Es difícil de asimilar que un compañero nuestro llame compañero a uno que fue adversario (contra) y más aún cuando te refresca en tu memoria el asesinato de tus tíos Felipe y Mary Barreda y muchos combatientes por la paz, la producción, aprender a leer, escribir y mucho más…
Cuando los dirigentes de la Revolución se dirigían a Sapoá a dar los últimos trámites de la pacificación, el mensaje era: hay que comprender este paso, duro, difícil pero la paz está por encima de todas las cosas. Hace 30 años y aún las heridas sangran, trasmitirla a las nuevas generaciones es nuestro compromiso.
Los sandinistas y la mayoría del pueblo hemos aceptado un gobierno de Reconstrucción y Unidad Nacional, unos cuantos perdieron el camino y se enfrascan en querer retroceder la historia, porque las ambiciones personales les impide ver el avance que tiene nuestro país.
Emiliano, tu mensaje me llevó a recordar lo que escribo a continuación:
El costo de la pacificación: lágrimas de sangre
Por razones de mi cargo policial a muchos colegas me correspondió asistir a su sepultura, en esos “meses más crudos de la siembra” (como dice Jacinto), a un policía allá en el norte, Región de Las Minas, le explotó una granada F1, cuando se disponía a cumplir la defensa de la Patria contra la intervención gringa, quienes utilizaron a los que conocemos como contras en ese trayecto de la historia.
Desde aquellas tierras con los muslos destrozados, lo trajo a Managua su jefe, un teniente y fue atendido en el Hospital Carlos Roberto Huembes. Muy breves esos últimos suspiros, pues falleció al día siguiente, era domingo. A falta de vestuario, le pusimos un uniforme mío y un familiar de los que logramos ubicar dijo: “le quedó bien, se ve bonito con su uniforme policial, él lo lucía con mucho orgullo”. Había que tragar grueso para no chorrear lágrimas.
Su jefe el teniente, nos contó que hacía de papá y mamá, pues tenía a su cargo tres hermanitos pequeños y su abuelita ya anciana le ayuda a cuidarlos.
En un primer momento hubo problemas para regresarlo a Las Minas y fuimos en la búsqueda de un palmo de tierra para su sepultura, con autorización de sus familiares y ahí, enfrente donde aquel combatiente dijo: “que se rinda tu madre”, nos autorizaron una fosa que esperaba otro fallecido.
La jefatura policial orientó que debía regresar a Las Minas, se gestionó crédito en la línea aérea y exigen que el ataúd debe ir forrado a lo interno con metal, sellado hermético. En un día domingo casi al medio día, encontrar un hojalatero que hiciera el trabajo, fue posible.
Mi jefe, de Recursos Humanos, el colectivo de Seguridad Social, lo acompañamos hasta introducirlo en una pequeña avioneta, donde además de él solo alcanzaron el piloto y el teniente (su jefe). La avioneta se alzó al espacio y el ataúd se cargaba los sueños de alguien que fue policía, padre, madre e hijo y regresó a su tierra, para que lo acogiera.
Heridas aún sin sanar, pero a todos los que han dado su vida, ya sea en combate o enfermedad, ratificamos para siempre nuestra fidelidad.
Falsas promesas, manipulación a los nuevos paladines
Corría el año 1990 y después de enterrar un montón de fusiles en un lugar de Managua, orientaron a un puñado de desarmados (contras) ingresar a la Policía Nacional. Dura tarea, porque después de llevar al Campo Santo a mis hermanos, nos toca ingresar a la institución Policial a sus victimarios. No fue fácil para mi cerebro que procesa mi conciencia, ejecutar esta orden.
Para colmo, junto con otro jefe, nos nombraron responsable de dar seguimiento al compromiso que la Sra. Presidenta adquirió con ellos, entregar Zinc, tierras y estabilidad laboral, la Policía cumplió con su parte, pero la mayoría abandonaron el cargo a los pocos meses, por indisciplina, no identidad con la profesión policial, bajo nivel académico y les habían creado falsas expectativas, a esto se suma que nunca les otorgaron zinc y tierras, fueron falsas promesas. Sólo los jefes contras, quienes no ingresaron a la PN, fueron beneficiados.
Testimonio de incumplimiento de una supuesta democracia durante 17 años, son los recontras, recompas y revueltos, quienes fueron estafados con promesas falsas y lo único que lograron fue desempleo, hambre, miseria, analfabetismo y enfermedades.
La resistencia de la Policía Nacional
No se perdió el norte, quisieron borrar la historia de un plumazo, le cambiaron el nombre de Policía Sandinista a Policía Nacional, porque decían que era una connotación partidista. Pero el nombre sólo era una figura externa, de fondo trataron de aniquilar la madera de sus integrantes, hasta el uniforme cambiaron. Pero, no pudieron.
Entonces los famosos planes de compactación cobraron vida, acuérdense que el imperio prometió sumas millonarias y con costo dieron limosnas, el primer corrido fue el Jefe, el Comandante Guerrillero René Vivas Lugo:
– Renecito, yo te quiero mucho, pero los norteamericanos, dicen que debo cambiarte.
Él respondió: – Usted es la Presidenta y es quien decide.
Yo no sé si copió la repuesta, pero la pongo en claro: «usted decide», no los gringos. La mira estaba puesta en los fundadores.
Después, en pocos años, de 15 mil policías nos redujeron a 5 mil, congelaron cargos, salarios, combustible, dotación de uniformes, el parque vehicular era un desastre, no había para mantenimiento y era muy común ver en las calles empujando un vehículo policial, Hasta por hambre intentaron aniquilarnos porque la ración de alimentos era mínima, el Hospital Roberto Huembes colapsó, sólo daban la receta.
¿Qué hacer?
Ante esta situación, se dispara la delincuencia, el tráfico de drogas, hasta un narco jet es evidencia a niveles presidenciales, el huracán Mitch se convirtió en un negocio hasta para la iglesia. La policía resiste, reducida hasta un 34% de sus integrantes, pero no le tuercen el brazo, lucha contra los males que engendran los que detentan el poder
El nacimiento de la policía voluntaria
Ante la intentona de borrar la Policía Nacional, para 1996, con la ley 228, quedó legitimada la Policía Voluntaria (la que hoy, unos mal nacidos apodan de paramilitares), pero fue la que vino a paliar la reducción del personal permanente.
Comparto esta breve historia, contada por un Policía Voluntario; aunque la redacción es mía, él me la trasmitió, cuando en el Hospital Roberto Huembes se recuperaba de una herida, después que le cercenaron la oreja izquierda y le picaron la clavícula:
Allá en las profundidades de la montaña nos movíamos un pequeño grupo compuesto por un policía profesional, el único que portaba arma y tres policías voluntarios armados con machetes. Bajo intensas lluvias de esos inviernos crudos que se viven en el corazón de la selva, tapándonos con plástico, con botas de hule a punto de destaparse. Durante dos noches nos dieron abrigo en unas chocitas que casi no alcanzábamos, dormimos sentados. Ahí nos compartieron algunos tragos de café.
Llevábamos tres días de patear, mojados hasta los tuétanos y comiendo lo que hallábamos en el monte, casi siempre guineos. De forma cuidadosa preguntábamos por el objetivo de nuestra persecución, por ahí camina poca gente. Al campesino que encontrábamos le hacíamos preguntas, yo era el baqueano, pues soy conocedor de esos rincones.
– Oiga amigo, ando buscando la casa de don Anselmo, pues nos está esperando.
– Claro, que lo conozco. Sigan por ese mismo camino, donde mi mula deja la seña y ahí a la vueltecita, como a tres leguas está la quebradita, la cruzan y tuercen a la derecha y como a dos horas de camino encontrarán la casa que ustedes preguntan. Si caminan rápido antes del anochecer están llegando.
Una semana atrás se recibió la denuncia que una niña de escasos 13 años había sido robada (secuestro), dieron las señales del delincuente y posible ubicación. En esa Unidad había dos policías permanentes y cinco Voluntarios, que trabajábamos sólo por la comida y el par de botas de hule. El que hacía de jefe, desde hacía cuatro meses nos seleccionó y dijo:
– Salgan de inmediato y me traen ese secuestrador y la niña.
Al policía permanente le dieron un fusil AK con un magazín y los tres voluntarios llevábamos el machete de nuestra propiedad.
Ya casi cayendo la oscuridad, porque en la montaña anochece temprano, divisamos la casita y con mucho cuidado nos fuimos acercando y cubrimos la parte de enfrente, otro Voluntario se fue a la parte de atrás.
Nos salió al encuentro un señor mayor, supongo es Don Anselmo, con voz fuerte le grité:
– Que se entregue su hijo y nos dan a la niña que se robó.
El señor trata de culpar a la niña. Él respondió:
– Esa zorra ahí está, ella se quiso venir con mi hijo.
Ya casi estaba oscuro, pero, por una de esas astucias que tenemos los campesinos, subí la mirada al techo de la casita y como un gato saltó sobre mí el delincuente, sólo pude apartar un poquito mi cabeza y con el machete me cortó la oreja y me picó el hueso del hombro (clavícula). Casi me parte la vida. Mis compañeros apresaron al secuestrador, violador y agregamos intento de asesinato. Intentó fugarse y voló machetazos, con un disparo al aire, fue suficiente y se entregó.
Me amarraron la cabeza bien fuerte para detener el sangrado y empacaron la oreja, consiguieron dos caballos; en uno iba la niña y en otro yo. Regresamos más rápido, llegamos al día siguiente al medio día y me trasladaron a Juigalpa y de ahí me mandaron a Managua y ahora estoy platicando con usted. Me siento contento que una alta oficial y otras compañeras me haya visitado, no me he sentido solo.
En relación a su pregunta, pues regresaré a mi casa, ahora que quedé sonto, siento que escucho solo con un lado. Si me repongo, volveré a la Policía.
29 de septiembre de 1990. El vicepresidente Virgilio Godoy saluda a René Vivas Lugo, jefe de la Policía Nacional en los primeros dos años del gobierno de doña Violeta Barrios de Chamorro.
Escrito por Mirna Mendoza, Comisionada Mayor en retiro