En la Nicaragua de 1982 el país entero estaba dedicado a reorganizar su vida cotidiana y ajustar los escasos recursos de una sociedad acosada en lo político y semibloqueada en lo económico, en torno a una posibilidad ominosa, que para muchos es una certidumbre: la inminente intervención militar exterior, sea directamente a cargo de fuerzas estadounidenses o mediante el miniejército panamericano cuya existencia ha revelado hace unos días el Washington Post. A fines de febrero último, sin embargo, el comandante Tomás Borge, ministro nicaragüense del Interior, ocupó en Managua buena parte de dos de sus mañanas para explicarme la situación que enfrenta su país.
Las interrogantes que se plantea Europa y el resto de la opinión pública mundial sobre las cuestiones que se juegan junto a la suerte del pequeño país centroamericano fueron examinadas en ambas conversaciones, aquí resumidas. ¿Nicaragua camina irreversiblemente hacia un socialismo de tipo cubano? ¿Cómo encaja la debilitada y ambigua burguesía nacional en las nuevas condiciones determinadas tanto por la revolución como por el cerco que Estados Unidos estrecha sobre ésta? ¿Cuál es el funcionamiento real de la nueva sociedad nicaragüense, con su libertad recién estrenada luego de cuatro décadas de despotismo y con el titubeante funcionamiento de una economía mixta de capital aún no acumulado? ¿En qué medida intervienen en el proceso la Unión Soviética, Cuba y los países mayores del área latinoamericana? ¿Qué papel juega el Partido Comunista en la revolución? Pocos mejores que Borge para esa puesta al día. No sólo por ser el ministro del ramo en la crucial cuestión de la seguridad nacional, o miembro de la dirección del Frente Sandinista, sino también porque este hombre pequeño y dinámico, con la cabeza gris aunque apenas ha pasado la cincuentena, encarna en cierto modo el pasado y el presente de la revolución nicaragüense: los sueños de los años cincuenta, la insurrección y la guerra de los setenta y el realismo con que su Gobierno analiza ahora las posibilidades del ataque exterior, mientras prosigue aplicando el programa inusitado del cambio social dentro de aquel modelo de economía mixta.
Único sobreviviente del grupo fundador del Frente, preso político célebre (canjeado en un secuestro), veterano conspirador, combatiente con las armas en la mano hasta la caída de Anastasio Somoza, Borge une a la personalidad del hombre de acción la reflexión del intelectual y el pragmatismo del político. Dice que no es escritor, pero ha publicado ya dos libros (uno, compuesto en la cárcel); menos acepta ser poeta, pero sus metáforas políticas de un artículo o un discurso vuelven a ser citadas como consignas en los muros de las ciudades o encabezan como epígrafes los poemas de otros. Cuando estaba en la cárcel, el líder Carlos Fonseca Amador había muerto y el sandinismo parecía aniquilado, Borges escribía, sin embargo: «Nuestros sueños están rigurosamente confrontados con las respuestas de la Historia. El optimismo sandinista es objetivo, desnudo como un caballo fresco».
Una dictadura convertida en dinastía y apoderada de todos los resortes del poder y de todas las llaves de la economía, modeló durante tres generaciones la mentalidad de la mayoría de los nicaragüenses. Borge admite tal efecto del somocismo y la existencia general de ese obstáculo formidable.
«El somocismo», dice, «dejó de ser un Gobierno y se trasformó en una actitud. Sigue siendo una actitud. Los Somoza hicieron mucho daño a este país, pero el saqueo de la nación o los asesinatos no fueron el daño mayor, sino la influencia que el somocismo logró ejercer sobre la conducta de los nicaragüenses. Nuestra lucha contra el somocismo, en ese sentido, continúa. La herencia del somocismo, después de su derrota militar, no es solamente la deuda externa, la descapitalización y la ruina económica, sino además la actitud moral practicada por mucha gente más allá de sus posiciones políticas. Aquí llegó a ser normal la corrupción: el que no robaba era un idiota; el que no se enriquecía en la función pública, un tonto. Eso ha continuado después de la victoria. Mucha gente ha creído que el nuevo poder revolucionario era también una fuente de satisfacción de apetitos egoístas».
Pregunta. ¿Ocurrió eso, además, en las clases medias y en los sectores más pobres?
Respuesta. En todos los sectores sociales. Tenemos que luchar contra las recidivas del somocismo. Esa es, en verdad, la lucha más importante que estamos desarrollando. Enfrenta una ideología que el somocismo dejó como su inversión de futuro y que se expresa en las conductas personales.
P. ¿Son esas condiciones, en parte, las que han llevado a este modelo especial de economía mixta propuesto por ustedes, donde funcionan a la vez rasgos socialistas y relaciones de producción del pasado?
R. No creo que ello tenga que ver con esta decisión política del Frente Sandinista que es el experimento de una nueva economía. Pero somos realistas y tenernos los pies en la tierra. Nos proponemos construir una sociedad superior, pero dentro de una realidad concreta.
P. ¿La gradual consolidación de una economía mixta no atenuaría las metas sandinistas de cambios más radícales?
R. Este tipo de economía dificulta, sin duda, la planificación, elemento vital dentro de una sociedad moderna. Pero también son dificultades el atraso general del país y la poca comprensión demostrada por la burguesía nicaragüense, frente al proyecto político de la revolución. A la burguesía, por otra parte, se le hace concesiones en el orden económico, pero no en el político.
P. En términos finales, ¿el proyecto sandinista es un programa hacia el socialismo?
R. Va hacia una sociedad nueva, dentro de una concepción muy propia de la revolución popular. Llamémoslo, si quiere, «sociedad sandinista en la que está incluida una economía mixta como línea estratégica».
P. ¿Cuáles son hoy las condiciones, externas e internas, adversas al proceso revolucionario?
R. La contradicción fundamental es entre la nación y el imperialismo. Las fuerzas internas enemigas del proceso son solamente un apéndice de esta contradicción fundamental. La lucha entre los trabajadores y las viejas clases explotadoras ha sido ya dilucidada por la respuesta política de la revolución. Se trata ahora de una lucha de la nación entera contra el imperialismo norteamericano.
P. Muchos piensan que el funcionamiento de un sector privado preponderante en la economía puede incluso proporcionar bases de apoyo entre los asalariados, para los intentos norteamericanos.
R. Esos intentos tienen ahí algunas bases de apoyo, pero la eliminación de nuestro proyecto económico representaría el mejor pretexto para agredir a nuestra revolución.
P. ¿La revolución tiene en estos momentos una capacidad administradora real?
R. Toda revolución enfrenta el problema de los cuadros; la nuestra no es una excepción. Quienes están en el Gobierno (y en el poder) son los que combatieron, y la mayor parte de los combatientes no habían tenido oportunidad de formarse como cuadros técnicos, científicos o administrativos. Claro que tenemos serios problemas en cuanto a cuadros. Y la subsistencia de esa economía mixta se debe, entre otras cosas, a la incapacidad del Estado revolucionario, en su presente etapa, para administrar todos los bienes productivos del país o explotar eficientemente todas las tierras; también, por supuesto, a una situación internacional que distorsiona nuestro financiamiento exterior. Es decir, se debe a factores internos y externos».
No es muy conocido el hecho de que el Gobierno sandinista ha debido encarcelar a miembros de un sector del Partido Comunista nicaragüense que, en apariencia, intentaron tomarse atribuciones que no correspondían al nivel de su participación en el movimiento contra Somoza. Al respecto, se le pregunta entonces a Borge si intelectuales y técnicos de la izquierda no sandinista se han integrado lo suficiente al proceso como para suplir la falta de cuadros medios en la Administración y el Gobierno. La conversación deriva a la actitud de las otras fuerzas políticas del país, y surge la cuestión del relativo perfil bajo que el PC nicaragüense mantiene en las presentes circunstancias.
Borge explica: «Téngase en cuenta que, durante la segunda guerra mundial, se desarrolló en América Latina una desviación de efectos largamente negativos: el browderismo*. Esta corriente no sólo contribuyó a deformar a los partidos obreros y comunistas latinoamericanos, sino también a legar una imagen deformada de esos partidos ante los intelectuales y las masas. El browderismo estableció la liquidación de la lucha de clases en sus concepciones teóricas y el apoyo a los regímenes dictatoriales en América Latina, bajo el pretexto de la lucha antifascista en Europa y Asia. Originó así el descrédito de los partidos obreros, lo cual explica, en gran medida, que los PC latinoamericanos no hayan encabezado, hasta el momento, las luchas revolucionarias en este continente».
«El Partido Comunista Nicaragüense», añade Borge, «fue creado recién en 1944, a influencia del browderismo, para apoyar a Somoza el Viejo. Según el PC, Somoza era entonces «una expresión progresista de la realidad». ¿Qué efecto -se pregunta Borge- tienen sobre la revolución nicaragüense las condiciones de Centroamérica y el Caribe? ¿De dónde vienen los apoyos y de dónde las amenazas?
«En los últimos meses el imperialismo ha ganado algunas posiciones en América Latina, es decir, entre los Gobiernos de América Latina. Había perdido terreno frente a la actitud antiintervencionista de distintos países latinoamericanos, encabezada por México, precisamente cuando se produjo el triunfo en Nicaragua y la retirada de Somoza del poder. Después, la revolución sandinista satisfizo algunas expectativas, frustró otras y asustó a muchos en América Latina. Entonces el imperialismo empezó a ejercer una mayor presión, expresada concretamente en la última deliberación de la Organización de Estados Americanos (en Santa Lucía), donde sólo Nicaragua, México y Grena
da adoptaron una posición claramente antiintervencionista. Tenemos muchos amigos en el continente. También tenemos bastantes enemigos: unos, muy abiertos; otros, muy sutiles».P. ¿Dónde están los amigos?
R. El presidente Rodrigo Carazo, de Costa Rica, es un verdadero amigo de la revolución nicaragüense, a pesar de que su país se ha integrado recientemente a la llamada Comunidad Democrática Centroamericana. Como Carazo, han sido amigos de nuestra revolución el presidente Arístides Royo, de Panamá, y el extinto general Omar Torrijos.
P. Es decir, que dentro de la Comunidad, a la que ustedes denuncian como instrumento preparatorio de la agresión norteamericana, tienen a Costa Rica como país amigo.
R. El presidente Carazo es nuestro amigo.
P. ¿Y en cuanto a la situación con Honduras, cuya actitud frente a Nicaragua parece por lo menos ambivalente?
R. Tenemos la esperanza de llegar a un entendimiento mínimo con Honduras, sobre todo ahora que se ha definido claramente allí la jefatura militar. Existe la posibilidad de un próximo encuentro entre el ministro de Defensa hondureño y el nuestro, el comandante Humberto Ortega, que quizá ayude a definir más nuestras relaciones con Honduras.
P. ¿Qué se espera del sistema político panameño en un futuro inmediato?
R. Esperamos que la muerte de Torrijos no vaya a tener consecuencias demasiado rápidas. Que se mantenga cierto grado de continuidad en la política exterior panameña.
P. ¿Cómo definiría la presencia de Cuba dentro del respaldo internacional a Nicaragua? ¿Y las relaciones nicaragüenses con la Unión Soviética y el campo socialista?
R. Nuestras relaciones con Cuba y los países socialistas están muy vinculadas a la decisión política de la revolución nicaragüense de mantener relaciones con todos los países del mundo. La relación con Cuba ha sido muy fraternal, muy estrecha. Cuba nos ha ayudado de una manera desinteresada y nunca nos ha impuesto condiciones. En cuanto a nuestras relaciones con los otros países socialistas, están en el plano del respeto mutuo.
P. ¿En qué formas concretas se manifiesta aquí Ia actividad contra el régimen de los somocistas del exterior?
R. Esa actividad contrarrevolucionaria no es autónoma. Se encuadra dentro de los planes intervencionistas norteamericanos. Pero en el caso de Anastasio Somoza Portocarrero -el hijo del tirano- se trata además de un odio visceral contra el sandinismo. Usted sabe que se ha probado la responsabilidad directa y personal de este hombre en el asesinato del periodista Pedro Joaquín Chamorro durante la dictadura de su padre. Ahora, Somoza Portocarrero utiliza la cuantiosa herencia de su familia para organizar comandos especiales dirigidos contra la vida de los dirigentes de la Revolución. Hemos frustrado hasta ahora alrededor de setenta atentados, de los cuales (y eso no me quita el sueño) más de la mitad apuntaban a mi persona.
En febrero había sido debelado un plan para volar la única refinería de petróleo y la única fábrica de cemento existentes en el país, y el mismo Borge, en una conferencia de Prensa, presentó a algunos de los conspiradores, entre quienes había nicaragüenses, venezolanos y un ciudadano español, Julio González Ferrón, que tenía documentación como agente especial de la Dirección de Inteligencia Militar (DIM) de Venezuela. El proyecto de sabotaje había sido tema de conversaciones, a través de González Ferrón, entre el conspirador nicaragüense William Baltodano y el agregado militar en la embajada venezolana de Managua, coronel Pedro Sánchez Rivera. Pero Borge dice que sabe distinguir entre las tramas de los servicios y la posición de los Gobiernos.
Cualquier actividad contrarevolucionaria que realice aquí un ciudadano venezolano nada tiene que ver con la expresa solidaridad que ha mostrado el Gobierno de Venezuela hacia la revolución nicaragüense. Tampoco la embajada de Venezuela tuvo nada que ver con lo denunciado; sólo algunos de sus elementos, a los que ya se señaló oportunamente.
P. ¿Su Gobierno cree en la inmediatez de una intervención militar en Nicaragua, sea estadounidense o, como se ha insinuado, bajo la bandera de la OEA?
R. Es un tanto difícil, pero no la descartamos por completo.
P. ¿Qué la hace difícil?
R. La nueva situación que hay en el mundo. No es lo mismo la Nicaragua de hoy que la República Dominicana de 1965. No es lo mismo además Nicaragua que Vietnam. No sería ahora tan fácil como lo fue ayer.
Borge habla ahora con mayor gravedad, pesando sus palabras:
La correlación de fuerzas ha cambiado en el mundo; el mismo triunfo de la revolución nicaragüense es, de algún modo, un paso adelante en ese cambio. Los pueblos latinoamericanos no soportarían hoy una intervención militar como la efectuada en la República Dominicana. Es muy difícil, por otra parte, que en la OEA actual se dé una posición de ruptura como se dio contra Cuba en los años sesenta. Pero no descartamos una intervención militar, teniendo en cuenta que la victoria de la revolución nicaragüense y un probable triunfo de la salvadoreña significarían un cambio cualitativo en el sistema de poder exterior norteamericano. Eso se sabe en Washington y puede ser que en última instancia, y agotadas otras opciones, se decidan allí por la intervención directa.
P. ¿Cuál es la disposición de Nicaragua para enfrentar la intervención militar?
R. Prácticamente esa intervención arrasaría Nicaragua. Tendríamos que volver a la guerra popular. Lo seguro es que no vamos a rendirnos nunca. Pero, evidentemente, los norteamericanos están en condiciones de tomar las ciudades y asolar el país. Si ocurre, nosotros regresaremos a las montañas y plantearemos una guerra prolongada.
En una pared del despacho cuelga una vieja fotografía del padre de Borge, el farmacéutico de Matagalpa Tomás Borge, con una pistola al cinto y junto a Augusto César Sandino, en un campamento guerrillero de los años treinta. El ministro continúa con los ojos fijos en la fotografía:
«Volveríamos a la situación de Sandino, pero con fuerzas militares de mayores recursos y un pueblo con mayor conciencia. Además, ¿qué pasaría en Centroamérica? Si entran en Nicaragua, las repercusiones serán muy serias. Aquí tendrían una vietnamización no sólo de Nicaragua, sino de toda Centroamérica, y no sabemos si también de América Latina. Dejemos que hable el tiempo».
(*) Por Earl Browder, secretario general del PC norteamericano, que propuso entonces una alianza de los trabajadores con los patronos y, como contribución al esfuerzo de guerra, la suspensión de las reivindicaciones salariales, la renuncia a las huelgas y hasta el cambio de denominación de los partidos comunistas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del diario El País, el sábado, 20 de marzo de 1982.
Fuente: El País
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La lucha revolucionaria, no solo era la derrota del somocismo,sino defender la conquista como lo dijo el Che, si mal no me equivoco «después de una revolución viene una contra revolución.