Antes de ser detenido en octubre de 2023, Muazzaz tenía un peso de 100 kilos. Tras nueve meses de encarcelamiento israelí sin cargos ni juicio, perdió la mitad de su peso, ya no puede caminar solo y padece graves secuelas físicas y mentales.
Este joven palestino atestigua las consecuencias de los abusos y golpizas que sufrió en varios centros y prisiones de Israel, que en el último año ha hecho sistemáticas las torturas en su sistema penitenciario, como denuncian otros liberados y ONGs locales.
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Con delicadeza, procuramos que Muazzaz Abayat sea quien haga avanzar poco a poco nuestro encuentro. Cuando lo sienta, lo decida y se vea capaz. Pero la primera pregunta es de entrada un desafío para él.
Aunque ya no está recluido en una celda, este ciudadano palestino de Belén, de 37 años, no puede salir de otra prisión. Los casi nueve meses de golpes, maltratos, humillaciones y violencias diarias que sufrió por parte de las autoridades penitenciarias de Israel le han dejado secuelas difíciles de abarcar.
Sus heridas físicas saltan a la vista. Muazzaz tiene dificultades para caminar, arrastra la pierna derecha y apenas puede flexionarla, y del mismo lado, su mano permanece inmóvil. También se aprecian marcas de unos golpes en la frente y, mientras habla, señala con la mano izquierda las múltiples zonas en las que fue herido: el torso, el abdomen, las piernas, la cabeza…
Casi no hay parte del cuerpo ilesa
Su desoladora imagen del antes y el después recorrió las redes sociales, sobre todo las árabes, como prueba de su «infierno»: pasó de ser un carnicero y deportista aficionado de más de 100 kilos, musculoso, rapado y de barba recortada, a su salida de la prisión en el Néguev, donde vivió sus últimos meses y fue expulsado sin más, dejándolo desorientado y escuálido, pesando solo 54 kilos y con una barba y melena largas y desaliñadas.
Aunque luce algo más recuperado al recibirnos en su casa, su familia no olvida la conmoción de ver a Muazzaz tan demacrado y perdido, al punto de pasar días en el hospital sin reconocer a su padre.
Poco y nada supieron de él durante su encarcelamiento, debido al ostracismo en el que Israel mantiene a los miles de prisioneros palestinos desde el 7 de octubre, prohibiendo las llamadas y visitas familiares, limitando el acceso a los abogados y negando por completo la entrada de organizaciones verificadoras como la Cruz Roja.
Hoy Muazzaz está bajo estricto tratamiento médico y psiquiátrico, solo sale de casa acompañado porque no puede caminar solo y admite que para poder recibirnos tuvo que tomar calmantes.
«Durante el día no puedo ser como me ves». Eso no impide que recuerde con lujo de detalles lo que padeció en varios centros de detención y dos cárceles israelíes: «No puedo olvidar lo que me pasó», enfatiza.
«Fue un infierno»
Su pesadilla comenzó como la mayoría de los relatos sobre arrestos de civiles palestinos. En la madrugada del 26 de octubre de 2023, soldados israelíes irrumpieron por la fuerza en su vivienda y lo agarraron mientras dormía junto a su esposa embarazada y sus cuatro hijos.
«Cuando les pregunté por qué me detenían, me dijeron que era un ‘asesino’. Les contesté que habían asaltado la casa de un hombre pacífico», rememora.
Hasta su liberación el pasado 2 de julio, Muazzaz estuvo bajo detención administrativa, una figura que Israel aplica exclusivamente a los palestinos y con la que los mantiene en custodia sin cargos, sin pruebas conocidas o un juicio justo por un tiempo indeterminado.
Esta práctica se ha disparado en paralelo a sus incursiones por tierra y aire, y las consiguientes detenciones, en Cisjordania ocupada: de los más de 9.900 arrestados en centros penitenciarios israelíes, más de 3.300 están bajo esta figura, según datos de la Sociedad de Prisioneros Palestinos.
Si bien ya había sido detenido sin motivos en dos ocasiones –»la mayoría del pueblo palestino ha sido prisionero»–, Muazzaz insiste en que «la mínima cooperación en términos de agua y comida» se desvaneció. Las condiciones en las cárceles israelíes después del 7 de octubre son peores, incomparables con épocas anteriores.
«Fue un infierno», sintetiza su paso por las prisiones de Ofer y Ktzi’ot (en esta entró el 7 de noviembre), una cárcel en el desierto del Néguev que, por la brutalidad de las torturas, la compara con las prisiones estadounidenses de Guantánamo en Cuba o el centro de Abu Ghraib, instalado durante la invasión a Irak; ambos escenarios denunciados por violaciones a los Derechos Humanos.
No obstante, aclara, «en todos los centros de detención sufrí torturas inimaginables, golpizas y humillaciones para el alma y el cuerpo».
En una retahíla de horrores, Muazzaz indica que tuvo las manos atadas «con alambre de púas» y los ojos vendados; que lo desnudaron por la fuerza en múltiples ocasiones, lo que es considerado una agresión sexual; y que entre varios oficiales solían darle «con barras de metal en cabeza, manos, rodillas y pies», a veces «con el fin de matar».
«Casi nos morimos», concreta, en una caravana de hierro en la que recuerda haber inhalado un gas y sentir que le faltaba el oxígeno. Un lugar en el que luego, describe, los golpearon «con garrotes de hierro hasta que las cabezas, pies y manos quedaron cubiertos de sangre».
«Gente ha muerto en prisión», sentencia este joven de Belén. Él mismo fue testigo del asesinato carcelario en Ktzi’ot del reo de larga data Thayer Abu Assab, palestino que llevaba desde 2005 en el Néguev y del que las autoridades israelíes confirmaron que 19 guardias lo golpearon hasta la muerte el 18 de noviembre de 2023: «Permaneció una hora tendido en la habitación, lo mataron y no llamaron a ambulancias ni lo atendieron».
Sin embargo, de todas las jornadas, Muazzaz señala el 4 de diciembre como la peor, un «punto de inflexión en mi vida».
En un violento interrogatorio, sentado en una silla, con las piernas y los brazos encadenados detrás de su espalda, «me dieron una paliza que ningún ser humano puede imaginar».
Un oficial del Shin Bet (la inteligencia interna israelí) le preguntó: «¿Estás con nosotros o con ellos?», en referencia a Israel o Hamás.
«Respondí honestamente: ‘No estoy de ningún lado, soy un civil. Ustedes invadieron mi casa y me arrestaron’. No le gustó lo que dije. Se fue de la oficina y un grupo de entre tres y cinco hombres entró y empezó a golpearme. Me dieron con un bastón de metal en la cabeza, el estómago y en zonas sensibles del cuerpo, en los tendones, hasta que perdí el conocimiento», detalla.
En la prisión del Néguev, Abayat enfatiza que «nos trataron como a animales (…) y, por cierto, tienen grabados estos episodios», denuncia. Además de las repetidas palizas al punto de sentir que «querían matarnos», narra también otra serie de condiciones inhumanas.
Al entrar, le obligaron a desnudarse y «no nos dieron ropa interior», solo «una muda de ropa que estaba rota» y, durante los meses de temperaturas más frías, «un abrigo muy liviano», insuficiente para afrontar la dureza del invierno en ese desierto.
El acceso a la comida, la higiene o al agua potable también era extremadamente limitado, agrega Muazzaz. «Una ducha cada tres meses», «un litro de agua para diez personas en una habitación», un baño «sin agua corriente». En cuanto a la electricidad, solo tres horas al día, y una comida de «diez o doce frijoles con un poco de col» desde el desayuno hasta la cena.
Al restringir su suministro de agua y privarles de aseo, las autoridades penitenciarias israelíes también están permitiendo la propagación de enfermedades entre los reos palestinos, sobre todo en la piel, como la sarna.
Un ejemplo del horror de los presos palestinos en las cárceles israelíes
Casi nueve meses bajo estas condiciones explican lo demacrado que salió de prisión. Y mientras Muazzaz cumple diversos tratamientos para sanar las heridas físicas, hay secuelas más profundas que son difíciles de abordar para él, como el haberse perdido el nacimiento de su quinto hijo o el verse incapaz de proveer a su familia.
Consultado por la agencia AFP, un portavoz del Servicio Penitenciario Israelí dijo en julio que «no estaba al tanto» de las denuncias de Muazzaz Abayat y aseguró que podría haber presentado una queja si quería.
«Todos los prisioneros están detenidos de acuerdo con la ley. Todos los derechos básicos son aplicados plenamente por guardias penitenciarios profesionalmente capacitados. El prisionero fue examinado y tratado por los mejores médicos del Servicio durante su encarcelamiento», agregó.
Muazzaz afirma que solo vio a un doctor. Le aseguraron tratamiento y se topó con un hombre con uniforme militar que no lo revisó, le dijo que estaba bien y le dio una pastilla. Al volver a prisión lo golpearon.
Otros presos liberados y oenegés palestinas e israelíes han denunciado que casos como el suyo son la norma en las cárceles israelíes, sobre todo a partir del 7 de octubre.
«Además de lo que sufren, muchos presos son testigos y, cuando salen de la cárcel, nos dan información específica sobre cómo es su vida actual dentro de esos centros», explica a France 24 Khader al-Araj, integrante del Club de Prisioneros Palestinos.
También originario de Belén, Khader cuenta que fue impactante encontrar en este estado a Muazzaz, a quien había conocido antes de su arresto y al que ayudó a llevarlo al hospital: «Su situación nos sorprendió. Él pensó que iba a morir, que no había elección. Cuando lo liberaron, sufrió un shock mental».
En su informe de agosto, ‘Bienvenidos al infierno: el Sistema Penitenciario Israelí como una red de campos de tortura’, la organización de Derechos Humanos israelí B’Tselem recoge los testimonios de 55 prisioneros liberados y familiares de reclusos que señalan los maltratos a los que se ven sometidos los encarcelados palestinos.
Entre las condiciones que enumera están la violencia física e intimidación; agresiones sexuales; golpizas extremas durante los traslados; hacinamiento de celdas –que repercute en no tener espacio para dormir ni privacidad para ir al baño–; que los presos pasan días sin ver la luz solar o tener contacto con el aire libre; privación del sueño con el uso de luces o música fuerte; limitación de la comida, con prisioneros que pasan hambre; falta de higiene; acceso limitado o nulo a la asistencia legal.
Para esta organización, los ataques de Hamás en el sur de Israel y el «estado de emergencia» declarado por el Gobierno de Netanyahu han sido la oportunidad perfecta para que el ministro de Seguridad Interior, Itamar Ben-Gvir, promoviera su «ideología racista».
Su cartera está a cargo de las cárceles y ha promovido un endurecimiento de las condiciones de los prisioneros palestinos desde que asumió su cargo en diciembre de 2022, además de ser promotor de aplicarles la pena de muerte, una medida que propuso como «solución» a la sobrepoblación de los centros penitenciarios.
Sin llegar a implementarla, la muerte a manos de autoridades israelíes ya ha alcanzado a los presos palestinos: al menos 24 han muerto bajo custodia israelí desde el 7 de octubre, según la Sociedad de Prisioneros.
A ellos se suman unos 48 fallecidos en Sde Teiman, el centro de detención militar para arrestados de Gaza que ha alcanzado notoriedad pública por las múltiples denuncias de torturas, recogidas por investigaciones de medios como France 24 o CNN y que, bajo esas presiones, ha llevado a las autoridades militares a investigar una denuncia de violación contra uno de los arrestados.
«Y esta es mi historia, hasta ahora», sentencia Muazzaz Abayat, que termina volteando las preguntas y nos plantea: «¿Dónde están los Derechos Humanos?». Urge «al mundo a vernos como a seres humanos», mientras se hace la promesa de hacer «lo mejor que pueda» para «intentar volver a una vida normal».
«Yo soy una persona ambiciosa –concluye–; amo los proyectos, trabajar, hacer negocios. Y, como todo hombre, aspiro a vivir libremente con mi esposa y mis hijos».
Fuente: Cubadebate