Tras hablarles a los obreros de la fábrica de Michelson, en el distrito de Zamoskvoretski, y antes de que pudiera entrar en el automóvil, una mujer le gritó y, al girarse, ella le hizo tres disparos: uno atravesó su abrigo sin dañarlo, pero los otros dos le alcanzaron el hombro y el pulmón izquierdo.
Así puede resumirse el instante del atentado contra Vladimir Ilich Ulianov, «Lenin», en la tarde del 30 de agosto de 1918, momentos después de su discurso a los obreros de la referida fábrica, que concluyó: «¡Tenemos una sola salida: la victoria o la muerte!».
Aquellos disparos, con balas envenenadas, dañaron la salud del líder máximo de la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia.
Las secuelas de esas graves heridas hicieron que Lenin muriera relativamente joven, con 54 años. Había nacido en Simbirsk, territorio ruso, el 22 de abril de 1870, y su corazón dejó de latir el 21 de enero de 1924.
No le disparó uno de los obreros que él había defendido a capa y espada desde sus 17 años, sino la socialdemócrata y resentida psicópata Fani Yefímovna Kaplán, pagada por la contrarrevolución interna y externa.
Aquella misma tarde fue asesinado en otro atentado terrorista Moisés Uritsky, comisario del Pueblo del Interior en la región norte y jefe de la Cheka —la primera policía secreta soviética— de Petrogrado. A fines de junio del mismo año 1918, había sido asesinado V. Volodarski, redactor de la publicación Krasnaya Gazeta.
María Uliánova, hermana de Lenin, entonces en la redacción del periódico Pravda, le aconsejó que no fuera. También lo hizo Nikolai Bujarin, miembro del Comité Central del Partido, quien había almorzado con él.
Los tres disparos asesinos sonaron y unos segundos después, en medio de una gran confusión, se escuchó una voz que decía: «¡Calma, camaradas! ¡Esto no tiene importancia! ¡Manténganse tranquilos!». Era el mismo Lenin, que inmediatamente después caía boca abajo y sobre él se inclinó enseguida su chofer y único escolta entonces, Stephan Guil, quien junto a dos obreros acomodaron rápidamente a Lenin en el carro y partieron los cuatro enseguida.
Uno de los obreros, que llevaba un trozo de cuerda, le ligó el brazo a Lenin por encima de la herida para impedir el profuso sangramiento.
Cuando llegaron al Kremlin y se detuvieron junto a la entrada del edificio donde residía Vladimir Ilich, este salió del auto con la ayuda de los obreros y el chofer, pero se negó rotundamente a que siguieran con él: «¡Yo solo caminaré!» Y herido gravemente subió hasta el tercer piso, salvando 52 escalones.
El primer médico que lo atendió fue Alexander Vinocurv, entonces comisario del Pueblo para la Seguridad Social. Y al día siguiente, Lenin le confesó al cirujano Vladimir Rozanov: «¡Esto puede sucederle a cualquier revolucionario!».
Esa noche fue de alarma, a causa de una hemorragia y la debilidad de Lenin por la pérdida de sangre, pero al otro día bromeaba con el cirujano Rozanov, refiriéndose al susto de sus familiares: «¡No es nada; ellos se inquietan inútilmente!».
Ese médico después expresaría: «No hablaba un simple herido. Era el jefe de las masas revolucionarias; el revolucionario que había pasado la escuela callada y riesgosa de la clandestinidad; que había soportado arrestos, cárceles, incomunicaciones, amenazas, asedios y destierro siberiano de tres años, es decir, un hombre que estaba preparado para cualquier prueba».
Despedida de Moscú
Lenin sobrevivió al atentado, pero su salud se resintió demasiado. El XI Congreso del Partido comenzó sus labores el 27 de marzo de 1922. El líder abrió el encuentro y pronunció el informe político del Comité Central, en el último Congreso del Partido al que asistió. Se agravó su estado, pero se restableció en breve y volvió al trabajo.
El 5 de noviembre de ese mismo año inició sus sesiones el IV Congreso de la Internacional Comunista, en el que Lenin rindió su informe Perspectivas de la revolución mundial a los cinco años de la revolución rusa.
El 20 de noviembre habló en el Pleno del Soviet de Moscú. El 30 de diciembre se celebró el I Congreso de los Soviets de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, que creó la URSS. Enfermo nuevamente, no pudo asistir, pero todo el trabajo del Congreso, la Declaración y el Tratado sobre la formación de la Unión Soviética, estuvieron inspirados en sus indicaciones.
A principios de marzo de 1923, la salud de Lenin empeoró bruscamente. En mayo, volvió a trasladarse a la aldea de Gorki, a 35 kilómetros al sudeste de Moscú, y a mediados de verano se apreció cierto mejoramiento.
El 19 de octubre Lenin llegó a Moscú, al Kremlin. Los que estuvieron con él cuentan cómo pasó aquel día. Se fue de su apartamento, estuvo en la sala de sesiones del Consejo de Comisarios del Pueblo, situada al lado de su vivienda, y permaneció allí un rato, miró alrededor, entró en su despacho, tomó unos libros de la biblioteca y bajó al patio del Kremlin.
Subió al automóvil, recorrió las calles céntricas de Moscú y visitó la Exposición Agrícola de toda Rusia. El recorrido duró dos horas. Se diría que Vladimir Ilich se despedía de Moscú.
A principios de noviembre de 1923 lo visitó en Gorki una delegación de obreros de la fábrica de Glújovo. Uno de ellos, ya sexagenario, Kuznetsov, con lágrimas en los ojos, repetía sin cesar: «Soy obrero forjador, Vladimir Ilich. Forjaremos todo lo que has concebido». ¡Fue esta la última entrevista de Lenin con los obreros!
Tampoco pudo asistir al XII Congreso del Partido, pero los delegados tomaron en cuenta, en sus resoluciones, las indicaciones hechas por él en sus últimos artículos y cartas. Luego de una aparente mejoría, a fines de 1923 sobreviene un recrudecimiento de su enfermedad.
La muerte de un paradigma
El 21 de enero de 1924, al anochecer, a las 6 y 50, falleció de un derrame cerebral. Por la noche se reunió el Pleno del Comité Central del Partido, y dirigió un llamamiento al pueblo: «Ha muerto el hombre bajo cuya dirección combativa nuestro partido, envuelto en el humo de la pólvora, enarboló con mano recia la bandera roja de octubre en todo el país, barrió la resistencia de los enemigos y consolidó firmemente el dominio de los trabajadores en la Rusia zarista. Ha muerto el fundador de la Internacional Comunista (…) el amor y el orgullo del proletariado internacional, la bandera del Oriente oprimido, el dirigente de la clase obrera rusa».
La dolorosa noticia se propagó rápidamente por el país y por el mundo entero. El 22 de enero, M. Kalinin, presidente del Comité Ejecutivo Central, la anunció a los delegados al XI Congreso de los Soviets de toda Rusia.
El 23 de enero fue trasladado de Gorki a Moscú el féretro con el cadáver de Lenin y colocado en la Sala de las Columnas de la Casa de los Sindicatos. Por espacio de cuatro días, a pesar de las rigurosas heladas, centenares de miles de obreros y campesinos, soldados rojos y empleados, delegaciones de trabajadores de todos los confines de la Unión Soviética, adultos y niños pasaron, día y noche, por la Sala de las Columnas para rendir el último homenaje al gran Lenin.
El 26 de enero se celebró en el teatro Bolshoi una sesión del II Congreso de los Soviets de la URSS consagrada a su memoria.
En el Congreso hablaron la esposa de Lenin, N. Kruspskaya, así como J. Stalin, Clara Zetkin y N. Narimanov. En nombre de la fábrica Krasni Putílovets habló A. Serguéev; de los campesinos sin partido, A. Krayushkin; del Ejército Rojo, K. Voroshílov; de la juventud, P. Smorodin, y de los hombres de ciencia, el académico S. Oldenburg.
El Congreso adoptó el acuerdo de perpetuar el recuerdo de Lenin y dirigió un mensaje a la humanidad trabajadora. Subrayó que el mejor monumento a él sería la propagación masiva de sus ideas. En 1965 se concluyó la publicación de sus Obras Completas en 55 tomos, con cerca de 9 000 documentos suyos y que después se publicaron en 120 países.
A petición de los obreros de Petrogrado, el Congreso aprobó la decisión de dar el nombre de Leningrado a esa ciudad.
Paro Mundial
El pueblo soviético se despidió de su guía lleno de profundo dolor. El proletariado internacional suspendió todos los trabajos durante cinco minutos. Se detuvieron los automóviles y los trenes, se interrumpió el trabajo en las fábricas y de esa manera solemne los trabajadores del mundo entero se despedían de Vladimir Ilich, su guía y maestro, su mejor defensor y amigo.
Decenas de miles de obreros manifestaron su deseo de ingresar al Partido Comunista. El Comité Central anunció la promoción leninista de obreros industriales. En unas cuantas semanas engrosaron las filas del partido más de 240 000 trabajadores.
El 27 de enero, a las cuatro de la tarde, se realizó el entierro de Lenin. El ataúd fue depositado en el mausoleo construido especialmente con ese fin en la Plaza Roja.
Fuente: Juventud Rebelde
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