A la memoria de Miguel d’escoto Brockmann
(California, 1933- Managua, 2017)
Religioso, sacerdote, filósofo, escritor y diplomático.
Canciller de la Dignidad.
“Nos vamos a esconder bajo su sombra ardiente,
vamos a repetir su nombre hasta que su poder salte del olvido”.
Pablo Neruda.
Neruda, designado cónsul de Chile en Buenos Aires, llegó a la ciudad el 28 de agosto de 1933, exactamente cuarenta años antes, el 13 de agosto de 1893, había arribado Rubén Darío como cónsul de Colombia. El 20 de noviembre del 33, sobre una cena ofrecida a Neruda y Lorca en la capital bonaerense, dijo el diplomático autor de la obra monumental el Canto General: “estuvimos reunidos Federico García Lorca y yo, entre cien escritores argentinos” … “habíamos preparado un discurso a alimón” … “Aquel discurso fue dedicado a Rubén Darío, porque tanto García Lorca como yo, sin que se nos pudiera sospechar de modernistas, celebrábamos a Rubén Darío como uno de los grandes creadores del lenguaje poético en el idioma español”.
Fue aquella iniciativa la máxima expresión de respeto y admiración de ambos al nicaragüense autor de Azul…
Entre lo dicho, el dramaturgo y poeta español afirmó:
“Nosotros vamos a nombrar al poeta de América y España: Rubén…”
Y para finalizar el intenso y emotivo homenaje:
Neruda: Federico García Lorca, español, y yo, chileno, declinamos la responsabilidad de esta noche de camaradas, hacia esa gran sombra que cantó más altamente que nosotros, y saludó con voz inusitada a la tierra argentina que posamos.
Lorca: Pablo Neruda, chileno, y yo, español, coincidimos en el idioma y en el gran poeta nicaragüense, argentino, chileno y español, Rubén Darío.
Ambos concluyeron:
Neruda y Lorca: Por cuyo homenaje y gloria levantamos nuestro vaso.
Ahora, aquí, desde la posibilidad de la plataforma virtual que nos enlaza, en estos inciertos tiempos de pandemia que superaremos juntos con responsabilidad, compromiso y solidaridad, desde Managua y La Paz, desde distintos lugares y representaciones Latinoamericanas, alzamos juntos la voz para nombrar a Neruda y a Darío, quienes desde la pasión literaria fueron diplomáticos, como “dos elefantes sonoros” (2017), escribió la periodista y lingüista peruana Grace Gálvez Núñez: “Darío fue un gran elefante sonoro que rompió todos los cristales de una época del idioma español para que entrara en su ámbito el aire del mundo”.
Giuseppe Bellini (1923-2016) en el ensayo Neruda y sus poetas expresa: “la formación de Pablo fue romántico-modernista, y Gustavo Adolfo Bécquer y Rubén Darío fueron sus primero inspiradores”, agrega, “Darío introdujo a Neruda en el conocimiento de la poesía francesa moderna”.
Para el académico y traductor inglés Adam Feinstein “Neruda consideró a Darío como el mayor poeta hispano parlante del siglo XIX y también se dio cuenta que su propia poesía tenía que adoptarse a un modelo del siglo XX”, y agrega: “Hay una magnífica y enorme influencia de Darío sobre quien llegó a ser merecedor del Premio Nobel de Literatura en 1971. Pablo Neruda no hubiera podido alcanzar tal distinción sin Rubén Darío” (2019).
El autor de la Oda a Roosevelt (1904) y el autor de la Oda a las Américas (1954), no se conocieron, aunque coincidieron, desde la distancia, durante doce años de su existencia. Darío concluyó el paso por su vida de trovador errante el 6 de febrero de 1916, después de 49 años. Neruda inició su intensa y comprometida presencia el 12 de julio de 1904, para recorrer la vida durante 69 años, veinte años más que su inmortal antecesor. Ambos levantaron su voz “ronca y sonora”: el primero denuncia con la considerada primera poesía antiimperialista, abiertamente política que produce la América española, concluye así:
…/…
Tened cuidado. ¡Vive la América española!
Hay mil cachorros sueltos del León Español.
Se necesitaría, Roosevelt, ser por Dios mismo,
el riflero terrible y el fuerte cazador,
para poder tenernos en vuestras férreas garras.
Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!
El segundo, desde su particular estilo libre, escribe con brevedad, cincuenta años, después:
…/…
Que tu voz y tus hechos,
América
se desprendan
de la cintura verde,
termine
tu amor encarcelado,
restaures el decoro
que te dio nacimiento
y eleves tus espigas sosteniendo
con otros pueblos
la irresistible aurora.
Neruda se identificó con la lucha rebelde de Sandino, -compatriota de Darío-, contra la intervención norteamericana (1927-1934). Escribió: “Aquel amigo” en Canción de Gesta (1960), lo nombró: “el capitán del pueblo: Augusto C. Sandino”.
…/…
Aquí eran diferentes los negocios:
Sandino acometía y esperaba,
Sandino era la noche que venía
y era la luz del mar que los mataba.
Sandino era una torre con banderas,
Sandino era un fusil con esperanzas.
…/…
En noviembre de 1915, Darío regresó a León de Nicaragua, procedente de Guatemala. Retornó al origen para el final de su existencia material después de recorrer el mundo como viajero errante, dejando una huella imborrable de prolífera producción literaria que impuso el modernismo en la lengua española, con un generoso magisterio asumido por vocación, después de la accidentada carrera diplomática y de la intensa búsqueda que emprendió temprano por el propósito de su vida, asumiendo los costos personales, para quedarse y convertirse en la carta credencial más auténtica y representativa de la diplomacia, la cultura y la literatura universal de Nicaragua y Centroamérica.
En Dilucidaciones (El canto errante, 1907), reconoció: “como hombre, he vivido lo cotidiano; como poeta, no he claudicado nunca, pues siempre he tendido a la eternidad”. Quedaron atrás sus frágiles y perecederas contradicciones humanas.
Casi cualquier tema y en cualquier lugar del mundo, podemos iniciar una conversación o avanzar en ella, con un verso o frase dariana, con una anécdota de las experiencias de su vida, en ese camino recorrido que es, en sí mismo, más allá de sus escritos, un aprendizaje, lo que hemos llamado la “Pedagogía rubendariana” del extraño e impronosticable “Cisne negro” que provocó un gran impacto, que marcó un antes y un después en la poesía y la prosa española, desde la periferia económica, cultural y política, conquistando lo que con justeza es la “independencia cultural” desde Nicaragua, Centroamérica y América Latina, con respecto a la metrópoli ibérica, académica e ilustrada, iniciando la modernidad y superando el colonialismo en la literatura Hispanoamérica. Muy pocos tienen esa versátil cualidad universal. Su presencia no permite la indiferencia.
Este nicaragüense tan global y contradictorio, tan terrenal y divino, como parte de las múltiples dualidades de su vida, tan local, vivió en otros nueve países, en Honduras, durante su infancia, de donde viene el primer recuerdo, después en El Salvador, Chile, Guatemala, Costa Rica, Argentina, España, Francia y Estados Unidos. Cruzó en barco la larga travesía del Atlántico doce veces, la primera en 1892 y la última en 1914. Pasó, durante su intensa vida de viajero, al menos por doce países más, entre ellos: México, Brasil, Uruguay, Cuba, Colombia, Panamá, Alemania, Italia y Portugal.
Es mensajero, embajador de la cultura y las letras. Aunque el más importante cargo que ocupó en su carrera diplomática fue Ministro de Nicaragua en España, nombrado por el presidente Santos Zelaya, -presentó cartas credenciales ante el rey Alfonso XIII el 2 de junio de 1908-, el primero fue como parte de la delegación de Nicaragua en la celebración del Cuarto Centenario del llamado descubrimiento de América en Madrid (1892), y después como cónsul de Nicaragua en el Río de la Plata (puesto que no asumió; febrero 1893). Aceptó, en abril de 1893, el de cónsul general en Buenos Aires que le ofreció Colombia, gracias a la generosa gestión del expresidente Rafael Núñez, con el que inauguró su incursión en lo que siempre tuvo interés de ser parte.
En León, en la Voz de Occidente, el poeta adolescente escribió, en el artículo La Diplomacia (1883): “El ojo avizor del diplomático penetra en los misterios de la política y sabe distinguir la grave actitud de un gobernante severo y justo, como las tramas que urde, el engaño y la mala fe”. Recién llegado a Chile, antes de publicar Azul…, asistió a las clases de Derecho Público e Internacional del abogado y político Jorge Huneeus Zegers. En Madrid, en marzo de 1900, escribió: El cuerpo diplomático hispanoamericano: “Era ya tiempo de que las naciones americanas de habla española se conociesen, se estimasen, se relacionasen y uniesen más entre sí y que este vínculo se extendiese, con positivo interés, hasta la tierra española”.
En 1903 Nicaragua lo designó cónsul en París, en 1905 miembro de la Comisión encargada de defender los derechos de Nicaragua en lo relativo a los límites con Honduras, conflicto sometido al arbitraje del rey Alfonso XIII. En 1910 fue designado para participar en los actos oficiales conmemorativos del Primer Centenario del Grito de Dolores en México, delegación que fue frustrada por la caída del presidente Madriz, la injerencia norteamericana en Nicaragua y la actitud sumisa del gobierno mexicano de Porfirio Díaz que no quiso incomodar a Washington, por lo que, el distinguido visitante fue recibido en Veracruz con diversas movilizaciones populares y expresiones solidarias. Dos meses después estalló la Revolución Mexicana. En septiembre de 1912 el ministerio de Relaciones Exteriores de Paraguay, lo designó cónsul en París, siendo el último nombramiento en esta ocupación paralela que acompañó su imperturbable carrera literaria.
Darío es para Nicaragua y Centroamérica, el agente diplomático, representante, estandarte y símbolo, de pensamiento, acción e identidad más prominente y universal, el que mejor y de manera más incluyente y diversa encarna la nacionalidad nicaragüense, centroamericana e hispanoamericana, desde su vínculo y visión polifacética, literaria, clásica y local, humanista, unionista y bolivariana.
Literatura para contar y cantar, diplomacia para conocer y desde nuestra dignidad soberana, comprender y tolerar la diversidad universal habitando la Casa común en la que vivimos y viajamos en el tiempo que nos toca compartir desde tantas afortunadas coincidencias. Diplomacia para relaciones de diálogo, solidaridad y respeto a la autodeterminación, no la del “Gran garrote” (o Big Stick) ni la “diplomacia del dólar” que acuñara el destinatario de la denuncia poética del autor de Prosas profanas, Theodore Roosevelt en 1901, prepotente, arbitraria, troglodita e inhumana.
Literatura y diplomacia para entonar con dignidad soberana “el canto más alto del idioma” como dijo Neruda de Darío.
Muchas gracias.
La Paz, Bolivia, jueves 23 de septiembre de 2021. Ponencia del escritor nicaragüense Francisco Javier Bautista Lara (www.franciscobautista.com) en la 25º. Feria Internacional del Libro de La Paz 2021. Conversatorios: “La diplomacia y la literatura: una aproximación desde la diplomacia de las letras”.
Fuente: Francisco Bautista
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