Escrito por Geraldina Colotti
Oro, silicio, petróleo (reservas estimadas en 2.000 millones de barriles) y sobre todo uranio, imprescindible tanto para las centrales nucleares francesas como para las bombas atómicas. Materias primas estratégicas para el imperialismo, que necesita consolidar su dominio a expensas de los países del sur. Esta es la clave para entender la fibrilación que provocó, en los Estados Unidos, y principalmente en la Unión Europea, el golpe de Estado en Níger.
El 28 de julio, el general Abdourahamane Tchiani, jefe de la Guardia Presidencial, fue proclamado nuevo líder de Níger y asumió la presidencia del Consejo Nacional para la Protección de la Patria (CNSP), después de haber destituido el presidente Mohamed Bazoum, apoyado por Occidente. En el comunicado de los militares rebeldes, se denuncia la “falta de medidas para enfrentar la crisis económica y el deterioro de la situación de seguridad”, socavada por la violencia de los grupos yihadistas. Se acusa a Bazoum de haber “intentado convencer a la gente de que todo va bien, la dura realidad es mucha muerte, desplazados, humillaciones y frustraciones. El enfoque de hoy no ha traído seguridad a pesar de los grandes sacrificios”.
Níger es de hecho el primer proveedor de uranio de la UE, cubriendo el 24% de sus necesidades. Con sus 3.527 toneladas (5% de la producción mundial), es el sexto productor mundial de uranio. Un recurso del que, sin embargo, no se beneficia, teniendo en cuenta que, según datos del Banco Mundial de 2021, de una población de 27 millones, solo el 18,6% tenía acceso a la electricidad.
Luego está en la mesa la gran cantidad de uranio empobrecido, un desecho de las centrales nucleares también transferido para uso militar. Las multinacionales de la energía nuclear ahorran millones de dólares en almacenamiento seguro al pasárselo a las empresas de armamento, que lo utilizan como “materia prima” prácticamente gratuita para producir municiones antitanque para su uso en teatros de guerra.
Francia controla directamente dos minas de uranio, Akouta y Arlit, a través de la empresa Orano, que cambió de nombre en 2018, cuando se cerró Areva. Akouta, la “mina subterránea más grande del mundo”, gestionada por una empresa mixta francesa, japonesa y española a 6 km de la ciudad de Akokan, fue cerrada en 2021, tras haber extraído 75 mil toneladas de uranio en 43 años de actividad. Detrás, dejó 20 millones de toneladas de lodos radiactivos, 600 trabajadores desempleados y enfermos de cáncer, casas sin luz ni agua, y una zona que necesitaría 145 millones de euros para ser recuperada.
La historia nos recuerda que, cuando el pueblo del Congo decidió recuperar el control de los recursos, eligiendo a Patrice Lumumba, el imperialismo desató la secesión en la región minera de Katanga y truncó la vida del presidente, en 1961. En su lugar se puso al dictador prooccidental Mobutu, para garantizar que los recursos estratégicos del Congo, como el plutonio que sirvió para las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, no terminaran en manos del pueblo y bajo la influencia de la Unión Soviética. Los tiempos cambian, ma no cambia la naturaleza del imperialismo y sus propósitos.
París ha amenazado con una intervención militar en lo que, durante su última visita, el secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, había elogiado como un “ejemplo de democracia en el Sahel”. Una región africana en la que avanza la influencia de Moscú. Así lo puso de manifiesto la cumbre Rusia-África de San Petersburgo, que reunió a 49 delegaciones africanas (de 54 naciones), 16 de las cuales a nivel de jefe de Estado, y dio cabida a las nuevas figuras militares antiimperialistas de Burkina Faso o Malí, portavoces de la creciente intolerancia hacia las potencias occidentales.
También en el continente africano, aumenta el número de países orientados a centrarse en los BRICS, en particular en Rusia y China (dos miembros de los BRICS, juntos con Brasil, India y Sudáfrica), que ofrecen ayuda militar y económica no condicionada a “reformas estructurales ” o adhesión a modelos culturales diferentes a los locales. En este marco, aumenta la colaboración con los países progresistas de América Latina, después de aquella, históricamente consolidada, con Cuba y con Venezuela, partidarios de un modelo de relación sur-sur, basado en relaciones de igualdad.
El presidente brasileño, Lula da Silva, ha confirmado la intención de reforzar los vínculos de Brasil con el continente africano, como ya había hecho en sus anteriores etapas en el poder. En el marco de la cumbre del G7, durante una reunión bilateral con el presidente de Comores, dijo que quiere respaldar la entrada de la Unión Africana en el G20, para favorecer un reequilibrio diplomático global. En la misma óptica de integración sur-sur, que caracteriza la política de Gustavo Petro, hay que leer el viaje realizado el mes de mayo por Francia Márquez, vicepresidenta de Colombia, a Etiopía, Kenia y Sudáfrica, tres países clave en sus respectivos espacios geográficos y en el continente.
Los gobiernos de Burkina y Malí han respondido con dureza a las amenazas de intervención militar de Francia y sus aliados en la región, que no pretenden “reconocer” a la junta patriótica. El alto representante para Asuntos Exteriores de Europa, Josep Borrell, consideró “inaceptable” el golpe y anunció, al igual que EE.UU., la interrupción de la ayuda económica y la suspensión de los programas de cooperación para la seguridad. Una decisión sin precedentes tras el final de la “guerra fría”, que sometió definitivamente a África a un nuevo colonialismo, tras el fracaso de las independencias.
En junio, el Consejo de la UE aprobó la asignación de otros 5 millones de euros en ayuda militar para apoyar a las fuerzas armadas de Níger. La medida fue financiada por el European Peace Facility (EPF), el mismo fondo utilizado para enviar armas a Ucrania. En Níger, que se ha mantenido en la órbita occidental, junto a Chad, hay unos 2.000 soldados de la fuerza antiyihadista francesa Barkhane, y los de la misión de mandato europeo Takuba, en la que participa Italia con unos 300 soldados.
Sin embargo, el fracaso de un modelo neocolonial de seguridad para el Sahel muestra que no es la seguridad de los ciudadanos lo que los militares europeos han ido a garantizar, sino sus propios intereses materiales. Otra muestra más es que los oficiales rebeldes de Níger habían sido entrenados por las fuerzas occidentales…
En Níger, el Movimiento M62, que incluye asociaciones y sindicatos, y que lleva años luchando contra la presencia colonial, ha llevado a la protesta a miles de personas ondeando banderas rusas y gritando consignas pro-Putin, en apoyo a la junta militar que tomó el poder. Ante la expansión del islamismo radical, utilizado como arma de control por EE.UU. y sus aliados, el Sahel, como el resto del continente africano, ha visto extenderse una nueva ocupación colonial, a través de las misiones militares de fuerzas multinacionales.
Los militares insurgentes han denunciado que, a pesar de haberse convertido en el “núcleo de la intervención francesa y occidental en el Sahel”, Níger ha seguido expuesto a los ataques yihadistas en la zona de las “tres fronteras” (Malí, Níger y Burkina Faso) que, solo en 2023, causó más de 400 muertes. La división colonial de África fue sancionada por la Conferencia de Berlín (1884-1885), en la que, sin embargo, los gobernantes africanos no participaron.
Un hecho que marcó de manera llamativa la legitimación del diseño hegemónico del colonialismo europeo sobre todo el continente. Repartiendo “con el equipo y la regla” territorios, creando separaciones e inclusiones forzadas, generando fronteras que unen o separan a diferentes pueblos que antes convivían, y sembrando las semillas de devastadores conflictos, disfrazados de conflictos “étnicos”.
El ejemplo reciente de Libia confirma la misma lógica colonial, la misma estrategia de “balcanización” del mundo (y de los cerebros) que es parte de las guerras de cuarta y quinta géneración despleada por el imperialismo. El 26 de mayo de 2011, el entonce presidente nigerino Mahamadou Issofou, invitado a la cumbre de Deauville, fue el único que dijo a los líderes occidentales que la intervención en Libia transformaría el país en otra Somalia, ofreciendo una increíble oportunidad para el islamismo radical.
“Evaluamos la guerra de Libia – dijo – como una amenaza para nuestro país y para la región que se prolongará en los años venideros… Advertimos a Occidente contra la destrucción del Estado libio… Le dijimos a Occidente que no perdiera de vista la realidad y tener en cuenta a la sociedad libia”. Una voz clamando al desierto, como fue la de los países del Alba, que propusieron, sin ser escuchados, una negociación no asimétrica, basada en la diplomacia de paz.
El fracaso del modelo neocolonial por el Sahel presenta un escenario similar al registrado en el mundo árabe donde hoy, especialmente entre las monarquías del Golfo, existe un marcado desapego de los protagonistas estadounidenses que, con la Administración Obama, apoyaron a la llamada “primavera árabe”, que desestabilizó o intentó desestabilizar los Regímenes árabes, incluidos muchos gobiernos amigos de Occidente.
Níger es también un centro de rutas migratorias, y el tema de Libia, país vecino, tiene mucho que ver con la gestión de los flujos impuesta por la “Europa fortaleza”, en el que prolifera el tráfico de migrantes. En este cuadro encaja el llamado “plan Mattei” que el gobierno italiano de Giorgia Meloni (extrema derecha) intenta imponer en África, y especialmente en el Sahel, que tiene gran importancia en la gestión de los “flujos” migratorios, confiando en los gobernantes amigos de Occidente.
En los últimos años, Libia se ha convertido en un punto de tránsito para millones de personas de diferentes nacionalidades que intentan llegar a Europa. Desde la firma del infame Memorándum Italia-Libia en 2017, más de 100 millones de euros han llegado a los bolsillos de la llamada guardia costera libia en entrenamiento y equipamiento. Mil millones de Italia y la UE para las diversas misiones en Libia y en el Mediterráneo, a menudo utilizados más para contrarrestar a los rescatistas voluntarios en barcos de ONG que para salvar vidas. Desde 2017, más de 100.000 personas han sido devueltas tras ser interceptadas por la Guardia Costera de Libia en aguas del Mediterráneo central.
Italia, como todos los estados miembros de la UE, necesita petróleo y gas de Libia, un país que las fuerzas imperialistas han desmembrado al matar a Gaddafi en 2011, y que ahora tiene tres “gobiernos”. Meloni firmó recientemente un acuerdo de $ 8 mil millones entre Eni, la compañía nacional italiana de hidrocarburos, y la Corporación Nacional del Petróleo de Libia, para la explotación de un yacimiento de gas en alta mar frente a la costa de Trípoli.
Para seguir las directivas de la OTAN y la Unión Europea, Italia no reconoce al gobierno libio legitimado por un parlamento debidamente elegido, el del Primer Ministro Fathi Bashagha, que controla la mayor parte del territorio y los recursos energéticos de Libia, y que opera en un camino paralelo desde las ciudades de Syrte y Benghazi porque las milicias del gobierno de Dbeibah le impiden entrar en Trípoli. Bashagha estaría dispuesto a ofrecer a Italia, cuyas importaciones de gas libio han caído de unos 8.000 millones de metros cúbicos por año antes de 2011 a unos 2.500 millones en 2022, gas y petróleo a precios bajos. Italia, sin embargo, se niega.
Además, se estima que, de 2015 a 2022, la Unión Europea gastó entre 93 y 178 millones de euros para reforzar las fronteras terrestres y marítimas de Túnez. A ello hay que sumar un tramo final de 105 millones. Una tendencia que ciertamente no disminuirá con la retórica del llamado “plan Mattei” para el desarrollo de África, lanzado por Meloni con una nueva intención de “colonialismo enmascarado”,
Como bien explica Immanuel Ness, autor del libro “Migration as Economic Imperialism”, el capitalismo neoliberal y el imperialismo económico en su forma actual no pueden sobrevivir sin la migración del Tercer Mundo. Si examinamos – dice Ness en una entrevista a El Salto – la demografía de la mayoría de los países ricos, la mano de obra migrante, que en su mayoría son migrantes temporales, representa más del 10% de la población.
En Qatar, la mano de obra inmigrante extranjera constituye el 90% de la población, sin derechos de ciudadanía. Son parte integral de la satisfacción de toda una serie de necesidades de la clase capitalista: desde productos agrícolas, vivienda y productos manufacturados, hasta servicios domésticos y asistenciales. Beneficios que, sin los trabajadores de la periferia mundial, no serían posibles.
Pero estos trabajadores migrantes, que sirven para que la rentabilidad capitalista no se reduzca y la clase trabajadora del Norte siga manteniendo un alto nivel de vida, no pueden entrar y permanecer en el Norte Global de forma permanente, sino que se les considera temporales o “ilegales” en la mayor parte de Europa Occidental y Norteamérica, así como en otros Estados ricos y en los centros económicos; y que están bajo la amenaza implacable de la detención, el encarcelamiento y la deportación. Es un rasgo central de la depravación del imperialismo económico del siglo XXI, dice Ness.
En Níger, los militares rebeldes lanzan una advertencia precisa: “Cualquier intervención militar externa, cualquiera que sea su origen, correría el riesgo de tener consecuencias desastrosas e incalculables para nuestras poblaciones y sería un caos para nuestro país”. Palabras que hacen eco a las del revolucionario ghanés, figura destacada en la historia de la descolonización y el panafricanismo, Kwame Nkrumah, nacido en 1909 y muerto en 1972: “Dedicado como estoy a la destrucción total del colonialismo en todas sus formas, no apoyo ningún gobierno colonial de ningún tipo. Los británicos, franceses, portugueses, belgas, españoles, alemanes e italianos, en un momento u otro, han gobernado partes de África o continúan haciéndolo. Sus métodos pueden haber sido diferentes, pero sus objetivos eran los mismos: enriquecerse a expensas de sus colonias”.
Fuente: Cuba en Resumen