Escrito por Edwin Sánchez
I
Si por suplicar a una superpotencia mundial que arrase Nicaragua convierte a un monigote con “pedigrí” en “líder nicaragüense de la democracia”, “algo huele a podrido” y no precisamente en Dinamarca.
El Capitolio entonces tendría que ordenar esculpir, en el Monte Rushmore, la efigie del “líder” estadounidense que incite al Estado Islámico preparar una abominable edición de 7 de diciembre de 1941 y un maldito remake del 9/11.
Nicaragua nunca pagaría un solo Córdoba a inmorales contratistas norteamericanos de la traición para causar tanta desgracia a Estados Unidos.
Por ahí no va la Nueva Historia entre la Nación de Augusto César Sandino y la Patria de George Washington que demanda el mundo civilizado.
Es una Nueva Historia en la que nada tienen que ver – por respeto a la memoria de los asesinados en 2018, y consideración a los ultrajados y torturados– los filibusteros caitudos, responsable de atrocidades nunca vistas en Nicaragua.
Relaciones que nos permitan llegar a un claro del bosque, lejos de las selvas de la barbarie, de la plaga de vendepatrias, de la especie rastrera de invertebrados congénitos, sean de cuna de encajes, de petate desconocido o la elite “disidente” de los 80 que vociferaba, mientras la columna vertebral del poder los mantenía erguidos de privilegios: “¡Yanqui enemigo de la humanidad!”.
En 1909, el presidente William H. Taft mandó la Nota Knox que puso fin a la Revolución Liberal de 1893, depuso al gobierno del General José Santos Zelaya, y degradó a Nicaragua en república de papel.
Los “presidentes” eran “electos” en la “urna oval” de la Casa Blanca para salvaguardar su predominio. Aparte, el sistemático asesinato de la reputación de aquellos que rechazaban el oprobio de la sumisión.
Desde entonces, la Nota Knox definió las relaciones entre Estados Unidos y su “querida” Banana Republic.
Philander Chase Knox, que llegó a senador en 1917, confesó en los hechos, desde el Congreso, el ominoso espíritu de su Nota: fustigó la creación de la Sociedad de las Naciones (después ONU), cuya “idea central y básica era que la guerra de agresión es un crimen no sólo contra la víctima inmediata sino contra toda la comunidad humana” (Britannica).
Esa Nota tomó diversas formas con los más nefandos contenidos y su propia galería de la infamia: engendros de los más execrables que pudo haber imaginado Mary Shelley, a lo largo del siglo XX e incluso del XXI.
Los Pactos Dawson, del 29 de octubre de 1910, parecieran una de sus presentaciones muy “refinadas”, al punto que su objetivo es el mismo, hasta hoy, de los que pretenden liquidar cualquier rastro de soberanía, autodeterminación y espacio geográfico, político y económico de Nicaragua en el concierto de las naciones.
Establecieron, por ejemplo, “las bases para que el Departamento de Estado se asegurara el control político de Nicaragua” (Apuntes de Historia de Nicaragua Tomo I, UNAN-1980). Exigieron elecciones de una Constituyente, un Presidente y Vicepresidente, y hasta una Constitución dictada desde el Norte anglo.
Aparte de eso, el Departamento de Estado también exigía con nombres y apellidos quienes deberían integrar la Asamblea Legislativa, quienes serían “electos” Presidente y Vicepresidente, el origen socioeconómico de estos “candidatos” y, por si fuera poco, pertenecer a la formación política más “confiable”: el Partido Conservador.
La Nota Knox se relanzó con el degradante Tratado Chamorro-Weitzel, de 1913, pero “no había ambiente”, dentro y fuera del Capitolio, para oficializar el Protectorado de facto que desde el Golpe a Zelaya, ejercía Estados Unidos sobre la exrepública.
Otro vergonzoso formato fue el Tratado Chamorro-Bryan, de 1914, que entregaba a perpetuidad territorios para la construcción de un supuesto Canal, siempre y cuando le conviniera a Estados Unidos, amén de proporcionarle “seguridad” a la única vía interoceánica que realmente importaba: Panamá.
Merced al inveterado entreguismo de la Estirpe Sirvienta: Los Chamorro, también quedaría bajo el control inapelable de EE. UU., Corn Island, y Little Corn Island, “y el Gobierno de Nicaragua concede además al Gobierno de los Estados Unidos por igual término de noventa y nueve años (99) el derecho de establecer, operar y mantener una base naval en cualquier lugar del territorio de Nicaragua bañado por el Golfo de Fonseca”.
“Expresamente queda convenido que el territorio arrendado (…) estará sujeto exclusivamente a las leyes y soberanía de los Estados Unidos…”, por los siglos de los siglos.
La Nota Knox es el Espino Negro que oscurece aún más la Historia, el 4 de mayo de 1927.
El Enviado Especial, Henry Stimson, casi “llora” al decir que “sería inhumano aceptar una guerra con una nación de 120 millones de habitantes, teniendo apenas Nicaragua 800 mil. No quisiera ver marinos ni nicaragüenses muertos en desigual combate. No sería humano”.
“Convencido” por el “piadoso consejo”, el general José María Moncada entrega la Revolución Liberal Constitucionalista al presidente Calvin Coolidge, en nombre de la “paz y la democracia”.
Stimson “no comprendió” que lo realmente inhumano era hacerle la guerra a una pequeña nación prácticamente despoblada, paupérrima, sumergida en el subsuelo del estancamiento, resultado de la incuria de sus “gobernantes” y la expoliación de la oligarquía bananera más atrasada del hemisferio.
Así, Estados Unidos garantizó que su Pelelesidente Adolfo Díaz, usurpando de manera inconstitucional la Jefatura de Estado, cumpliera su “periodo” sin votaciones, porque de eso se trata el pensamiento de Philander C. Knox:
Que la Ocupación Militar norteamericana no solo se extendiera con botas, sino con “votos”, y como un “precioso” recuerdo, la Intervención desovara nada menos que a la Guardia Nacional con Somoza-Forever incluido.
No se aceptaban devoluciones ni revoluciones.
Como “premio” a la obediencia, se colocaría la banda presidencial a Moncada mediante “elecciones supervigiladas”, cuyo supervisor modelo de lo que sería la OEA, fue el general norteamericano, Franklin R. McCoy.
A fin de garantizar la “democracia y la libertad”, no tardó “en dictar el reglamento al cual debían sujetarse los comicios” (El pequeño Ejército Loco, Gregorio Selser).
Que manden, pues, a como sea, los filibusteros caitudos de Knox…
Pero no los que en su ADN alberguen la Voluntad Histórica de José Dolores Estrada, Rubén Darío, Rigoberto Cabezas, Benjamín Zeledón y Augusto César Sandino: la pura Identidad Nacional Nicaragüense.
II
La Nota Knox se regó en las papeletas de G. D. Hatfield, Cap. Marine Corps, Commanding Nueva Segovia, en julio de 1927:
“Augusto C. Sandino, en un tiempo general de los Ejércitos Liberales, es ahora un individuo fuera de la ley, en rebelión contra el gobierno de Nicaragua (…) ni el gobierno de Nicaragua, ni el de los Estados Unidos de Norteamérica, serán responsables por los muertos o heridos que resulten de las operaciones militares de las fuerzas nicaragüenses o norteamericanas, en el territorio ocupado por Sandino. (Selser)
La Nota Knox es la ordenanza del embajador norteamericano Arthur Bliss Lane que Anastasio Somoza García repercutió al Estado Mayor de la Guardia Nacional y sus esbirros la percutieron el miércoles 21 de febrero de 1934, a la luz de la luna en cuarto creciente, contra el General Augusto César Sandino.
La Nota Knox fue la Dinastía de los Somoza, hasta que la Revolución Sandinista triunfó en 1979.
Y fermentó, 39 años después, “esperpentos que dicen haber nacido aquí en mi Patria”, como los retrató Sandino.
La Nota Knox-2018 fue membretada por la Conferencia Episcopal que cambió “la verdad de Dios por la mentira”, como profetizó Pablo, y los púlpitos por los Tranques Parroquiales, donde consumaron crímenes de lesa humanidad.
Un Capellán de la Nota Knox glorificó estas antesalas del cementerio que, de tan “geniales”, terminaron de “enriquecer” la “inmaculada” tradición de la jerarquía católica:
Así como decidió, en 1535, enterrar al “venerable” sanguinario Pedrarias Dávila al pie del altar mayor de la Iglesia de La Merced, en León Viejo, declaró en 1956, Príncipe de la Iglesia al “beato” Anastasio Somoza García, Triple Corona de los Golpes de Estado; asesinatos, desfalcos, prevaricato, rapiña…
Esa vastedad del malinchismo vinagroso, por supuesto, no representa a nadie más: solo a ellos mismos.
Son la peor versión, por perversión, de la Intervención.
Los pretéritos fantoches de la subalternidad ya no caben en el presente.
Y Estados Unidos debe desechar estos imbebibles vinagres junto con los odres viejos del Destino Manifiesto.
Odres nuevos reclaman vino nuevo.
Es un gran país, y así como de colosal es su tamaño territorial, poblacional, económico, industrial, militar y científico, también su responsabilidad ante la Humanidad es inmensa para contribuir al desarrollo, a la prosperidad de los pueblos, a la estabilidad de las naciones.
No se trata de ningún antiamericanismo, porque americanos somos los que poblamos América.
Ni tampoco de odios y rencores del sur.
Se trata de invertir en el desarrollo de los vitales olivos de la paz, en el trigo del bienestar común, para generar los calendarios salutíferos de la concordia.
¿Por qué desperdiciar recursos en inescrupulosos vividores de injerencias anacrónicas?
Ya no son los tiempos de las cañoneras, por mucho que disparen buqués de “cívicas protestas antigubernamentales”, tranques “florecidos” de terroristas atestados de injusticias, “primaveras” de hongos y otros mohosos “arreglos florales” que desarreglan un país para terminar en coronas fúnebres perfectamente evitables.
Esto no es una cuestión de derecha o izquierda, o para ser más “elegantes”, un asunto “geoestratégico”.
Es un tema de Decencia.
III
Qué respeto, entre los hombres y mujeres de buena voluntad, dentro y fuera del Congreso de los Estados Unidos, puede motivar un mercenario de intereses foráneos para destruir los avances ostensibles de Nicaragua:
“Es hora de pasar a una nueva etapa de mayor presión”, con “todas las herramientas de la diplomacia, incluido el cierre de canales directos de financiamiento a la dictadura”.
Otro salió peor que los más abyectos de su ralea:
“Necesitamos que la comunidad internacional nos ayude a los nicaragüenses en nuestra lucha por la democracia y la libertad”.
Pero, ¿a qué “nicaragüenses” representan?
¿En qué elección, el pueblo de Nicaragua los “delegó” para intentar, por enésima vez, demoler a su propio país?
No tiene sentido.
Los cipayos que “comparecieron” ante el Congreso es lo que de continuo perpetran para confirmar, a confesión de parte, los veredictos conocidos.
El delito por traición lo tipifica el Código de Estados Unidos: pena de muerte o cadena perpetua.
No fueron llevados a prisión por ser espurios candidatos presidenciales u “opositores”, sino por traición, e insisten en aumentar el expediente de su atroz felonía al rogarle a Estados Unidos la devastación de Nicaragua:
“reformar el Tratado de Libre Comercio con Centroamérica, evitar que el país obtenga préstamos del Banco Centroamericano de Integración Económica, y sancionar al ejército como institución, además de los sectores maderero, aurífero y energético”.
Pero, ¿comprenderá la palabra “Democracia” quien cayó parado en la autoproclamada “Alianza Cívica”–brazo mundano de la Jerarquía Católica?
Él mismo confesó que el operador político, Rolando Álvarez, por sus estolas, lo impuso como “líder autoconvocado”.
Bien citó el Apóstol la Escritura: “Con su lengua engañan.
Veneno de áspides hay debajo de sus labios;
su boca está llena de maldición y de amargura.
Sus pies se apresuran para derramar sangre;
quebranto y desventura hay en sus caminos;
y no conocieron camino de paz.
No hay temor de Dios delante de sus ojos (Romanos 3:18)
El Diccionario y las Buenas Costumbres no mencionan que para ceñirse el título de Líder, hay que ser un exfuncionario gubernamental, disfrutar de los altos ingresos de una oenegé, ser gerente de una agencia norteamericana, intentar un Golpe de Estado o ser asalariado de hostilidades extranjeras.
El Departamento de Estado sabe bien que no va a ningún lado con esta versión “cívica” de Michael Echanis. Implantarse una biografía postiza para continuar recibiendo millones de dólares, es un descaro sin parangón en los anales de la bajeza.
El mundo ya no está para soportar, como hace más de cien años de subalternidad, el Tratado Chamorro-Bryan, mucho menos uno más repugnante que sería el culmen de lo que Mario Vargas Llosa llamaría “la corrupción moral del espíritu humano”: el Tratado Chamorro-Monroe.
Este procurado exterminio de una República solo es obra del corazón entenebrecido de la oligarquía que ha ensuciado la Historia con sus Pelelesidentes de todo pelaje.
Suya, la patológica idolatría a la Doctrina del Destino Manifiesto.
Nuestra, la “sacrílega” certeza en el Destino Enhiesto de la Patria Grande de Rubén Darío.
Los líderes de Washington deben brindar el vino nuevo de su mejor Historia a Managua.
Nobleza obliga.
¡No más Knox-Out a la Dignidad Nacional de Nicaragua!
Fuente: 19 Digital