El 25 de abril de 1870 en las costas de Weston-super-Mare, Somerset, llegó un mensaje en una botella. Así fue como se enteraron en Inglaterra de que el buque Bob Chalmers se había hundido el día 22 de ese mismo mes. No fue el único, otros cuatro barcos se hundieron o tuvieron percances el mismo día, de ellos tres más eran británicos.
Ese mismo año, antes de abril, organizaciones emblemáticas del capitalismo corporativo se fundan: el Standard Oil, por Rockefeller, que con el tiempo llegaría a ser la mayor compañía de refinación de petróleo del mundo; el Deutsche Bank y el Commerzbank, en Alemania, y Mitsubishi, como naviera en Japón. La aún joven nación norteamericana seguía expandiéndose a costa de los nativos: los indios Pies Negros son masacrados en otra matanza más de la conquista, Texas es reincorporada a la Unión.
Todo parecía ir viento en popa para el capitalismo imperial, que se estrenaba en algunos, pero ya tenía vieja data en el imperio británico. Todo fiesta para la burguesía optimista de un futuro de prosperidad, si no fuera por la premonición de ese mensaje en la botella que alguien del Bob Chalmers lanzó, antes de hundirse.
Nadie sabía si el papel rescatado era todo el mensaje. ¿Habría en él augurios no leídos? Cuando el lugareño que recogió la botella lo leyó, un anciano, entre la muchedumbre del bar, dijo: “La presencia de lo ignorado no es demostración de existencia”.
Nadie le hizo caso. Mucho menos se enteraron los poderosos, los ricos de la bolsa, los Morgan, los Rockefeller, los Vanderbilt, los banqueros alemanes, ni siquiera el Bürgermeister de Sweabisch Hall.
Allá en Simbirsk, ese día 22 de abril, a las orillas del Volga, María Alexandrovna Blank, hija de alemanes swabos, daba a luz un niño. Ella y su esposo, Ilya Ulyanov, tampoco supieron del mensaje en la botella, estaban muy ocupados celebrando la llegada del tercero de ocho niños. Cuando infante, sus hermanos le decían Volodia, luego, al crecer, se impuso el nombre de Vladimir, más adelante el mundo lo conoció como Lenin.
Hicieron mal los burgueses en no prestar atención a la premonición de la botella. Naufragios sí auguraba, pero, más que catástrofes para ellos, anunciaba días que estremecerían al mundo, cuando el general de los obreros guiara a los preteridos al asalto del cielo, y al parto de un mundo nuevo.
Por: Ernesto Estévez Rams
(Tomado de Granma)
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