Compartimos un Reportaje escrito el 18 de febrero de 1934 [1], titulado «En Nicaragua hay tres poderes y yo soy uno de ellos». A continuación se presenta el texto:
No entregaré las armas a la Guardia Nacional porque no es autoridad constituida. Me han matado a diecisiete compañeros y las cárceles de las Segovias están llenas de sandinistas. No quiero la guerra, antes abandonaré el país, pero no influiré con los míos para que hagan lo mismo.
Uno de nuestros redactores consiguió ayer, por medio del Ministro Don Sofonías Salvatierra, una entrevista exclusiva para La Prensa, con el General Augusto C. Sandino, en casa del mencionado Secretario de Estado.
Después de la presentación, el General Sandino ordenó a uno de sus lugartenientes que nadie pasara mientras él conversaba con nuestro redactor a solas, quien, iniciando la interview, comenzó con estas palabras.
— General Sandino, ¿son ciertas las declaraciones de ayer tarde, que un periódico pone en boca suya, de que no entregará las armas hasta que la Guardia sea un cuerpo constituido?
— Sí, señor, son mías.
— ¿De modo, pues – prosiguió nuestro redactor -, que los cien hombres que comanda el General Francisco Estrada no serán desarmados?
— Esa tropa, llamada de emergencia, está a la orden del señor Presidente Sacasa y él puede hacer uso de ella cuando lo estime conveniente. De él depende esa gente. Hoy mismo le puede decir tráigame las armas y al momento las tendrá.
— Pero como no son esas todas las armas, ¿se quedará Ud. sin entregar el resto?
— No se puede exigir que cumpla los convenios si tampoco la otra parte los ha cumplido. (Y diciendo esto sacó de su valija la copia del Convenio del 2 de febrero de 193.) Aquí están – dijo -, se los voy a leer. Vea – continuó -, la letra dice que iré entregando gradualmente las armas a las autoridades constituidas. La Guardia Nacional no es cuerpo constituido; por tanto, no esto obligado a entregárselas. Se nos estipuló también que nos darían garantías y tampoco ha sucedido. Traigo esta lista de diecisiete hombres que en todo el año me han asesinado y las cárceles de las Segovias están aún llenas de sandinistas desde que se firmaron los convenios. (Nos muestra la lista de muertos.) Al General José León Díaz me lo tienen preso desde a raíz de la paz en los cuarteles del Ocotal. No lo dejan ni afeitarse. El pelo le cae hasta los hombros. Sin embargo, nosotros hemos soportado todo en obsequio de la paz de Nicaragua.
— Pero la Guardia Nacional los ha dejado tranquilos a Uds. en Wiwilí.
— No nos han dejado trabajar libremente. Persigue a los sandinistas que se dirigen a nuestros campamentos en busca de trabajo. A Wiwilí no han llegado, es claro, porque estamos armados.
— Vamos, General. Pero la Guardia está dispuesta a controlar la región que ocupan los suyos, como el único cuerpo militar de la Nación. ¿Se opondrá Ud. a tal cosa?
— Si mis intenciones de respaldar al Gobierno del Dr. Sacasa no son bien interpretadas, no iré a la guerra, abandonaré el país, lanzaré un manifiesto al mundo explicando lo que sucede; pero de ninguna manera influiré con los míos para que hagan lo mismo que yo. Lo demás depende de ellos. Sólo he querido contribuir al bienestar de la patria y de ningún modo a su desolación. No podré dejar a mi gente en manos de autoridades ilegales. Necesito que quede bien amparada. Que se constitucionalice la Guardia Nacional y entonces sí entregaré a mis muchachos. O que me garanticen que se hará así, y yo mismo traeré en un avión a Managua todos los rifles.
— General, ¿no cree que la Guardia está en la obligación de velar porque no haya dos estados dentro de uno solo?
— Toda vez que las cosas en el país estén normalizadas, sí señor. Pero el caso es que aquí no hay dos sino tres Estados: la fuerza del Presidente de la República, la de la Guardia Nacional, y la mía. La Guardia no obedece al Presidente; nosotros no obedecemos a la Guardia, porque no es legal, y así vamos unos a otros.
— Hace algunos días se dijo que la Guardia Nacional estaba elaborando un proyecto de reformas a su Reglamento para adaptarlo a las leyes del país, debidamente aprobado por el Congreso. ¿Qué dice Ud. de eso?
— Pues me parece lo más juicioso. Ese es el camino que debe tomarse. Que se le dé forma legal y entones pondremos tener confianza en que no se nos hostilizará.
— Efectivamente hay inquietud en el público por estas cosas y a veces se piensa que pueda resultar una nueva contienda intestina con tales inconformidades. ¿Qué nos dice Ud. al respecto?
— No quiero la guerra, nada me hará llegar hasta ella. Repito que me iré del país, antes que ensangrentar la patria y cubrir de lágrimas muchos hogares. Mi fuerza ha estado respaldando al Presidente, esa ha sido nuestro objetivo y con mucho gusto me dedicaré a cultivar la tierra, y pagaré los impuestos para sostener al Estado siempre que la Guardia esté incluida dentro del marco de las leyes.
— ¿Cuándo piensa regresar a las regiones montañosas?
— Hasta ahora no lo sé. Todo depende, como usted comprenderá, de que se llegue a un buen entendimiento con el Señor Presidente Sacasa.
Al despedirse, nuestro redactor le solicitó al General Sandino autorización de publicar sus declaraciones, que desde luego fue concedida, quien dijo que todo lo que él conversaba con los periodistas, era para la publicidad.
Lo que se aseguró en el Campo de Marte
Por otra parte, más tarde, en el Campo de Marte, cuando nuestro redactor llegó a las dependencias de la Guardia Nacional, habiéndole preguntado a un alto oficial cómo iban las cosas con Sandino, éste aseguró que todo estaba arreglado y que nada pasaría con el exguerrillero, porque los obstáculos que habían de por medio para un buen entendimiento, se habían logrado aislar completamente.
Sin embargo, nada ha podido ante la espectación del público para asegurar los ánimos que ve en todo el peligro de una nueva intranquilidad por la manera terca y severa con que se ha venido tratando este delicado problema nacional.
[1] De conformidad con Sofonías Salvatierra, cuando Sandino se enteró del contenido de este reportaje, visiblemente molesto, dijo: «No vuelvo a darle reportaje a ése, que pone las cosas como le gustan». Con ello expresaba Sandino que el periodista de La Prensa había tergiversado sus palabras.
Referencias: Ramírez, S. (1984). «El pensamiento Vivo / Augusto C. Sandino». Tomo II. Editorial Nueva Nicaragua, colección de pensamiento vivo 4. pp. 375– 378
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