Desde Aristóteles hasta Hegel, todos los filósofos que elaboraron sistemas de pensamiento integrales trabajaron en un ambiente propicio a la reflexión y el ejercicio del magisterio. El pensamiento revolucionario se ha ido haciendo impregnado por el fragor del combate.
Carlos Marx se sumergió en los archivos para acopiar la información necesaria para su estudio del capital, atento siempre a la participación en los debates que amenazaban con fracturar la unidad de la Internacional. Buena parte de la obra de Lenin se produjo al calor de las interrogantes planteadas al sentar las bases constitutivas de la Unión Soviética. Antonio Gramsci esbozó en la cárcel algunos de sus textos de mayor alcance.
La historia del pensamiento revolucionario no puede circunscribirse, sin embargo, a las ideas formuladas en el primer mundo desarrollado. Muy vigente en la actualidad, el proyecto emancipador encontró terreno fértil en los países históricamente sometidos al colonialismo. Teniendo en cuenta el antecedente bolivariano, José Martí comprendió la necesidad de emprender una segunda y verdadera independencia de América Latina, a la vez que advertía en Estados Unidos las señales del naciente imperialismo.
En el siglo XX se consolidó la alianza entre las oligarquías nacionales y el imperialismo en expansión. La violencia social y económica se complementaba con la multiplicación de las dictaduras. Para América Latina se hacía apremiante el llamado a una segunda y definitiva independencia, único modo de instaurar una auténtica justicia social.
El conocimiento de las ideas de Marx ofrecía el instrumental idóneo para analizar nuestras realidades específicas y elaborar plataformas programáticas que no constituyeran calco de modelos surgidos de otras realidades.
A contracorriente, venciendo obstáculos de toda índole, prosiguió la elaboración de un pensamiento revolucionario. El peruano José Carlos Mariátegui indagó acerca de los problemas de su país. Difundió sus ideas a través de Amauta, una publicación con nombre quechua que significa sabiduría.
El cubano Julio Antonio Mella, fundador de la FEU, del primer Partido Comunista y de la Universidad Popular José Martí, tendió puentes entre la tradición martiana y el pensamiento marxista. En su cuerpo atlético, dotado de poderosa energía vital, anidaba una inteligencia preclara. Fue asesinado en plena juventud por esbirros enviados a México por el tirano Machado. Se tronchaba así la existencia de un conductor capaz de mover montañas.
Según reiterada confesión personal, Fidel se hizo revolucionario en la Universidad. Tras la simbólica escalinata, en la entonces llamada Plaza Cadenas, se mantenía viva la memoria de la lucha antimachadista. Allí, el intercambio entre estudiantes de distintas facultades se imbricaba con el de maestros que habían participado en aquellos acontecimientos.
Leyó intensamente sobre historia de Cuba. Entró en contacto con los clásicos del marxismo. Se acrecentó su cercanía a la obra de José Martí. Se inició en la práctica de la política. Vivió en Bogotá la reacción popular ante el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Fueron jornadas intensas que le permitieron pulsar de manera directa la realidad latinoamericana. De ese aprendizaje emanó la sustancia de una visión estratégica y de un pensamiento dialéctico que articulaba los problemas de la Isla con los del mundo, desde una perspectiva descolonizadora y antimperialista.
Después del triunfo de la Revolución siguió acudiendo a la Universidad. Aparecía sorpresivamente. Al saber la noticia, la muchachada llegaba en tropel desde todas partes. En el diálogo informal, los jóvenes planteaban inquietudes e interrogantes. Fidel transmitía sus ideas, a veces muy audaces. Volvió al Aula Magna al cumplirse medio siglo de su ingreso en la Facultad de Derecho. Su discurso en esa ocasión propone una reflexión atemperada a los desafíos de los tiempos que corren.
En México, durante una larga noche de conversación, se produjo el encuentro entre Fidel y el joven médico argentino Ernesto Guevara de la Serna, quien había tocado con las manos los males de nuestra América y vivido los dramáticos sucesos del bombardeo y la invasión a Guatemala.
Combatiente heroico, encargado de importantes responsabilidades después del triunfo de la Revolución Cubana, el Che produjo una imprescindible obra intelectual. En Pasajes de la guerra revolucionaria afincó la mirada en los rasgos humanos de los combatientes. Convencido de la necesidad de profundizar los aspectos teóricos planteados por la construcción del socialismo, estimuló el debate sobre temas económicos, advirtió con lucidez las fisuras existentes en el proceso soviético y sometió a un riguroso análisis crítico los manuales de Economía Política elaborados en aquel país.
A no dudarlo, los textos de Fidel y el Che, dispersos muchos de ellos en discursos y apuntes, nacidos al calor de una práctica concreta, son portadores de contribuciones de primer orden a la historia del pensamiento revolucionario y conservan dramática vigencia en los momentos actuales.
Fidel nos convoca a tener plena conciencia del momento histórico cuando en todas partes se manifiesta la presencia de agrupaciones de inspiración fascista, entre ellas las que realizaron el muy notorio asalto al Capitolio, matizado por el ejercicio de la violencia a partir de una plataforma xenófoba, misógina y racista. Su extrema peligrosidad se proyecta hacia el dominio del universo, socava la soberanía de los pueblos y, como lo denunciara Fidel, sus efectos depredadores amenazan la supervivencia de la especie.
Por otra parte, la aplicación de políticas neoliberales ha producido estallidos en los países que bordean el costillar andino de nuestra América. En ese contexto, la resistencia antinjerencista de Cuba sitúa a la Isla, una vez más, en el fiel de la balanza para el equilibrio del mundo.
Esrito por Graziella Pugolloti
Fuente: Juventud Rebelde