Por Mirna Mendoza López, Comisionada Mayor, Jubilada. Maestra, Militante del FSLN desde 1967.
Trato de sacar a flote desde los senderos de mi infancia: Fue más o menos en 1954, en las cercanías de la iglesia San José y el Colegio Divino Pastor en Managua, cuando cursaba el primer grado en la Escuela Rafaela Herrera (tenía 6 años). Ahí viví con mi tía Conny (Concepción Mendoza) que daba clase en esa escuela; en la casa siguiente para el lago, habitaba el muchacho moreno, pelo negro lacio, algo serio, pero amistoso, que me prestaba cuentos de epopeyas y yo apenas cancaneaba leyendo.
Ese niño de escasos 10 años, Julio Buitrago Urroz, ¡Qué lejos estaba de pensar que realizaría una de las gloriosas batallas de lucha a muerte contra el somocismo que marcó un hito en el FSLN! Vivía con su mamá, doña Santitos; con don Chepito, su papá, y una niña pequeñita, su hermana Liliam.
Ya adolescentes, después de varios años, nos reencontramos: Creo que Julio cursaba quinto año de bachillerato y yo estudiaba magisterio en la Escuela Normal de Managua, que ocupaba un espacio como inquilina en el Instituto Ramírez Goyena, en la parte oeste de ese centro.
Vivencias imborrables, ejemplares experiencias de luchas compartimos con esos compañeros. Hubo ocasiones que estudiantes goyenistas llegaban a sacarnos de las aulas de la Normal, para apoyar el movimiento magisterial; otras veces salíamos por nuestra propia cuenta. Para esa época, como estudiante del Goyena, en la cabeza de Julio y en su corazón ya florecía el compromiso revolucionario.
En una ocasión se acercó a mi prima Blanquita y a mí y dijo: «Saludos a la niña Conny; ahí nos vemos y sigan apoyándola en la lucha de los maestros», compromiso que cumplimos en la Federación Sindical de Maestros de Nicaragua, desde nuestra graduación en 1966 hasta 1970, que nos mandaron a la calle a 300 maestros después del Movimiento (huelga) Dignidad Magisterial. El somocismo desarticuló la Organización que inició un trabajo de hormiga bajo las sombras.
Cada vez que alzo los ojos y miro el firmamento, en esa inmensa bóveda celeste con blanco, a veces más azul; o cuando veo la inmensidad de nuestros campos, llenos de cultivos con olor a tierra mojada, el ejemplo y sacrificio de Julio, me renueva cada día: valiente, heroico, humilde, fiel, firme al Proyecto Revolucionario que se comprometió. -Ahí está.
No preciso la fecha pero fue después de la Jornada de Pancasán en agosto de 1967, que nuevamente nos encontramos, (ALFONSO, su seudónimo), recuerdo que nos dijo en el Goyena: «Ahí nos vemos». Y entonces la casa de la tía Conny se convirtió en casa de seguridad, ubicada de Las Delicias del Volga media cuadra al lago, Por ahí pasaron el Comandante Carlos Fonseca, Julio Buitrago, Catalino Flores, Filemón Rivera, Silvio Casco, Ramón Rizo, Aníbal Ruíz, Efraín Sánchez, Nubia Ruíz, entre otros. Quedaba enfrente a la Panadería López, contiguo vivía Miguel Bonilla, su hermano Jorge y su mamá doña Tana.
El Comandante Carlos sostenía largas conversaciones y confesaba a la tía Conny, sobre el movimiento sindical magisterial, porque ella participó en la fundación del primer sindicato de maestros de Nicaragua, en 1945 y posteriormente la Federación Sindical de Maestros de Nicaragua (FSMN, 1947). Siempre me pregunto si él habría dejado algunas notas sobre esos diálogos.
-Ahí está Julio, en un sinnúmero de acciones que me orientó, otras son compartimentadas: -recoger información, – realizar compras de abastecimiento, -correo, me entregó un paquete, que cuando iba en el bus se me rompió porque iba envuelto en un periódico viejo y era dinero, tuve que abrazar fuerte para que no se saliera. -A veces escribí cartas que Julio me dictaba con un lenguaje camuflado. –Me envió a México cuando tenía 19 años y no me querían dar la visa porque aparentaba menos edad, saqué el pasaje al crédito y asumí la deuda, era Semana Santa, me entrevisté con el profesor Edelberto Torres y un cubano amigo de Julio, que le había prometido un reloj.
-A mi regreso a Nicaragua, traje dinero y un casete grabado en Cuba con el himno histórico del FSLN:
LUCHAR, LUCHAR ES NUESTRO GRITO DE GUERRA, VENCER, VENCER ES NUESTRO IDEAL. .. El profesor Torres, lo camufló en una caja de casete de música ranchera.
-Una vez me envió a León a la casa de María Haydee Terán, (esposa del Comandante Carlos), en la cual también funcionaba una librería, le entregué una encomienda. Ese día conocí recién nacida a Tania, la hija menor del Cmdte. Carlos Fonseca y María Haydee, quien me dijo: mírala bien, abrázala y si lo ves a él, contale que la tuviste en tus brazos. Que expresión de sacrificio y de amor más bella, abrazar a su hija para que le trasmita a su padre esa ternura, ese calor de la niña que en ese entonces no podía ver.
-En otra ocasión, nos orientó a Silvio Casco y a mi viajar a la frontera con Costa Rica a recoger a Germán Pomares, y él no llegó porque tuvo problemas.
-Durante el proceso de creación de la Alianza Patriótica de Mujeres, bajo la dirección de Doris Tijerino y Gladys Báez, utilizamos la Escuela José Montoya, donde la tía Conny y yo dábamos clase.
–Julio autorizó que me casara civil el 4 de julio de 1969 con mi novio Ramón «Mocho» Rizo, también militante sandinista, quien ya estaba clandestino y compartía la casa de las Delicias del Volga. Me casé en el Palacio de Justicia, testigos de mi boda fueron Gloria Campos y Edgard «La Gata» Munguía.
El 14 de julio, mi madre se presentó a la escuela José Montoya, donde yo daba clase en el turno de la tarde, a reclamar por qué no me había casado por la iglesia y me dijo que por esa razón, no seguiría apoyando al FSLN, que utilizaba su vivienda en Jinotega como casa de seguridad. Sus creencias religiosas fueron más fuertes que su compromiso antisomocista de vieja data. Moncho le informó a Julio el incidente, y él autorizó que me casara por la iglesia. Mi madre se fue apresurada ese mismo día a la iglesia Guadalupe, que aún queda cerca del Cementerio General, habló con un sacerdote y arregló que al día siguiente, 15 de julio de 1969, a las 4 de la tarde, sería la boda. La cual no llegó a realizarse. Ese día, durante el recreo en la escuelita donde yo impartía clase, a cuadra y media de la casa de seguridad de mis compañeros del FSLN, llegué ahí (donde yo viví unos días) y miré a Julio y Doris. Le pregunté a Julio si Ramón podía estar a las 4 de la tarde para la boda religiosa. Él puso la mano derecha en mi hombro y me dijo: «No se preocupe, compañera. Ahí estará. Le daremos unos dos días para que su mamá se reconcilie con ustedes».
Esa expresión de cariño, aún vive y siento su mano sobre mi hombro, que me guía, me orienta, me alumbra en mi andar. Ahí está Julio. Asumo su ejemplo y compromiso. Cuando llegué al portón de la escuela, escuché los primeros disparos, mi tía, que era la directora, exclamó sobresaltada: ¿Qué es eso?». Vuelvo mis ojos en dirección hacia la casa de donde venía y observo muchos guardias somocistas, y le digo a mi tía: -«Es la casa de los muchachos». «Corré, que te pueden matar».
Le dije: «No deje salir a los alumnos, sólo que vengan sus padres. En mi aula hay un niño, el más pequeñito, se llama Jairo (hijo de Gloria Campos y Enrique Lorente), lléveselo a su casa y le dice a mi mamá que lo mande a Jinotega con mis hermanos (Maurilio, de tres años, y Verónica de siete). La casa de seguridad de la tía Conny quedaba a media cuadra de Las Delicias del Volga. Empezamos a percibir el fuerte olor y a sufrir el efecto de los gases lacrimógenos. Ni los 300 guardias, ni la tanqueta, ni el avión, que vomitaban balas sin parar, durante horas, no pudieron destruir a Julio, porque a más de medio siglo de esa gesta, -Ahí está, para ejemplo de generaciones.
Doris relata que Julio dejó como herencia unas estrofas del Himno Nacional que logró cantar mientras combatía hasta su muerte. Doris tomó a la niña de un año, Martha Lorente Campos, se la entrega a su madre, Gloria Campos Traña y le dice que salga las dos de la casa por la parte trasera, que colindaba con unos patios montosos. Pero ya no fue posible retirarse, porque la Guardia los tenía rodeados y las tres fueron capturadas. A esa tierna edad, Martha conoció la cárcel somocista en compañía de su madre.
Doris sufrió crueles torturas que tuvo la valentía de denunciarlas y conmocionaron al pueblo.
Ahí están Doris, Gloria y Martha, sobrevivientes de esa heroica gesta, mujeres comprometidas, firmes con el FSLN, trasmitiendo a las nuevas generaciones sus experiencias y el compromiso que debemos asumir.
Siempre busco a Julio junto a los compañeros que ese mismo día partieron con él y los encuentro: en los policías que cuidan la seguridad y la vida de esta nación, en esas rutas de buses que trasladan al pueblo trabajador, buscando el pan de cada día, en las escuelas, en los parques, en los centros de salud; en los servicios de energía eléctrica y agua potable que ahora gozan los empobrecidos. -Ahí estás JULIO, para siempre.
En fiesta universal estremecida
la creación de gozo adormecida,
del Porvenir sentía el beso blando;
y por la inmensa bóveda rodando
se oyó un eco profundo:
«¡América es el porvenir del mundo!»
Rubén Darío (Fragmento de El Porvenir, 1885)
“He trotado senderos desde muy chiquita, que marcan una maravillosa vida, siento que los pasos firmes se encaminan a la satisfacción de mi existencia”.