Compartimos un artículo de Aday Quesada, publicado en el medio Canarias Semanal, titulado «Policía estadounidense mató 1.066 ciudadanos durante 2020». A continuación se presenta el texto:
Además de un millar de norteamericanos de poco les ha servido alejarse de las calles durante el pasado 2020, empujados por el temor a los efectos de la pandemia. Tan sólo a lo largo de 17 días, de los 365 que tiene el año, la policía no alcanzó matar a ninguno de sus ciudadanos. El resto de los días mató a tres de ellos cada 24 horas. Sin embargo, no son pocos los que en los EEUU tienen la esperanza de que con la llegada de Biden y su vicepresidenta Kamala Harris las cosas van a cambiar. Pero ¿es ello posible? ¿Podrá prescindir de sus «gladiadores» la clase dominante estadounidense para el mantenimiento del «sagrado orden social del país?
El dato que ahora le voy a transcribir le será posiblemente difícil encontrarlo como noticia en ninguno de los más renombrados medios de comunicación españoles: la policía estadounidense acabó con la vida de más de un millar de personas a lo largo del pasado año fatídico del 2020.
Con mayor exactitud se podría precisar que la violencia policial en ese país registró la muerte de 1,066 personas a manos de la policía. O dicho de otra forma, una media de alrededor de tres muertes por día.
No deja de resultar llamativo que en este asolador año de la pandemia, caracterizado por haber obligado a los estadounidenses a mantenerse alejados de las calles, se hayan registrado tan sólo 17 días, de los 365 que tiene el año, en los que la policía no alcanzó matar a nadie.
Siguiendo la estela de las reveladoras estadísticas, estas nos indican, igualmente, que los negros norteamericanos tienen tres veces más posibilidades que los blancos de ser asesinados por la policía.
Ocho de las 100 ciudades más grandes de los Estados Unidos, con la tasa más alta de hombres negros que mueren como resultado de la violencia policial, comparten a su vez la tasa de homicidios más alta de todo el país. Esas ciudades son Reno, NV, Oklahoma City, Santa Ana, CA, Anaheim, CA, St Louis, MO, Scottsdale, AZ, Hialeah (Miami), FL y Madison, WI.
O dicho sea también de otra forma. Morir a manos de un policía es en los Estados Unidos una de las principales causas de muerte de los negros norteamericanos. De acuerdo con las estadísticas, la policía estadounidense se “carga” a un negro por cada 1.000 habitantes en determinadas áreas de estas ciudades.
La violencia policial que se produce los Estados Unidos no tiene parangon con otros países desarrollados: 70 veces mayor que la de Reino Unido, o casi 170 veces la de Japón.
Según la prensa estadounidense, este escenario aproxima a los Estados Unidos a lo que sucede en los más violentos países latinoamericanos, donde la contundente respuesta de una policía corrupta, compinchada con el narcotráfico y el crimen organizado, suele ser el recurso de la “balacera” como respuesta, y acabar con todo aquello que se interpone con sus negocios.
El 3 de mayo fue el día más mortífero de todo el año 2020 en los Estados Unidos. En el transcurso de esas 24 horas la policía estadounidense mató a nueve hombres en California, Colorado, Florida, Indiana, Kansas, Carolina del Norte y Texas.
Pero, sin embargo, no pocos estiman que el día más infame se produjo justo tres semanas después, cuando su policía acabó brutalmente con la vida de siete hombres, entre ellas la del afroamericano George Floyd .
La verdad es que Floyd hubiera sido a estas alturas un perfecto desconocido, como el resto de los otros 1.065 muertos a manos policiales, si no hubiera existido una cámara que se encargara de captar su asesinato en directo, y que estas imágenes terminaran convirtiéndose en virales en tráfico de las redes sociales.
Aunque pueda resultar sorprendente, a partir de ese instante una parte de la sociedad estadounidense pareció empezar a darse cuenta de lo que ya había estado sucediendo a lo largo de décadas y décadas, por no decir a lo largo de toda la historia de los Estados Unidos.
Los Estados Unidos, o más bien una parte de su pueblo, parece haber entrado en una fase de agitada ignición. El saliente presidente Trump hace recaer ahora la responsabilidad de lo que está sucediendo, acusando a Joe Biden de “haber llenado los bolsillos” de los “radicales” que han protestado tumultuosamente durante meses en las calles norteamericanas. Nada más lejos de la verdad .
La realidad es bien diferente. Biden como Trump, forma parte del establishment que ha hecho posible que las cosas en los Estados Unidos se produzcan de esta manera. Es cierto que no pocos estadounidenses, inducidos por los desenfoques de los medios de comunicación interesados, pretenden presentar a Biden como una esperanzadora “referencia”. Bastará con que transcurran unos pocos meses para que se esfume por sí solo ese manipulado espejismo. Nada cambiará en el terreno policial en los Estados Unidos. Y difícilmente podría suceder de otra manera. La policía estadounidense constituye hoy la columna vertebral en el mantenimiento del orden social del país. Las clases sociales hegemónicas son conscientes de lo que implicaría debilitar la autoridad de sus aguerridos gladiadores.
Por ello, sólo a los incautos ha podido sorprender que Joe Biden nominara como vicepresidenta a Kamala Harris, aquella durísima ex fiscal de color que se describió a sí misma como “la mejor policía de California”.
Y si no, tiempo al tiempo.
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