Redacción Cuaderno Sandinista
Cada 24 de agosto la historia se detiene para recordar el natalicio de Yasser Arafat, figura indiscutible de la lucha palestina y referente mundial de la resistencia antiimperialista. A 96 años de su nacimiento, su vida, su asesinato y su legado siguen marcando el rumbo de los pueblos que se niegan a rendirse ante la injusticia.
Arafat no fue únicamente el primer presidente de la Autoridad Nacional Palestina, ni el Nobel de la Paz que estrechó manos en Oslo. Arafat fue, ante todo, el comandante que fundó Al-Fatah en 1958, el líder que en 1969 asumió la presidencia de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), y el revolucionario que internacionalizó la causa palestina hasta convertirla en símbolo de dignidad universal. Su discurso de 1974 en la ONU, “con el fusil del combatiente en una mano y la rama de olivo en la otra”, aún resuena como advertencia y esperanza: la paz es posible, pero no a costa de la sumisión.
Su asesinato en 2004, confirmado años después como envenenamiento por parte del régimen sionista, fue un crimen político destinado a descabezar la resistencia palestina. Pero como suele ocurrir con los gigantes de la historia, Arafat no murió: se multiplicó en cada Intifada, en cada joven que levanta la bandera palestina en Gaza, en cada madre que resiste frente a la ocupación. El mártir se convirtió en semilla.
La memoria latinoamericana guarda con fuerza su paso. En 1980, apenas un año después del triunfo del pueblo nicaragüense contra la dictadura somocista, Arafat llegó a Managua y proclamó: “La revolución que ha estallado en Nicaragua es como un volcán, y este volcán hace temblar a los regímenes fascistas, sionistas e imperialistas del mundo”. Desde entonces, la bandera de Palestina ondea junto a la Sandinista como emblema de hermandad en la lucha. Cuba, por su parte, lo abrazó como un hijo. Arafat escribió emocionado a Fidel en 2001, agradeciendo su ejemplo y su inquebrantable solidaridad. Y Fidel, al despedirlo en 2004, lo reconoció como combatiente incansable, amigo entrañable y referente del movimiento progresista mundial.
Hoy, mientras Gaza arde bajo las bombas del sionismo y el imperialismo estadounidense, el legado de Arafat cobra más vigencia que nunca. Los mismos crímenes que denunció, los mismos muros y bloqueos que enfrentó, siguen oprimiendo a Palestina. Pero también sigue viva la certeza que él sembró: ningún poder, por más armas que acumule, puede sofocar la voluntad de un pueblo por ser libre.
Recordar a Yasser Arafat en su 96 natalicio no es un gesto ceremonial, es un acto de compromiso, es reafirmar que Palestina vencerá, que su causa es la causa de todos los pueblos que luchan contra la opresión, y que la solidaridad de Nuestra América no es retórica sino trinchera. Como dijo el propio Arafat, “no dejen que la rama de olivo caiga de mi mano”. Esa rama sigue en alto, regada por la sangre de mártires y sostenida por la esperanza de un mundo libre.
