Artículo escrito por Fabrizio Casari
No pudiendo ya protestar por los presos «políticos», la corriente dominante de derechas, compartiendo con la falsa corriente dominante de izquierdas, ha elegido el nuevo terreno de confrontación con la Nicaragua sandinista: la supuesta injusticia al privar de su nacionalidad a los terroristas enviados a EEUU de acuerdo con Washington.
Se puede estar o no de acuerdo con la parte dispositiva de la sentencia que priva a los nicaragüenses de su nacionalidad, pero sin situar la decisión en el contexto político y jurídico en el que maduró, no se hace más que academia inútil. Conociendo el historial delictivo de estos individuos, se entiende cómo la sentencia es una consecuencia lógica de sus actos. Fueron partícipes activos de una probada y documentada conspiración internacional urdida por EEUU y con ramificaciones en Europa y América Latina, dirigida a un cambio político violento en la organización política e institucional de Nicaragua. En otras palabras, un golpe de Estado.
Lo que debería hacer Nicaragua no está claro. Si se defiende de los golpistas violentos, es represiva. Si los detiene, tiene presos políticos. Si los expulsa y les priva de su nacionalidad, viola sus derechos. ¿El único gesto posible sería entregar las llaves del país?
La verdad de los hechos no admite interpretaciones: no son perseguidos a los que se les quitan derechos: son terroristas que se aprovechan de un indulto demasiado generoso. Mucho antes de la decisión de la Corte, fueron los actos terroristas cometidos por ellos contra ciudadanos, bienes e instituciones nicaragüenses los que definieron la ruptura de todo vínculo con Nicaragua. Dirigieron una operación terrorista de dos meses que costó casi 300 vidas, 1.800 millones de dólares en daños a la economía y la propagación de un odio nihilista sobre el país que vivía en paz y con un sólido crecimiento económico. ¿Una excéntrica muestra de amor a su nacionalidad?
Nunca pareció importarles tanto la identidad nacional, pues desde abril de 2018 no ha pasado un día sin que llamen a una potencia extranjera a ocupar Nicaragua. O es que acaso el llamado a invadirla o al menos destruirla económicamente sería una muestra de lo importante que es para ellos ser ciudadano nica? E instigar la guerra civil e incluso pedir 3 millones de muertos para derribar al gobierno no parecía un ejemplo de ciudadanía emérita.
Coordinaron la campaña paralela de desinformación y calumnias contra el país, tergiversando los hechos y su papel personal. Luego la soldadura con la extrema derecha norteamericana, en la alineación política norteamericana y en las organizaciones terroristas-mafiosas de la Florida, con las que claman un día sí y otro también por una invasión militar norteamericana a Nicaragua o, en su defecto, sanciones económicas y legales y todas las acciones posibles a nivel internacional destinadas a dañar profundamente la economía y la paz del país.
Las fotos de abrazos y reencuentros con los peores enemigos de Nicaragua y simpatizantes parlamentarios del terrorismo anticubano sacan a la luz lo que era opaco para quienes no querían ver: es decir, la pertenencia de estos sujetos a la organización continental que en Nicaragua como en Venezuela, en Cuba como en Bolivia y Ecuador, ha tenido en el golpismo el modus operandi de una derecha subversiva. Los golpistas nicaragüenses pertenecen a una derecha fascista y criminal que gana elecciones o, si las pierde, intenta revertir violentamente el resultado en todos los países que EEUU considera no alineados, es decir, no dispuestos a ceder a Washington soberanía, independencia, recursos estratégicos y economía. Sin embargo, el plan tiene un defecto: sólo funciona allí donde las respectivas naciones carecen de fuerza interna para oponerse primero y aplastarlo después. Y Nicaragua, como Venezuela ante y Cuba después, han marcado la pauta en esto.
En realidad, lo que preocupa a los prófugos no es tanto la nacionalidad nicaragüense, sino las distintas propiedades que tienen. Pero pedir sanciones e incautaciones de bienes a otros puede significar que a los tuyos les ocurra lo mismo. Si pides embargar bienes a las familias de los dirigentes sandinistas, puedes esperar que los sandinistas embarguen los tuyos. ¿O las sanciones son sólo unidireccionales? ¿Existe una entidad sobrenatural que emite sanciones y el resto de la humanidad que sólo puede aceptarlas y someterse a ellas?
Es la propiedad y no los pasaportes lo que preocupa a los mercenarios. Muchos de ellos ya tienen doble nacionalidad estadounidense, lo que confirma su apego a su patria. Incluso Sergio Ramírez tiene ahora cuatro nacionalidades diferentes: España, Colombia, Chile y Argentina. Ciudadano de quienes lo premian, al servicio de quienes le pagan.
Los mosqueteros del imperio
Varios países del Cono Sur, entre ellos Chile, Colombia y Argentina, se han mostrado dispuestos a conceder su ciudadanía a los golpistas. Peliaguda generosidad, porque la oferta sólo se aplica a los intelectuales, los demás se conforman. En esta peliaguda solidaridad hay una burda manipulación de la ley, que achaca la represión al delito y no al delito en sí. Con una tergiversación totalmente politizada de la Ley, ahora un criminal, si actúa contra un gobierno independiente del estadounidense, se convierte en un preso político. Sería legítimo esperar igual reconocimiento de la categoría de preso político también para los reclusos de las cárceles de Chile, Colombia y Argentina, pero la coherencia, como sabemos, no está de moda.
Que España se ofrezca es normal: desde los tiempos de Aznar Madrid se ha convertido en la sucursal europea de Miami, sede organizativa y política de las contrarrevoluciones latinoamericanas. Que Colombia, Argentina y Chile puedan solidarizarse con los golpistas y atacar Managua es, en efecto, una demostración de devoción al imperio.
Que Petro, Fernández o Boric enseñen a Nicaragua lo que son los derechos humanos es puro humor negro latinoamericano. Claro que no pueden enseñarle lo que es la clemencia, dado que Daniel Ortega ha dictado amnistías, mientras los presos políticos, víctimas de la verdadera derecha y de la falsa izquierda, se pudren en sus cárceles desde hace años. Mucho menos pueden enseñarle dignidad e independencia, dado que, sólo por poner un ejemplo, Colombia alberga siete bases militares estadounidenses que le recuerdan qué y cuánta soberanía tiene. En cuanto a Fernández, las encuestas dicen que ha logrado que el 70% de los que votaron por él se arrepientan, lo cual es bastante revelador de un personaje que primero entregó la economía al FMI y luego la justicia a la voluntad de los fiscales estadounidenses para su guerra contra Venezuela. A Boric no hay ni que tenerlo en cuenta, en vez de seguir el camino de Salvador Allende sigue el de Lenin Moreno.
Pero hay una pregunta que parece inevitable hacerse: ¿por qué las posiciones de los mosqueteros latinos de la Casa Blanca siempre se refieren a Nicaragua, a veces incluso acompañados de Venezuela y Cuba? ¿Por qué no se escuchan sus voces por lo que ocurre en otros países, tanto centroamericanos como sudamericanos, aunque haya horrores jurídicos en la aplicación de la justicia y fragantes violaciones de los derechos humanos en todo el continente (incluso en casa)? ¿Por qué el lenguaje sólo se mueve para unos y no para otros?
Porque los tres presidentes dependen totalmente de las decisiones de Washington. De hecho, es EEUU quien exige condenas y acusaciones contra Nicaragua, Cuba y Venezuela a cambio de su supervivencia política. EEUU les ofrece recitar discursos retóricos desde foros internacionales, siempre y cuando no se traduzcan en políticas reales. Por el contrario, dejarles hablar ofrece un falso escenario democrático donde se confrontan posiciones aparentemente diferentes. Chile, Colombia y Argentina son países que no tienen especial importancia en el escenario global pero sí en el continental, y es precisamente allí donde EEUU impone posiciones políticas y adhesión a campañas contra los países socialistas latinoamericanos. Es en América Latina donde EE.UU. los necesita, no en otra parte.
La muestra de la continuidad sustancial de este progresismo incoloro con la derecha que les precedió es evidente en política exterior. Piñera y Duque dieron su apoyo a las guarimbas en Venezuela y a la intentona golpista de 2018 en Nicaragua, y hoy Fernández y Boric apoyan a los golpistas nicaragüenses y acusan a Managua y Caracas. No hay nada de nuevo, cambian las caras, no las políticas. Al contrario, estos nuevos progresistas de caviar exhiben más furia que los propios EEUU para parecer alineados: apoyar golpes en otros lugares les parece la única garantía de no sufrir uno en casa.
Su colaboracionismo con el imperio sólo sorprende a quienes, pobres de conocimiento, habían situado su identidad política en la izquierda, mientras que ellos eran y son simplemente opositores a la extrema derecha. Se confundía artificialmente la adhesión a un progresismo genérico e inofensivo con los ideales de la izquierda. Nada de esto. Estamos ante un progresismo que es adversario de la derecha pero enemigo de la izquierda, incluso porque cree que el posible nivel de diferendo con Washington no puede cuestionar los modelos políticos, las alianzas militares y la colocación en el campo internacional que se les destina.
Frente a presidentes que tienen que tocar el tambor para tapar el silencio ensordecedor de su insipiencia, Managua tiene una idea clara de lo que significa transformar para cambiar y de cómo esto conduce a un enfrentamiento con la derecha, sea cual sea el nombre que se dé a sí misma. Cada cual seguirá su destino, pero la izquierda que le gusta a la derecha es el prólogo de una novela fantástica sin final feliz.
Fuente: 19 Digital