Diego Armando Maradona y Eduardo Galeano compartían una admiración mutua que no temían manifestar, hecho que se puede comprobar en diferentes declaraciones públicas y en las múltiples referencias al astro argentino que el escritor uruguayo plasmó en sus obras.
Una de las más resonantes y recordadas aparece en su libro Cerrado por Fútbol (2017), en el cual Galeano describe al «10» como “el más humano de los dioses”, una definición que ya había adelantado en el programa Los días de Galeano.
Ningún futbolista consagrado había denunciado sin pelos en la lengua a los amos del negocio del fútbol. Fue el deportista más famoso y más popular de todos los tiempos quien rompió lanzas en defensa de los jugadores que no eran famosos ni populares.
Este ídolo generoso y solidario había sido capaz de cometer, en apenas cinco minutos, los dos goles más contradictorios de toda la historia del fútbol. Sus devotos lo veneraban por los dos: no sólo era digno de admiración por el gol del artista, bordado por las diabluras de sus piernas, sino también, y quizá más, el gol del ladrón, que su mano robó. Diego Armando Maradona fue adorado no sólo por sus prodigiosos malabarismos sino también porque era un dios sucio, pecador, el más humano de los dioses. Cualquiera podía reconocer en él una síntesis ambulante de las debilidades humanas, o al menos masculinas: mujeriego, tragón, borrachín, tramposo, mentiroso, fanfarrón, irresponsable.
Pero los dioses no se jubilan, por humanos que sean. Él nunca pudo regresar a la anónima multitud de donde venía.
La fama, que lo había salvado de la miseria, lo hizo prisionero.