Compartimos un artículo de Germán Padinger, titulado «El horror “imposible de describir”: cómo fue la liberación de Auschwitz». A continuación se presenta el texto:
Las tropas del Ejército Rojo pisaron el complejo de campos de concentración más grande del nazismo el 27 de enero de 1945, cuando la mayor parte de sus guardias habían ya escapado. Pero atrás dejaron a 7.000 prisioneros enfermos y desnutridos, 600 cadáveres sin enterrar y la evidencia de una matanza sistemática y sin precedentes.
“Estuve en Auschwitz. Vi todo con mis propios ojos. Te amo ahora aún más. Por favor, no pierdas la calma: esto no va a volver a pasar, mamá. Nosotros nos vamos a asegurar de ello”, escribió Vladimir Brylev, soldado del Ejército Rojo, en un carta a su madre citada por la historiadora estadounidense Anita Kondoyanidi.
El 27 de enero de 1945, cerca de las 15:00 de una tarde muy fría, la avanzada de la 332° división de Infantería del Ejército Rojo pisó la tierra mezclada con cenizas de Auschwitz, el mayor campo de exterminio construido por las fuerzas de ocupación nazis en Polonia durante la Segunda Guerra Mundial. Tropas del Frente Ucraniano llegaron casi al mismo tiempo a otro extremo de la inmensa construcción compuesta de numerosos sub-campos. La fecha ha quedado inmortalizada como el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto.
Ya casi no quedaban guardias alemanes. Auschwitz había empezado a ser evacuado a finales de diciembre de 1944, anticipando el avance de las fuerzas soviéticas tras su victoria meses antes durante la Operación Bagration, una masiva ofensiva que rompió el frente, liberó a todo el territorio de la Unión Soviética bajo ocupación alemana y dio inicio al avance sobre Polonia y finalmente la propia Alemania.
Bajo las órdenes de Heinrich Himmler, comandante de la Schutzstaffel (SS), temida organización paramilitar leal al régimen nazi y que coordinó la matanza sistemática de judíos y miembros de otras minorías, los guardias destruyeron lo que pudieron de las instalaciones, tomaron su equipos y se dieron a la fuga, forzando a todos los prisioneros que aún podían caminar (unos 60.000, de los cuales 15.000 morirían en el trayecto) a marchar bajo sumarísimas condiciones con ellos hacia otros campos en el oeste.
En su mayor parte, Auschwitz se había quedado sin guardias alemanes, aunque en sectores dentro de Monowitz, Birkenau y Auschwitz I, los tres campos principales dentro del complejo, se habían registrado duros pero cortos combates con bolsones de resistencia alemana.
Cuando el primer grupo de soldados de la 332° división arribó a Auschwitz, había sólo 7.000 personas allí, casi todos enfermos y en avanzado estado de desnutrición. Junto a ellos había además 600 cuerpos sin enterrar.
“Era difícil verlos. Recuerdo sus rostros, especialmente sus ojos que evidenciaban la trágica experiencia”, recordó Ivan Martynushkin, quien tenían en ese entonces 21 años y formaba parte de la avanzada, en una entrevista de 2015 con la agencia AFP. “Vimos gente torturada y desnutrida, podíamos ver en sus ojos que estaban felices de haber sido salvados de este infierno”, expresó.
Para muchos de los prisioneros, la llegada de más hombres uniformados no significó ningún alivio. Fue difícil establecer confianza con ellos y hacerlos entender que las tropas pertenecían al ejército soviético y que los estaban liberando. “Al principio había cautela, de nuestra parte y de ellos. Pero luego se dieron cuenta de quiénes éramos y empezaron a darnos la bienvenida, a mostrar que sabían que no debían temer, que no éramos guardias ni alemanes”, contó Martynushkin.
Se calcula que 1,3 millones de personas fueron enviadas a Auschwitz entre 1940 y 1945, y que al menos 1,1 millones fueron asesinadas allí, de acuerdo a datos del Museo Estadounidense Conmemorativo del Holocausto. Se calcula además que durante la guerra y en todo el sistema de campos de concentración y exterminio seis millones de personas fueron asesinadas por los nazis sólo por el hecho de ser judías. Mientras que otras 11 millones de personas fueron masacradas por pertenecer a otras minorías perseguidas, incluyendo millones de civiles y soldados soviéticos y polacos capturados en los combates.
Los soldados soviéticos que arribaron al campo ese 27 de enero, y los muchos que luego les siguieron, recolectaron evidencias de esta matanza. Allí encontraron 370.000 trajes de hombre, 837.000 vestidos de mujer, 44.000 pares de zapatos y 7,7 toneladas de cabello humano, que según cálculos de la época corresponde a 140.000 personas. Además de cuantiosos restos humanos en los crematorios.
El soldado V. Letnikov arribó a un sector del campo días después y lo describió en una carta enviada a su esposa. “Ayer examinamos un campo de exterminio para 120.000 prisioneros. Postes de dos metros de alto con alambrada electrificada encierran al campo. Además, los alemanes pusieron minas en todos lados. Hay torres de vigilancia con guardias armados y ametralladoras cada 50 metros. No muy lejos de las barracas hay un crematorio”, escribió, citado por Kondoyanidi en su libro “The liberating experiencia: war correspondents, red army soldiers and the nazi extermination camps”.
«¿Puedes imaginar cuántas personas deben haber quemado los alemanes ahí? Al lado de este crematorio destruido, hay huesos, huesos y pilas de zapatos que llegan a varios metros de altura. Hay zapatos de niños en la pila. El horror es total, imposible de describir”, agregó.
Aunque los soldados rusos habían experimentado en carne propia la crueldad de la Wehrmacht (fuerzas armadas de Alemania en ese peírodo) y especialmente de las SS, famosas por sus grandes matanzas de civiles en Ucrania y otros territorios entonces soviéticos, no podían imaginarse lo que encontrarían en Auschwitz.
Y sin embargo Auschwitz tampoco fue el primer campo de concentración liberado por el Ejército Rojo. En julio de 1944 se habían encontrado ya con los campos de Majdanek y Lublin, y luego también llegarían a Belzec, Sobibor y Treblinka, todos ubicados en Polonia.
Estos campos habían sido evacuados y destruidos parcialmente por los nazis en 1943, en preparación ante el avance soviético, y cuando las tropas del Ejército Rojo los capturaron no había prisioneros vivos allí, aunque sí encontraron numerosos rastros de la matanza que había tenido lugar.
Auschwitz fue distinto. La presencia de prisioneros vivos, en un estado casi fantasmal, los cientos de cadáveres apilados y sencillamente abandonados, y la evidencia de una escala de exterminio inconcebible dejaron una marca indeleble en los liberadores, que no estaba al tanto de la existencia de estos establecimientos.
“Solamente los oficiales de mayor rango en el Alto Mando habían quizás escuchado sobre el campo. Nosotros no sabíamos nada”, consideró Martynushkin.
Quizás por el acostumbramiento a las penurias por parte del soldado ruso, la urgencia militar de la ofensiva final contra Berlín, a la que le faltaba aún largos meses de brutales combates, o un desinterés inicial de los altos mandos soviéticos, o tal vez todo junto, la liberación de Auschwitz no tuvo en un principio una amplia cobertura de parte de medios soviéticos y no llegó al mundo sino hasta muchos después. Sólo Pravda, icónico periódico del Partido Comunista, reportó la liberación del campo, sin hacer referencia a la presencia allí de judíos.
Precisamente lo contrario ocurrió con la liberación de campos en el oeste llevada a cabo por tropas estadounidenses y británicas, hechos que fueron rápidamente reportados y contribuyeron despejar cualquier duda sobre la verdadera naturaleza del régimen nazi, allanando el camino para los juicios de Nürnberg que tendrían lugar en 1946.
Pero más allá del grado de documentación ordenada por los altos mandos, la experiencia fue movilizadora para los soldados soviéticos, británicos y estadounidenses por igual.
El historiador británico Michael Jones va incluso más allá e intenta desestimar la visión de que a los soldados soviéticos, ya deshumanizados por la brutalidad de la guerra en el Frente Oriental, no hayan sufrido ningún impacto al encontrarse con al realidad de los campos de exterminio.
“Cuando vimos lo que había en Majdanek, nos sentimos peligrosamente cerca de perder la razón”, señaló Vasily Yeremenko, comisario político en el Segundo Ejército Acorazado soviético, citado en un artículo reciente de Jones.
Mientras que Konstantin Simonov, corresponsal de guerra soviético, les advirtió a sus editores que su mente todavía se rehusaba creer en lo que sus ojos habían visto, y que ellos mismos estaban a punto de ver algo “inmenso, aterrador e incomprensible”.
Para el coronel Georgy Elisavetsky, el “saludo cínico nazi encima de las puertas de entrada [a Auschwitz] siempre quedará en mi memoria”, en referencia al lema Arbeit Macht Frei (“El trabajo los hará libres”), que aparecía en numerosos campos de concentración alemanes. “La sangre se me hiela de sólo pensarlo”, expresó décadas después, de acuerdo a Jones, doctor en historia por la Universidad de Bristol y miembro de la Royal Historical Society.
“Había visto mucho en esta guerra”, dijo Anatoly Shapiro, comandante de uno de los primeros regimientos en entrar, el 1085°. “Había visto a gente inocente morir. Gente colgada. Gente quemada. Pero no estaba preparado para Auschwitz”, relató.
Algo similar escribió el general Vassily Petrenko. “Yo, que había visto gente morir a diario, quedé estupefacto ante el odio indescriptible de los nazis hacia los prisioneros, que se habían convertidos en esqueletos. Había leído sobre el tratamiento de los nazis para con los judíos en varios folletos, pero no había nada allí sobre el tratamiento que tenían con las mujeres, los niños y los ancianos. Fue en Auschwitz donde me enteré del destino que habían tenido los judíos”, contó, citado por el historiador Dan Stone en su libro “The liberation of the camps: the end of the Holocaust and its aftermath”.
Mientras que Vasily Gromadsky, teniente en el 472° regimiento, recordó que al final del día sus hombres se encontraron con un crematorio y formaron un semicírculo alrededor. “Algunos sollozaban, otros estaba en silencio absoluto, rígidos”, expresó. “Enormes cantidades de personas fueron traídas a este lugar, incluyendo niños. Encontramos 12 vagones completos con cochecitos para bebés enviados aquí”, agregó.
Aunque la liberación de Auschwitz no había sido un objetivo del Ejército Rojo y sólo fue alcanzada en medio de su avance hacia el oeste, persiguiendo a la Wehrmacht, de inmediato comenzaron a prestar atención médica a los prisioneros, y llegaron a construir, con ayuda de la Cruz Roja Polaca, un hospital de campaña para tratar a los 4.500 que estaban más graves, según reconstruye Stone.
Los primeros meses, mientras la guerra seguía peleándose muy cerca de allí y los suministros escaseaban, fueron duros, y muchos enfermos, especialmente aquellos que sufrían de tuberculosis, murieron. Aunque llegando a abril, poco antes de la rendición alemana, la situación se había estabilizado y muchos prisioneros habían podido ser enviados a las barracas en un mejor estado de salud.
Al mismo tiempo en que prestaba asistencia médica, los soviéticos comenzaron a documentar el campo y realizaron las primeras filmaciones del lugar. Más allá de la falta de cobertura mediática, se asegurarían de registrar en detalle el alcance de la barbarie nazi, y gran parte de lo que se sabe de Auschwitz proviene de esos esfuerzos.
Los otros campos
Antes de la rendición incondicional de Alemania firmada el 8 de mayor de 1945, ya con el dictador Adolf Hitler muerto por su propia mano y con Berlín, la capital del Reich de los mil años, en ruinas, la Unión Soviética liberaría varios campos más, incluyendo Stutthof, Sachsenhausen y Ravensbrück, estos dos últimos ya en Alemania.
En el oeste, las tropas aliadas, que venían presionando sobre Alemania desde el desembarco en Normandía el 6 de junio de 1944, también liberaron varios campos de concentración durante su avance, y tuvieron experiencias similares ante la barbarie encontrada.
Las tropas de Estados Unidos liberaron el brutal Buchenwald, en abril de 1945, cuando había aún 20.000 prisioneros con vida en su interior. Luego seguirían Dora-Mittelbau, Flossenbürg, Mauthausen y Dachau, uno de los primeros montados por los nazis.
Mientras que las fuerzas británicas se encontraron con numerosos campos en el norte de Alemania, entre ellos Neuengamme y Bergen-Belsen. En este último hallaron a 60.000 prisioneros vivos, más que en cualquier otro campo. Su estado de salud era tan deplorable, desnutridos y afectados por una epidemia de tifus, que 10.000 morirían en la semanas siguientes a su liberación.
Fuente: https://www.infobae.com/
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