Compartimos entrevista del General Augusto C. Sandino con Adolfo Calero Orozco, fechada el 3 de febrero de 1933, titulado «Quiero la paz de Nicaragua y he venido a hacerla». A continuación se presenta el texto:
En Casa Presidencial, ayer en la mañana, doña América de Sandino tuvo la gentileza de presentarnos a su hijo adoptivo, como «un antiguo amigo de la familia».
—¿Periodista conservador? – Pregunta el Rebelde de las Segovias-, y nos abraza agregando: Todos los nicaragüenses somos hermanos ahora, dueños orgullosos de una patria que ya es libre. El liberal y el conservador desaparecen ante el nicaragüense.
Estamos frente al hombre que por más de cinco años mantuvo, rifle al brazo, la rebelión autonomista más discutida en la Historia de Hispano – América. Sandino no corresponde al retrato que de él nos habíamos forjado. Es un hombre de poco más de cinco pies de estatura y unas ciento treinta y cinco libras de peso. Ojos pequeños, oscuros, de mirar vivo. Tez blanca, un tanto rojiza. El cutis maltratado, y una fisonomía severa, aun cuando sonrería.
Viste botas altas, amarillo – oscuro, pantalones de montar kaki y camisa de guerrera de gabardina verdácea. No lleva corbata. Abierto el cuello de la camisa, deja ver una bufanda roja alrededor del cuello, cuyos extremos simulan la corbata, bajando sobre el pecho unas pulgadas. Sobre esos extremos pende una medalla de oro, regalo de sus admiradores mexicanos, sujeta a un alfiler, y más abajo, una leontina de dos ramas con un dije redondo de oro, del tamaño de una moneda de diez dólares.
El general está muy abordable. Locuaz. Optimista.
— Quiero la paz de Nicaragua — nos dice — y he venido a hacerla. Por años y años hicimos la vida del vivac mis compañeros de armas y yo, perseguidos por aire y tierra, calumniados a veces por nuestros mismos conciudadanos, cuya libertad buscábamos, pero llenos siempre de fe en el triunfo de la causa autonomista, que es la causa de la justicia. Idos los yanquis militares del territorio nacional, yo hubiera querido hacer la paz al día siguiente, pero la incomprensión, la desconfianza y el pesimismo se había interpuesto.
— ¿Y cuándo tomó Ud. la determinación de buscar la paz a toda costa?
— Desde que tomó posesión de la Presidencia el doctor Sacasa y se fueron los Marinos: y me afirmé en esta determinación al recibir una carta de mi amigo don Sofonías Salvatierra, en la que tocaba la cuerda más sensible de mi corazón: el amor patrio.
— ¿Y cree Ud. que no encontrará dificultades en su ejército para realizar los arreglos de paz?
— Tengo fe que ellos obedecerán mi voz con la disciplina de siempre. Las primeras virtudes de mi ejército han sido patriotismo y disciplina.
— ¿Cuándo regresará Ud. a su campamento?
— Cuanto antes. Ya debía estar saliendo el avión. Mi regreso urge; debe realizarse en el tiempo indicado, pues sería peligroso demorarlo. Mi ejército tiene órdenes concretas muy peligrosas para la paz, en caso que yo no regrese; por eso estoy interesado en no demorarme más, pues un retraso podría tener consecuencias graves que no deseo.
Al decir estas palabras, el general Sandino se dirige a uno de los presentes y pregunta si con seguridad se marcharán antes de las diez y media. Y agrega: Antes de las diez y media, no olvide eso.
Insistimos en nuestras preguntas.
–¿Cree Ud., general, que ya no se disparará un tiro más en las Segovias?
— No será disparado de parte del Ejército Autonomista.
— Perdone la pregunta, general. ¿y los jefes a quienes algunas veces se acusó de cometer innecesarios actos de crueldad?
— ¡Escuche! – nos ordena el rebelde –. Esta es hora de paz y de conciliación, sin embargo, no temo referirme a esos puntos, siempre exageradas y siempre atribuidas a mi ejército, aun cuando muchas veces los cometieron nuestros propios enemigos o grupos independientes, que sólo usaban de nuestra bandera para cometer actos punibles. El Ejército Autonomista estaba en guerra contra una fuerza numerosa, extranjera, a quien muy poco importaba las vidas nicaragüenses. Esa guerra había que hacerla como se hacen las guerras, y hubo balas de sangre. Quede esa sangre como un tributo rendido a la libertad de Nicaragua, y que ni una gota más se vuelva a derramar entre hermanos.
Referencias: Ramírez, S. (1984). «El pensamiento Vivo / Augusto C. Sandino». Tomo II. Editorial Nueva Nicaragua, colección de pensamiento vivo 4. pp. 281 – 283
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