Quizá el reto más tremendo que haya enfrentado el doctor Armando Hart Dávalos en su trayectoria revolucionaria sea la creación del Ministerio de Cultura.
Destacado combatiente de la lucha clandestina, miembro de la dirección fundacional del Movimiento 26 de Julio; prisionero del régimen tiránico, al triunfo de la Revolución recibió una desafiante encomienda: desempeñarse como el primer ministro de Educación de la nueva era histórica abierta en el país.
Intérprete creativo de las ideas de Fidel, Hart tuvo un papel decisivo en la conversión de cuarteles en escuelas, las reformas de las universidades, en la dignificación del papel del maestro, pero sobre todo en la instrumentación y desarrollo de la Campaña Nacional de Alfabetización en 1961.
Tras la fundación del Partido Comunista de Cuba ocupó altas responsabilidades, entre ellas la de secretario de organización. Había sido electo miembro del Buró Político del primer Comité Central y fungió como Primer Secretario del Partido en la provincia de Oriente durante el primer lustro de los años 70.
Fue al término de esa etapa cuando, como parte del proceso de institucionalización, la dirección del país le propuso asumir el Ministerio de Cultura. No existían precedentes, salvo el Consejo Nacional de Cultura, que en los últimos años había tenido un comportamiento errático. Por suerte, funcionaban entidades claves, fundadas en los primeros años de la Revolución, que marcaban una pauta.
El Ministerio de Cultura debía crear, y en el mejor de los casos restituir, un clima de confianza entre artistas, escritores y promotores, con un sistema institucional radicalmente nuevo. En mis largas conversaciones con Hart, este me confesó, descarnadamente, que lo primero que valía la pena preguntarse era para qué servía un Ministerio de Cultura.
Al observar otras realidades, se dio cuenta de que había países donde el ministerio se constreñía a operar parcelas en el ámbito público, muchas veces en desventaja con el sector privado: la arremetida neoliberal de los años 80 en América Latina y el Caribe y la crisis del estado de bienestar en varios países europeos confirmarían su percepción.
Pero al analizar, como lo hizo siempre, la gestión de los organismos en la Unión Soviética y el campo socialista europeo, apreció cómo la normatividad estética, el desaliento a la experimentación y los dogmas limitaban sensiblemente el vuelo de la creación artística y literaria y estimulaban, a pesar de todo, fenómenos indeseables en las márgenes de la sociedad.
Antes de tomar cualquier decisión, Hart se dedicó a escuchar todos los criterios de los escritores y artistas cubanos, de especialistas y académicos, y de Fidel en acción con la impronta de las reuniones que desembocaron en las vigentes Palabras a los intelectuales. Solo de tal manera podría comprender la compleja naturaleza de los procesos, máxime cuando los efectos del llamado quinquenio gris planeaban sobre la vida cultural de la nación.
En el ejercicio de sus funciones, nada menos que 21 años al frente del Ministerio, Hart llegó a una conclusión que cabría analizar a la luz de nuestros tiempos: la cultura se promueve, no se dirige. Esto no quiere decir que se dejen de inducir determinados procesos, de poner los recursos necesarios en programas fundamentales, y de fomentar, tal como él mismo insistió, una economía de la cultura; pero al deslindar promoción de dirección llamó la atención sobre la necesidad de desterrar prácticas intervencionistas y voluntaristas y, por el contrario, favorecer los más altos valores de la creación cultural, ya fuesen los de la tradición, o fuesen los nuevos imprescindibles del desarrollo. Verbigracia, su implicación en la Bienal de La Habana y en la Fiesta del Fuego.
En 1983, Hart intentó resumir algunas ideas acerca de la permanente actualización de la política cultural y de la relación entre política y cultura en nuestro proceso revolucionario. Si dejamos a un lado lo anecdótico y circunstancial, los conceptos contenidos en el libro Cambiar las reglas del juego, fruto de una extensa entrevista con el periodista Luis Báez, merecen ser revisitados. A cinco años del fallecimiento del doctor Armando Hart, este 26 de noviembre, son muchas las lecciones y experiencias que debemos aprovechar para el perfeccionamiento del sistema institucional de la cultura.
Fuente: Granma