A fines de diciembre de 1927, los aviones de la marinería yanqui confluyen hacia el Chipote, cuartel General del Ejército Libertador. Es un cerro no muy elevado en la parte más abrupta de la montaña, eminencia solitaria que avanza sobre un pequeño llano, cubierto por un bosquecillo. Está flanqueado por dos riachuelos, y sobre sus faldas han sido cavados refugios que a la larga, cuando arrecie la ofensiva aérea, se tornarán perfectamente inútiles. Porque ese cerro es el objetivo más castigado de toda la guerra. Día tras día las escuadrillas dejaban caer allí sus mortífera carga de bombas, que eran contrarrestadas con un vivo fuego de fusilería y ametralladoras; a causa de la baja altura a que volaban para poder asimismo ametrallar a los patriotas, se exponían de tal manera que éstos pudieron derribar no menos de siete aviones, citándose el caso de uno de ellos derribado con una Lewis por el propio Sandino.
Los aviones, dado lo abrupto del terreno, sólo podían hostilizar, ametrallándolas, a las columnas sandinistas que, cuando eran sorprendidas en los llanos, se dispersaban para volver a concentrarse en zonas arboladas. Otras veces, cuando eran pocos, se mantenían de pie, erectos como los árboles, inmóviles, para pasar inadervertidos. Cuando caía algún aviador norteamericano, era fama que defendía su vida hasta último momento, resistiéndose a una captura que consideraba infame.
Los invasores contaban normalmente con unos treinta aviones en Nicaragua, cantidad que con ser extraordinaria para la época, si se tiene en cuenta que en todo el mundo no existían más de seiscientos, se acrecentó en algún momento hasta alcanzar la cifra de setenta. Con las prácticas aéreas se perdió todo control en cuanto a leyes de guerra. Los invasores, exasperados por su resistencia que los ponían en ridículo, comenzaron a fusilar a todo patriota que caía en sus manos. Hasta entonces, Sandino prefería poner en libertad a los prisioneros como medio de propaganda y para ganarse su buena voluntad; pero al comprobar el trato que recibían los suyos y aun los que no formaban parte de sus fuerzas veían sus casas destruidas y sus tierras arrasadas – en una táctica de exterminio indiscriminado que era el mejor síntoma de su impotencia – resolvió proceder de la misma manera.
Así como los invasores se jactaban de «dar la libertad que pedían» a sus prisioneros, fusilándolos. Sandino resolvió «perder el camino» a los invasores que caían en su poder. La guerra fue desde entonces despiadada por ambas partes. Sandino resolvió aplicar a los norteamericanos sus propias concepciones expeditivas de moral combatiente. Toda la montaña segoviana, erguida como línea Maginot (sistema de fortificaciones), hirvió contra el invasor homicida: sus entrañas conspiraron contra él como conspiraban sus criaturas vivientes. No siempre había sido así.
Los invasores convirtieron a los segovianos en beligerantes cuando comenzaron a tratarlos como bestias rabiosas. Los montañeses no tenían ideología alguna y al principio observaron nada más que con curiosa mansedumbre a esos soldados altos y rubios que los miraban con sospechosa reserva.
Pero cuando se desató en los norteamericanos el furor del aniquilamiento, vieron en cada cabaña un centro de vida hostil y en cada habitante un guerrillero o espía. «Con frecuencia enfilaban sus ametralladoras contra las casas que encuentran en el camino o contra las reses que topan en algunos puntos, con la idea de llevar el terror o la desolación al territorio rebelde y de hacer imposible la vida del enemigo», comenta Belausteguigoitia. Así, llega un momento en que toda la montaña o está luchando con Sandino o coopera con él en su incesante espionaje. La pasión guerrera despertaba, envuelta en el odio y en la desesperación:
Un avión norteamericano, que hacía el recorrido ordinario de guerra, se encontró de pronto con un hombre en un llano, en actitud de cortar el zacate con el machete. Ello le pareció una treta de un soldado sandinista, y empezó a dispararle con una ametralladora. Efectivamente, el hombre aquel agarró pronto su rifle y comenzó a disparar contra el avión, dando saltos y carreras para desviar las bombas que el aviador comenzaba a dejar caer. Una de éstas le voló un brazo y el rifle, y entonces vio el piloto que aquel hombre levantaba un brazo crispado hacia el avión con un gesto de desesperación y de rabia. Así estuvo hasta que una nueva bomba lo hizo pedazos. El aviador que contaba este incidente añadía que aquel gesto le dio la impresión de toda la protesta de la tierra contra la ocupación armada.
Referencia:
Selser G. (2014). Sandino: General de Hombres Libres. 1a ed. – Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Continente. pp. 231 – 232.
Imagen fotográfica: Aviones del cuerpo de la marina de EEUU, bombardeando la ciudad de Ocotal, 1927. (Tomada de El Libro de sandino. El Bandolerismo de Sandino en Nicaragua) (Castillo, W., 2009)