Compartimos fragmentos de un escrito de Gracchus Babeuf, titulado «Manifiesto a los Plebeyos». En el fragmento que se reproduce a continuación se desarrolla hasta el límite la idea de igualdad defendida por los babuvistas (seguidores de Babeuf).
[…] Explicaremos claramente que es la <<felicidad común, fin de la sociedad>>.
Demostraremos que la suerte e todo hombre no debe acabar al pasar del estado natural al social.
Definiremos la propiedad.
Probaremos que la tierra no es de nadie, sino que es de todos.
Probaremos que todo lo que un individuo acapara más allá de lo que le es necesario para su alimentación, es un robo.
Probaremos que el pretendido derecho a la alienabilidad es un infame atentado populicida.
Probaremos que la <<herencia por familia>> es un error no menos grande; que aísla a todos los miembros de la asociación, y hace de cada familia una pequeña república, que no puede dejar de conspirar contra la más grande y que consagra la desigualdad.
Probaremos que todo lo que un miembro del cuerpo social tiene <<por debajo>> de lo suficiente a sus necesidades de toda especia y de cada día, es el resultado de una expoliación de su propiedad individual hecha por los acaparadores de bienes comunes.
Que, en consecuencia, todo lo que un miembro del cuerpo social tiene <<por encima>> de los suficiente a sus necesidades de toda especie y de cada día, es el resultado de un robo hecho a los otros asociados, que priva necesariamente a un número más o menos grande de ellos, de su parte en los bienes comunes.
Que los razonamientos, por más sutiles que sean, no pueden prevalecer sobre las verdades inalterables.
Que la superioridad de los talentos y de las industrias no es más que una quimera y un cebo especial que siempre ha servido a los complots de los conspiradores contra la igualdad.
Que la diferencia de valor y de mérito en el trabajo de los hombres, reposa en la opinión que algunos de entre ellos han sentado y han sabido hacer prevalecer.
Que es sin duda incorrecto que esta opinión haya apreciado la jornada del que hace un reloj, como vente veces superior a la jornada del que traza los surcos.
Que es sin embargo con ayuda de esta estimación que la ganancia de un obrero relojero le ha llevado a adquirir el patrimonio de veinte obreros de arado, a los que ha expropiado por este medio.
Que todos los proletarios lo son por el resultado de la misma combinación de todas las otras relaciones de la producción, pero que todas parten de la diferencia de valor establecida entre las cosas por la única autoridad de la opinión.
Que es absurda e injusta la pretensión de querer una recompensa más grande para aquel cuya tarea exige un mayor grado de inteligencia, y más aplicación y tensión de espíritu: esto no aplica en nada la capacidad de su estómago.
Que ninguna razón puede pretender una recompensa que exceda de los suficiente para las necesidades humanas.
Que también es fruto de la opinión el valor de la inteligencia, y quizá haya que examinar si el valor de la fuerza natural y física, no vale nada.
Que son los inteligentes los que han dado tan alto precio a las concepciones de sus cerebros y que si hubieran sido los fuertes los que hubiesen reglamentado las cosas, habría establecido sin duda que el mérito de los brazos vale tanto como el de la cabeza y que la fatiga de todo el cuerpo podría ser compensada con la de la única parte pensante.
Que sin esta igualación, se da a los más inteligentes, a los más industrializados, una patente para acaparar, un título para despojar impunemente a los que lo son menos.
Que es de este modo como se destruyó, derribando en el estado social, el equilibrio de la comodidad, ya que no hay nada que esté mejor demostrado que nuestra gran máxima: <<no se llega a tener demasiado sino es haciendo que los otros no tengan lo suficiente>>.
Que nuestras instituciones civiles, nuestras transacciones recíprocas no son más que actos de un bandidaje perpetuo, autorizados por leyes bárbaras y absurdas, a la sombra de las cuales solamente nos ocupamos en despojarnos mutuamente.
Que nuestra sociedad de bribones implica, a causa de sus atroces convenciones primordiales, toda clase de vicios, de crímenes y de desgracias contra las que algunos hombres de bien se unen en vano para hacerles la guerra, que no pueden hacerla triunfar porque no atacan los males desde su raíz y aplican únicamente paliativos sacados de la reserva de ideas falsas de nuestra depravación orgánica.
Que queda claro, por lo que precede, que todo lo que poseen aquellos que tienen algo más que su parte individual de los bienes de la sociedad, es robo y usurpación.
Que por tanto es justo recuperarlo.
Que el que pudiera probar que, gracias solamente a las fuerzas naturales, es capaz de hacer tanto como hacen cuatro personas juntas y que, en consecuencia, exige la retribución de cuatro, no dejaría por ello de conspirar contra la sociedad, porque destruiría el equilibrio por este único medio y destruiría la preciosa igualdad.
Que la prudencia ordena a todos los asociados a reprimir este tipo de hombre, a perseguirle como a una plaga social, a reducirle a no poder hacer más tarea que la de uno, para no poder exigir más recompensa que la de uno solo.
Que solamente es una especie la que ha introducido esta locura asesina, de distinción de mérito y de valor, y que también es ella quien conoce la desgracia y las privaciones.
Que no deben existir privaciones en las cosas que la naturaleza nos da a todos, que son producto de todos, sino es una causa de accidentes inevitables de la naturaleza, y en este caso, las privaciones tienen que ser soportadas y repartidas entre todos igualitariamente […]
Referencias: Kohan, N. (2007). «Introducción al pensamiento socialista. El socialismo como ética revolucionaria y teoría de la rebelión». Ocean Press y Ocean Sur. pp. 45 – 48