Él es Gabriel García Márquez, alias Gabo. El brillante y comprometido escritor colombiano que se hizo con el Nobel en 1982 impulsado por la obra que le consagró, Cien años de soledad, estandarte del realismo mágico latinoamericano.
Su novela cumbre fueron originalmente dos mil cuartillas de las que no tenía ni siquiera una copia porque en la época en que la escribió, 1965, no podía permitirse el lujo del papel carbón. Era un tiempo de préstamos, deudas y empeños en Méjico donde vivía con su mujer Mercedes.
Ella se las arreglaba como podía para llevar la intendencia familiar mientras él se dedicaba exclusivamente a teclear en la máquina de escribir para dar forma a su ambiciosa novela protagonizada por la familia Buendía, fundadores de una ciudad que presenciará acontecimientos increíbles durante la centuria que da título a la novela. La obra describe a varias generaciones de dicha estirpe y tiene como epicentro el pueblo de Macondo. Este gentilicio lo concibió durante un viaje realizado con su madre en tren a los 23 años con el propósito de vender la casa familiar, según explicaba en su libro de memorias Vivir para contarla: ‘El tren hizo una parada en estación sin pueblo, y poco después pasó frente a la única finca bananera del camino que tenía el nombre escrito en el portal: ‘Macondo’’.
El autor reconoce que ‘lo había usado ya en tres libros como nombre de un pueblo imaginario cuando me enteré en una enciclopedia de que es un árbol del trópico parecido a la ceiba, que no produce flores ni frutos’. La Macondo imaginaria ofrece muchos ecos de Aracataca, la cuna del autor, primogénito de doce hijos.
Para su historia de los Buendía, el Nobel bebe de las fuentes de su propia familia y de aquellos a quienes frecuentó en su Colombia natal. Uno de ellos era ‘el sabio catalán’, en referencia al intelectual catalán Ramon Vinyes, un exiliado en cuya librería de Barranquilla se forjó una prolífica tertulia. Allí Gabo oyó hablar por primera vez de libros de la moderna literatura europea y americana que ejercerían una fuerte influencia en su obra.
El original sin copia de Cien años de soledad se transformó en 1966 en cuatro copias, tres en papel carbón (¡por fin!). Dos llegaron a la editorial Sudamericana, otra la movió el escritor entre sus amigos y la última viajó hasta Barranquilla. Un año después, en junio de 1967, se publica y en una semana se agotan los 8.000 ejemplares de la tirada. El éxito arrollador establecerá un ritmo difícilmente igualable: una edición por semana. Sería en ese año cuando el autor vendría a vivir a Barcelona, donde residió hasta 1973, en una casa alquilada en el barrio de Sarrià con su mujer y sus dos hijos.
García Márquez siempre ha ejercido el activismo político, y es muy conocida su amistad con Fidel Castro. Cuando en 1982 consiguió el Nobel, Gabo atribuyó su consecución a ‘el papel que debe jugar un intelectual en la sociedad moderna, y más aún en los países de América Latina, tan sometidos a presiones y chantajes de todo tipo’.
El Nobel de García Márquez cobra ahora renovada relevancia con motivo de la concesión del mismo título al escritor chino Mo Yan, quien ha reconocido su deuda con el realismo mágico: ‘García Márquez me ha influido mucho’.
Fuente: https://www.lavanguardia.com/