Artículo escrito por Atilio Borón
Entre el 28 y el 30 de marzo se realizará en Washington DC la Segunda Cumbre por la Democracia. El miércoles 29 de marzo se llevará a cabo la reunión plenaria. El evento ha sido convocado por el Gobierno de Estados Unidos a través del Departamento de Estado, pero, como es habitual, contará con otros “Gobiernos asociados” que también han convocado a la reunión y cuya misión es disimular que la Cumbre es enteramente un proyecto de Washington. El objetivo está clarísimo: recuperar terreno en el menguante prestigio internacional de la democracia estadounidense, muy dañada por los crecientes niveles de descontento popular con el funcionamiento de la democracia (más del 50% de la población encuestada), tal y como revelan las numerosas encuestas de opinión pública; y por los incidentes sin precedentes que rodearon el asalto al Capitolio, la sede del Congreso de los Estados Unidos, en Washington, el 6 de enero de 2021.
Como se anunció, la Cumbre por la Democracia tiene “cinco coanfitriones: Estados Unidos, Costa Rica, Países Bajos, la República de Corea y Zambia; y los representantes de sus Gobiernos inaugurarán oficialmente la Cumbre, con cada líder coanfitrión presentando un evento en vivo, totalmente virtual y temático”. El día anterior, el Departamento de Estado organizará una sesión de panel, presidida por el secretario Antony Blinken, sobre la necesidad de una “paz justa y duradera en Ucrania”, con el presidente Volodymyr Zelensky como orador principal. Supuestamente, Zelensky y el secretario Blinken discutirán, junto a los ministros de Relaciones Exteriores de un grupo de países regionalmente diversos, los pasos a seguir para alcanzar un alto el fuego y una “paz duradera” en Ucrania, aunque todas las políticas impulsadas por la Administración Biden corren exactamente en la dirección opuesta. Aparentemente, quedaron atrás los días en que la prensa europea, y en parte estadounidense, caracterizaba a Ucrania como el país más corrupto de Europa y al mismo Zelensky como un líder despótico e igualmente corrupto. En 2015, el diario británico The Guardian lo calificó así. Casi un año después del inicio de la guerra en Ucrania, otros informes de prensa decían que “la guerra con Rusia no había cambiado eso”.
Lamentablemente, al momento de escribir estas líneas, se desconocía la lista completa de los países invitados a la Cumbre. Sin embargo, el hecho de que al día siguiente de la sesión plenaria, dedicada a las tecnologías digitales para el avance de las democracias y los peligros del autoritarismo digital, el orador principal será nada menos que el ministro de Asuntos Digitales de Taiwán, Audrey Tang, nos puede dar una idea. Este es un ataque frontal a China, porque se supone que los invitados a la Cumbre son representantes de países independientes, y Taiwán ciertamente no lo es. Ni siquiera es reconocido como tal por el propio Gobierno de EE.UU., pero la intención es clara: promover el separatismo taiwanés, hostigar a China y provocar que tenga una respuesta militar que luego justifique la agresión de EE.UU.
Los latinoamericanos sabemos muy bien que si hay un Gobierno en el mundo que no puede dar lecciones de democracia es precisamente el Gobierno de Estados Unidos. Desde el comienzo de la expansión imperial estadounidense, Estados Unidos se ha destacado por sus permanentes ataques contra el establecimiento de cualquier Gobierno democrático en la región. Cuando Cuba y Puerto Rico libraban una lucha de liberación contra la opresión española, durante la llamada guerra “hispanoamericana”, Estados Unidos capturó Cuba en 1898 tras el Tratado de París y echó a perder la victoria cubana. Si hacemos una lista de golpes patrocinados o directamente ejecutados por Estados Unidos en nuestros países, correríamos el riesgo de convertir esta nota en un voluminoso ensayo. Solo vamos a mencionar algunos casos.
En Argentina, los sangrientos golpes militares de 1966 y 1976 fueron patrocinados y protegidos por Washington. En Chile, el brutal golpe de Estado y posterior asesinato de Salvador Allende, perpetrado el 11 de septiembre de 1973, fue orquestado directamente desde Washington por el propio presidente Richard Nixon y su asesor de Seguridad Nacional, y luego secretario de Estado, Henry Kissinger. El golpe de Estado que tuvo lugar en Brasil en 1964, y que duró hasta 1985, contó con el apoyo entusiasta de Washington, al igual que el golpe militar de 1973 en Uruguay, que también duró hasta 1985, cuando Washington se dio cuenta de que su apoyo no disimulado a las dictaduras latinoamericanas dañaba su imagen internacional y que había llegado el momento de apostar por la democracia, pero tomando las debidas precauciones. No debemos olvidar que Washington preparó un enfrentamiento armado que duró diez años (1979-1989) contra el Gobierno sandinista y utilizó todos los medios a su alcance para desestabilizar al gobierno del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional en El Salvador, en los últimos años.
La gastada retórica democrática de los Estados Unidos no es suficiente para disimular las perversas intenciones de su nueva estrategia basada en las posibilidades que abre el uso del soft power y nuevas técnicas para presionar a los Gobiernos progresistas o de izquierda: desde las “condicionalidades” del Banco Mundial y el FMI, hasta el control oligopólico de los medios de comunicación y el adoctrinamiento de jueces y fiscales para poner en práctica maniobras de lawfare (procedimientos judiciales con fines de persecución política, desacreditación o destrucción de la imagen pública e inhabilitación de un adversario político) para eliminar del campo de la política electoral a líderes indeseables para el imperio, como Lula en Brasil, Correa en Ecuador, Cristina en Argentina, Lugo en Paraguay, Zelaya en Honduras, Evo en Bolivia y hace apenas unos meses Pedro Castillo en Perú.
La historia y el presente demuestran que una república imperial como Estados Unidos necesita vasallos, no socios, sobre todo en los tiempos actuales en los que el imperio atraviesa su irreversible declive. En momentos como estos, las democracias, como expresión de la soberanía popular y la autodeterminación de las naciones, no pueden ser más disfuncionales para el imperio. Por eso la Cumbre por la Democracia será una farsa más, un montaje propagandístico cuyo verdadero objetivo es consolidar una “nueva guerra fría” que divide a los amigos y aliados de Estados Unidos, que serán considerados demócratas, y los adversarios de Washington, satanizados como autocracias perversas que serán necesario combatir por todos los medios disponibles.
Fuente: Cubadebate
Excelente ,como todos los comentarios, analisis, tesis del escritor Atilio Borón. De obligada lectura.
El imperialismo terrorista sionista asesino fase superior del capitalismo salvaje como decía mi madre María matus ha caducado ha envejecido en otras palabras está a punto de morir le viene encima una rebelión social sin precedente en los Estados Unidos de Norteamérica y no me digan brujo qué es indetenible por eso tenemos que estar preparados todos los pueblos del mundo para poder vencer a este imperio hitlerista fascista asesino y la moraleja es la siguiente para lograrlo debemos de fortalecer la unidad de todos los pueblos del mundo.
Los campesinos Las campesinas los obreros las obreras los profesionales e intelectuales Unidos de la mano en alma vida y corazón ❤️.