Escrito por Alonso Góngora
El 7 de noviembre de 1917 (25 de octubre en calendario juliano) el mundo sería testigo de la primera gran revolución socialista triunfante de la historia, culminando la insurrección de obreros, soldados y marinos con la toma del Palacio de Invierno en Petrogrado, hoy, San Petersburgo, guiada por Vladimir Lenin y la concepción de que, “la insurrección es un arte”; se conmemoran hoy 106 años de esta magna gesta.
Dos antecedentes históricos: 1905 y febrero de 1917
La Rusia zarista, pre revolucionaria se puede resumir en atraso ultra conservador, autocracia de una familia en detrimento del campesinado, sumido en un feudo durante siglos; este retraso histórico era observable en la enorme desigualdad entre nobleza y el pueblo, el escaso desarrollo industrial que mantenía a la nación bajo un modelo de producción meramente agrícola, con un sistema de terratenientes en posesión de inmensas extensiones de territorio.
Estas condiciones, sumadas a la guerra imperial contra Japón causarían que en 1905, los campesinos, obreros y diversos sectores de la población iniciaran protestas pacíficas y huelgas contra el régimen del zar y la guerra; tales demostraciones serían atrozmente reprimidas, resaltando la masacre de la Plaza Strastnaya el 9 de diciembre; obligado el pueblo tuvo que levantar barricadas, las cuales se mantuvieron erigidas y en combate durante 10 días, hasta sucumbir por el fuego y bombas de la artillería reaccionaria.
A pesar de la derrota, esta experiencia enseñaría grandes lecciones al pueblo ruso con respecto a las formas de lucha, obligaría al zar a crear una forma ficticia de gobierno, a través de la formación de los Soviets, lo cual representaría un pequeño avance en lo que se aproximaría en años venideros; Lenin expresaría sobre esta jornada que:
“El proletariado de Moscú nos ha dado durante las jornadas de diciembre admirables lecciones de ‘preparación’ ideológica de la tropa”. [1]
El siguiente evento canónico del devenir social de Rusia se llevaría a cabo en febrero de 1917, el hambre, cansancio y desesperación ante la situación de la nación a causa de la primera guerra mundial había generado un descontento generalizado entre civiles, militares, por supuesto, también en el movimiento revolucionario que continuaba creciendo, tanto en ciudades como poblados, el desarrollo de la conciencia política también esta en aumento gracias a las constantes acciones de propaganda y organización de los bolcheviques entre los obreros de las fábricas, el campesinado e intelectuales progresistas de la época.
De esta forma, el 27 de febrero una gran multitud de personas tomaría el Palacio de Táuride, apoyados en distintas ciudades por soldados que se rehusaban a tomar las armas y un pueblo que exigía paz y la salida de la familia imperial; esta situación llevaría al zar Nicolas II a firmar su abdicación, entregando el poder a un Gobierno provisional.
Ahora, el poder ruso se encontraba en una dualidad, entre los soviets y el Gobierno provisional, el cual, con el pasar de los meses terminaría por hacerse con el control de las decisiones, fortaleciendo el poder político en manos de la creciente burguesía y los terratenientes, los cuales mantendrían al estado dentro de la guerra, ignorando los clamores populares.
¡Todo el Poder a los Soviets!
El poder burgués era inaceptable para los bolcheviques, quienes, liderados por Lenin, con los esfuerzos políticos, organizativos, propagandistas y conspirativos de Stalin, Kalinin, Dzerzhinski entre otros, se fortalecería el poder de los Soviets, con apoyo de obreros, campesinos, intelectuales, soldados, se obtendría la mayoría política en las principales capitales, más importante aún, en la masa oprimida del pueblo, Lenin expresaría en septiembre de este año que:
“Después de haber conquistado la mayoría en los Soviets de diputados obreros y soldados de ambas capitales, los bolcheviques pueden y deben tomar en sus manos el poder del estado”. [2]
La revolución avanzaba con las promesas de paz, tierra para los campesinos y justicia social, fortaleciendo cada día las bases de una nueva insurrección, la cual sería esta vez, la última para la obtención del poder total para el proletariado; Lenin explicaría claramente los primeros días de octubre (noviembre del calendario gregoriano) las condiciones que aseguraban en ese momento el triunfo bolchevique:
“Los bolcheviques tienen asegurada ahora la victoria de la insurrección: 1) podemos atacar súbitamente y desde tres puntos, desde Petrogrado, desde Moscú y desde la flota del Báltico; 2) tenemos consignas que nos aseguran el apoyo: ¡Abajo el gobierno que reprime la insurrección campesina contra los terratenientes! 3) tenemos la mayoría en el país; 4) la desorganización de los mencheviques y eseristas es total; 5) tenemos la posibilidad técnica de tomar el poder en Moscú…; 6) tenemos miles de soldados y obreros armados en Petrogrado, que pueden tomar a la vez el Palacio de Invierno, el Estado Mayor General, la central de teléfonos y todas las imprentas… será imposible luchar contra este gobierno de la paz, de la tierra para los campesinos. [3]
De esta forma, luego de debates internos con adversos a la idea de la insurrección final de Lenin, el poder pasaría a manos de los Bolcheviques, tomando el 25 de octubre (7 de noviembre) el Palacio de Invierno, en una ola armada, hambrienta de cambio, de paz y de justicia, removiendo todo rastro del Gobierno provisional, iniciando una nueva era Soviética.
Con la cual, tras este día, se cumplirían primordialmente las promesas de paz, haciendo que Rusia abandonara la guerra contra Alemania; tierra para los campesinos con la expropiación de grandes extensiones de tierra a terratenientes, e iniciando la era del progreso y modernidad con la creación de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia, posteriormente constituida como Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en 1922.
La Rusia Soviética, ejemplo de progreso para la humanidad
Con el triunfo revolucionario la nación rusa pasaría de ser un feudo agrícola a convertirse en un de las más grandes potencias económicas, militares y culturales que ha visto la historia, nada más empezar el estado se encargó de eliminar el analfabetismo, colectivizar la posesión de la tierra y redactar una de las constituciones más progresistas hasta el momento, con derechos que hoy consideramos inalienables, y que, gracias al esfuerzo soviético se hicieron realidad.
De esta constitución podemos destacar: El derecho al trabajo, al descanso, a la protección gratuita de la salud, al aseguramiento material en la vejez, derecho a la vivienda, a la enseñanza gratuita, el sufragio femenino, así como la separación del estado con las creencias religiosas, asegurando el total respeto y no discriminación ante cualquier religión profesada, o el ateísmo.
Rusia destacó en su gran desarrollo industrial, destacando en las primeras dos décadas de la revolución la construcción del gran canal de Ferganá, el ferrocarril entre Turkestán-Siberia, construcción de fábricas siderúrgicas, explotación petrolífera, producción energética entre otras; de igual forma se dio solución al campesinado sin tierra a través de la colectivización agrícola, en haciendas colectivas llamadas Koljoses, la tecnificación de la agricultura e innumerables progresos culturales y deportivos.
Sin dudas, la historia de Rusia, de la Unión Soviética, es digna de estudiar y admirar, observándola desde su propio contexto y perspectivas históricas como parte esencial del desarrollo de la humanidad, sus aportes, avances, se mantienen en la actualidad como referentes de la sociedad contemporánea, su influencia a la vez abrió el camino a una nueva etapa de movimientos revolucionarios durante el siglo 20.
Hoy, claros estamos de que su legado es imperecedero, parte esencial de la cultura moderna de Rusia, y que sus modelos pertenecen a su propio contexto, y que estos nunca fueron pensados para ser utilizados como un manual en diferentes latitudes del globo, pero a la vez, son parte del conocimiento elemental de los revolucionarios de toda época.
Referencias
[1] Lenin, V. Obras Escogidas. Tomo 1. Editorial Progreso, Moscú, 1961. PP. 597
[2] Lenin, V. Obras Escogidas. Tomo 2. Editorial Progreso, Moscú, 1981. PP. 388
[3] Lenin, V. Obras Escogidas. Tomo 2. Editorial Progreso, Moscú, 1981. PP. 402
[4] Gurevich, V. Tretiakov, V. Setenta Años de Poder Soviético. Editorial de la Agencia de Prensa Nóvosti, Moscú, 1987.