Escrito por Fabrizio Casari
El Foro de San Petersburgo, nunca antes como en esta ocasión, ha sido un oportuno escaparate para obtener datos y realizar análisis con absoluta indiferencia a la censura occidental. El dato más importante que surgió fue que la anunciada crisis económica y financiera rusa, pronosticada por Occidente a través de sus organismos financieros y agencias de calificación, resultó ser una esperanza y no una previsión económicamente fundada. Lo mismo ocurrió con China, a quien se predijo una fuerte contracción económica, mientras Pekín presume de un PIB con signo positivo del 4,7%. Se renueva así la confusión conceptual del Occidente colectivo, que confunde el aislamiento de sí mismo con el aislamiento tout-court.
Los números hacen la política, pero cuando las políticas son erróneas, es difícil que los números sean exactos. El crecimiento del PIB ruso es significativamente superior al de los países europeos y la red de relaciones comerciales creada a raíz de las sanciones de Occidente ha permitido aumentar los rendimientos de las importaciones y exportaciones rusas, así como ampliar aún más las relaciones políticas. La diferenciación de la cartera ha hecho que Rusia esté menos expuesta a posibles conspiraciones financieras y comerciales y el pago de muchos de sus suministros en rublos ha producido un crecimiento del valor de la moneda rusa (en un año ha crecido un 5% frente al dólar y un 9% frente al euro) y de sus reservas de oro, que ya son las primeras del mundo en volumen.Al comentar el impacto de las sanciones sobre Moscú, Putin recordó que «la gente decía que nos quedaríamos aislados, pero, al contrario, hemos establecido relaciones mucho mejores en términos de socios comerciales».
Y a pesar de que Rusia se ve obligada a aumentar sus gastos de defensa para garantizar la seguridad del país, los resultados económicos son más que reconfortantes. La mejora de las relaciones comerciales significa básicamente un mercado más amplio y mejores condiciones comerciales que antes. Porque la extrema competitividad de precios de las exportaciones de hidrocarburos venía dictada por dos factores: por un lado, la proximidad geográfica de los países receptores (el bloque de la UE en general y Alemania en particular) y el corto tiempo de tránsito garantizado por North Stream 1; por otro, la utilidad política de la restricción comercial, que permitía una mayor flexibilidad de precios. Los hidrocarburos rusos permitieron un mayor y más rápido desarrollo económico de la zona europea y el retorno en forma de asociación también fue evidente para Moscú: la entrada constante de gas y petróleo, por un lado, y de oro y divisas estratégicas, por otro, constituyó un terreno extraordinario para el vínculo y la interconexión entre Rusia y la Unión Europea, en beneficio del desarrollo de toda Eurasia.
Un año después de la salida de Rusia, varias empresas occidentales intentan volver a entrar. Tienen perfectamente claro el alcance de los acuerdos fallidos y las dificultades para volver a entrar en un mercado que, por necesidad, ya no permitirá las mismas aperturas concedidas hasta febrero de 2022. No tanto por una nueva dimensión más nacionalista de la agenda económica, ni por una lectura autárquica de las inversiones y del mercado, sino por un nuevo horizonte en las relaciones con las empresas internacionales. La cuestión es simple: Rusia no quiere relaciones económicas con empresas politizadas, es decir, sensibles hasta la obediencia ciega a los dictados del sistema político estadounidense y europeo.
Para decirlo aún más claramente, son las empresas que dependen total o casi totalmente de gobiernos que – como se refleja en el concepto estratégico de la OTAN – definen a Rusia «enemigo», dicen abiertamente que están trabajando para favorecer un cambio de régimen en Moscú y, en algunos casos, muestran niveles de rusofobia que emulan los vigentes en la Europa de los años treinta. Para estas empresas, como para estos gobiernos, el camino hacia Moscú está vedado. Y puesto que Rusia ha creado una red de comercio e importación-exportación diferente de la anterior, impulsada hacia Europa, ahora son precisamente las empresas occidentales las que se encuentran en mayores dificultades para sus suministros e importación-exportación, ya que un mercado de la magnitud y perspectivas como el ruso no se encuentra en otra parte.
Una dura lección
El peor resultado para Occidente y su doctrina del mando financiero y económico es precisamente la comprobación concreta de cómo sus sanciones, por duras y extensas que sean, tienen una eficacia limitada. En un mundo globalizado e interconectado, en presencia de bloques alternativos y con políticas defensivas de su soberanía económica, el impacto de las sanciones puede retrotraerse a turbulencias gobernables. Se puede demostrar fácilmente el efecto bumerán en la economía de los dispositivos sancionadores, que se han visto mucho más afectados que los sancionados.
Es una noticia dolorosa para los mecanismos de coerción que Estados Unidos y la Unión Europea utilizan para doblegar a los gobiernos resistentes, es decir, a los que no están dispuestos a ceder recursos, territorios y soberanía nacional a Occidente. El mecanismo de las sanciones, herramienta de política exterior y comercial desde principios de los años noventa, se revela en toda su inutilidad. Al contrario, esta política de sanciones ilegales y unilaterales, este abuso de posición dominante, esta arma dirigida contra 29 países que representan el 73% de la población mundial, es lo que ha acelerado el proceso de desdolarización, incluso por parte de países que antes eran amigos.
Salen a luz los fraudes ideológicos que han caracterizado la fase unipolar del liderazgo capitalista. El tótem de la globalización ha servido para dotar de ideología mercantilista a la conquista de mercados ajenos. La competencia no regulada, mantra del ultraliberalismo, siempre se ha aplicado solo al resto del mundo, al igual que las políticas libres de aranceles, que para EEUU y UE eran ultraliberales en las exportaciones, pero proteccionistas en las importaciones. La supuesta globalización, la libre competencia en un mercado mundial único y libre, siempre ha sido un engaño: EEUU siempre ha combinado la agresividad en la expansión con igual agresividad para impedir que otros países crecieran también; la libre competencia no existe, para ellos existe la ley occidental anglosajona y el deber del resto del mundo de reconocer su primacía. Por otra parte, la idea de seguir dominando e impidiendo el crecimiento de los demás no es más que la aplicación comercial del imperialismo históricamente expresado en forma militar. Los organismos financieros y comerciales BM, FMI y WTO entre todos), que debían mantener la economía en una zona neutral, se han convertido en dóciles instrumentos al servicio de Occidente.
Guerra y OTAN
Hay una iniciativa diplomática africana que Moscú califica de «interesante». Como explicó el portavoz Dimitry Peskov, «para nosotros el significado de la expresión «problema ucraniano» está bastante claro. No apareció de repente el año pasado. Lleva décadas madurando. Tiene que ver con la seguridad de nuestro país y las garantías de seguridad para el futuro, de la existencia de un centro abiertamente hostil a los rusos étnicos y al Estado ruso en nuestra frontera».
La situación sobre el terreno preocupa a Occidente, porque incluso la famosa contraofensiva no parece digna de mención desde el punto de vista militar, sino más bien un relanzamiento propagandístico para la opinión pública occidental. Los éxitos anunciados, para los que no dudaron en minar la presa de Kajovka, no presentan ningún resultado significativo. Como dijo Putin, «Kiev no tiene ninguna posibilidad».
Y si las fuerzas de Kiev no pueden avanzar, los gobiernos occidentales no tienen ni idea de qué hacer. Sesenta y siete mil soldados ucranianos han sido entrenados en 27 países de la OTAN, más de 200 mil millones de dólares han sido entregados a Minsk sin que esto haya cambiado el operativo ruso. Ahora es el turno de los cazas F-16 y los misiles Patriots, como antes lo fueron los cañones Himars y los tanques Leopard, todos ellos definidos por la propaganda como medios que podrían haber cambiado el destino del conflicto. Nada que hacer: los rusos se quedan dónde están y el ejército de Kiev queda reducido a unas decenas de miles de soldados absolutamente inútiles para cambiar el rumbo del conflicto.
La decisión rusa de no proceder a una guerra totalmente destructiva responde a la ya clara intención política que subyace a la iniciativa militar: pero ante la escalada con aviones capaces de portar cabezas nucleares, el suministro de proyectiles de uranio empobrecido y los ataques a la población civil en ciudades rusas, entonces la actividad militar rusa puede intensificarse en modos y formas. Las garantías verbales de EEUU sobre el uso exclusivamente defensivo y con proyectiles convencionales no resultan convincentes: Moscú recordó que los F-16 son aviones capaces de portar y lanzar misiles nucleares y, a continuación, dejó claro que cualquier F-16 en vuelo será derribado, añadiendo que Rusia se reserva el derecho a atacarlos en cualquier país en el que se encuentren, ya que en Ucrania no hay pistas lo suficientemente anchas para su despegue.
Lo que quiere Moscú es notorio: fuera los nazis del ejército ucraniano; fin de la guerra contra las poblaciones civiles ruso parlantes; establecimiento de un nuevo mapa de Ucrania; Kiev no solo no puede entrar en la OTAN, sino que la OTAN debe abandonar Ucrania y debe rediseñarse un acuerdo de seguridad colectiva para todas las naciones de la zona.
Ha llegado el momento de que Estados Unidos y la UE recojan el hilo de una aventura sin sentido y peligrosa, incluso para ellos. En este conflicto es Occidente quien está aislado, no Rusia, cuya integridad es la verdadera razón de la carnicería ucraniana. Pero cuando en 30 países no se derrota a uno, y cuando las naciones que te dan la espalda son las de tres de los cinco continentes, se hace difícil imaginar el éxito. Cuando asignas la condición de enemigo o adversario al 75% del planeta, se hace difícil incluso imaginar la victoria. A veces se necesita un razonamiento de orden lógico más que ideológico, incluso el sentido de la proporción y el sentido del ridículo podrían convertirse en terapias eficaces dirigidas contra la arrogancia imperial autodestructiva.
Fuente: 19 Digital