus propios ojos caer a los guardias, que agarrara los fusiles de los guardias muertos. Nada de eso era para pasado mañana, la ofensiva iba a desatarse en el mes de octubre de ese mismo año. Y nada de eso era nuevo para mí, porque estaba en la visión de Carlos Fonseca, quien había muerto convencido de que ésa era la salida, y no sólo lo repetía en aquellos últimos meses antes de su caída. Desde el año 1972, cuando estábamos en Cuba, Carlos y también Humberto, nos hablaban de lo mismo: era necesario contar que el pueblo le perdiera el terror a la guardia, había que alentarle la osadía a las masas, quitar de las mentes la creencia de que sólo a los guerrilleros les entraban las balas, demostrar en el combate que los guardias no tenían nada de inmortales. Y eso se iba a lograr hasta que el pueblo oyera sonar los tiros por todos lados y viera a los guardias muertos.
En la imagen los comandantes Daniel Ortega Saavedra (derecha) y Víctor Tirado López (izquierda), Primer y Segundo Jefe del Frente Norte Carlos Fonseca.
Al mismo tiempo, se iba a dar otro paso audaz, que consistía en concertar una alianza con los sectores descontentos de la burguesía y con los partidos tradicionales de oposición a Somoza. Al estallar la ofensiva, se planeaba también anunciar un gobierno provisional amplio, que ya se estaba formando, como una respuesta política al éxito militar que tuviéramos, y en el que iban a participar empresarios patriotas, sacerdotes, profesionales, intelectuales, gente de prestigio. Y ese éxito militar nosotros lo veíamos seguro en aquel momento, porque se trataba de una cadena de acciones ininterrumpidas, hasta entrar en Managua. La toma del poder, de una vez por todas. Y también era cuestión de demostrarle al mundo que el FSLN no estaba muerto, no estaba destruido, que tenía fuerza, demostrarle al pueblo que no estaba solo, que íbamos al triunfo. Y en el peor de los casos, quitarles presión a los compañeros de la montaña, que seguían en una situación desesperada, lo cual no era ningún cuento.
Muchos de nosotros veníamos precisamente de allá, y éramos los últimos que quedábamos, aparte de la gente de Omar Cabezas en Kilambé, que era poquita, y la Brigada Pablo Úbeda que no tendría entonces más de quince o veinte compañeros. Porque después de la muerte de Carlos Agüero, la situación se volvió más dura e inclemente para ellos. En febrero había caído Aurelio Carrasco (Chicón), en Aguas Calientes, en el sector de Las Nubes; en agosto, Roberto Calderón (El Puma) tuvo que entregarse sin más remedio a la Guardia en Sofana, al quedarse perdido, solitario por cuatro largos meses. Otros, perdidos también, como el caso de un pequeño grupo en el que iba Hugo Torres, quien se integró más tarde a las estructuras Terceristas, tras caminar seis meses en la selva lograron salir a Honduras por el río Patuca, cuando ya se había dado la ofensiva de octubre, ignorantes de que la guerra cambiaba de curso. Juan de Dios Muñoz iba a ser capturado el 26 de agosto en Estelí, junto con Raúl González Almendarez, siendo asesinados los dos posteriormente. Y por otro lado, el 16 de septiembre iba a caer combatiendo Martiniano Aguilar en la montaña, y el 23 de ese mismo mes, le tocaría la misma suerte a El Pelón Casimiro, que moriría en Zinica junto a Aquiles Reyes Luna (Amílcar).
Rigurosa disciplina, entrenamiento intenso
Aquello ahora sí me gustaba, porque era otra cosa, entrábamos en otra dinámica. Y muy lleno de entusiasmo, me trasladé al departamento de El Paraíso, para empezar el entrenamiento. Se montaron dos escuelas, bajo absoluto secreto, ubicadas en fincas de colaboradores hondureños, una cerca de Danlí, y la otra cerca de un pueblecito, en el valle de El Ángel. Al mando de la primera que mencioné quedaron Germán Pomares (El Danto) y Facundo Picado, y al mando de la otra, Óscar Benavides y yo.
En ambos campamentos se impuso una disciplina muy estricta, y los combatientes fueron sometidos desde el primer día a un régimen duro de entrenamiento, sin tregua ni respiro, porque había que estar listos cuanto antes. Y tan buenas resultaron las medidas de seguridad, que no tuvimos ni un sólo incidente de denuncia, y el ejército hondureño no logró detectarnos nunca y mientras empezaban a funcionar las escuelas, otros grupos se dedicaban al trabajo de exploración en Nueva Segovia, identificando las rutas, eligiendo los mejores sitios para levantar los campamentos y para ocultar los buzones de armas y comida, y buscando contactos en Ocotal para reactivar las redes de colaboradores, desde los antiguos partidarios de Sandino, hasta los de las épocas más recientes, de 1970 y de 1975.
Se trataba de revivir las estructuras golpeadas por la guardia a raíz de la represión de 1975, cuando el trabajo en Macuelizo y Ocotal quedó desmantelado. Bajo las órdenes de El Viejo Tirado López y de Germán Pomares (El Danto), trabajaban en esa línea Heriberto Rodríguez, que era de esa región, Carlos Manuel Jarquín, por ser originario de Ocotal y Pastor Montoya, que vivía en Totogalpa, hijo del viejito Bonifacio Montoya, asesinado en 1975, y cuyo nombre llevaba ahora la columna de Omar Cabezas, y procuramos también atraer a la gente de Estelí. Yo le escribí a mi papá explicándole los nuevos planes, y Óscar Benavides le escribió a sus familiares, para ganarnos a través de ellos el apoyo de los amigos y los viejos colaboradores.
El propio Germán Pomares (El Danto), que era diestro en ardides, se metió varias veces hasta Ocotal junto con Carlitos Suárez, Heriberto Rodríguez y Carlos Manuel Jarquín, para estudiar la situación del cuartel; se sentaban en una banca del parque, como ociosos que están platicando, y en sus cabezas anotaban las entradas y salidas de los guardias, el número de centinelas, la forma en que estaba defendido el perímetro. Y se puso en juego a partir de entonces otro elemento nuevo, que iba a ser la propaganda.
Herty Lewites se apareció un día en los campamentos de entrenamiento a tomarnos fotos, y esas fotos se publicaron en los periódicos una vez que habían estallado las acciones. Los guerrilleros del naciente Frente Norte posamos frente a la cámara de Herty empuñando poderosas armas de guerra, fusiles automáticos y carabinas, aunque a decir verdad, los magazines no correspondían a las armas. Si alguien se fijaba bien, se daba cuenta de que esas armas, así como figuraban en las fotos, no servían para nada.
Pero ya se acercaba la hora. Venía octubre, y los incrédulos iban a saber que el Frente Sandinista existía, y que estábamos decididos a la victoria.
La chispa estaba prendida
El 9 de octubre de 1977 abandonamos los campamentos en Honduras para penetrar al territorio de Nicaragua, y en una sola columna, bien pertrechados, emprendimos una marcha de tres días por las estribaciones neblinosas de la cordillera de Dipilto.
La columna iba al mando de Daniel Ortega, y El Viejo Tirado López era el segundo jefe. El Estado Mayor lo componíamos Germán Pomares (El Danto), Joaquín Cuadra, Óscar Benavides y yo. Por primera vez éramos dueños de una ametralladora calibre 30, y en el arsenal de guerra se lucían dos subametralladoras Thompson, fusiles FAL, rifles Garand y carabinas.
El 12 de octubre, entre ocho y nueve de la noche, tal como estaba previsto en los planes, alcanzamos sin novedad la carretera panamericana, a media distancia entre Ocotal y el puesto fronterizo de Las Manos. Allí, propiamente frente al portón de la hacienda “San Fabián”, debíamos esperar los vehículos, aportados por colaboradores, para movilizarnos hasta Ocotal, distante apenas cinco kilómetros, y atacar el cuartel en las primeras horas de la madrugada del 13 de octubre.
Fallaron en llegar los vehículos, por algún problema de esos que nunca faltan, miedo o imposibilidades de última hora, y entonces Daniel decidió que Germán Pomares se apostara en la carretera al mando de una escuadra en la que iba Alvarito Hernández, para detener y requisar los primeros vehículos que pasaran, mientras el resto de la columna esperaba emboscada a ambos lados de la ruta.
Pero ya puestos los retenes, dio la mala casualidad que los primeros focos en aparecer en la carretera fueran los de un jeep militar que venía de Las Manos. Al dársele el alto, los guardias abrieron fuego, trabándose un combate con la escuadra de El Danto. En el combate murieron tres de los guardias y salieron heridos algunos civiles, porque atrás venían otros vehículos. No hubo ninguna baja de parte nuestra. En la confusión, uno de esos vehículos logró evadir los retenes y siguió a toda velocidad hacia Ocotal. Al verlo alejarse, nos dimos cuenta que el factor sorpresa se había perdido, porque los ocupantes irían directo al cuartel a denunciar nuestra presencia, como en efecto sucedió. El plan original se venía abajo, y ya no era posible el ataque al cuartel.
Dos grandes emboscadas
Regresar a la cordillera de Dipilto significaba establecernos allí como una fuerza guerrillera, otra vez al mismo cantar. Y como no era ése el propósito, el mando decidió que lo mejor era preparar dos grandes emboscadas y esperar a las patrullas de la guardia, que necesariamente tenían que llegar desde Ocotal a averiguar lo que había ocurrido. Se ordenó dividir la columna en dos fuerzas, situándose a la distancia de cuatrocientos metros una de otra, con posiciones de tiro en las alturas a ambos lados de la carretera.
La primera, al mando de Daniel y de El Viejo Tirado López, que era la más numerosa, se ubicó hacia el sur, buscando Ocotal; y la segunda, al mando de El Danto y de Joaquín Cuadra, más hacia el norte, frente a la hacienda San Fabián. Óscar Benavides, Facundo Picado y yo, quedamos en la primera fuerza al mando de Daniel y esperamos, toda la noche esperamos. Hasta que cerca ya del amanecer, como a las cinco de la mañana, se presentó la primera patrulla de la guardia a bordo de tres jeeps. Los dejamos avanzar, y cuando llegaron a la entrada de la hacienda, rompió el fuego la fuerza de El Danto y cayeron en la segunda emboscada. En seguida aparecieron más jeeps, camiones repletos de soldados, y entonces fuimos nosotros los que rompimos el fuego y ya no pudieron pasar.
Los guardias, peleando en desventaja a lo largo del tramo de carretera, desesperaban por desalojarnos de las posiciones protegidas que teníamos y nunca lo consiguieron. En esos combates comenzamos a usar los famosos niples, tubos de cañería rellenos de dinamita, con una mecha pirotécnica, confeccionados bajo la dirección de la Leticia Herrera, experta en explosivos. Ulises Tapia, que por haber vivido desde muy pequeño en Masaya conocía el arte de los morteros de feria, hizo de bombero en ése y otros combates, lanzando con precisión los niples, que hacían estragos entre los guardias.
Uno de los jefes de las patrullas, un teniente de apellido Guillén, famoso esbirro de Ocotal, se aventuró a subir por una escarpada buscando cómo alentar a su tropa a que avanzara, y uno de los compañeros, Luis Rivera Lagos (Santos), le disparó a corta distancia, matándolo en el acto. Le quitó la carabina M-2 de ráfaga que llevaba, le quitó la pistola, una esclava y un reloj de oro macizo, el anillo de graduación de la Academia Militar, y la documentación que andaba encima. Era uno de los primeros oficiales de la Guardia Nacional que yo veía caer en todos mis años de guerrillero.
En la imagen, el Comandante Ulises Tapia Roa, fundador del Frente Norte Carlos Fonseca, caído en la Insurrección de Septiembre de 1978 en Masaya.
«Seis horas de pijeo intenso»
El combate duró desde las cinco hasta las once de la mañana, seis horas de pijeo intenso, sin descanso, hasta que aparecieron en el cielo las avionetas Push-and-pull de la Fuerza Aérea. Volando en picada, comenzaron a rafaguear con fuego de ametralladora las posiciones nuestras, y a lanzar rockets, lo cual nos obligó a retirarnos hacia la cordillera de Dipilto, dejándoles una gran mortandad sobre el pavimento y montones de heridos.
Abandonamos el terreno en orden, sin haber tenido una sola baja, salvo un compañero al que le decíamos Guerrillero Urbano que fue rozado por una bala en el pie izquierdo, nada grave. Había sido una verdadera victoria, la primera acción del Frente Sandinista sin muertos ni capturados. El primero que recibió la orden de retirarse fui yo, y lo hice a la cabeza de una escuadra de ocho combatientes, varias de las mujeres, entre ellas: la Esmeraldita, la Normita, la Rosita, y las dos mexicanas, la Araceli y la Eugenia. Todas pelearon valientemente y también la Leticia Herrera y la Dora María Téllez se fajaron duro, la Dora María al lado de Carlos Manuel Jarquín, quien tenía a su cargo la ametralladora calibre 30.
La madrugada del mismo 13 de octubre, las fuerzas al mando de José Valdivia que debían tomar San Carlos, en Río San Juan, al otro lado del país, cumplieron con su cometido. Ocuparon el poblado y atacaron el cuartel, retirándose cuando aparecieron los Push-and-pull. Había sido por eso que los aviones, ocupados desde temprano del día en San Carlos, llegaron tarde a bombardearnos a nosotros.
No se dio el ataque a Rivas, falló el ataque a Chinandega porque mataron a Jorge Sinforoso Bravo, quien junto con Lenín Cerna era el responsable de dirigir la acción, como ya había dicho antes. El ataque al cuartel de Masaya tampoco cristalizó, por fallas de comunicación con Camilo Ortega, y sólo ocurriría hasta varios días después, el 17 de octubre, la misma fecha en que cayó Pedro Arauz Palacios (Federico) en Tipitapa.
Ese día, mientras se asediaba el cuartel desde el parque y las torres de la iglesia parroquial, un retén de sólo dos compañeros detuvo por horas, en un puentecito de la carretera, a los refuerzos de la guardia que iban desde Managua hacia Masaya, con tanquetas a la cabeza de la columna; y no pudieron pasar hasta que mataron a los dos compañeros del retén. Se cerraron en Managua los bancos, los comercios, las escuelas. La guerra estaba ya en las vecindades del bunker de Somoza, la gente estaba oyendo los combates.
Lo que sería el gobierno provisional, se transformó en el Grupo de los Doce, y el mismo 17 de octubre, día del ataque al cuartel de Masaya, sus integrantes publicaron en Costa Rica un comunicado de respaldo al Frente Sandinista, que fue difundido en Managua y causó un gran impacto porque allí aparecían las firmas de banqueros, empresarios, sacerdotes. Somoza, encolerizado, ordenó procesarlos a todos por sedición.
Los acontecimientos ocurridos durante esos días de combate frontal no correspondían, en verdad, a los planes trazados originalmente. Pero habíamos logrado poner a la dictadura a la defensiva y aliviar a los compañeros de la montaña, porque la guardia, ocupada en defenderse y reforzarse donde la estábamos atacando, se vio obligada a retirar tropas de Zelaya Norte, debilitándose así el cerco que encerraba a la Brigada Pablo Úbeda.
«No dormirse, no descansar, golpear y seguir golpeando»
Ya reunida toda la columna, llegamos al anochecer de aquel 13 de octubre a las primeras estribaciones de la cordillera de Dipilto, donde escogimos sitio para acampar. Una baja imprevista tuvimos durante la marcha: el Cuervo Guerrero se durmió en uno de los altos, lo dejamos atrás sin darnos cuenta de su ausencia, y cuando Facundo Picado volvió a buscarlo con una escuadra de compañeros no lo encontró. Hasta más tarde supimos de su prisión, denunciado por un viejito campesino que le había dado refugio en su casa.
Puestos allí esa noche, fuimos convocados por el mando y recibimos la orden de dividirnos en dos grupos: uno jefeado por El Danto, compuesto por quince compañeros, entre ellos yo, debía tomarse sin tardanza el poblado de Mozonte, en las vecindades de Ocotal. El otro grupo, con Daniel a la cabeza, seguiría subiendo por la cordillera para establecer un campamento permanente, base de las escuadras que iban a desencadenar acciones ofensivas, de manera continua, sobre los valles, las poblaciones y las vías de comunicación. La consigna era no aceptar combate en las alturas de la cordillera, salir a buscar al enemigo, hostigarlo; tampoco nadie podía regresar a Honduras, se nos dijo, salvo para asegurar tareas logísticas.
Teníamos encima muchos días de entrenamiento constante, jornadas agotadoras de marcha, desde Honduras hasta San Fabián, de San Fabián de vuelta a la cordillera de Dipilto, caminatas chabacanas en subida por las crestas, agobiados bajo la carga de grandes pesos, explosivos, minas, municiones; y teníamos encima el desvelo, la tensión y la fatiga del combate, todo el mundo estaba muy lastimado físicamente. Pero las órdenes eran no dormirse, no descansar, golpear y seguir golpeando y el 15 de octubre, cerca de las nueve de la noche, le caímos por sorpresa a Mozonte, dominando sin muchas vicisitudes la guarnición que estaba defendida por cinco números, entre guardias y jueces de mesta, uno de los cuales salió herido en el combate.
Los capturamos a todos, y al jefe de la guarnición, un sargento, lo enviamos desarmado a Ocotal, para que diera aviso del ataque, a ver si se resolvían a desplazar refuerzos, y emboscarlos. Pusimos en libertad a los reos que tenían en la bartolina del cuartel, y cortamos las líneas del teléfono y el telégrafo. Reunimos a la población en la placita para celebrar un mitin político; compramos provisiones en las pulperías, y después nos dedicamos a conversar tranquilamente con los vecinos. Asustados, nos preguntaban si éramos guerrilleros cubanos, y nosotros explicándoles que nada de eso, que habíamos nacido allí mismo, en Ocotal, en Estelí, éramos de León, de Managua, campesinos como ellos, obreros, estudiantes nicaragüenses. Y la gente, sencilla, no salía de su asombro porque nos oían hablar de la misma manera, con su mismo acento.
A la una de la madrugada, nos retiramos en dirección a Bonete de Las Trojes, otra vez sin ninguna baja, y sin que aparecieran los refuerzos de Ocotal, llevándonos como trofeo de guerra la bandera de Nicaragua que izaban los guardias frente al cuartel. El 25 de octubre, a las diez y treinta de la noche, ocupamos el poblado de San Fernando, quince kilómetros al este de Ocotal. Hicimos explotar una bomba de niple sobre el techo del cuartel, y tras un ataque con fuego de ametralladoras, conseguimos que se rindiera la guarnición. Recuperamos armas y municiones, volvimos a reunir a la población, y en el mitin, el alcalde fue conminado, frente a todos, a renunciar a su puesto. A las dos de la madrugada; tras comprar otra vez provisiones a los pulperos, iniciamos la retirada con destino a El Mojón, entre Mozonte y San Fernando.
Noviembre de plena ofensiva
En las semanas siguientes, divididos en escuadras de cinco compañeros cada una, logramos dar término con el mismo éxito a todos los otros operativos que nos propusimos, a veces varios el mismo día, con apenas diferencias de horas. El 11 de noviembre, a plena luz del día, ocupamos la hacienda El Volcán, donde reunimos a los obreros agrícolas para explicarles las razones de la lucha.
Al día siguiente, 12 de noviembre, a las dos de la madrugada, asaltamos la finca Mi Ilusión, propiedad del coronel Carlos Orlando Gutiérrez, un esbirro de marca mayor que se hacía apodar El Ranger, comandante departamental de Nueva Segovia. Se le prendió fuego a la lujosa casa-quinta que tenía allí para sus paseos y bacanales, y los reos de confianza, que le trabajaban sin paga, fueron puestos en libertad. Pocos días después, Somoza lo destituyó, dejándolo en la casual.
Y así, el 30 de noviembre nos tomamos la hacienda El Amparo, y el 2 de diciembre cayó en poder nuestro el poblado de Santa Clara. El 8 de diciembre, mientras El Danto, a la cabeza de una escuadra ocupaba en acciones sucesivas la hacienda Las Camelias, El Limón y varios otros de esos pueblitos de Nueva Segovia, Óscar Benavides y yo, al mando de otra escuadra nos apoderábamos del puesto fronterizo de Las Manos. Allí recuperamos varios fusiles Garand, subametralladoras, pistolas 45, revólveres 38, y las escopetas de cacería y también requisamos documentación.
El 10 de diciembre, una fuerza de quince compañeros al mando de Joaquín Cuadra le tendió una emboscada a una patrulla de la guardia en el puente de Lisupo, sobre la carretera entre San Fernando y Mozonte. Cinco muertos y muchos heridos tuvo el enemigo en esa emboscada y se logró recuperar allí una importante cantidad de armas y municiones. Participaron en la acción Facundo Picado, la Dora María, Elías Noguera, Carlos Suárez, Juan Ramos, Chico Ramírez y Carlos Rojas, quien tomó fotografías de ese combate. En una de las fotos se ven los momentos en que los compañeros están cargando con los fusiles y pertrechos, tras la derrota de la guardia.
«¡Muerte al somocismo!»
Entre los muertos se identificó al capitán GN Humberto Reyes, jefe de la patrulla emboscada, al que llamaban El Tigre de Waslala porque sus carnicerías y atrocidades en la montaña lo habían hecho merecer ese nombre. Se le quitó de encima al cadáver una serie de documentos muy valiosos, listas de jueces de mesta y de paramilitares, y un reloj de oro puro que valía no menos de dos mil dólares.
Nos tomamos también planteles madereros, el plantel de la Plywood, por ejemplo. Antes de retirarnos pintábamos con spray en los tractores y los camiones las siglas FSLN, consignas: “¡Viva la insurrección popular sandinista!”, “¡Muerte al somocismo!”, y así entraban tractores y camiones a Ocotal y Estelí, luciendo esos rótulos ante la admiración de la gente. En todas las operaciones cumplidas durante esos meses no tuvimos una sola baja, salvo las del comienzo, que ya dije: el Guerrillero Urbano, herido levemente en un pie en el combate de San Fabián, y el Cuervo Guerrero, que se durmió inadvertido en un descanso de la marcha.
Teníamos la iniciativa. Y además de la propaganda armada y de que estábamos fogueando permanentemente a los combatientes, seguíamos logrando que la guardia se viera obligada a abandonar sus operaciones contrainsurgentes en las montañas de Matagalpa y Jinotega, que aflojara el cerco en Zelaya Norte, con lo que disminuía también la ferocidad de la represión contra los campesinos en todas aquellas comarcas. Es cierto que no pudimos establecer comunicación directa con los compañeros de la montaña que respondían a las estructuras de la tendencia GPP ni integramos militarmente con ellos: la gente de Modesto en Zelaya Norte y la gente de Omar Cabezas en Kilambé, como estaba originalmente en los planes. Pero al mantener nosotros ocupada a la guardia en Nueva Segovia, ellos consiguieron revivir sus contactos con Matagalpa, con Estelí, con las ciudades del Pacífico, abrir otros nuevos con Siuna y Bonanza, en el Atlántico. Lograron fortalecer el frente guerrillero de Kilambé, fortalecer a la Brigada Pablo Úbeda, meter más cuadros, Lumberto Campbell, lrving Dávila, que subieron a Iyas entonces junto con otros compañeros del Pacífico, y otra vez meter góndolas con armas, municiones y comida.
Ya para entonces, la Guardia creía que nosotros éramos miles de guerrilleros. Habían reforzado las guarniciones, habían llevado a Nueva Segovia sus mejores tropas, operaban con aviones y helicópteros, desplegaban luces de bengala para alumbrar los cerros que rodean Ocotal, temerosos de un ataque nocturno. Ellos creyéndonos miles y nosotros éramos apenas cuarenta, moviéndonos en grupitos de cinco, de diez, de quince, apareciendo por donde menos esperaban, golpeándolos día a día, sin respiro.
Y mientras tanto, crecía la agitación en el Pacífico al terminar ese año de 1977. Se sucedían, como nunca antes, las huelgas y manifestaciones de protesta, se multiplicaban las pintas en las paredes, las patrullas de la guardia capturaban y reprimían en los barrios de Managua, León, Chinandega, Masaya y Diriamba, nacían los primeros brotes de rebeldía en Monimbó, los combatientes del Frente Sur hostigaban en el borde fronterizo de Costa Rica. Y la burguesía, asustada, buscaba cómo dialogar con Somoza.
Monimbó y Camilo
Asesinan, entonces, a Pedro Joaquín Chamorro el 10 de enero de 1978 y el pueblo, enardecido, levanta las primeras barricadas en la carretera norte de Managua, incendia la empresa Plasmaféresis, un negocio de compra de sangre humana propiedad de Somoza y cubanos gusanos, y la fábrica de telas El Porvenir, también propiedad de la familia Somoza. Se insurrecciona Monimbó, aparecen las máscaras indígenas y las bombas de contacto. Y a principios de febrero, el Frente Sandinista se toma Granada y se toma Rivas y obliga a la guardia a replegarse dentro de los cuarteles.
Y cuando Camilo Ortega se traslada a Monimbó, en plena insurrección, lo asesina la guardia en Los Sabogales. Pero ya la chispa estaba prendida, y Nicaragua era un reguero de pólvora. En Nueva Segovia, nosotros continuamos el ritmo de las acciones durante esos primeros meses de 1978, con el campamento principal establecido siempre en la cordillera de Dipilto. Manteníamos abiertas las rutas con Honduras para el paso de armas y municiones, habíamos montado otras escuelas de entrenamiento en El Paraíso y ya Hugo Torres estaba a cargo de todas las operaciones de retaguardia en Tegucigalpa. La fuerza original de cuarenta compañeros empezó a crecer, ya éramos unos sesenta, nutridos con nueva gente de Ocotal y otros poblados, estudiantes y exiliados llegados de México, algunos campesinos hondureños.
Aún sin ser muchos teníamos a esas alturas una óptima experiencia combativa, y para los días en que ardía la insurrección de Monimbó quisimos ponerla en práctica, lanzando un ataque de mayor envergadura. Las tropas de la guardia habían montado su campamento principal en las alturas de la cordillera de Dipilto, en un lugar llamado El Rosario, para dirigir desde allí las operaciones contrainsurgentes, igual a como lo habían hecho antes en Waslala y Río Blanco. Entonces, el 3 de febrero de 1978, todas nuestras fuerzas disponibles fueron concentradas bajo el mando de Daniel Ortega y cayeron de manera sorpresiva sobre el campamento. Se le hicieron al enemigo cerca de cuarenta bajas y se logró desalojarlo de todas sus posiciones, poniéndolo en desbandada. Junto con Daniel participaron en el mando de esa operación, de la que yo estuve ausente, El Danto, Joaquín Cuadra y Óscar Benavides.
A Pedrito lo despellejaron vivo
Por parte nuestra solamente tuvimos un muerto, un compañero de Chinandega de nombre Pedrito, que fue capturado vivo; lo torturaron y lo despellejaron, le cortaron el pene y se lo pusieron al cadáver en la boca. Facundo Picado fue herido en la nariz por un charnel. Pero a pesar de todos esos éxitos, y de que nos manteníamos permanentemente a la ofensiva, la situación empezaba a tomar, otra vez, el rumbo que nosotros no queríamos. La guardia reprimía ya indiscriminadamente en toda la región, asolando los valles, quemando los ranchos de los campesinos y desalojando por la fuerza caseríos enteros. Y ahora nos presentaba combate en la propia cordillera de Dipilto, con lo cual estábamos cayendo de nuevo en la vieja historia de la guerra de guerrillas en áreas de montaña, viéndonos obligados a pelear aislados en las alturas, lejos de la población. Además, el ejército de Honduras comenzaba a cercarnos por el lado de la frontera, en operaciones concertadas con la guardia, dificultándonos el aprovisionamiento y las comunicaciones.
Durante una de esas operaciones de yunque y martillo, bautizada como Operación Veloz, los hondureños capturaron el 14 de febrero en el borde fronterizo a Óscar Benavides; y el 10 de marzo capturaron a El Danto junto con Ulises Tapia y Alvarito Hernández. Los sorprendieron dentro de una casa, en la hacienda Peñas Blancas, de El Paraíso, cuando se ocupaban en la misión de trasladar a la escuadra de Joaquín Cuadra de Macuelizo a Dipilto. El Danto y los otros dos compañeros fueron llevados a la Penitenciaría Central de Tegucigalpa, donde ya tenían a Óscar Benavides; y allí, El Danto, gracias a que era muy matrero, entró en grandes intimidades con los guardianes y llegó a caerles en gracia, de modo que a través de ellos podía sacar correspondencia y comunicarse con Hugo Torres. Después tuvieron que ponerlos libres a todos y los deportaron a Panamá a finales de ese mismo mes de marzo.
El Frente Norte Carlos Fonseca había servido en esa primera etapa de casi seis meses de lucha como una gran escuela de fogueo y como un semillero de cuadros de primera línea. Y ahora era preciso regar las semillas en otros puntos del país para fortalecer la continuación de la guerra insurreccional, que seguía siendo el gran objetivo. No una guerra de guerrillas en la cordillera de Dipilto, sino la insurrección nacional, de forma permanente, sin interrupción. Por esas razones es que se vio necesario romper el círculo vicioso y pasar a otra etapa distinta. No se trataba de hacer desaparecer el Frente Norte, sino de darle otro sentido.
Lista de combatientes de San Fabián
1. Daniel Ortega (Cleto)
2. Víctor Tirado (El Viejo, El Canoso)
3. Germán Pomares (El Danto, qepd)
4. Francisco Rivera (Rubén, qepd)
5. Facundo Picado (qepd)
6. Oscar Benavides (qepd)
7. Cristóbal Vanegas (Javier, qepd)
8. Álvaro Hernández (qepd)
9. Ulises Tapia (qepd)
10. Miriam Tinoco (Rosita, qepd)
11. Aníbal García (Pedrito, qepd)
12. Aracelli Pérez (mexicana, qepd)
13. Carlos Manuel Jarquín (qepd)
14. Víctor Manuel Urbina (Juancito, el humilde compañero, qepd)
15. Francisco Ramírez (qepd)
16. Carlos Rojas (Julio, El doctorcito, qepd)
17. Ramona Campos (Norma)
18. Leoncia Granados Martínez (Esperanza)
19. Victoria de Jesús Gutiérrez Montiel (Cosita)
20. Leticia Herrera
21. Elías Noguera (René)
22. Juan Ramón Ramos (Indio Emilio)
23. Carlos Suárez (Wandique, hermano de Nelson)
24. Eugenia Monroy (mexicana)
25. Julio Alemán Ortiz
26. José Luis Rivera Lagos (Recluta, Santos)
27. Joaquín Cuadra
28. Dora María Téllez
29. Jorge Guerrero (El cuervo)
30. Juan Salgado (Leoncito)
31. Gustavo Villanueva (Guerrillero Urbano, GU)
32. Enrique Jardiel Mayorga (el poeta)
33. Salvador Bravo (Edwin)
34. Manuel Plata
35. Gerardo Hernández (Chepe)
36. Etanislao García
Por Francisco Rivera Quintero, Rubén El Zorro (Extraído de su libro testimonio a Sergio Ramírez Mercado)
Fuente: La Primerísima
Es importante que haya un formato, cómo Cuaderno Sandinista, que recoja la historia de lucha de nuestro pueblo y otros temas de nuestro país, de forma resumida o síntesis, para ofrecer información de interés fácil de entender para cualquier ciudadano y sin el aburrimiento que, para muchos, les resulta tener que leer todo un libro de cienes de páginas; me parece que sería muy provechoso seguirlo de esta manera, cómo por episodios, por ejemplo, aquí él énfasis redundó en el Frente Norte.
Me parece a bien tratar de recoger las distintas situaciones que se presentaron en cada uno de los frentes de guerra, para así formar la Verdadera Historia de Nicaragua que derrotó al régimen somocista.