El 9 de diciembre del año 1824 se libró una de las contiendas más decisivas de la historia de América Latina: la Batalla de Ayacucho, que significó la independencia del Perú y el fin del dominio colonial español en Suramérica.
Durante la batalla, las tropas independentistas fueron dirigidas por el general Antonio José de Sucre, joven patriota, lugarteniente del Libertador Simón Bolívar y el más fiel de sus generales. Ese día, el ejército patriota compuesto por 5.000 hombres se enfrentó a unos 6.000 soldados realistas dirigidos por el general José Canterac, a quienes venció y obligó a capitular.
Además de poner en desbandada a los realistas y causarles una elevada cifra de muertos y heridos, los patriotas capturaron al general José de la Cerna, último virrey del Perú, y a muchos de sus oficiales.
Tras la batalla, el jefe del Estado Mayor realista, general José Canterac, firmó junto al general Sucre el tratado de capitulación y renunció a proseguir la lucha.
Sobre este relevante hecho histórico, expresó Bolívar: «La Batalla de Ayacucho es la cumbre de la gloria americana, y la obra del general Sucre. La disposición de ella ha sido perfecta, y su ejecución divina. Maniobras hábiles y prontas desbarataron en una hora a los vencedores de catorce años, y a un enemigo perfectamente constituido y hábilmente mandado. Ayacucho es la desesperación de nuestros enemigos».
El Libertador también dijo acerca de Sucre: «El General Sucre es el Padre de Ayacucho: es el redentor de los hijos del Sol; es el que ha roto las cadenas con que envolvió Pizarro el imperio de los Incas. La posteridad representará a Sucre con un pie en el Pichincha y el otro en el Potosí, llevando en sus manos la cuna de Manco-Capac y contemplando las cadenas del Perú rotas por su espada».
Junín: preludio de la derrota española
Para entender la magnitud del triunfo independentista en Ayacucho, es preciso mirar antes al 6 de agosto de 1824, cuando tuvo lugar la Batalla de Junín, en el Perú.
En ese momento, entre las tropas independentistas de esta región emergían el caos, las divisiones internas y el agotamiento.
La situación era muy compleja para los afanes independentistas: la aristocracia limeña era fiel a la corona española y las tropas realistas, dirigidas por el general De la Cerna, tenían un fuerte control sobre los territorios estratégicos, los intentos de independencia habían sido aislados y enfrentaban una férrea oposición pese a los esfuerzos del general y patriota chileno José de San Martín.
Bolívar, quien ya había independizado a Venezuela, Colombia y Ecuador, es invitado a tomar el mando del Ejército Unido Libertador del Perú. Sabía que para liberar al Perú no bastaba con vencer a las fuerzas coloniales: también había que unir a los diversos grupos de patriotas y organizar a un ejército disciplinado capaz de enfrentarse a la poderosa maquinaria militar realista.
Al llegar a la región, Bolívar halló un país sumido en controversias políticas y luchas internas entre los patriotas. Además, estas fuerzas estaban desorganizadas y carecían de recursos. Ante tal escenario, recurrió a Sucre, que aunque joven había demostrado ser un líder militar excepcional, le entregó el mando de las tropas patriotas y la misión de reorganizarlas para vencer a las fuerzas realistas.
Así llegó el 6 de agosto de 1824. En las pampas de Junín, 900 jinetes del ejército libertador cargaron contra 1.300 jinetes de la caballería española. A continuación avanzó la infantería contra las líneas enemigas, obligando al ejército realista a retroceder.
Durante la retirada, el ejército realista no pudo reorganizarse y dejó abierto el paso hacia el Alto Perú a las tropas patriotas, cuya moral se elevó. Aunque la batalla no marcó la victoria definitiva, fue estratégica porque debilitó a los realistas y anunció el triunfo final en Ayacucho.
Fuente: TeleSur