A doscientos años de la independencia de Centroamérica, Nicaragua sigue siendo un país en revolución que revisa su historia convencional e intenta liquidarla del imaginario colectivo para consolidar su segunda independencia, la de país libre y soberano como resultado de la lucha de su pueblo y de la certera dirección encabezada por el gobierno del Comandante Daniel Ortega Saavedra.
Si revisamos rápidamente la historia, debemos recordar que la invasión española a estas tierras vitales, el Abaya-Yala, y el posterior sometimiento a sangre y fuego de los pueblos originarios dejó grandes y dolorosas secuelas para sus descendientes a través de los siglos.
El periodo de conquista y colonización de parte del poder imperial aparte de esquilmar nuestras riquezas también realizó todo un plan para esquilmar nuestra mente y nuestra identidad de pueblos, nuestro orgullo, nuestras creencias y nuestro arraigo.
Se empezó por dudar de nuestra condición de humanos, se dispusieron a despojarnos de nuestras tierras, a convencernos a la fuerza que no eran nuestras, a acabar con nuestro sistema social imponiéndonos autoridades que representaban a un poder imperial y a un rey que nadie conocía, obligarnos a creer en un Dios intangible que nos ofrecía terribles castigos si no obedecíamos las órdenes de los invasores.
La autoridad colonial implementó diversos mecanismos para disfrazar la esclavitud, (mitas, encomiendas, etc.) posteriormente nos convirtieron en «indios”, siervos de los latifundistas.
Con la independencia de la corona española para los descendientes de los pueblos originarios de nuestra Nicaragua no cambió nada, seguimos siendo como propiedad de los grandes hacendados, los sin tierra no tenían otra alternativa que «trabajar» para el patrón a cambio de permitirles vivir en sus tierras y sembrar, compartiendo la producción con el terrateniente, para poder alimentar a su prole.
Se impuso una relación de subordinación y de menoscabo de la dignidad de humanos de los nicaragüenses indios y mestizos. El trato indicaba como deberían ser las cosas, había que dirigirse a los poderosos con términos como doctor, bachiller, patroncito, lo que indicaba la condición de menos valía que ellos, si no poseías tierras u otras propiedades y además no tenía educación, valías menos.
Se encargaron de «enseñarnos» eso, primero los capitanes generales y/o gobernadores de imponerlo a través de los aparatos de su poder ideológico que incluían por supuesto a los curas y obispos, luego los chapetones, más tarde los criollos, herederos del poder imperial y clasista, convertidos en conservadores terratenientes hasta llegar a los modernos capitalistas liberales.
La democracia de los opresores ni siquiera permitía votar en las elecciones a quienes no demostraran tener una cuenta bancaria, menos a las mujeres, fue hasta la revolución liberal de 1893 que se comenzó a considerar incluir a los pertenecientes a la base de la pirámide social como sujetos de derecho.
Pero no basta incluir esos derechos en constituciones y leyes para terminar con la colonización mental, la colonización ideológica. Siglos de opresión económica, social e ideológica hacen creer a los de abajo que los de arriba tienen privilegios solo por el hecho de ser potentados o que porque son cheles resumen la inteligencia de la nación.
Esto explica por qué hasta simpatizantes del sandinismo se escandalizan al ver la repartición de órdenes de captura y acusaciones legales en contra de miembros de la oligarquía heredera y/o representantes de los invasores españoles y continuadores del status quo colonial. Ej. Sergio Ramírez. Gran parte de la población aún cree que estos tienen privilegios por encima de los demás, por encima de ellos mismos, además ellos (los oligarcas) actúan como si así fuera. Ej. Cristiana Chamorro.
Cuando el Comandante Daniel habla de la segunda independencia no se debe entender solo como la independencia económica, política y social en relación al imperio de esta época y a las viejas potencias coloniales, se refiere también a la descolonización de nuestras decisiones internas como nación y a la descolonización de nuestro pensamiento.
Todas las personas son iguales ante la Ley dice la Constitución Política de Nicaragua. Es hora de que sea verdad, las instituciones deben aplicar la ley de manera pareja pero también la población debe lograr su verdadera independencia, la independencia de pensamiento, entender que ha estado sometida a una dictadura del capital, a una «democracia» burguesa que te obliga a creerte menos, o a creer seres superiores a los oligarcas.
Es hora de instaurar legal y mentalmente la democracia popular, que siempre va a contradecir al pensamiento burgués, oligarca y entreguista. Mientras nos vamos alejando del poder imperial también debemos irnos despojando del pensamiento clasista e imperialista de los tradicionales enemigos de clase. Solo así lograremos nuestra completa e integral segunda independencia.
Por Arturo Aguirre e Irma Franco