Por Fabrizio Casari
Los atacantes de la paz en Siria se hacen llamar Hayat Tahrir al-Sham (antes Frente al-Nusra) y Ejército Nacional Sirio (SNA). El primero es un cartel creado para confundir, pero que al descubierto muestra a Al-Qaeda como su núcleo; el segundo, concebido y formado en Londres, es una filial occidental. No podía faltar el ya famoso “Observatorio Sirio para los Derechos Humanos”, encargado de la desinformación, con sede en Londres y gestionado por el MI6 de Su Majestad.
Con nombres nuevos o reciclados, son los mismos de siempre. Muchos habían encontrado refugio en Libia e Irak y ahora están nuevamente disponibles. En años pasados, cuando era evidente el liderazgo del Califato entre los asesinos en Siria, los calificativos eran “asesinos, terroristas, bárbaros, degolladores y extremistas”. Adjetivos que indicaban claramente el origen y propósito de los yihadistas, inicialmente presentados como protagonistas de una nueva “primavera árabe”, pero que rápidamente pasaron a ser demonizados cuando el Califato (aliado de Ankara, con quien comparte el sueño del imperio otomano) se reveló como el modelo predominante.
Precisamente porque la necesidad de los degolladores se ha vuelto imperiosa y su función, de incómoda, ha pasado a ser fundamental, el sistema mediático occidental, cada vez más un sustituto del sistema político, ahora los entrevista en CNN con todos los honores y los transforma en “rebeldes” o “resistentes”. Términos que tienen un matiz romántico y no trágico, lo que resulta útil en la narrativa manipulativa.
El contexto cambia, y con él, el relato. Cambian las opciones políticas y el clima. La guerra subterránea contra Rusia y sus aliados ha pasado de encubierta a abierta (aunque llena de fracasos), y el velo que separaba a los degolladores de los “resistentes” se ha desgarrado. Moscú gana en los campos de batalla, y abrir otros frentes para diluir su eficacia militar se convierte en una necesidad urgente. Distraer al Kremlin de Ucrania es prioritario, y el genocidio israelí aporta condiciones favorables a la operación, ya que tanto Hezbolá como Irán enfrentan un panorama extremadamente complejo. Además, para evitar que las milicias chiitas libanesas acudan en ayuda de Assad, se rompe la tregua en Líbano y se reanudan los bombardeos.
En Siria no hay nada que sugiera una revuelta espontánea o una insurrección popular. Hay un ejército formado por un conglomerado de degolladores islamistas, mercenarios y terroristas de diversas latitudes enviados para intentar dar el golpe final a Assad. Están vestidos con uniformes nuevos, armados con equipos de primera categoría, equipados con RPG, Stingers, drones, tanques y vehículos blindados. Es una soldadesca pagada con los impuestos de los contribuyentes occidentales.
Aunque preocupa el rápido retroceso de las fuerzas armadas gubernamentales ante el avance de los militantes yihadistas, y aunque se pueden comprender las ilusiones occidentales sobre las limitaciones de las inteligencias siria e iraní, que no detectaron lo que se venía preparando desde hace meses, es difícil que HTS o el SNA puedan derrocar al legítimo gobierno de Assad. Pero el objetivo no es necesariamente derrocarlo, sino desestabilizar e incapacitar a Siria como un elemento crucial del Eje de la Resistencia, tanto política como logísticamente.
Como otras guerras han enseñado, Estados Unidos diseña estrategias que inicialmente parecen exitosas, pero que terminan convirtiéndose en sus peores pesadillas. El ataque múltiple lanzado a mediados de la semana pasada, según algunas fuentes citadas por varios medios, estaba en preparación desde hace tiempo. Según el periódico ruso Izvestia, fue coordinado entre las inteligencias de Turquía, Ucrania, Francia e Israel.
Si Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Israel y Turquía conforman el comité imperial que intenta atacar al último país socialista de Medio Oriente, tres son los actores sirios abiertamente en el campo de batalla: Assad, el ISIS y al-Nusra. Y surge la pregunta: ¿cuál es la estrategia occidental en Siria? Si Assad renunciara mañana y pidiera asilo político en Moscú, ¿quién gobernaría Damasco? ¿El Califato? ¿O los inexistentes yihadistas “moderados”?
El peligroso guion de Ocidente
Desde el inicio de la agresión a Siria (2011), los degolladores que luchan contra el gobierno sirio han sido creados, armados, financiados y respaldados a diferentes niveles por Estados Unidos, Israel, Francia, Gran Bretaña y Turquia. Esto no es nuevo. Lo admitió en 2019 la propia Hillary Clinton, conocida por sus peores atrocidades en nombre del poder. También lo confirmaron las fotos del senador John McCain, enviado especial de Obama a Medio Oriente, reuniéndose con al-Baghdadi (líder del ISIS) en un hotel en el centro de Bagdad para acordar junto con los turcos las formas, los nombres y los tiempos de la ofensiva del Califato en Siria.
Ankara recibió el visto bueno para eliminar a los kurdos definitivamente, quienes, sin embargo, decidieron a última hora aliarse con Occidente en la guerra contra Assad, con la esperanza de establecer un estado propio en una porción del territorio sirio.
La mayor cobertura militar en el terreno la proporciona el sultán Erdogan, quien utiliza las contradicciones internacionales como un bazar donde posicionar su fuerza militar y su estrategia geopolítica para maximizar los beneficios económicos y políticos. Aunque el proceso de normalización de las relaciones político-diplomáticas en la región propone un escenario diferente, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, aunque no están directamente involucrados como antes, cosecharían beneficios significativos con la caída del gobierno sirio, tanto en términos políticos como religiosos.
Para Turquía, Siria representa la posibilidad de extender su territorio e influencia hasta la frontera con Israel, además de eliminar cualquier posibilidad de reunificación de la diáspora kurda. Para Arabia Saudita y los Emiratos, la caída de Assad significaría el fin del eje militar, político y religioso con Irán y entregaría a las monarquías del Golfo el liderazgo del Islam. Además, sin Assad y con el debilitamiento de Hezbolá y Hamás tras la guerra con Israel, Teherán quedaría aislado y perdería influencia en Irak. En su lugar, se consolidarían el wahabismo y los salafistas entre los suníes sirios, que son mayoría en el país.
Las capitales occidentales siguen repitiendo la letanía de la expulsión de Assad, a pesar que la política europea solo tiene que perder con el fin de la estabilidad política en la región de Medio Oriente, estabilidad que Damasco siempre ha garantizado. Sin embargo, la obsesión histérica por una guerra contra Moscú, en cualquier lugar y sobre cualquier tema, prevalece en Bruselas.
El objetivo político de Washington y compinches no es solo Damasco, sino principalmente Moscú. Si Siria cayera en manos de terroristas suníes, Rusia perdería sus únicas bases en el Mediterráneo y su capacidad de influencia internacional se reduciría drásticamente. La guerra por delegación utilizando a los yihadistas es el medio elegido para llevar a cabo esta operación.
La agresión a Siria confirma los temores de una ampliación del conflicto a todo el Medio Oriente, iniciado con el exterminio de los palestinos en Gaza, la invasión del Líbano, y que ahora tiene en la guerra en Siria su próximo capítulo, a la espera de la invasión de Cisjordania. Por esta razón, derrocar al legítimo gobierno sirio, buscar una revancha militar contra Rusia y expulsarla de la región son pasos esenciales para entregar a Israel una porción significativa del Medio Oriente. Esto forma parte del plan de asentamiento forzado de una nueva entidad estatal sionista, que cuenta con el respaldo occidental.
Con el cuento de evitar el vacío de poder que podría llevar a una nueva Libia o Somalia, la ocupación israelí se extendería desde los Altos del Golán a toda Siria, inicialmente de manera temporal, pero que pronto se convertiría en definitiva.
El aventurismo criminal de Occidente parece privilegiar la demostración de fuerza sobre el respeto al Derecho, porque prefiere un mundo en pedazos a un mundo diferente. Diariamente abre nuevos frentes de guerra, y la desestabilización violenta de países clave se ha convertido en su única agenda política. Actúa en contra de los propios principios democráticos que dice defender y avanza hacia un conflicto global para contener al Sur y al Este del planeta. Desde Georgia hasta Rumania, desde Gaza hasta Líbano y Siria, Washington, Londres y Bruselas se encaminan hacia un golpe de estado permanente en cualquier país donde el dominio del “Occidente Colectivo” esté en crisis.
El objetivo es celebrar una victoria occidental en el contexto de una guerra global por capítulos. Sin embargo, la obsesión por una derrota estratégica de Rusia amenaza con llevar a Moscú y Pekín a reflexiones peligrosas sobre la ruptura del Derecho Internacional y el fin de la política y la diplomacia como herramientas para regular los intereses divergentes. Podría imponerse una interpretación según la cual el uso de la fuerza es el único lenguaje capaz de obligar a escuchar las razones de otros y respetar una gobernanza internacional justa y equilibrada.
Nunca antes se había estado tan cerca de decisiones sin retorno.
Fuente: 19 Digital
Solo se que la situación se está poniendo cada vez más peligrosa para llegar a la tercera guerra mundial.