Imagino una fría y húmeda noche de noviembre en Petrogrado. Una calle vacía, recién alumbrada por un par de raquíticos faroles de los tiempos de una escasez de todo. La figura solitaria de un hombre, con su largo abrigo negro, tosiendo y apenas caminando hacia su humilde morada. Esta persona es Félix Edmundovich Dzerzhinski, el temido ‘Félix de Hierro’, el fundador de la VCHK (Comisión Extraordinaria Panrusa para la Lucha contra la Contrarrevolución y el Sabotaje), el primer servicio de seguridad del primer estado socialista del mundo.
Aparte de combatir la contrarrevolución, que fue una amenaza directa y despiadada desde dentro y fuera, del joven Estado soviético, Dzerzhinski se autodesignó otra tarea no menos importante: asegurar las condiciones dignas de vida y de educación de niños huérfanos de la calle, entre 7 u 11 millones, que había dejado la recién terminada Guerra Civil.
El servicio de seguridad, encabezado por él, hizo en pocos años algo que al principio parecía una locura: se creó un sistema estatal centralizado de recogida, alimentación, cuidado y educación de niños en un país todavía semidestruido, con hambre y muchas urgencias y necesidades. En solo un par de años, de esos millones de niños en las calles de Rusia, quedaban solo miles.
Dzerzhinski quien vivió enfermo, en condiciones de una extrema y casi exagerada austeridad, con la salud socavada por los años que pasó en las cárceles zaristas, trabajó hasta el total desgaste y murió a los 48 años. Vio como la parte más revolucionaria de su trabajo, la posibilidad de dar un futuro digno a estos niños. Esto para él, significaba la base para la seguridad del Estado. Poco antes de morir anotaba:
«Nosotros, los comunistas, debemos vivir modestamente de tal manera que el pueblo trabajador pueda decir que estamos usando la victoria de la revolución y el poder no para nosotros mismos, sino para la felicidad y el bienestar del pueblo».
Pasarían menos de siete décadas y la aún soviética prensa de la Perestroika, por encargo de los nuevos dueños del poder, casi al unísono contaría al pueblo anonadado por la avalancha de las macabras «revelaciones», que la Gran Revolución de Octubre fue «un golpe de estado» y su héroe Félix Dzerzhinski era en realidad, «un frío y sangriento verdugo de la dictadura bolchevique». Los recién reaparecidos, niños callejeros de la Unión Soviética miraban cómo por todo el país, las grúas derrumbaban los monumentos a ‘Félix de Hierro’.
Este es un pequeño esbozo de uno de tantos revolucionarios del siglo pasado, que lograron alumbrar la tiniebla de su tiempo, no tanto por tener una claridad teórica o la elocuencia como oradores, sino por ese fuego de su incontenible humanidad. Los seres como Dzerzhinski, como Camilo Torres, como el Che aparecían en el escenario del drama mundial para indicarnos no sé si el camino exacto, pero seguramente la altitud de la vara para medirnos como seres humanos.
Es curioso darnos cuenta que la grandeza de Fidel Castro como marxista-leninista sería incompleta sin su parte martiana, que completó su figura de gran conocedor y analista del mundo, con la calidez del amor humano y terrenal hacia las personas. Si no fuera así, él jamás habría salido con total seguridad y confianza, a conversar con los manifestantes en el Malecón habanero en la primera protesta contra su gobierno en el verano de 1994.
Otro personaje mítico de los tiempos recientes fue Salvador Allende, uno de los políticos más experimentados de Chile. Su camino hacia la presidencia —por primera vez en la historia del mundo un presidente socialista democráticamente electo—, ha sido una verdadera epopeya y tres años de su gobierno fueron una tremenda experiencia de lucha digna y desigual contra los poderes reales de su país y el mundo.
En agosto de 1972, un grupo de seis guerrilleros argentinos que se fugaron de la cárcel de la Patagonia, secuestraron un avión y fueron a Chile. Los asesores y todos los analistas políticos desde lo prudente, razonable y políticamente conveniente, coincidían en una sola opinión: un gobierno chileno, cumpliendo sus obligaciones y la ley, tenía que entregar a los secuestradores del avión a Argentina. Pero Allende no era ni prudente ni políticamente correcto. Se movía no por las conveniencias sino por sus principios. Él dijo: «los revolucionarios no entregamos a los revolucionarios», y el avión vacío se devolvió a Argentina y los prófugos partieron a Cuba.
Por su parte, el cura colombiano Camilo Torres, uno de los pensadores sociales más brillantes de la Iglesia católica, quien siempre creyó en la no violencia, al ver cerrados todos los caminos pacíficos, se refugió en la guerrilla y cayó en su primer y único combate. Cuentan que murió tratando de ayudar a un soldado herido, quien le disparó mortalmente.
Estas imágenes una y otra vez vuelven a la memoria, cuando vemos en estos días cómo el gobierno de Gabriel Boric, un mal imitador de Allende que todavía contra toda la evidencia insiste en ser «progresista» y «de izquierda», desde EE.UU. él condena a Cuba y a Venezuela por «las violaciones de los derechos humanos», mientras en su país, sigue reprimiendo a los mapuches y a los estudiantes, quienes con sus luchas prácticamente lo llevaron al poder. Al mismo tiempo, su colega peruano, Pedro Castillo, también ‘de izquierda’, por su total ineptitud, falta de interés y un nulo proyecto de cambios, regala a la prensa oligárquica esta caricatura de la izquierda que es su gobierno y prácticamente asegura un contundente triunfo de la derecha más extrema en las próximas elecciones.
Mientras tanto, un poco más al norte, otro gobierno ‘progresista’, el de Gustavo Petro en Colombia, el más reciente y tal vez el más decepcionante, entrega a los organismos del control estatal fiscal a sus colegas de la CIA, invitando a EE.UU. y a la OTAN a tomar bajo supuesto control «ecológico», la selva amazónica y decide no aplicar el impuesto a las pensiones de los más ricos, que fue una de sus premisas más importantes en su campaña electoral de izquierda. Una burla grosera de los poderes fácticos de siempre, que esta vez optaron por contratar a nuevos gerentes desde el bando contrario.
Los nuevos amos, con las banderas robadas a sus pueblos, ahora se desviven por demostrar que merecen la confianza de los grupos oligárquicos y los mercados financieros, que nuevamente tendrán la tranquilidad de responsabilizar de todas las culpas de los desastres generados por el sistema de derecha a sus gerentes ‘de izquierda’.
Para asegurar la confusión general se nos hablará de la necesidad de un mundo nuevo, de más medidas contra la corrupción y los métodos no violentos de lucha, las metodologías del reciclaje ecológico,miles de conversatorios de expertos en mezclar las formas con los contenidos, decorándolos con los ismos y las nuevas teorías posmodernas que nos desviarán la atención hasta donde más se pueda.
Es interesante la misma historia tras estos triunfos electorales. Al principio, entendemos o sospechamos algo, las apresuradas candidaturas con un ambiguo discurso recién acomodándose al gusto del votante, no nos convence y decimos francamente «son lo mismo», sabemos que nos van a chantajear y no nos gusta, pero luego la presión social reforzada por nuestra endógena nostalgia por la esperanza, al final nos convence de acercarnos, ‘ver lo bueno’ y al final, con nuestro voto ‘dar la oportunidad’ a los oportunistas de turno, que desde su ignorancia y arrogancia hasta pueden creerse revolucionarios.
¿Qué nos pasó? ¿Dónde quedaron tantas luchas por un mundo mejor? ¿Por qué nos dejamos chantajear y manipular?
Para pensar en un cambio social en serio, creo que debemos aprender a desconectar nuestras emociones. Entiendo que toda la cultura de la izquierda del pasado lejano y reciente ha creado un fuerte clima nostálgico y afectivo que mantiene nuestra conciencia atrapada entre las construcciones históricas que ya no existen, o su existencia simplemente no funcionan más. Al mismo tiempo, el sistema del poder, contratando los mejores servicios profesionales y controlando la fábrica mundial de la imagen, que son la televisión y las redes sociales, ya estudió nuestra demanda emocional y compensatoria, y después de procesar sus ‘big dates’, ya sabe qué palabra o gesto de cuál de sus candidatos, les devolverá nuestro amor y confianza.
Si por lo menos, por un rato, lográramos desconectarnos de estos inolvidables sentimientos que se viven, por ejemplo cantando con cientos de miles de manifestantes en la plaza central de tu país «El pueblo unido jamás será vencido», por fin tendríamos chance para ver qué pasa alrededor y a dónde nos llevan los organizadores del concierto. El sistema domina por completo la imagen y los efectos sicológicos que se generan en nosotros, y la única manera para salir de su control, es desconectar nuestra parte vulnerable, al menos por un rato, para razonarlo mejor.
Si pudiéramos liberarnos de esta emocionalidad ingenua, nos daríamos cuenta del grave deterioro de la vista que nos provoca el sistema neoliberal. El actual modelo occidental pseudodemocrático siempre nos invita a entrar en el juego según sus reglas y si caemos en la inocencia de respetarlas, no vamos a poder cambiar absolutamente nada, ya que el sistema está hecho para no poder ser cambiado desde dentro. Es muy fácil darnos cuenta de eso. Todos los partidos y organizaciones de izquierda que llegaron a ser parte del poder político, supuestamente para ‘influir’, se volvieron parte del sistema y contribuyeron a su mayor ‘derechización’, trayéndonos hasta este nuevo estado de fascismo mundial. Necesitamos construir otra mirada y otra lógica de nuestra acción.
Empecé hablando de Dzerzhinski, porque me pareció importante configurar la imagen de un proyecto, de la transformación social totalmente desvinculada de nuestras realidades de hoy. En algún momento, él me pareció más real que todos los demás representantes de los ‘gobiernos progresistas’ juntos. Seguramente tuvo muchos defectos y cometió muchos errores, pero tuvo una gran virtud: no fue ni amorfo ni contradictorio. Tuvo una dirección a la que decidió dedicar su vida y todo su tiempo y trabajo. Tuvo y sigue teniendo lo que tanto hace falta a los activistas de hoy: ética y amor por las personas. Por eso creo que para retomar la construcción de las nuevas utopías sociales para los siglos que vienen, deberemos anclarlas en nuestras tremendas referencias del pasado.
Escrito por: Félix Dzerzhinski
Fuente: RT