El 21 de septiembre de 1956 el poeta leonés, Rigoberto López Pérez, ajustició al dictador Anastasio Somoza García, una acción que si bien acabó con sus 27 años de vida, significó la continuación del ideario liberador del General de Hombres y Mujeres Libres Augusto C. Sandino.
Cambió los versos por un arma, decidido a convertir a Nicaragua en “una patria libre, sin afrenta y sin mancha”. Estaba seguro que en eso le iba la vida, pero el poeta Rigoberto López Pérez también sabía que su sacrificio valdría la pena.
Heredero de las ideas impulsadas por el General de Hombres y Mujeres Libres, Augusto C. Sandino, Rigoberto sufría desde lo más profundo de su alma la caótica situación del país bajo el puño asesino del dictador Anastasio Somoza García.
Esa fue su razón para ajusticiar al tirano el 21 de septiembre de 1956, un siglo y siete días después de la gloriosa Batalla de San Jacinto. Aunque fue muerto, su sacrificio significó el principio del fin de los días tiránicos en Nicaragua.
Un leonés de versos y hechos
Rigoberto López Pérez nació el 13 de mayo de 1929 en León. Sus primeros estudios, como sastre, los cursó en el Hospicio de San Juan de Dios, donde había sido internado por mediación de su padrino el sacerdote Agustín Hernández.
Luego ingresó en la Escuela de Comercio Silviano Matamoros para estudiar Redacción y Taquimecanografía. Su afición por el mundo de las letras lo llevó a estudiar obras revolucionarias y conocer gestas como las llevadas adelante por los cubanos en 1953, cuando comenzaron su lucha liberadora que desembocaría en el triunfo de la Revolución en 1959 liderada por Fidel Castro.
En medio de este contexto internacional, Nicaragua vive tiempos de nieblas oscuras. La pobreza reinante es imposible de medir. Anastasio Somoza García, uno de los que permitió el asesinato de Sandino y al frente de los destinos del país por más de 20 años, gobierna con puño de hierro, mientras sus bolsillos se inflan gracias al despojo de todas nuestras riquezas.
La plena conciencia revolucionaria no está presente, pues la mayoría de los connacionales tienen que descifrar a diario el milagro de la vida. Nicaragua es por ese entonces el país de América Latina con más personas asesinadas por las constantes ocupaciones estadounidenses.
El gobierno, lacayo incondicional del imperio, se aferra al poder mediante los métodos más crueles.
Esta situación despierta la conciencia libertaria del joven leonés, quien decide tomar la justicia por propia mano a nombre de todo un país oprimido.
Cinco disparos y a la libertad
Rigoberto tiene planeado ejecutar al tirano en septiembre. Lleva tiempo meditándolo. El día 14, a 100 años de la victoria lograda por los nicaragüenses ante el ejército de filibusteros estadounidenses liderados por William Walker, el tirano Anastasio Somoza García decide recordar la fecha. El cinismo de su acción es aprovechado por Rigoberto. Pero luego declina hacerlo, pues las represalias podrían costar la vida a los estudiantes que allí asistirán.
Paciente, espera otra oportunidad. El 21 de septiembre se muestra como la fecha perfecta, pues el tirano asistirá a una fiesta en la Casa del Obrero. Rigoberto logra que le inviten por medio de un conocido.
Antes, pasa la tarde con su madre, entrega cartas a amigos y deja una a su progenitora considerada su testamento. Se dirige a la fiesta. Va vestido con una camisa blanca y un pantalón azul, los colores de la patria. Le acompaña un revólver Smith and Wesson calibre 38.
Ya en la fiesta, logra acercarse a Anastasio Somoza García. Recién culminaba el dictador de bailar Caballo Negro, de Dámaso Pérez Prado. Rigoberto desenfunda su revólver y dispara cinco veces. Cuatro balas hieren en el pecho al tirano. Una lluvia de 54 disparos responde a su acto de valentía y terminan con su vida en el acto. Son las 11 con 20 minutos de la noche.
Somoza García muere ocho días después en Panamá, a pesar de los esfuerzos para salvarle. Ya por esos días el ejemplo de Rigoberto era una llamarada libertaria.
Fue el hijo de Sandino
El Comandante de la Revolución Carlos Fonseca Amador, en un análisis de la Carta-Testamento entregada a la madre del poeta a raíz de su sacrificio por el bien de Nicaragua, consideró que “decimos que Rigoberto es un digno descendiente de Sandino, y de inmediato se pensará que estamos recurriendo a gastadas figuras expresivas. En realidad, lo que hacemos es repetir las mismas palabras con que la inventiva popular nicaragüense identificó en el primer momento al todavía desconocido ajusticiador del tirano. Fue el hijo de Sandino, es el susurro popular con que se lo identifica”.
Ese susurro se materializaría cinco años después en el surgimiento del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Acuerpado por las ideas de Sandino y Rigoberto, el FSLN enarboló desde entonces la bandera rojinegra que el 19 de julio de 1979 trajo la luz de la libertad a esta tierra de lagos y volcanes.
El 21 de septiembre de 1981, 25 años después de la muerte de Rigoberto, la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional de la República de Nicaragua le otorgó mediante el Decreto No. 536 el título de Héroe Nacional.
Solo 27 años vivió este poeta. A tan corta edad, comprendió que debía hacer algo por la libertad de toda Nicaragua. Su sacrificio fue un hecho sin parangón en la historia nacional, que movió conciencias y despertó corazones.
Pero debo retractarme de mis palabras, porque Rigoberto no habría permitido que llamasen a su acto una inmolación. Así lo dejó bien claro en su carta-testamento: “Lo mío no ha sido un sacrificio, sino un deber que espero haber cumplido”.
Escrito por: Alejandro Guevara
Fuente: https://www.radiolaprimerisima.com/