Escrito por David Gutiérrez López
E n febrero de 1978, hace 45 años, dos jóvenes guerrilleros transportaron un lote de armas destinados a fortalecer la insurrección iniciada en el barrio de Monimbó, Masaya. Entre esas armas destacaban dos cohetes o “rocket” como también le llamaban. Meses después, estos mismos cohetes explotarían en el bunker del dictador Anastasio Somoza.
Brenda Castillo Godínez, “Tamara” y el guerrillero William Molina Dávila, “el nene”, uno de los jefes terceristas en Diriamba y combatiente sandinista junto a sus hermanos en Monimbó, fueron los que llevaron las armas y los cohetes a una casa ubicada en el balneario Venecia, en la laguna de Masaya, donde se las entregaron a Joaquín “el chele” Cuadra, en presencia del periodista Roberto Sánchez Ramírez, de Masatepe, quien tenía a su cargo la vivienda que servía de casa de seguridad.
En el lugar de la entrega del armamento se encontraba también William Guevara, conocido como “Monimbó”, quién solicitó una mayor cantidad de armas y municiones para fortalecer a su gente carentes de municiones y que desde el 20 de febrero estaban resistiendo con bombas de contacto, algunas escopetas, rifles 22 de un solo tiro y unos cuantos revólveres.
Durante la recepción de las armas, se suscitó una acalorada discusión entre “el nene” y “Monimbó, quienes sacaron sus armas cortas dispuestos a dispararse. Fue gracias a la firmeza y valentía de Brenda, quien se interpuso y llamó a la cordura, que se logró calmar los ánimos, evitando de esa forma lo que sin duda alguna se habría convertido en una sangrienta tragedia entre sandinistas, situación que la guardia hubiese aprovechado para finalizar en muertes, capturas y la pérdida del armamento.
“Yo tengo nervios de acero, refiere “Tamara”, pero en ese momento sentí mucho miedo de que se mataran los compañeros por discusiones y planteamientos egoístas, por las armas”, confiesa, al recordar esa acción 45 años atrás, cuando el pueblo de Nicaragua luchaba de todas las formas para librarse de la dictadura de Somoza.
Los rocketazos al bunker
El 20 de julio de 1978, desde la habitación 716, del séptimo piso del Hotel Intercontinental, Managua, el de la pirámide, actual Crown Plaza, los dos cohetes fueron disparados hacia el bunker del dictador Anastasio Somoza Debayle.
En las instalaciones del bunker de Somo- za estaba ubicado el Estado Mayor de la Guardia Nacional, G.N y más abajo en la explanada de Tiscapa, la Escuela de En- trenamiento Básico de Infantería (EEBI), tropa élite constituida en su mayoría por jóvenes campesinos iletrados, prove- nientes de las zonas más pobres del país, que, atraídos por ropa, salario y un arma que les ofrecían, se sentían poderosos e invencibles.
La EEBI cuyo jefe inmediato era el hijo del dictador, con el grado de mayor, Anastasio Somoza Portocarrero, apo- dado “el chigüín”, contaba con armas modernas, como el fusil Galil, de fabri- cación israelí, ametralladoras de asalto Uzi y de trípode, además de suficientes municiones, vehículos jeep, aviones de la marca Aviocar artillados y otros per- trechos que formaron parte del llamado “paquete España”.
Los ejecutores del “operativo Rocket” fueron el luchador antisomocista Fernando “el negro” Chamorro Rappaccioli, amigo de Edén Pastora y William Molina Dávila, “el nene”. Los cohetes de 3.5 pulgadas de 81 milímetros, fueron activados con una mecha lenta artesanal utilizando una espiral ahuyentadora de zancudos, dirigidos desde una ventana hacía el punto escogido.
Los artefactos impactaron en las instalaciones militares de la Guardia Nacional (G.N), sin mayores consecuencias, provocando desconcierto, zozobra y un terror colectivo entre los guardias, quienes de forma irresponsable desataron una balacera disparando contra todo lo que se moviera en los contornos. Cundió el pánico y la población circundante vivió el verdadero terror y horror en medio de lo que parecía una guerra.
La guardia no reportó bajas en sus filas, pero los daños psicológicos entre los soldados del dictador debido a los impactos, les ocasionaron un natural temor, provocando que algunos militares sufrieran sobresaltos a la hora del descanso por las noches, obligándoles a recibir atención psiquiátrica.
Producto de la balacera, a unas cuadras, fue asesinado el joven Carlos Roberto Álvarez Guerra, hijo del conocido oftal- mólogo y opositor somocista, ya falle- cido, Emilio Álvarez Montalván, cuando se dirigía a la clínica a visitar a su padre, esa tarde. El “negro” Chamorro, al co- nocer la noticia, se lamentó expresan- do, que de haber sabido que el hijo de su correligionario del Partido Conser- vador, moriría, no hubiese realizado la acción.
Rodearon el hotel y la captura en el bar
En medio del horror y la locura, al sentirse atacados en la fortificación, los guardias rodearon el hotel y penetraron a sus instalaciones. Al “negro” Chamorro, lo encontraron sentado en la barra del bar con un trago, intentando pasar desapercibido, pero fue reconocido por el coronel Iván Alegrett, quien de inmediato lo golpeó y ordenó su arresto. Solo “el nene” logró escapar en las propias narices de los soldados, alejándose del hotel.
Se inició con los Monge de Masaya
Las primeras acciones de Brenda Castillo, fueron en el año 1976, cuando se vinculó con Sergio y Bosco Monge en el Movimiento Estudiantil de Secundaria (MES), con quienes participó en operativos de hostigamiento a patrullas de la guardia somocista.
En el momento que consideraron que Brenda estaba “quemada”, (visiblemente identificada por los agentes de seguridad) le orientaron refugiarse en una casa de seguridad de la familia Guevara, donde realizó tareas conspirativas con William Guevara, “Monimbó”.
Ese mismo año de 1976, le presentaron al compañero Asunción Armengol Ortiz, “Choncito”, dirigente y organizador sandinista de Masaya, quien posteriormente le presentó a una señora, que a Brenda le generó una agradable sorpresa y que recuerda con mucha amor y cariño. Se trataba de su madre biológica Clara Godínez Tenorio.
Aquella humilde mujer que se ganaba la vida lavando y aplanchando ropa, ya era una comprometida colaboradora del Frente Sandinista, reclutada por “Choncito”. Brenda relata que doña Clara alistaba la ropa del comandante Camilo Ortega Saavedra. La muchacha se había criado con su abuela materna Amanda Castillo, por esa razón prácticamente no tenía relación con su mamá.
El encuentro de madre e hija tenía como objetivo además de reencontrarlas, vincularlas en el trabajo organizativo del FSLN, sin levantar sospechas de los “orejas” (soplones e informantes) de la G.N. en Masaya, donde en esos años se había convertido en un centro de acciones y movilidad de cuadros del FSLN que se ubicaban en los pueblos circundantes.
Camilo fue el “amor de mi vida”
En 1977 a Brenda Castillo Godínez, le orientaron matricularse con otro nombre, en el Colegio de la Inmaculada de Diriamba, con el fin de facilitar su trabajo y movilidad conspirativa. Ella operaba entre Masaya y Diriamba. Al final de la jornada escolar, la esperaban en un auto, se cambiaba el uniforme y con otras ropas partía a realizar los contactos y tareas que le asignaban. Eran diversos los disfraces utilizados para no ser reconocida.
Uno de los que la transportaban era “Roberto”, de quien olvidó su nombre verdadero, sólo expresa que era un médico graduado en Moscú, Rusia, en la Universidad Amistad de los Pueblos Patricio Lumumba. De él recuerda su gran generosidad y solidaridad con los más necesitados ya que no cobraba por sus consultas, que en su mayoría eran mujeres humildes con problemas de varices en sus piernas.
En una ocasión, le confiaron el traslado de una buena cantidad de dinero, que tenía que llevar hacia una casa cercana al estadio de béisbol de Masaya. Para despistar a los guardias que patrullaban las calles, ella junto a la compañera Lucía Mara Cardoza Sotomayor, “la chinita”, utilizaron un canasto que colocaron en su cabeza fingiendo ser vendedoras ambulantes, para camuflar los billetes, que finalmente fueron entregados al comandante Camilo Ortega, para financiar los gastos de la lucha.
Por primera vez, Brenda revela y confirma que el comandante Camilo Ortega Saavedra, “fue el amor de mi vida”. Lo mantiene presente en su mente. Fue en la huerta de una vivienda de seguridad que inició la relación amorosa.
Guarda en su memoria ese momento trascendental en su vida de joven clandestina, donde no disfrutaban de una vida normal para asistir a fiestas, ni a lugares públicos, no tenían tiempo para bailar, ni seguridad y tranquilidad de pararse en una esquina a comerse un deliciosos vigorón y saborear un vaso de tiste o chicha de maíz bien helada.
“Era una noche estrellada, propiamente el 2 de mayo de 1977 que se me declaró. Yo le pregunté si tenía otra relación” y él le respondió positivamente. “Porque los hombres de verdad, hablan con la verdad”, expresa “Tamara”, al recordar ese inicio de un noviazgo, en medio de la lucha sandinista contra la dictadura del general Anastasio Somoza, donde la muerte era una constante posibilidad de encontrarla en cualquier esquina, calle o casa de refugio.
“Camilo me enseñó a conocer y admirar las estrellas”, rememora Brenda, en esas noches que se encontraban en medio de la milpa, tiempos cuando los chilotitos comienzan a brotar para continuar su crecimiento y alcanzar su madurez en mazorca de maíz.
Confiesa Brenda que ella nunca sospechó, ni se imaginó de la verdadera identidad de quien la cortejaba y se convirtió en su novio. Fue meses después que el joven alto y de cabellera larga le reveló que era Camilo Ortega Saavedra, responsable de la estructura regional en Granada, Rivas y Masaya. Ella también develó su verdadero nombre.
Una noche estando con Camilo en una finca en la comunidad Los Cocos, a unos 5 kilómetros de Masaya, escucharon movimiento de vehículos y tropas que buscaban al guerrillero. Camilo preparó la evacuación a través de un maizal en total silencio guardando todas las medidas de seguridad. Una vez que lograron evadir el peligro se durmieron plácidamente al aire libre, observando la noche estrellada.
Manifiesta que cuando se enteró que la guardia había matado a Camilo en la casa de Los Sabogales, junto a los militantes Moisés Rivera y Arnoldo Quant, ella sufrió un golpe mortal. Crispó los puños, invadiéndole la ira, entró en un estado de cólera, impotencia y profundo dolor. De pronto tuvo un descabellado pensamiento de irse a enfrentar sola con los primeros guardias que encontrara, para también encontrarse con la muerte.
Ese suceso de la muerte de Camilo y sus compañeros, ocurrió el 26 de febrero de 1978, durante la llamada “operación limpieza”, lanzada por Somoza y su guardia después de la insurrección de Monimbó, cuyo final concluyó con la masacre, esa tarde, casi al anochecer cuando los guardias rodearon la casita de madera y piso de tierra, donde se refugiaba el apóstol de la unidad sandinista.
Con el paso de los días y el tiempo, los ímpetus de la joven guerrillera, queriendo cobrar venganza con la guardia se calmaron, gracias a la ayuda de sus compañeros que resistieron y sobrevivieron al brutal ataque en el que Somoza desplegó toda la infantería de soldados de la EEBI, tanques y tanquetas que penetraron al barrio Monimbó, donde inició la rebelión, asesinando y destruyendo todo lo que encontraban a su paso, aplastando la rebeldía popular.
Rumbo al Frente Sur, Benjamín Zeledón
El 4 de diciembre de 1978 el Frente Sandinista orientó a Brenda integrarse al Frente Sur, Benjamín Zeledón. Partió de Masaya en total sigilo rumbo a Tola, Rivas, donde “mamá Santos”, esperando la señal para cruzar, por puntos ciegos, la frontera hacia Costa Rica. Recuerda que quien la cruzó a ella y otra compañera fue Ignacio “Nacho” Sánchez, del Ostional.
Días después, se encontraba en un campamento junto con María Luisa Pérez. “Estábamos arrechas porque nos pusieron a lavar ropa y nosotras queríamos entrar en acción contra la guardia”, rememora la combatiente sureña.
En el Frente Sur, fue asignada a la columna dirigida por el médico y guerrillero panameño Hugo Spadafora Franco, “Ramón”, jefe de la Brigada Internacional Victoriano Lorenzo, exviceministro de salud del gobierno del general Omar Torrijos Herrera en 1976, cargo al que renunció para integrarse a la lucha guerrillera en Nicaragua, con el Frente Sandinista.
Tiempo después la integraron a un destacamento dirigido por el comandante José Valdivia “Marvin”, jefe del Estado Mayor del Frente Sur. En este sitio recibió entrenamiento militar y político. Conoció a la compañera Nora Astorga y a los comandantes Carlos Duarte Tablada, “Jerónimo”, Javier Pichardo y al que consideraba el “papá” de todos, a Edén Pastora Gómez, el comandante “cero”, quienes cuidaban y “mimaban” a un montón de chavalas que se unieron a la lucha contra la dictadura somocista.
Recuerda con afecto a Laureano Mairena, jefe de la columna guerrillera Oscar Perezcassar, con quién junto a otros combatientes participó en el refuerzo en La Calera, Rivas, donde se desarrollaba un fuerte combate de posiciones durante varios días contra las tropas élites de la Guardia Nacional, conocidos como Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería (EEBI), soldados entrenados para asesinar al pueblo y “beberse la sangre”, a como les orientaban sus instructores.
La Calera, ubicada en el kilómetro 124, de la carretera a San Juan del Sur, es una mina de cal en plena producción, fue tomada en la ofensiva final en junio de 1979 por las fuerzas insurrectas y convertidas en un puesto de mando subterráneo para evitar los bombardeos aéreos de la aviación somocista. A inicios de julio las columnas guerrilleras dominaban Cárdenas, el Río Ostayo y Sapoá, obligando a las tropas de la guardia a salir y abandonar sus posiciones, en una guerra sangrienta, en la frontera tico-nica.
En la ofensiva final, la guerrilla sandinista fue ocupando las posiciones dominadas por la guardia somocista, hasta hacerla huir en lanchones utilizando el mar, por las costas del Pacífico, buscando llegar a El Salvador, donde muchos se refugiaron, entre ellos el jefe, mayor G.N Pablo Emilio Salazar Paiz, quien se hacía llamar “comandante Bravo”, el mismo que tiempos después, apareció muerto en una casa en Tegucigalpa, Honduras, ajusticiado por un comando internacionalista.
El 19 de julio de 1979, cuando se conoció y anunció el triunfo de la Revolución Popular Sandinista, los guerrilleros del Frente Sur levantaron campamento y se organizaron para iniciar la marcha hacia Managua, para participar de la celebración junto al pueblo victorioso, la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional y los miembros de la Dirección Nacional del FSLN, celebración realizada en la plaza de la Revolución el 20 de julio.
Ese 20 de julio en la lenta marcha dirigida por el comandante Edén Pastora y su Estado Mayor del Frente Sur General Benjamín Zeledón, al pasar por Masaya, Brenda Castillo Godínez, se bajó de uno de los vehículos de la caravana vitoreada por los aplausos del pueblo. La caravana continuó y ella se quedó en su pueblo donde vivió, luchó y combatió por la patria bajo la bandera roja y negra. Solo tenía el deseo de correr a abrazar a su mamá.
El personaje
Brenda de los Ángeles Castillo Godínez, nació en Jinotepe, departamento de Carazo, el 2 de agosto de 1959. A los tres días de haber llegado al mundo, su mamá emigró a Masaya, por ello se considera auténtica masayés.
Estudió en Diariamba en la escuela Conchita Alegría. Posteriormente ingresó como alumna al Colegio Inmaculada Concepción, donde cursó tres años. Luego pasó a la clandestinidad.
Es hija de Carlos Castillo Guerrero y Clara Godínez. Se crió bajo la protección de su abuela materna Amanda Castillo, en el barrio La Estación del antiguo Ferrocarril del Pacífico de Nicaragua (FCN).
Es madre de seis hijos y tres nietos.
En la lucha sandinista conoció al que posteriormente sería su esposo, el combatiente Guillermo Suárez Bonilla, “Diriangén”
Actualmente está casada con el ciudadano chileno Rolando Muñoz Sánchez, exprisionero político de la dictadura del general Augusto Pinochet, en septiembre de 1973, tras el derrocamiento del presidente socialista Salvador Allende.
Desde hace más de diez años está entregada al trabajo con el Comité Europeo de Solidaridad con la Revolución Popular Sandinista (RPS), desde Dinamarca, donde reside, en el que participan reconocidos luchadores sociales por la justicia y libertad de los pueblos del mundo.
Fuente: Visión Sandinista