Un proceso de continua resistencia, jornada que inició un 17 de Abril de 1523, cuando Diriangén, junto a 4 mil indígenas enfrentara por primera vez a Gil González Dávila, desde entonces, a través de las diferentes etapas históricas, Nicaragua continua en resistencia, por la vida, por la soberanía, contra los poderes imperiales.
Coraje ante la desigualdad de fuerzas
Hoy conmemoramos un año más de resistencia indígena, negra y popular; anti colonial y acerada en siglos de lucha y valentía. Se trató de una resistencia general por la vida, por la existencia, donde tribus que no habían luchado más que entre ellas por territorios, enfrentaban a un imperio y sus bandas conquistadoras.
Fue el oro y un estrecho paso para conectar ambos océanos el principal botín que motivaba a los españoles, sumado al incesante deseo de su Reinado por ampliar sus territorios; bandas de conquistadores decididos a saquear las tierras que luego llamarían Nicaragua y exterminar su cultura, su población.
En 1523 Gil González Dávila entró a Nicaragua por el sureste, procedente del Darién en Panamá, zona de desembarco; siendo el desconocimiento e ingenuidad de algunos caciques lo primero que encontraran, recibió regalos en oro por parte del cacique Nicarao, quien luego sabría del verdadero objetivo de las huestes foráneas.
Encontró Dávila la primera resistencia por parte de la tribu de Diriangén, aguerrido cacique conocido por su capacidad de combate, quién, junto a 4 mil indígenas enfrentara a las tropas armadas de los españoles, obligándolos a retirarse nuevamente a tierras panameñas.
Fiebre del Oro, motivo de guerras entre bandas
A finales de 1523, tras las primeras excursiones de Gil, las noticias de exuberantes riquezas en Nicaragua, sus recursos naturales y forma geográfica, llegaron a oídos de muchos más conquistadores españoles, lo cual hizo que tanto Pedrarias Dávila enviara tropas, como Hernán Cortés.
Ciegos por el brillo de los «castellanos» como llamarían a las piezas de oro, a inicios de 1524 iniciarían disputas internas, batallando y asesinando a miembros de las otras bandas, en busca de la exclusividad en el saqueo de nuestras tierras, terminando con asesinatos y ejecuciones entre ladrones.
A la par, los nativos se sublevaban constantemente, aprovechando las contradicciones de los españoles, quienes al «resolver» con sangre sus diferencias, emprendieron la obra aniquiladora en todo el territorio, desatando un sistema de violencia espantosa, con un sistemático aniquilamiento de la población existente; mientras los débiles se rendían, los más aguerridos eran encerrados en zonas o territorios especiales.
«Los naturales presentaron desde el principio una tenaz guerra de resistencia. Se encontraron de improviso invadidos y guerreados de manera cruel. Se les quitaba bienes, mujeres, se les esclavizaba y mataba, se destruían sus templos y sus sacerdotes eran quemados en la hoguera».
Destrucción de la sociedad indígena
Cortés terminaría por escapar, debido a la férrea lucha, sin embargo la nueva realidad de los originarios los encontraba despojados de sus tierras, familias, estructura social, política, religiosa y cultural; despojados de su estado humano, convertidos en esclavos, sin comprenderlo a profundidad, las tribus locales estaban librando una guerra de liberación nacional, como exclamara el saqueador Pedro de Anglería:
«…Oh maravilla, aquella gente desnuda e inerme derrotó siempre a los nuestros soldados, vestidos y armados, los destruyó sin dejar uno en ocasiones y los acribilló de heridas a todos…»
Esta heroica resistencia no se limitaba al combate y la guerra, se expandía en lo ideológico, la batalla por la identidad, la cultura y las tradiciones, fue con un costo muy alto y en la clandestinidad que se preservaban las costumbres más autóctonas, siendo poco a poco exterminadas por la política de opresión militar, económica e ideológica de la colonia.
Comercio con humanos y sublevaciones continuas
Las políticas impuestas por el nuevo orden incluyeron el comercio de indígenas, desplazamiento de los cacicazgos en mayor resistencia hacia las montañas, introducción de esclavos y esclavitud interna; caza de esclavos por diversión y trabajos forzados hasta la muerte, comúnmente se podía ver a nativos morir de cansancio por cargar el oro robado durante semanas, sin descanso.
Las sublevaciones eran continuas, en desigualdad de fuerzas, se daba en el Pacífico con menor intensidad y en la zona nor oriental con mayor envergadura; los caciques del Pacífico – Centro del territorio como Diriangén, Adiact y Tenderí se vieron obligados a desplazarse al norte, debido a la llamada reorganización de Pedrarias.
Por su parte en el Caribe, con menor control español, las tribus de los Pantasmas, Poyas, Siquias, Ulúas, Wawas, Toakas, Tonglas y Ramas, se mantenía férrea, favorecidos por la posición geográfica, y más adelante, el ingreso (también colonizador) del imperio británico, en oposición a los españoles.
Resistencia imperecedera
La resistencia no pereció, fueron precisamente los pueblos sojuzgados del Pacífico, junto a las tribus del nor oriente del territorio quienes de forma decidida continuaron luchando durante los siglos XVII y XVIII, manteniendo viva la lucha de Diriangén, Adiact y Tenderí.
De las raíces de esta resistencia por la dignidad, libertad y soberanía de Diriangén, se forjó un carácter heredado entre las poblaciones futuras, fruto de la mezcla, de la imposición cultural, pero que a su vez, guardó en la genética, el sentido de pertenencia y defensa territorial, a pesar del aniquilamiento.
A través de los siglos hemos encontrado valientes guerreros, esta vez no nativos, sino producto de las descendencias de aquellos que no pudieron combatir y que obligados mezclaron su sangre pura, con la manchada herencia conquistadora; como Benjamín Zeledón, Cleto Ordóñez, José Dolores Estrada, Augusto C. Sandino, Carlos Fonseca o Daniel Ortega.
Por esto hoy no solo recordamos la rebeldía de los caciques, sino, los conmemoramos persiguiendo su ejemplo de valor; continuando la lucha en resistencia por la vida, por la patria, por la libertad y la revolución; en nuevos tiempos, con nueva identidad, sabiendo por historia, lo que un imperio puede hacer con la cultura, tradiciones y la humanidad de un pueblo, alejados en nuestra mayoría de la sangre que corría por Diriangén, pero llevándolo en nuestros ideales de lucha, preservando las etnias autóctonas sobrevivientes.
Diferenciando entre la desviación del indigenismo y la acertada inclusión cultural, respeto y apreciación del valor histórico de nuestros antepasados, sabiendo que fue una batalla perdida, ante el aniquilamiento colectivo, pero con victoria en el ejemplo vivo, en la historia rescatada, en los valores recolectados; porque la esencia del nicaragüense está en luchar y resistir, es hoy un día más para recordar la gran gesta indígena, negra y popular.
Escrito por Alonso