Compartimos un artículo publicado en el medio Alainet, titulado «Un nuevo orden burgués y la continuidad de la izquierda en El Salvador». A continuación se presenta el texto:
El próximo 28 de febrero los votantes salvadoreños repartirán las respectivas recompensas y castigos a los partidos políticos contendientes, en estas elecciones legislativas y edilicias, que terminarán de configurar un nuevo mapa político y su respectivo bloque de poder, que empezó a dibujarse en 2018 y 2019.
En este nuevo mapa político, un nuevo actor, el partido Nuevas Ideas vinculado al actual presidente Nayib Bukele, y su retórica confrontativa, pasa a ocupar en el imaginario social un papel determinante, así como un papel hegemónico en el dispositivo del poder, mientras que los anteriores pilares del viejo sistema político, ARENA y el FMLN, son desplazados a roles secundarios y simbólicos de legitimación del sistema.
Cuáles son los factores que han conducido a este desenlace impensable hasta hace algunos meses del descalabro del actual sistema político basado en el bipartidismo y la emergencia de un nuevo sistema político conducido por una sola fuerza y su dirigente máximo. ¿Cuál es el futuro de la izquierda, en su vertiente política y social? A continuación abordamos estas cruciales temáticas, claramente interconectadas.
I. La pugna entre el viejo orden oligárquico y el emergente orden burgués
La crisis del bloque de poder oligárquico comprende la crisis de la institucionalidad surgida a partir de los Acuerdos de Paz de enero de 1992. Esta institucionalidad del sistema político hoy agonizante, reflejó por una parte, un acuerdo político negociado luego de un largo conflicto militar (1980-1992) y por la otra, la continuidad del viejo orden socio-económico oligárquico, garantizado por la Constitución contrainsurgente de 1983.
El Acuerdo de Paz de enero de 1992 no debe sobreestimarse ni tampoco subestimarse. No adquirió la altura histórica de la Constitución de 1950, pero si fue una gran reforma política. Fue un compromiso necesario ante un conflicto armado que se prolongaba sin un desenlace definitivo a favor de ninguno de los bandos. Fue asimismo un compromiso impuesto sobre sectores de las Fuerzas Armadas y de la Oligarquía por una peculiar alianza fáctica entre el FMLN, movimiento popular, y comunidad internacional, incluyendo al gobierno estadounidense del texano George Bush.
Los Acuerdos de Paz cerraron el largo capítulo de la represión política, en el marco de la dictadura militar, y que en el último periodo, incluyo crueles masacres como la de El Mozote y el magnicidio de Monseñor Romero, pero no eliminaron la represión social por parte del Estado, que aún sigue vigente, ni tampoco enfrentaron la problemática socio-económica.
Fue una institucionalidad impuesta que fue gradualmente agotándose, desgastándose, al no lograr garantizar cambios estructurales en el sistema; ni el mejoramiento de las condiciones de vida de los sectores populares y exhibir altos niveles de corrupción y nepotismo.
Las posibilidades -abiertas a partir de 2009 con el triunfo electoral del FMLN- de su ruptura y transformación, mediante la irrupción de un nuevo bloque de poder, conducido por una alianza entre sectores revolucionarios y democráticos, que rompiera con el modelo neoliberal y originara un nuevo poder, de naturaleza popular, fueron frustradas, ni tan siquiera intentadas.
Y esto origina que el conflicto social se resuelva hoy ya no entre proyectos históricos antagónicos, sino mediante la irrupción de una nueva fuerza política, Nuevas Ideas y su máximo dirigente, Nayib Bukele, que asume la representación y conducción de sectores de la burguesía, con un amplio respaldo popular, pero en el marco de una salida burguesa de la crisis, de naturaleza bonapartista, afincado en el mismo sistema y al interior de los sectores dominantes.
Nayib es el resultado de la incapacidad de la izquierda de constituirse como alternativa real de poder, por lo que hoy la disputa se da entre la fracción oligárquica y la fracción burguesa de las clases dominantes, mientras la izquierda tendrá que reinventarse para ser de nuevo alternativa real de poder en un futuro indeterminado. Y en el caso de Bukele, de no romper con el modelo neoliberal, será triturado más temprano que tarde por el viejo orden oligárquico que continuara al acecho de recuperar su poder.
Un nuevo bloque de poder victorioso
El elemento constitutivo inicial de fuerza política de Nuevas Ideas y de su líder Nayib Bukele fue la voluntad y el deseo de los sectores populares de rechazar las opciones políticas de ARENA y FMLN. La gente se cansó de la corrupción de ARENA y de la indecisión del FMLN y pasó factura electoral en 2018 y 2019, y la pasará seguramente este 28 de febrero de 20211.
A partir de este primer momento del proceso es que se va constituyendo un nuevo discurso del orden burgués, un dispositivo de poder, de trasformación de la fuerza en pilares de poder, que incluye sucesivamente la conquista de la presidencia en 2019, y desde ahí la construcción del partido Nuevas Ideas, el aseguramiento de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional Civil, el poderoso respaldo del gobierno de Trump, de un sector del movimiento popular y sindical, y próximamente el control de importantes ciudades y de la Asamblea Legislativa, así como la abierta disputa de los medios de comunicación oligárquicos, con el periódico El Salvador y la televisión estatal, ya que el nuevo bloque de poder necesitará legitimarse como expresión de la búsqueda de los intereses nacionales, y la coyuntura sanitaria del Covid-19 le servirá “como anillo en trompa de cuche” para avanzar en sus planes. De todos estos elementos, el único que será modificado será el relacionado con la administración estadounidense y el nuevo gobierno Biden.
La instauración de un nuevo orden político – de naturaleza bonapartista, autoritaria y burguesa- que presenciamos y que será macerada electoralmente el 28 de febrero e institucionalmente el 1 de mayo, obedece a múltiples factores.
Entre estos el profundo desgaste sufrido por el sistema político en su conjunto, surgido a raíz de los Acuerdos de Paz de enero de 1992, que en 30 años no logró garantizar una situación de mejora significativa de los niveles de vida de los sectores populares, ya que abrazó a nivel económico un modelo –neoliberal-que únicamente favoreció al capital transnacional y oligárquico pero golpeó fuertemente los dispositivos de protección social del Estado; mientras que en el plano político originó una gestión marcada por la incapacidad y la corrupción.
Por su parte, los partidos políticos, como pilares fundamentales del sistema, se encargaron sistemáticamente de evidenciar públicamente -con sus actuaciones en defensa de sus intereses elitistas- el fracaso de un modelo que no logró cumplir su tarea de defender la vida –salud, educación, vivienda, seguridad- amenazada de su ciudadanía, lo que abrió una brecha entre la vieja clase política – incluyendo al FMLN-y amplios sectores populares.
La continuidad y consolidación del ascendente orden burgués va depender asimismo de la capacidad de Nuevas Ideas de elaborar una nueva narrativa, que garantice su continuidad en un nuevo sistema político, con sus respectivos rituales de agresión hacia los sectores políticos desplazados del poder y de seducción permanente hacia sus bases sociales y aliados, lo cual incluye el espectáculo como mecanismo idóneo para cautivar la atención y el apoyo, desde la imaginación, desde los sentidos y fundamentalmente por medio de las redes sociales. Bukele necesita asegurar y reproducir el poder mediante la razón y las emociones, mediante la justificación y el embellecimiento.
Una derecha derrotada pero en pie de lucha
El orden oligárquico no cederá fácilmente su dominación bicentenaria (1821-2021). Cuenta con recursos y experiencia para revertir la derrota, o para en dado caso, lograr un arreglo acomodaticio con el nuevo poder. Presenciamos el primer momento, de medición de fuerzas, el momento de la pugna interna entre bloques al interior de las clases dominantes.
Y en esta fase inicial, la derecha política y mediática ha tenido la capacidad de arrastrar al FMLN en su cruzada por la defensa de la Constitución y de la democracia del orden liberal-oligárquico, por la “unidad” de la nación, por los Acuerdos de Paz de 1992 y contra la evidente corrupción del nuevo régimen. Pero no solo al FMLN sino incluso a otras instituciones de antiguas y respetables credenciales democráticas, que hoy aparecen públicamente como parte del engranaje de una clara estrategia de frente único contra la “dictadura.”
La derecha oligárquica y el establishment arenero confía todavía en que puede recomponerse política y electoralmente y le apuesta a diversos escenarios que le favorezcan, muchas veces confundiendo deseos y fantasías con realidades, entre estos están los siguientes: a que como resultado de la sistemática campaña de denuncia de la “corrupción” e “incapacidad” de la “dictadura”, la gente reaccione y modere, reduzca su respaldo electoral a Nuevas Ideas, y el resultado electoral de febrero 28 sea equitativo y no pierdan la mayoría calificada; e incluso quien quita que haya la posibilidad que la gente “despierte” , los “perdone” y los resultados les favorezcan.
Otra posibilidad soñada es que el actual sistema electoral los beneficie con su compleja estructura de cocientes y residuos. Asimismo, la derecha oligárquica confía en que a futuro se abran brechas y conflictos entre los diversos componentes de Nuevas Ideas e incluso al interior de las Fuerzas Armadas y la PNC, surjan problemas vinculados a ascensos, y en definitiva que se desarrollen contradicciones al interior del nuevo bloque de poder.
Y finalmente existe la ilusión, nacional e internacionalmente2, que con la llegada de la nueva administración demócrata de Joe Biden a la Casa Blanca, de los globalistas, el próximo 20 de enero, el nivel de presión aumente significativamente, lo que obligará según esta tesis, a la administración Bukele a obedientemente moderar su conducta política, y esto beneficiara a la derecha oligárquica. Esto no pasa de ser una posibilidad.
II. El desafío de garantizar la continuidad de la izquierda salvadoreña
Antecedentes
Uno de los errores principales de la izquierda salvadoreña en este último periodo, ha sido su “miopía kelseniana”, la ingenua pretensión de identificar democracia con este modelo de democracia liberal, nacida de la Constitución contrainsurgente de 1983 y reforzada con los Acuerdos de Paz de enero de 1992.
Algunos pretenden convertir este modelo histórico en el non plus ultra de la emancipación social, en un abierto rechazo de la necesidad de transformar esta sociedad y este sistema capitalista. Lo irónico del caso es que fue precisamente por esta visión reformista que fueron expulsados del FMLN hace un par de décadas los principales dirigentes del ERP y de la RN, incluyendo a los entonces “comandantes” Joaquín Villalobos y Fermán Cienfuegos. Tenía razón Marx, la historia se repite primero como tragedia, y después como farsa.
Esta defensa firme y abnegada de la Constitución y el sagrado “estado de derecho”, este fetichismo constitucional, pretende encubrir la incapacidad como izquierda durante el ejercicio de la presidencia, durante diez años, 2009 al 2019, de revertir el modelo neoliberal, lo cual fue mimetizado mediante el despliegue de políticas asistencialistas, analgésicas, sugeridas incluso por el mismo Banco Mundial y FMI para paliar las consecuencias nefastas del modelo.
El principal alegato esgrimido para no realizar las transformaciones fue el de no tener la mayoría legislativa. En realidad, no hubo la voluntad de radicalizar el proceso, por el temor de un golpe de estado y en un claro acomodamiento a las reglas de la democracia liberal. Y la gente lo entendió y hoy cobra esa factura histórica.
El proceso de soñar y trabajar por una nueva izquierda
Es en este complejo marco que está planteado el desafío de garantizar la continuidad de la izquierda, en lo político y en lo social. Hay que aclarar que en este asunto no debemos ni podemos partir de cero, y hablar de la construcción en abstracto de una nueva izquierda, pero tampoco podemos negar la necesidad de una fuerza de izquierda que rebase las fronteras de la actual izquierda electoral, aglutinada en el FMLN.
Y este proceso pasa necesariamente por el resultado del evento electoral, que nos permitirá medir donde estamos; por las propuestas a futuro de las actuales tendencias –dentro y fuera del FMLN- y por la apertura hacia una nueva propuesta organizativa de ampliación de fuerzas así como de un necesario y perentorio periodo de debate sobre nuestro horizonte de lucha.
En este inédito proceso existen dos visiones extremas y dogmáticas, que amenazan con descarrilar este esfuerzo: los que creen que el instrumento FMLN es un fin en sí mismo y no puede ni debe surgir otro y los que consideran que el instrumento FMLN esta ya agotado e ideológicamente está en el campo de la derecha. Ambas visiones no contribuyen al esfuerzo de una izquierda renovada.
Pero, independientemente de los resultados electorales, la izquierda política, el instrumento FMLN, atraviesa por una profunda crisis, derivada del agotamiento de su participación electoral ya por 25 años, que le ha permitido acumular una valiosa experiencia de su militancia en campañas electorales y en la gestión del estado, pero a la vez le ha acarreado fuertes niveles de acomodamiento al sistema, y la impensable perdida de la confianza popular, particularmente por su gestión en la presidencia.
Y esto último es altamente delicado y preocupante porque se trata de una derrota que no es electoral, ni tan siquiera política, sino ética, que es la peor de las derrotas y la más difícil de superar. Esto explica la presencia en los candidatos de izquierda de audaces acrobacias cromáticas en sus actuales campañas. La astucia radica –según ellos-en separarse del rojo.
Ante esta situación de la izquierda, que incluye diversos elementos, crisis de identidad, ideológica, orgánica, de proyecto político, de respaldo popular, y otros, los desafíos son múltiples y la necesidad del debate es urgente.
Y este debate debe incluir la necesidad de clarificar nuestra posición y actitud ante la democracia liberal; ante la socialdemocracia como corriente política y su visión de conciliación de clases (unidad nacional) y de paz social, y nuestra visión opuesta de confrontación social y lucha de clases. Pienso que la izquierda no debe contribuir a la tranquilidad oligárquica, sino debe ser siempre el partido de la rebelión y no de la paz social. Corresponde a la izquierda la defensa de sus tradiciones de lucha, de su memoria histórica, como parte estratégica de la construcción de una nueva alternativa de poder.
Por lo que uno de los desafíos para la izquierda es el de construir una visión alternativa de democracia que comprenda las elecciones, pero que no gire alrededor de estas, como el núcleo principal, y que tenga como eje básico la participación popular y social, la movilización y la lucha popular. Y cuidarnos en la gestión pública, del peligro del clientelismo, ya que la derecha tiene la experiencia y capacidad de disputarnos los clientes con mejores ofertas.
Sobre héroes y villanos
Cada fuerza social con su respectiva visión ideológica, define y construye acorde a sus intereses y agendas, sus propios héroes y villanos históricos. Agustín Farabundo Martí y Schafik Handal son los héroes supremos de la izquierda salvadoreña, y contrario sensu, el General Maximiliano Martínez y Roberto D’Aubuisson, lo son de la derecha.
Otras figuras en ambos campos han ido siendo también desplazadas o resignificadas. En el caso de Monseñor Romero la Iglesia Católica Romana astutamente optó por recuperarlo institucionalmente por medio de su santificación. En el caso del democristiano José Napoleón Duarte, su memoria se va extinguiendo inexorablemente. En el caso de Anastasio Aquino, Francisco Morazán, Gerardo Barrios, Roque Dalton, Feliciano Ama, Fabio Castillo y Prudencia Ayala, sus figuras crecen con el paso del tiempo.
Sobre acontecimientos y visiones
El fugaz levantamiento de enero de 1932 junto con la prolongada Guerra Popular Revolucionaria (1980-1992) constituyen las dos narrativas épicas supremas de la izquierda salvadoreña, con sus mártires y héroes. La derecha cuenta con sus propias matrices narrativas, que incluyen la victoria sobre “el comunismo” en 1932 y en los años 80s con la creación del partido ARENA, que iniciaba simbólicamente sus campañas electorales en Izalco, para conmemorar la efeméride para ellos también “gloriosa” en sentido inverso, de enero de 1932. Nosotros celebramos el levantamiento y ellos su aplastamiento a sangre y fuego.
Cada fuerza política que asume la conducción del país construye su propia tradición histórica. En los años cincuenta del siglo pasado, los prudistas celebraban cada 14 de diciembre como el día de la revolución, pensando en la gesta de 1948. Cuando triunfó el PCN, esta conmemoración fue interrumpida, porque inventaron sus propias tradiciones. Y lo mismo hizo el PDC de Duarte en los años ochenta con sus reformas, ARENA con su “príncipe de la paz” y el FMLN en sus dos gestiones de gobierno.
A principios de los años setenta, recuerdo que como PCS celebrábamos en marzo la victoria de la Comuna de Paris de 1871, en noviembre el triunfo de la Revolución de Octubre en Rusia, el ataque al Cuartel Moncada el 26 de julio, así como los únicos mártires eran entonces los dirigentes obreros Saúl Santiago Contreras y Oscar Gilberto Martínez, asesinados en 1968.
En el caso de los Acuerdos de Paz de enero de 1992, estos fueron el resultado de la incapacidad de tomar el poder por la fuerza de las armas, y constituyeron un compromiso, un acuerdo negociado que le puso fin a la guerra mediante una reforma política, que aseguró libertades civiles y políticas, y trasladó el conflicto militar al terreno electoral, sin afectar el modelo capitalista ni la institucionalidad oligárquica, pero sí eliminando la dictadura militar y fundamentalmente garantizando la libertad de organización y expresión de las ideas de izquierda.
El FMLN entregó las armas, los militares regresaron a sus cuarteles, Estados Unidos apoyo el “proceso de paz”, el movimiento popular fue paralizado, mientras la oligarquía se transnacionalizó y obtuvo mayores ganancias y el modelo neoliberal se entronizó en el país.
Hoy nos encontramos frente a una transición hacia un nuevo modelo político, que seguramente con Nuevas Ideas como eje conductor, construirá sus propias tradiciones, sus nuevas y propias narrativas, incluyendo probablemente la derrota electoral de ARENA y el FMLN como su épica principal, así como desmontará las tradiciones anteriores, incluyendo la vinculada a unos ya para las nuevas generaciones, míticos Acuerdos de Paz.
Y por supuesto, que aprovechando el Bicentenario de la Independencia, el proyecto político de Nuevas Ideas edificará y refrendará su vínculo con los próceres de la independencia, en concordancia con una visión autoritaria del dispositivo democrático liberal, incluyendo la división de poderes, ciudadanía, Constitución, libertad de prensa, transparencia, etc.
Conclusiones
Cuando se pierde el rumbo, recomendaba un argentino defensor de los derechos humanos, lo más conveniente es regresar al lugar de dónde venimos. Y en nuestro caso, como izquierda salvadoreña, este locus es el de la lucha popular por la democracia y el socialismo. Ahí no hay donde perderse.
No obstante esto, es indudable que la recreación orgánica de la izquierda y su reformulación programática serán procesos prolongados y complejos, con avances y retrocesos, con vacíos e incertidumbres, y vinculados -como siempre ha sido- a las dinámicas latinoamericanas de edificación de alternativas tanto en el plano de la teoría como de construcción de poder popular, de hegemonía emancipadora.
Lo importante es tener una visión de apertura hacia lo nuevo, hacia la renovación, a la vez que de afianzamiento de principios, de fronteras ideológicas claras y definidas, que son rasgos de identidad como izquierda, tales –entre otros- como el antiimperialismo ( sea ante Trump o ante Biden), la lucha contra el patriarcado y el racismo, la utopía de una nueva sociedad y a nivel organizativo, una visión y práctica democrática, individual y colectiva, horizontal, sin caudillos ni iluminados.
Los desafíos de la realidad y particularmente de este nuevo modelo político, autoritario y populista, simbolizado por el partido Nuevas Ideas y su líder máximo Nayib Bukele, exigen que nos aboquemos en varias direcciones de manera simultánea: por una parte, a la construcción de una nueva izquierda, plural, democrática y combativa, así como a fortalecer el movimiento popular y social fundado en una racionalidad crítica, emancipatoria y democrática, que privilegie la diversidad y que sirva de sustento a esta nueva izquierda política .
Y por otra parte, descodificar el proyecto de Nuevas Ideas, identificar sus grietas, descartar descalificaciones electorales que no acumulan sino dividen al respecto de sus seguidores, los cuales son parte de ese núcleo popular que con sus luchas contribuirá seguramente a la construcción de un nuevo El Salvador.
En esta visión de acumulación de fuerzas, de construcción de poder popular, debemos de entender la crisis provocada por la pandemia del coronavirus como clara expresión de la crisis de la modernidad y del progreso indefinido, pero a la vez como una oportunidad de promover la organización y la lucha por el derecho a la salud, y la necesidad de una cultura democrática del cuido, opuesta a una visión disciplinaria, panóptica, derivada de un modelo individualista y autoritario.
Y por último que como izquierda, confiemos en las sabias palabras del poeta español: caminante, no hay camino, se hace camino al luchar.
San Salvador, 14 de enero de 2021
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