Compartimos con todas y todos un (de tantos) relato de lo que significó la participación de la mujer en la Revolución Sandinista durante los años 70´.
El número de guerrilleras había crecido lentamente desde que Gladis Báez primero se unió a la operación de Pancasán en 1967. Hacia mediados de los setenta, las columnas guerrilleras comúnmente contaban con una o posiblemente dos combatientes mujeres, mayormente de origen campesino.
El reclutamiento de mujeres campesinas como soldados y colaboradoras implicaba la ruptura de obstáculos, a la vez patriarcales y psicológicos que los simpatizantes varones no se les presentaban.
Isabel Loáisiga, una activista de La Tronca en las montañas de Matagalpa arriba, explicaba en 1986, en una trevista, cómo el Comandante Carlos Fonseca la persuadió a incoporarse:
Nos hablaba de las cooperativas, que cuando ganáramos la guerra íbamos a entregar las tierras a los campesinos, que los hijos de los obreros y los campesinos irían a la escuela, que serían profesores y médicos, que no solo los hijos de los burgueses podrían ir a la universidad, que también los hijos de los campesinos. Todo fue al suave, no crean que la integración era violenta, yo creo que nadie hubiera aceptado, poco a poco nos fueron explicando la necesidad de la organización campesina.
Según Loáisiga, el Comandante Fonseca decía a las mujeres campesinas:
«Lo más importante para las campesinas es que ellas entiendan que tienen que participar, que tienen que librarse de esa idea equivocada que sus maridos les han metido en la cabeza, lo cual les permita trabajar en las organizaciones y comprender que ellas tienen los mismos derechos. Por eso es necesario cambiar».
El Comandante Fonseca invitó a Loáisiga a unirse a los guerrilleros, pero cuando ella expuso el problema de sus hijos pequeños, él convino en que ella podía permanecer en su comarca y trabajar como colaboradora. El trabajo que la joven llevaba a cabo para el FSLN, contrabandear armas para los combatientes y distribuir propaganda revolucionaria, era tan peligroso que ella y sus hijos como si hubiera llegado a ser guerrillera. Ella escondía las balas entre la ropa de sus niños y, una vez, cuando la Guardia Nacional comenzó a registrar a los pasajeros de un autobús en el cual ella viajaba, econdió una pistola debajo de su tierna hija, en los pañales, «divinamente embadurnada de mierda».
Zimermann, M. (2003). «Carlos Fonseca Amador y la Revolución Nicaragüense». pág. 239.
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