Cuando estaba en la universidad, tomé una clase llamada Métodos de Pacificación. Nosotros, los estudiantes de la universidad de artes liberales, fuimos asignados para salir a nuestras comunidades de clase obrera en nuestro Estado del Medio Oeste y visitar las principales iglesias, centros comerciales, salas de boliches, incluso el Moose Lodge, para entablar conversaciones con los lugareños. Luego de regresar al recinto, preparábamos listas de vocabulario que incluyeran palabras que aparecían repetidamente en las conversaciones y analizar nuestras listas para identificar temas y discernir los asuntos que eran importantes para la gente del pueblo. Después de más de dos décadas de trabajo de desarrollo comunitario en Nicaragua, todavía considero esta clase la más útil que tomé en la universidad: me enseñó a escuchar y me mostró que el lenguaje es un reflejo de quiénes somos y cómo nos vemos a nosotros mismos. .
Basado solo en el lenguaje, es obvio para mí que ha habido un cambio radical en Nicaragua en los últimos años.
En la Nicaragua de los 80, la palabra compañero era omnipresente. Traducida aproximadamente como “camarada”, la Revolución Popular Sandinista amaba la palabra compañero. A menudo se acortaba a “compa”, neutral en cuanto al género, que también era sinónimo de soldados sandinistas (como en Compas vs. Contras). Compañero también era el término que se usaba para compañero de vida; era poco común en esos días que las clases populares se casaran legalmente con sus parejas. El costo asociado tanto con un matrimonio legal como con una boda por la iglesia (los dos están separados en Nicaragua) lo hizo poco práctico, y la sociedad no desaprobaba las uniones no casadas: «acompañado» o «asociado» es, de hecho, todavía un estado civil reconocido en Nicaragua.
Sin embargo, con el advenimiento del neoliberalismo en 1990, el término compañero desapareció rápidamente y fue reemplazado por una jerarquía clasista de títulos: Doctor (para médicos, doctores y abogados), Ingeniero (cualquiera con un título en ciencias o ingeniería) y Licenciado (cualquiera con un título universitario en otras áreas). Cualquier persona sin educación universitaria era solo referida por su nombre de pila, tal vez con un don o una doña respetuosos frente a él o ella (señor y señora). En un país donde, en ese momento, menos del 9% de la población tenía un título universitario, la desigualdad inherente en este lenguaje de títulos era marcada y dañina.
También se volvió más raro usar compañero para significar “compañero de vida”. La Iglesia comenzó a obligar a las parejas a casarse negándose a bautizar bebés a menos que los padres se hubiesen casado por la Iglesia y con el tiempo, el término compañero/a fue gradualmente reemplazado por “esposo/a”, incluso para los que no estaban casados por la Iglesia o por ley.
Sin embargo, con el regreso de los sandinistas al poder en 2007, el lenguaje de la revolución también está regresando. Compañero nuevamente es de uso común, incluso aquellos que poseen títulos oficiales a menudo evitan utilizarlos o ponen compañero delante de su título. Por ejemplo, la Vicepresidenta Rosarillo Murillo prefiere Compañera en vez de Vicepresidenta. Hay un sentimiento igualitario en ello: es bueno evitar la torpeza social de equivocarse en el título de alguien o no saber su nombre: todos son «Compa».
El resurgimiento de compañero no es el único desarrollo lingüístico en Nicaragua en los últimos años.
No hace mucho escuché a un agrónomo municipal explicar a un grupo de agricultores locales cómo hacer fertilizantes orgánicos. Su lenguaje era relajado y usaba terminología común. Pero en repetidas ocasiones habló de prácticas agrícolas que protegen a “la Madre Tierra” o “Madre Tierra”. Traté de imaginar un escenario equivalente en los Estados Unidos – un agricultor de maíz de Iowa hablando de la Madre Tierra, y admito fue bastante difícil imaginarlo. Pero la forma absolutamente desinteresada en que este corpulento agrónomo de mediana edad hablaba sobre la Madre Tierra y la respuesta práctica de los agricultores, me hizo darme cuenta de que la Tierra como nuestra Madre es un concepto con el que todos están familiarizados y se sienten cómodos. Empecé a reflexionar, ¿cómo cambia nuestra relación con la tierra cuando la llamamos Madre? ¿Nuestro lenguaje solo refleja nuestras actitudes, o el lenguaje que usamos también puede influir en nuestras actitudes?
Desde 2007, el gobierno ha creado una gran cantidad de programas destinados a mejorar la vida de los pobres, en particular de las mujeres pobres. Por ejemplo: el programa Hambre Cero ha entregado a 275,000 mujeres de zonas rurales, una vaca preñada, cerdos, gallinas, semillas, fertilizantes y materiales de construcción. Este programa ha beneficiado a una sexta parte del país y ha aumentado tanto la seguridad alimentaria de las familias participantes como la soberanía alimentaria de la nación, Nicaragua ahora produce el 90% de los alimentos que consume.
Hace algunos años comencé a notar que cuando se hablaba de sus programas de reducción de la pobreza, el gobierno nunca usaba el término “beneficiario”, un receptor pasivo, sino que lo reemplazaba por el “protagonista” activo. Al principio escuché este término principalmente entre los trabajadores del gobierno, pero ahora es de uso común.
Actualmente la Casa Ben Linder está patrocinando una clase virtual con un componente presencial llamado “Mujeres en Nicaragua: Poder y Protagonismo”. En una sesión reciente, discutimos el término y su significado. Dado que “protagonista” se usa más comúnmente en español que en inglés, la co-anfitriona de nuestra serie, Camille Landry, dio esta útil explicación: “Cuando hablamos de las mujeres como protagonistas”, dijo, “nos referimos a que están tomando el liderazgo en sus propias vidas, tomando sus propias decisiones para beneficiarse a sí mismas, a sus familias, a sus comunidades, en lugar de ser engranajes pasivos e impotentes en las ruedas del capitalismo, cuyo único valor es servir y enriquecer a otros”.
Nuestra clase luego escuchó directamente a las mujeres participantes en estos programas, las protagonistas mismas. Escuché atentamente sus palabras para conocer lo que consideran son aspectos importantes de su protagonismo.
“La verdad yo era una persona muy sumisa, hasta le pedía permiso a mi marido para ir al mercado”, confesó Ángela Galeano del programa Hambre Cero, cuyo testimonio compartió vía video Justa Pérez, Ministra de Familia, Economía Asociativa y Cooperativa. “No podía ordeñar una vaca, pero una vez que tuve mi propia vaca en 2008, aprendí, y desde entonces he ido rompiendo ese tabú del miedo… El mensaje que les doy a todas las mujeres es, no nos asustemos; ¡Empoderémonos! Porque aunque nuestros proyectos sean pequeños, cuando estás empoderada te sientes satisfecha y muy feliz”.
También habló Flor Avellán, quien proviene de un entorno muy humilde. Es miembro del sindicato de trabajadores por cuenta propia, líder de la Secretaría de la Mujer del Sindicato y ahora también miembro de la Asamblea Nacional: En Nicaragua, la ley exige que el 50% de todos los funcionarios electos deben ser mujeres. “Ya no peleamos por el espacio”, declaró Flor. “Ahora tenemos ese espacio y estamos empoderadas todos los días”.
Todas las mujeres que hablaron mostraron su orgullo de ser propietarias de sus propios proyectos, usando continuamente las palabras «nosotras» y «nuestra». Flor expresó un fuerte sentido de apropiación no solo en su propia vida, sino también en la trayectoria general del país. “Las mujeres ejercemos nuestro poder, estamos empoderadas, y por eso decimos el Pueblo Presidente, el pueblo de Nicaragua es Presidente. En años anteriores nunca hubiera imaginado que llegaría a tener un escaño en la Asamblea Nacional, el poder legislativo de Nicaragua… pero todo es posible gracias a nuestro modelo inclusivo, un modelo de participación y democracia directa”, dijo.
Cuando el presidente Daniel Ortega asumió el cargo en enero pasado, se le entregó la banda presidencial y prestó juramento. Luego se quitó la banda, la extendió a la multitud e hizo que el pueblo de Nicaragua juramentara ayudar a las familias nicaragüenses y erradicar la pobreza, invitando simbólicamente a todos los nicaragüenses a tomar un liderazgo activo en sus propias vidas, familias y comunidades como “Pueblo Presidente”.
Si el “Pueblo Presidente” fuera simplemente un eslogan, entonces sonaría hueco, porque el lenguaje es orgánico: no se puede calzar un concepto o un término en el uso cotidiano por la fuerza. Sin embargo, cuando el significado detrás de un término es sincero, entonces es verdaderamente un reflejo de cómo nos vemos a nosotros mismos y un reflejo de quiénes somos realmente. Hoy, en toda Nicaragua, los protagonistas se están convirtiendo en los héroes de sus propias historias.
Escrito por: Becca Mohally Renk
Fuente: 19 Digital