El proceso de adquisición de la toma de conciencia de clase de los trabajadores no es un proceso inmediato ni automático, ni en la industria ni en el resto de los sectores productivos. En su libro Miseria de la Filosofía, Marx, analizando la situación de Gran Bretaña en la década de los 40 del siglo XIX, señala: “En principio, las condiciones económicas habían transformado la masa del país en trabajadores. La dominación del capital ha creado en esta masa una situación común, intereses comunes. Así, esta masa viene a ser ya una clase frente al capital, pero todavía no para sí misma. En la lucha, de la cual hemos señalado algunas fases, esta masa se reúne, constituyéndose en clase para sí misma. Los intereses que defienden llegan a ser intereses de clase” (Marx, Miseria de la Filosofía, pág. 257. Ed. Júcar).
¿Qué significa adquirir una conciencia de clase para sí misma? La conciencia de pertenecer a una comunidad particular de la sociedad, con sus propios intereses sociales y sus propios objetivos históricos, fruto de su condición de trabajadores asalariados; intereses y objetivos que sólo pueden lograrse con la transformación socialista de la sociedad mediante la expropiación de la propiedad de la clase capitalista, y su control y gestión planificada por el conjunto de la sociedad bajo la dirección de la clase obrera.
La conciencia de clase se adquiere a través de la experiencia, no sólo del obrero en su empresa, sino también asimilando la experiencia de los obreros de otras empresas, de su localidad, de su país e, incluso, a nivel internacional.
El proceso de formación de la conciencia de clase no se da solamente con la experiencia de los obreros en el marco de la estructura económica de la sociedad capitalista, sino también en la superestructura del sistema a través de la experiencia de los obreros en sus organizaciones (sindicatos, partidos), en las instituciones políticas burguesas (ayuntamientos, parlamentos, etc.); y, particularmente, con las grandes conmociones políticas y sociales: la represión del Estado burgués, las guerras, estallidos sociales, etc.
La propia experiencia histórica de la clase obrera de un país, sus tradiciones, y la calidad de la dirección de las organizaciones obreras son también factores que pueden estimular el proceso de toma de conciencia de los trabajadores o, según el caso, entorpecerlo y retrasarlo.
Debido a todos estos factores los procesos revolucionarios resultan ser hechos muy excepcionales en la sociedad, pero como ocurre con otros hechos naturales de la fisiología animal, o de la geología terrestre (terremotos), no por infrecuentes son inevitables, y así lo atestigua la historia del capitalismo en los últimos 150 años.
Es por todas estas razones que en una época normal del capitalismo la conciencia “media” de la clase obrera no pase de la lucha cotidiana por mejoras económicas en sus condiciones de vida y de trabajo, o la defensa de las mismas.
A pesar de lo que creen algunos ultraizquierdistas –que piensan que los trabajadores deben ir a las empresas a hacer huelgas, y sólo trabajar de vez en cuando–, la realidad es que los trabajadores van a su empresa a trabajar y, cuando no tienen más remedio y han agotado toda otra vía para que se atiendan sus demandas, es cuando hacen huelgas. Contra lo que pueda parecer, las huelgas son fenómenos anormales, excepcionales, en la vida normal de un obrero.
Siempre ha sucedido que sea una minoría de la clase obrera quien se eleve hasta una conciencia socialista en esas épocas normales del capitalismo. Esto ocurre en estos momentos igual que ocurría hace 85 ó 90 años, lo que no impidió que todos estos períodos fueran cortados bruscamente por épocas revolucionarias que hicieron tambalear y peligrar la continuidad del sistema capitalista. Cortes bruscos que comprendían un intervalo de pocos años, meses, o incluso días, y donde millones de trabajadores, antes apáticos y apartados de la lucha política, tomaban conciencia de sus tareas históricas y se lanzaban a la lucha consciente por transformar la sociedad.
Así tuvimos, por hablar sólo de Europa, los movimientos revolucionarios de 1917 a 1923, los años treinta o los setenta, por citar algunos. Por qué fracasaron todos ellos no es materia de este artículo, pero en todo caso no se debió a la falta de una conciencia de clase y socialista de los trabajadores o a su insuficiente combatividad, sino más bien por la ausencia de una dirección auténticamente revolucionaria en las organizaciones obreras, que estuviera a la altura de sus tareas históricas, o por la traición consciente de esa misma dirección.
Fuente: Fundación Federico Engels