Por Stephen Sefton
Las cada vez más abiertas contradicciones entre la retórica de los dirigentes de los Estados Unidos y sus aliados y sus acciones en la práctica están acelerando su progresiva pérdida de credibilidad y prestigio ante los gobiernos y pueblos del mundo mayoritario. La afirmación de irracionales creencias falsas contamina prácticamente toda la vida pública de las sociedades norteamericanas y europeas. Desde luego, la creencia falsa fundamental siempre ha sido que la cultura occidental es superior en todos los aspectos a las demás culturas del mundo. El Presidente Vladimir Putin ha comentado sobre esto en relación a la aseveración constante de las y los voceros occidentales de la importancia de lo que ellas y ellos llaman “una orden mundial basado en reglas”.
En una entrevista con medios chinos en octubre del año pasado, el presidente Putin comentó, “…¿cómo se puede hablar de una orden basado en reglas que nadie ha visto nunca? En términos de sentido común, es un sinsentido. Pero es beneficioso para quienes promueven este enfoque, porque si nadie ha visto las reglas, significa que quienes hablan de ellas las están inventando ellos mismos de manera oportuna para su propio beneficio. Ese es un enfoque colonial. Porque en los países coloniales siempre han creído que son personas de primera categoría… lo cual significa que al considerarse excepcionales en los Estados Unidos, significa que otras personas, de hecho todas las personas, son meramente personas de segunda categoría. ¿De qué otra manera se puede entenderlo? Son nada más que vestigios del pensamiento colonial.”
Un corolario de este sentido occidental de su innata superioridad es que las y los dirigentes norteamericanos y europeos no reconocen ni aceptan legítimas críticas de sus contradicciones. Hay innumerables ejemplos de esta demente conducta, desde su apoyo a las y los simpatizantes nazis del régimen de Kiev quienes han destruido las vidas de millones de sus compatriotas en Ucrania, hasta el infame apoyo occidental al genocidio sionista contra el pueblo palestino. Quizás después de todos los siglos de genocidio, comercio de esclavos y bárbara explotación colonial y neocolonial, lo único nuevo en este patrón del comportamiento patológico occidental es que ahora todo el mundo es testigo de ello de manera casi inmediata por medio de las nuevas tecnologías de comunicación.
A pesar de la enorme capacidad de control y manipulación de los grandes monopolios digitales y comunicacionales occidentales, más que suficiente material auténtico escapa la censura occidental para permitir al mundo mayoritario formar una valoración justa de lo que ocurre en el mundo. Ese hecho en sí constituye una rotunda condena de la hipocresía de los gobiernos y medios occidentales en relación a su pretensión de proyectarse como defensores de la libertad de expresión. En Nicaragua, solo tenemos que recordar cómo las entidades de los derechos humanos occidentales encubrieron los crímenes de las y los golpistas en 2018. En relación a la libertad de expresión el caso más relevante fue el ataque a los periodistas y trabajadores de la Nueva Radio Ya.
Al criminal Miguel Mora, quien instigó la quema de las instalaciones de nuestra Nueva Radio Ya, la organización estadounidense, el Comité por la Protección de Periodistas le otorgó un premio por haber, decían ellos, defendido los principios de la libertad de expresión. Uno podría pensar que es imposible encontrar otro incidente más emblemático del puro cinismo y maldad de la demente cultura narcisista occidental. Pero lamentablemente, en Gaza, hasta el momento son 119 periodistas asesinados por las fuerzas armadas sionistas en apenas tres meses. Y sobre ese enorme crimen de lesa humanidad también el silencio occidental es ensordecedor.
Aun en el contexto de tanta barbarie, siguen altamente relevantes otros notorios ejemplos de la cínica represión de la libertad de expresión en Europa y Norte América. El hermano Ramón Pedregal Casanova nos ha recordado de manera muy oportuna del escandaloso caso de Julian Assange, encarcelado bajo condiciones infrahumanas durante los últimos cuatro años en una prisión de alta seguridad en Inglaterra. El crimen de Julian Assange es de haber humillado al gobierno de Estados Unidos al presentar la verdad de sus crímenes en Iraq y en Afganistán. Con su probable entrega a las autoridades estadounidenses va a seguir su interminable maltrato físico y tortura psicológica en una cárcel de alta seguridad estadounidense donde es bastante probable que morirá en circunstancias similares a la reciente muerte del escritor y periodista Gonzalo Lira.
De nacionalidad chileno y estadounidense, Gonzalo Lira, fue arrestado por el régimen de Kiev por sus críticas de las políticas del régimen del presidente Zelensky y condenado a varios años de prisión. Gonzalo Lira falleció en alguna mazmorra del régimen de Kiev por ser negada la atención médica básica que le habría salvado la vida. A pesar de ser ciudadano de ambos países, los gobiernos de Estados Unidos y Chile no actuaron para defenderlo, por ejemplo por exigir su deportación. El contraste es cruel entre la negligencia deliberada de Estados Unidos y Chile en el caso de Gonzalo Lira y el actuar constante, urgente y al final exitoso del gobierno bolivariano de Venezuela para rescatar a Alex Saab, otro víctima inocente de la injusticia de Estados Unidos y sus aliados.
El caso de alto perfil de Gonzalo Lira es meramente uno entre varios miles de casos de la represión generalizada del régimen del presidente Zelensky contra la población de Ucrania. Sobre esta realidad los gobiernos occidentales, sus medios y su industria de derechos humanos se callan. No reportan de buena fe la represión violenta de parte del régimen en Kiev contra las iglesias, los sacerdotes y la feligresía de la fe Ortodoxa en Ucrania. Tampoco reportan de buena fe el cierre de por lo menos doce partidos políticos en Ucrania ni el sistemático hostigamiento físico y represión oficial contra sus dirigentes y militancia. Para Occidente, Ucrania sigue siendo una maravilla de la democracia.
El mismo patrón de cobertura selectiva y omisión sistemática caracteriza las posiciones de los gobiernos, medios e instituciones occidentales en relación al genocidio sionista en Palestina y el relacionado conflicto en desarrollo entre los países de la OTAN y Yemen. Los gobiernos y medios norteamericanos y europeos han despreciado la invocación por Sudáfrica ante la Corte Internacional de Justicia de la Convención contra el Genocidio en defensa del pueblo palestino. Alegan que la Convención contra el Genocidio no aplica a las interminables masacres de civiles palestinas, a la masiva destrucción sistemática de mezquitas, iglesias, hospitales, escuelas y universidades, ni al bloqueo del suministro de alimentos, medicinas y agua potable a más de un millón de personas desplazadas.
En cambio, estos mismos gobiernos occidentales, durante más de 20 años en diversos tribunales especiales establecidos bajo la figura del derecho internacional, estiraron y manipularon la definición del genocidio de todos los modos posibles para poder conseguir una condena de personas inocentes. El caso más notorio de la cínica injusticia de estos tribunales especiales fue lo del ex presidente de Serbia Slobodan Milosevic, quien murió en la cárcel antes de ser declarado inocente. Con el mismo oportunismo, los gobiernos de la OTAN han apoyado al pequeño país africano Gambia en su caso contra Myanmar bajo la Convención contra el Genocidio.
El caso trata de la persecución por el gobierno de Myanmar de la minoría étnica rohingya, de fe islámica en un país de mayoría budista. En noviembre del año pasado los gobiernos de seis países de la OTAN (Canadá, Dinamarca, Francia, Alemania, Holanda y Reino Unido) intervinieron en el caso en apoyo a la presentación de Gambia contra Myanmar. Pero ahora esos mismos gobiernos de países de la OTAN menosprecian o descartan la invocación de la Convención contra el Genocidio de parte de Sudáfrica contra Israel por una destrucción genocida de una magnitud e intensidad mucho mayor que en el caso de la rohingya en Myanmar. Las razones geopolíticas de esta contradicción son que en Myanmar Estados Unidos y sus aliados quieren consolidar su agresiva política de contener a la República Popular China mientras en Palestina, quieren proteger al estado sionista el cual desde 1948 ha sido su instrumento de intervención regional en el mundo árabe.
Por esa misma razón, en días recientes Estados Unidos y Reino Unido han atacado a la República de Yemen, ya que el gobierno y fuerzas armadas de Yemen están aplicando medidas en apoyo a la causa de la liberación palestina para impedir el comercio marítimo con Israel por medio del Mar Rojo. En efecto, Estados Unidos y sus aliados están asumiendo en directo la agresión contra el actual gobierno de Yemen la cual desde 2016 hasta el año pasado lo habían subcontratado a Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos. Se espera que la tregua del año pasado entre estos países y el actual gobierno de Yemen permitirá poner fin a un conflicto en que han muerto más de 400,000 yemeníes a causa del conflicto militar y de la gran hambruna provocado por un bloqueo marítima de parte de Arabia Saudita, apoyado por Estados Unidos.
Ahora Yemen, con el respaldo regional de Irán, Siria y Hezbollah en el Líbano, actúa en defensa de la población palestina ocupando de manera legítima los mismos medios que Estados Unidos y sus aliados han abusado de manera criminal contra países como Cuba, Venezuela e Irán. El bloqueo ilegal de Cuba ha durado más de 60 años. Contra Irán, las autoridades de Estados Unidos han aplicado medidas coercitivas unilaterales ilegales de un tipo u otro constantemente desde el triunfo de la Revolución Islámica en 1979 y contra Venezuela por casi 10 años desde 2014. En varias ocasiones en años recientes Estados Unidos y sus aliados han secuestrado o atacado barcos de Irán y de Venezuela. El año pasado en Argentina secuestraron un avión de carga Boeing 777 venezolano con su tripulación iraní.
De manera unilateral y en violación del derecho internacional, el gobierno estadounidense ha aplicado medidas coercitivas contra más de veinte países en el mundo, incluso contra Nicaragua, con el fin de perjudicar sus economías y el desarrollo humano de sus pueblos. En cambio, las fuerzas armadas de Yemen impiden el tránsito marítimo comercial hacia Israel con el fin de presionar el régimen en Tel Aviv a detener sus masacres de la población palestina. De hecho es una acción basada en la obligación de los gobiernos de los estados que han firmado y ratificado la Convención contra el Genocidio de impedir y prevenir ese crimen.
Es en ese sentido que Nicaragua ha comunicado su posición íntegra y coherente al gobierno de Israel, “Nicaragua insta a Israel a poner fin a sus acciones contra el pueblo palestino y cesar sus operaciones militares en Gaza, y a respetar sus obligaciones bajo la Convención para la Prevención y la Sanción del Genocidio. Como Estado Parte en la Convención de 1948, Nicaragua tiene el deber de prevenir y sancionar el genocidio y el deber de cooperar con ese fin. En consecuencia, Nicaragua adoptará todas las medidas que considere apropiadas de conformidad con el derecho internacional, para garantizar el respeto a sus derechos e intereses protegidos por dicha convención, incluyendo el recurso ante la Corte Internacional de Justicia.”
Fuente: 19 Digital