Desde su nacimiento, el capitalismo, como sistema social imperante en América Latina, ha tenido que gobernar recurriendo a dictaduras militares apoyadas por los sectores más atrasados de la oligarquía y por sectores expansionistas, depredadores e intervencionistas de la sociedad norteamericana. Es por esto, que la lucha por la libertad y la justicia enarbolaba la bandera anti oligárquica, anti inversionista y nacionalista. Ejemplo de esto son las gestas que desarrollaron Lázaro Cárdenas en México y el General Augusto C. Sandino en Nicaragua, en el primer tercio del siglo.
Después de la segunda guerra mundial y hasta nuestros días, las oligarquías se transformaron en las actuales burguesías y el intervencionismo norteamericano alcanzó la etapa financiera que conocemos actualmente. Estos sometieron a los pueblos por medio de dictaduras militares y represión. Nunca descartaron la intervención militar directa como última opción.
Es por esta razón, que durante las últimas décadas y en respuesta a esto, los pueblos se levantaron para exigir justicia por medio de luchas revolucionarias. En América Latina se gestó progresivamente un proyecto alternativo de liberación nacional y social.
Esto llevó a los movimientos populares emergentes a chocar, cada vez más, con la presencia norteamericana en la región. Estas luchas adquirieron un carácter nacionalista. Las luchas contra el orden social dominante se estrellaban directamente contra los intereses de grupos oligárquicos – burgueses, y se teñían de una dinámica anticapitalista. De esta forma se desarrollaron las revoluciones guatemalteca, boliviana y cubana en la década de los 50, del cambio chileno a finales de los 60 y de la revolución grenadina y sandinista a finales de los 70.
La revolución sandinista es hija legítima de todo este encadenamiento de injusticias y rebeliones, de reformas y dictaduras, de revoluciones y contrarrevoluciones. En este contexto nació la Revolución y se desenvolvió el Estado Sandinista y su esfuerzo transformador.
La Primera etapa de la Revolución se desarrolló en medio de una guerra de agresión norteamericana contra el sector revolucionario de la sociedad nicaragüense; el desarrollo progresivo de una oposición social al gobierno del Frente Sandinista; la división y el alzamiento de un sector de un estrato campesino – indígena contra la institucionalidad sandinista; el proceso de liderazgo obtenido por los Estados Unidos sobre el conjunto de todas las fuerzas antisandinistas.
El origen de la guerra contrarrevolucionaria surge por la ruptura político social del somocismo y del orden socio – político que tejía todas las relaciones cotidianas de poder y todos los códigos por los que se regía la sociedad nicaragüense antes de la insurrección de julio. De esta forma, la primera gran ruptura y división de la sociedad durante la década de los 80 es la que protagonizaron sandinistas y no sandinistas.
Los Sandinistas son quienes quieren una democracia igualitaria y un colectivismo social que beneficie en primer lugar a los que tienen menos acceso al poder y a la riqueza, al estatus social y a todo reconocimiento o jerarquía establecida. Los Sandinistas, también son los que hacen justicia con los sectores marginados, a todos los niveles, tanto nacional como internacionalmente.
Durante los 80´s, los Sandinistas estaban conformados por jóvenes más desposeídos, trabajadores más desarraigados, productores grandes, medianos o pequeños más marginados del crecimiento económico anterior, sectores nacionalistas que de diversas maneras padecían el desprecio y la arrogancia del imperio norteamericano o que resentían la historia imperializada de una patria que reclamaba dignidad, soberanía e independencia.
En esta época, los no sandinistas eran no solamente los somocistas sino una gran cantidad de sectores y un segmento significativo de la población que, si bien no se oponían a las medidas de la revolución, padecieron desde el primer día que triunfó la Revolución, de una estructura que los marginaba cotidianamente, sencillamente porque no habían participado o porque no participaban en las batallas de la Revolución. En primer lugar, estaban los somocistas, pero progresivamente se fueron sumando individuos y clases menos propensos al discurso o al proyecto sandinista – revolucionario: personas adultas que resentían el irrespeto a los valores tradicionales y a la jerarquía y reconocimiento de cualquier sociedad, productores ligados al comercio nacional e internacional, intereses comerciales, financieros y productivos de los enclaves norteamericanos, entre otros.
La ruptura política tuvo un corte pluriclasista; es decir, las posiciones ideológicas no siempre coincidieron con la estructura u origen de clase de los contendientes. Durante la insurrección de julio y durante la Revolución, hubo sandinistas que pertenecían y pertenecieron a clases y sectores propietarios o empresarios acomodados, de la misma manera que hubo no sandinistas que por la estructura o el origen de clase, por la posición en relación al proyecto revolucionario. En otras palabras, tanto entre los sandinistas como entre los no sandinistas (o antisandinistas), militaron todas las clases sociales, aunque tendencialmente y a medida que la revolución se avanzaba, los perfiles clasistas comenzaron a pesar en el alineamiento en uno u otro bando y la situación se fue polarizando.
Esta ruptura política que se presentó como el pecado original de toda Revolución, parece ser lo que alimentó la conciencia en el sandinismo de que no hay Revolución sin contrarrevolución.
Todo tipo de alteración de la estructura o el código distributivo de una sociedad irrita en las entrañas más profundas de las clases o individuos educados o privilegiados, especialmente de los que no participan en el proceso revolucionario. La ruptura política del orden es apenas el punto de partida o uno de los criterios de la división del inicio de una guerra.
Referencias:
Núñez, Orlando y otros (1998) «La guerra y el campesinado en Nicaragua / CIPRES, 3ra edición, Managua. pp. 15 – 18
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