Por Daniela Pacheco
El pasado martes, el Gobierno de Milei cumplió 365 días en la Casa Rosada. A través de un mensaje por cadena nacional, el representante de la motosierra reivindicó los ajustes; presentó cifras económicas de éxito sin sustento —como suele ser su costumbre–; prometió un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y, en medio de tanta felicidad, hasta le agradeció a su hermana, Karina Milei, “El Jefe”, como él la llama.
Con tanto optimismo, en la Argentina de Milei no existen el 65,5% de las y los niños ni el 49,9% de la población que viven en situación de pobreza en su país. Desde que el ultraderechista es presidente, más de cinco millones de personas han caído en la pobreza, alcanzando los 23 millones de argentinas y argentinos.
El estricto ajuste implementado para mantener el equilibrio fiscal, junto con la paralización completa de las obras públicas y la caída del consumo, debido a la pérdida de poder adquisitivo, han derivado en una mayor precariedad laboral y un aumento del desempleo, y por tanto, en el crecimiento de los niveles de pobreza e indigencia.
En mayo pasado, el presidente argentino insistió en una entrevista en que «lo peor ya ha pasado» y que su Gobierno está «sentando las bases para un fuerte crecimiento», pero las medidas de la motosierra han elevado las tasas de pobreza a máximos que no se habían visto en las últimas dos décadas.
Milei ha cerrado 13 ministerios, despedido a más de 37.000 empleados públicos y disminuido en más del 70% los recursos destinados a rubros como pensiones, educación, salud y ciencia, entre otros, sin contar con el encarecimiento de los alimentos y del transporte en más del 40%. Mientras ha centrado parte de su discurso central en la lucha contra la casta y su nivel de gasto, concentra una enorme cantidad de recursos en su propia oficina. Áreas como la Jefatura de Gabinete aumentaron su presupuesto en más del 300%, o como la Secretaría General de la Presidencia de la Nación, a cargo de “El jefe”, triplicaron su asignación; austeridad para el pueblo y derroche para la presidencia.
Como era de esperarse, el autodenominado león celebró la disminución de la inflación, que pasó del 25,5% en diciembre de 2023, al 3,5% en septiembre de 2024. Sin embargo, a pesar de su significativa reducción, el problema ha sido el precio que las y los más pobres, y la clase media, han tenido que pagar por sus “logros”.
Además, vetó recientemente una ley que garantizaba una mayor financiación para las universidades públicas nacionales, a las que acuden cerca de 2 millones de estudiantes, y a las que Argentina les debe gran parte de su clase media.
Ni qué decir de su relación con América Latina, limitada a proferir insultos contra Lula Da Silva, Gustavo Petro y el expresidente Andrés Manuel López Obrador, en contraste con una pleitesía que raya en la ridiculez, respecto a Donald Trump, así como sus elogios a Israel.
El modelo de la motosierra implicó recortes que llevaron a cientos miles de estudiantes a tomarse las universidades; a que las y los trabajadores de la salud y otros sectores públicos se movilizaran de manera permanente por salarios dignos y menos ajustes, mientras que la salida del pueblo argentino a las calles fue respondida con represión. Todo lo anterior, en medio de una operación mediática milimétrica para lavarle la cara al dizque anarcocapitalista, e impulsar su discurso fascista con fuerza, especialmente, en redes sociales.
“Se vienen tiempos felices para Argentina”, dijo el presidente en su mensaje a la nación, aunque las y los pobres, que son mayoría, no cuenten como parte de ese país tan próspero e inmerso en el optimismo. ¡Qué viva la libertad, carajo!
Fuente: Nodal