Compartimos un artículo de José, G. Pérez, titulado «El aborto y la liberación de la mujer». A continuación se presenta el texto:
En su carta, P. Redward afirma que «no hay derechos individuales que estén por encima de las necesidades sociales», y por lo tanto, estima incorrecta la posición de defensa del derecho de las mujeres a tener acceso al aborto legal.
Pero la realidad es que el derecho al aborto – que no es otra cosa que el derecho de la mujer a controlar su propio cuerpo – sí es una necesidad social apremiante. Por eso es que millones de mujeres por todo el mundo han luchado por conquistar este derecho, y por eso los marxistas tradicionalmente han apoyado este derecho.
Redward plantea sus argumentos sobre los «derechos individuales» y «las necesidades sociales» de forma abstracta, ocultando las cuestiones de clase que están en juego en la lucha por el derecho al aborto. Pero no se trata de mujeres que reivindican sus derechos «individuales» en contra de otros «individuos»: hombres, médicos, funcionarios gubernamentales o miembros del clero.
Los marxistas debemos analizar todas las cuestiones desde un punto de vista clasista para ver cómo afectan los intereses de la clase obrera. Al tratar la cuestión del aborto, lo primero que debemos reconocer es que la mujer no es sólo un «individuo», sino que forma parte del sexo oprimido. Y en Estados Unidos la mayoría de las mujeres también son explotadas como trabajadoras.
La violación del derecho de la mujer a controlar su propia capacidad reproductiva está al centro de la opresión de la mujer. Es esto lo que está en juego en la lucha sobre el aborto: el derecho democrático de la mitad de la población de decidir si van a tener hijos y cuándo los van a tener.
La opresión de la mujer
Redward hace caso omiso de la discriminación que encara la mujer en todos los aspectos de su vida. Pero sólo al examinar las formas que toma la opresión de la mujer podremos comprender por qué esta cuestión es tan importante, no sólo para las mujeres, sino para todos los explotados y oprimidos.
La mayoría de las mujeres en Estados Unidos trabajan fuera del hogar. Cuando terminan este trabajo, se ven forzadas a trabajar una segunda jornada – no remunerada – realizando tareas domésticas.
Las mujeres no reciben ingresos comparables a los de los hombres. En Estados Unidos el salario medio de las mujeres llega a menos de dos terceras partes del de los hombres. Anualmente, el salario medio de las mujeres es 6760 dólares más bajo que el de los hombres. Multiplicando esta cifra por los 45 millones de mujeres que trabajan en este país, resulta que los capitalistas logran extraer 300 mil millones de dólares en ganancias adicionales gracias a que no le pagan a las mujeres lo mismo que a los hombres.
Para las mujeres negras y latinas – que encaran una triple opresión, como mujeres, trabajadores, e integrantes de nacionalidades oprimidas – las diferencias salarias son aún más dramáticas. Mientras que para un varón blanco el salario medio es de 380 dólares semanales, para la mujer latina es de sólo 209 dólares semanales.
Tales diferencias salariales van en contra de los intereses de toda la clase obrera, porque las escalas salariales se construyen desde abajo para arriba. Sólo los patrones se benefician de esta situación.
Además, la discriminación en base al sexo – igual que en base a la raza, nacionalidad o lenguaje – es utilizada para oponer a un sector de la clase obrera a otro, y representa un gran obstáculo en el camino hacia una lucha unida contra los explotadores.
El papel «natural» de la mujer
La ideología burguesa justifica la opresión de la mujer en base a que su «lugar» natural es el hogar, encargándose de todas las tareas domésticas que van desde preparar la comida, criar a los hijos y lavar la ropa hasta atender a los ancianos y enfermos. con esto se trata de responsabilizar a núcleos familiares individuales con tareas que deberían ser organizadas colectivamente por la sociedad en su conjunto. De esta forma, los capitalistas y su gobierno evitan tener que proveer servicios como guarderías infantiles, atención médica adecuada y educación decente.
Esto se justifica aludiendo a la capacidad biológica reproductiva de la mujer. El principal papel de la mujer en la sociedad, afirman los capitalistas y sus ideólogos, es la reproducción, mientras que los hombres son los que se ganan el pan, los dirigentes políticos, los científicos, etc.
A fin de cuentas, la mujer debe limitarse a atender a los niños y el hogar, y no se le permite integrarse plenamente en la sociedad. Desde que son niñitas, hay un esfuerzo constante por convencer a las mujeres de que son débiles y no muy inteligentes y, por tanto, que deben depender de los hombres.
La biología no es el destino
Claro que sí hay diferencias fisiológicas entre los hombres y las mujeres: pero la biología no determina el destino de los seres humanos, como lo están demostrando muchas mujeres en Estados Unidos y otros países hoy día.
Desde el ascenso del movimiento por la liberación de la mujer a finales de los año s6′, miles de mujeres han entrado en todo tipo de puestos de los que tradicionalmente se les excluía. Hay mujeres que son mineras del carbón, camioneras, obreras siderúrgicas, automotrices y de la construcción. Estas mujeres han desmentido de la forma más contundente la idea de que estos son puestos para hombres solamente.
En Centroamérica, las mujeres nicaragüenses jugaron un papel clave en la lucha insurreccional contra el somocismo, llegando varias al grado de comandante y a ocupar importantes posiciones de mando en las operaciones militares. En el Salvador y Guatemala vemos una situación similar.
Método barbárico
Las restricciones sobre el derecho de la mujer a controlar su propio cuerpo son uno de los métodos más básicos y barbáricos con que cuentan los capitalistas para asegurarse de que el sexo femenino no se saldrá de «su lugar».
Sin el derecho a decidir si va a tener hijos y cuándo, la mujer se convierte en esclava de su capacidad reproductiva. En cualquier momento, no importa cuáles sean sus circunstancias económicas o metas individuales, puede ser forzada a llevar un embarazo a su término. Y una vez que dé a luz, se verá forzada a cargar con la mayor parte de la responsabilidad de criar al niño.
Ya que ningún método anticonceptivo es eficaz en un 100 por ciento, no es sorprendente que millones de mujeres decidan abortar en algún momento en sus vidas.
Sin la posibilidad de elegir libremente si desea interrumpir su embarazo, la humanidad de la mujer se ve reducida. Sin el derecho a controlar su propio cuerpo, todos los demás derechos de la mujer se ven coartados: hasta el derecho mismo a la vida.
Cuando el aborto era ilegal en Estados Unidos, las mujeres ricas podían obtenerlos de médicos calificados en buenos hospitales. En una sociedad capitalista, no hay ley que valga contra el dólar todo poderoso.
Pero para la mayoría de las mujeres la situación era radicalmente diferente. Se veían forzadas a recurrir a abortistas ilegales, sin formación profesional ni las más mínimas precauciones de salubridad, o a intentar practicarse un aborto a sí mismas, con todos los riesgos que esto conlleva.
En 1969, 10 mil mujeres fueron admitidas a hospitales en la ciudad de Nueva York debido a complicaciones tras abortos ilegales. Aunque no existen estadísticas exactas, se calcula que entre 300 (el cálculo oficial) y varios miles (según autoridades médicas) de mujeres morían anualmente en Estados Unidos debido a las leyes antiaborto. En la ciudad de Nueva York, el 80 por ciento de las que morían eran precisamente mujeres negras y latinas.
Impacto de la Enmienda Hyde
Aún después de la decisión de la Corte Suprema de Estados Unidos en 1973 anulando las leyes antiaborto, este derecho no estaba garantizado igualmente para todas las mujeres debido al alto costo de la operación.
Esta desigualdad en parte fue compensada por el programa de Medicaid, que paga por parte de los gastos médicos de personas que dependen de la asistencia pública. Pero en 1977 entró en vigor una disposición del Congreso conocida como la Enmienda Hyde, la cual prohibió la utilización de fondos del Medicaid para pagar por abortos.
Esta medida va dirigida explícitamente contra las capas más oprimidas de la clase obrera, sobre todo contra las mujeres de las nacionalidades oprimidas. No es ninguna coincidencia que la primera mujer que murió debido a un aborto ilegal, porque no podía pagar por un aborto legal tras entrar en vigencia esta ley, fue Rosie Jiménez, una chicana de 27 años de edad que vivía en Texas.
Ofensiva de la clase dominante
La Enmienda Hyde forma parte de una ofensiva más amplia por parte de la clase dominante en contra de los derechos y niveles de vida del pueblo trabajador. El derecho de la mujer al aborto ha sido un blanco central de esta ofensiva.
Redward repite una idea que también ha sido planteada por los que se oponen al derecho al aborto desde un punto de vista reaccionario: «en última instancia, la libertad de decisión correspondería a dos personas, ya que son dos los que participan en la concepción de la nueva vida».
Esto hace caso omiso de que son el cuerpo y la vida de la mujer lo más directa e íntimamente afectados por el embarazo. El hombre no llevará el feto en sus entrañas ni perderá su trabajo o educación debido a un embarazo no planificado e indeseado.
Imponer una ley requiriendo que el hombre tenga el derecho a vetar la decisión de abortar de la mujer significa abrir las puertas de par en par a todo tipo de intromisión estatal en éste, el aspecto más íntimo de la vida de la mujer. Si se puede requerir la aprobación del hombre ¿por qué no la de los padres de una adolescente embarazada? ¿o la de un comité de médicos? ¿o la de un juez?
La sexualidad humana
Redward también argumenta que «el acto sexual no es una cuestión de placer, es en primer lugar una necesidad natural para asegurar la supervivencia de la especie humana». Pero los seres humanos nos diferenciamos de los animales precisamente porque no somos esclavos de la biología. Avances científicos han abierto la posibilidad de disfrutar de las actividades sexuales sin el peligro de un embarazo indeseado, lo que constituye, sin lugar a dudas, un avance para la humanidad.
La lógica detrás de la posición que avanza Redward nos llevaría a adoptar la actitud de la jerarquía de la Iglesia Católica, que considera inmoral cualquier acto sexual sin posibilidad de procreación. Esto se utiliza no sólo para justificar la oposición al derecho del aborto – ¡ni para salvar la vida de la mujer! – , sino a todos los métodos anticonceptivos científicos.
El aborto y el control de la población
El principal argumento de Redward es que defender el derecho al aborto equivale a adoptar el punto de vista reaccionario de los que abogan por el control de la población.
Las obras clásicas del marxismo llaman a tales personas «maltusianas», porque se hacen eco de las ideas de Thomas Malthus, un escritor británico de fines del siglo XVIII y principios del XIX, quien predicaba que las luchas obreras por mejores salarios y condiciones eran inútiles, ya que cualquier mejora en su nivel de vida llevaría automáticamente a un aumento en la población que lo cancelaría.
La historia ha refutado a Malthus tan decisivamente que hoy día son pocos los que defienden sus tesis en su forma original. Los neomaltusianos modernos voltean su teoría al revés, pero para sacar precisamente las mismas conclusiones políticas.
Esta gente afirma que, aunque no es inevitable, la «sobrepoblación» es la causa de la pobreza de los países coloniales y semicoloniales y de ciertas capas de la clase obrera norteamericana. Utilizando esta «teoría» como justificación, los gobernantes norteamericanos han lanzado campañas racistas de «control poblacional» que pisotean el derecho de la mujer a controlar sus propias funciones reproductivas.
Varios países de África, Asia y Latinoamérica, así como las comunidades negras, latinas e indígenas en Estados Unidos han sido víctima de tales campañas. En Puerto Rico, el 35 por ciento de las mujeres en edad de tener niños habían sido esterilizadas para mediados de los años 70. La esterilización es tan común en ese país que la gente la llama simplemente «la operación». En muchos casos la información que se da a las mujeres es parcial o totalmente falsa: por ejemplo, que la operación es reversible. en otros, se le impone a la mujer como parte del precio de un aborto.
Pura charlatanería
Es fácil demostrar que los neomaltusianos son charlatanes. Por ejemplo, India es un país del cual se dice que es pobre porque está «sobrepoblado», aunque la verdadera razón es que los británicos la explotaron sistemáticamente por siglos como una colonia y continúan haciéndolo hoy en consorcio con los yanquis, japoneses, y demás imperialistas.
¿Pero cuán «sobrepoblada» está la India verdaderamente? India tiene una densidad poblacional de 198 habitantes por kilómetro cuadrado ¿Y Gran Bretaña? ¡229!
Y esto no es, ni por mucho, uno de los ejemplos más dramáticos, México – un país «sobrepoblado» – tiene 34.4 habitantes por kilómetro cuadrado. Bélgica – ¿quién ha oído jamás que Bélgica está sobrepoblada? – tiene 415, más de diez veces la densidad población de México.
El neomaltusianismo no es más que un vano intento de esconder la realidad de que, tras la espantosa pobreza y miseria de la mayoría de los habitantes de la tierra, se encuentra, no la «sobrepoblación» humana, sino la superexplotación capitalista. Por esta razón, los marxistas somos enemigos de las teorías de los neomaltusianos. Pero esto no significa que deberíamos adoptar una postura que sería una imagen invertida de la de ellos, y en lugar de llamar por cero crecimiento de la población, llamáramos por un crecimiento máximo.
Desafortunadamente, Redward comete este error. En su carta, afirma que la población tiene una influencia decisiva en determinar el avance del movimiento revolucionario. Pero la historia nos demuestra que lo que determina si el capitalismo es derrotado o no es derrotado son factores políticos, sobre todo el grado de organización y conciencia de la clase obrera, y su capacidad para agrupar en torno a sí a todas las masas oprimidas y explotadas del campo y la ciudad.
La actitud de Lenin
Esto es lo que V. I. Lenin – el dirigente principal de la Revolución Rusa de 1917 – nos enseña en su artículo «La clase obrera y el neomaltusianismo», al que Redward se refiere en su carta. El texto íntegro de este artículo se encuentra en la colección, La emancipación de la mujer, publicada por la Editorial Progreso de Moscú, páginas 29 a la 32.
Lenin describe un congreso en 1913 de los partidarios rusos del control de la población, donde uno de los oradores exclamó irónicamente: «¡Debemos persuadir a las madres que deben parir hijos para que luego sean inutilizados en los centros de enseñanza, se les lleve al sorteo de quintas y se les haga llegar hasta el suicidio!».
Lenin explica que esto expresa perfectamente el punto de vista de las clases medias, las cuales, por sí mismas, no pueden presentar ningún programa coherente para combatir opresión y explotación capitalista. El llamado de estas clases a no tener hijos es una expresión de su desesperación frente a la situación que viven, así como un intento de encontrar una solución individual a sus problemas.
Lenin contrapone a este punto de vista el de los obreros:
«… parir hijos para que luego los inutilicen…. » ¿Sólo para eso? ¿Por qué no para que luchen mejor, más unidos, de un modo más consciente y con mayor energía que nosotros contra las actuales condiciones de vida, que mutilan e inutilizan a nuestra generación??…
También nosotros, los obreros y la masa de pequeños propietarios arrastramos una existencia marchada con el estigma de un yugo de unos sufrimientos insoportables. Para nuestra generación la vida es más dura que lo que fue para nuestros padres, pero en un sentido somos más afortunados que ellos: hemos aprendido y estamos aprendiendo con rapidez a luchar… Nosotros luchamos mejor que nuestros padres. Nuestros hijos lucharán aún mejor, y vencerán.
Una cuestión política
Lenin no estaba contraponiendo otro programa sobre crecimiento población diferente al de los neomaltusianos. Contraponía la perspectiva política revolucionaria de la clase obrera al reaccionario punto de vista social que se desprende del neomaltusianismo.
«Por eso – y sólo por eso –«, subrayó Lenin, «somos incondicionalmente enemigos del neomaltusianismo». Y para asegurar que no habría malentendidos. Lenin añadió:
Naturalmente, esto no nos impide en modo alguna exigir la abolición absoluta de todas las leyes que castigan el aborto o la difusión de obras de Medicina en las que se exponen las medidas anticoncepcionales, etc…. Una cosa es la libertad de propaganda médica y la protección de los derechos democráticos elementales del ciudadano y de la ciudadana, y otra cosa es la doctrina social del neomaltusianismo.
Lo que Lenin hizo en el poder
Una vez que llegaron al poder, los bolcheviques (el partido que dirigía Lenin) implementaron este programa eliminando todas las leyes contra el aborto. Posteriores gobiernos revolucionarios han adoptado medidas similares. Por ejemplo, el aborto es accesible gratis y legalmente a cualquier mujer que lo desea en Cuba.
Consideramos que al luchar por el derecho de la mujer a controlar su propio cuerpo – apoyando el acceso al aborto y a las medidas anticonceptivas, y oponiéndonos a la esterilización forzada y a las reaccionarias campañas neomaltusianas – estamos en la tradición de Lenin, su Partido Bolchevique y los que hoy día continúan esa tradición.
Consideramos que la lucha contra la opresión de la mujer es una cuestión estratégica clave para el movimiento obrero revolucionario en Estados Unidos.
Sólo haciéndose el campeón de todos los oprimidos – incluso defendiendo a rajatabla el derecho de la mujer a controlar su propio cuerpo – logrará la clase obrera movilizar a todas las víctimas del capitalismo en una lucha por dar fin a este caduco sistema social.
A continuación, publicamos una carta firmada por P. Redward, de Oakland, California, dirigida al Director la Revista Perspectiva Mundial (1982)
Quiero manifestar mi disensión con vuestra posición referente al derecho al aborto. En primer lugar, no hay derechos individuales que estén por encima de las necesidades sociales, por lo tanto no existe tal supuesto derecho individual de la mujer de controlar su cuerpo. En última instancia la libertad de decisión correspondería a dos personas, ya que son dos los que participan en la concepción de la nueva vida, que nosotros sabemos comienza con la célula; pero como dije antes, primero están las necesidades sociales.
En este país podrían vivir cómodamente mil millones de personas; hay solamente una cuarta parte de eso, lo que facilita en gran medida la dominación de las minorías explotadoras. Como dijo Lenin: ¿Por qué no criar hijos para que luchen? No en vano el imperialismo ha llevado a cabo campañas de esterilización en muchos países subdesarrollados. Cuanto más gente haya en este país, mucho más difícil se pondrá para la clase dominante.
Sería mucho más justificable plantear la eliminación física de todos los nacidos con falencias mentales y físicas irremediables.
El acto sexual no es una cuestión de placer, es en primer lugar una necesidad natural para asegurar la supervivencia de la especia humana; de otra manera deberíamos plantear la libertad de la prostitución.
El conjunto de esta sociedad está corrompida y ni las organizaciones de izquierda están exentas de contaminación.
Referencia: Revista Perspectiva Mundial. Una revista socialista destinada a defender los intereses del Pueblo trabajador. Vol. 6, N° 23, 20 de diciembre de 1982. pp. 19 – 21
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