Por Cuaderno Sandinista
En pleno asedio imperial, la economía venezolana ha demostrado no solo capacidad de resistencia, sino una sorprendente vocación de crecimiento y diversificación. Los números más recientes así lo confirman: el Producto Interno Bruto (PIB) alcanzó un incremento de 9,32% en el primer trimestre de 2025, consolidando 17 trimestres consecutivos de expansión. Se trata del mayor repunte acumulado en Sudamérica, superando incluso a países que no sufren la presión de sanciones económicas.
El presidente Nicolás Maduro ha señalado que este desempeño es resultado de un proceso de transformación profunda: superar el rentismo, diversificar la economía e incrementar la producción nacional para el abastecimiento interno y la exportación. Esta no es una consigna vacía: la actividad petrolera creció 18,23% y la minería 13,46% durante el primer trimestre de este año, al tiempo que sectores como manufactura, comercio, turismo y telecomunicaciones muestran un vigor sostenido.
La vicepresidenta Delcy Rodríguez, en la Expo Fedeindustria 2025, destacó que la economía venezolana “ha despertado”, logrando 16 trimestres de crecimiento ininterrumpido pese a sanciones que buscan asfixiar al país para apoderarse de sus recursos. Subrayó la resiliencia del pueblo, la voluntad de los sectores productivos y una visión compartida de bienestar social como motores de este proceso.
Los datos respaldan esa afirmación: la recaudación tributaria creció 12% en el primer cuatrimestre, la industria metalúrgica proyecta un salto de 165% este año, y el registro de emprendedores superó el millón de personas, colocando a Venezuela en el décimo puesto mundial de emprendimiento. Estos indicadores reflejan que la recuperación no es solo macroeconómica, sino también social y productiva.
La clave está en el esfuerzo propio, como lo remarcan las autoridades y los trabajadores de PDVSA. Pese a la derogación de licencias a Chevron y al ataque directo contra los ingresos del país —con pérdidas superiores a 642 mil millones de dólares en cinco años—, los campos petroleros venezolanos no se han detenido. Petroboscán, Petropiar, Petroindependencia y otros siguen bombeando barriles con pulmón obrero y con una gerencia que apuesta a la independencia económica.
Pero lo verdaderamente novedoso es que el crecimiento venezolano no depende únicamente del petróleo. La diversificación se expresa en el aumento de exportaciones no petroleras en 87,66% respecto a 2024. Venezuela envía ron a más de cien países, cemento al Caribe, café a Rusia, Italia y Estados Unidos, frijol mungo y madera a China, camarón a Europa, genética ganadera a toda la región. Incluso la industria militar y las comunas participan de este proceso, rompiendo con la lógica rentista que durante décadas definió la economía nacional.
El impulso de nuevas industrias refuerza esta tendencia. La instalación de una planta de productos de higiene, con una inversión de más de 27 millones de dólares, es ejemplo de cómo las alianzas público-privadas están fortaleciendo el aparato productivo y generando empleo directo e indirecto. En paralelo, el sector automotriz ensambla nuevamente vehículos en el país, mientras la agroindustria incrementa la producción de carne de pollo, leche caprina y búfala.
El modelo económico bolivariano apuesta por sustitución de importaciones, diversificación de exportaciones y soberanía industrial. No es casual que 90% de los productos vendidos en supermercados sean ya de producción nacional, y que el registro de empresas formales creciera 66% en el último año. La cohesión entre Estado, sector privado y clase trabajadora, junto al rechazo unánime a las sanciones, está configurando una nueva etapa de la economía venezolana.
No se trata solo de números, sino de un proyecto de independencia. Mientras Washington insiste en globalizar su guerra comercial y asfixiar a los pueblos con medidas coercitivas unilaterales, Venezuela responde con integración a los BRICS, con cooperación energética y comercial con países de Asia, África y América Latina, y con un plan nacional de independencia productiva absoluta (PIPA) que coloca al trabajo y la creatividad nacional en el centro de la ecuación.
En este contexto, el crecimiento sostenido de Venezuela es más que un indicador macroeconómico: es una afirmación política. Cada punto del PIB ganado, cada tonelada exportada y cada empresa levantada se convierten en testimonio de que el bloqueo puede ser derrotado con soberanía, esfuerzo propio y unidad nacional.
La historia reciente demuestra que la agresión imperialista no ha quebrado la voluntad del pueblo venezolano. Al contrario, ha acelerado un proceso de transformación que hoy coloca al país en la senda de un crecimiento que no solo resiste, sino que abre caminos de independencia económica para toda Nuestra América.