En el titular del diario Barricada del 5 de octubre del 2021 aparece: “CNU: examen de ingreso en universidades no es un indicador de calidad”, esto parecería contradictorio a los elementos pedagógicos occidentales, bajo la premisa que los exámenes de admisión constituyen un filtro de selección para los aspirantes de estudios superiores. Es decir, en el occidentalismo se debiese admitir a la persona que logre puntuar alto en un examen, que no necesariamente es vinculante a los conocimientos y a la vocación para el futuro desempeño de la profesión.
Los exámenes de admisión requieren en mayor o menor medida de recursos económicos para consolidar conocimientos en las áreas del saber a examinarse. Dicho de otra forma, los aspirantes a las carreras, en muchas ocasiones, tienen que acceder a cursos de preparación para la ejecución del examen de admisión (cursos de matemática, español, biología, etc.). Estos cursos poseen un costo monetario y de tiempo, además de un costo emocional.
¿Qué es la calidad y a que se refiere la calidad académica capitalista?
Según la RAE (Real Academia Española de la Lengua) la calidad en sentido amplio es: “Propiedad o conjunto de propiedades inherentes a algo, que permiten juzgar su valor (primera definición).”, también la misma RAE en su tercera definición nos dice que calidad es: “Adecuación de un producto o servicio a las características especificadas.”. Ambas definiciones establecen la calidad como una propiedad atribuible a los objetos o cosas, pero no a los sujetos. Es decir, hasta aquí hablar de calidad en el sentido del ser humano sería igualarlo a la condición de objeto, el cual puede ser medido bajo parámetros cuantitativos (naturaleza numérica de los datos).
En el capitalismo la calidad educativa se encuentra marcada por los accesos previos que el individuo ha tenido a expandir sus conocimientos (experiencias de estudios en el extranjero, idiomas que habla, ingresos familiares, etc.), además del pago de cursos que “nivelen” al individuo en virtud de los parámetros cuantitativos que se esperan de él. A simple vista se puede observar que la calidad en este caso se encuentra totalmente contraria al sujeto en igualdad de condiciones, puesto que esta depende en gran medida de prerrequisitos económicos.
Es claro que, en un mundo competitivo, donde la socialización pierde devaluando al sujeto a objeto, las comparaciones son necesarias para obtener el mejor producto. Por consiguiente, es inevitable utilizar mecanismos de selección para decir qué o quién es “malo”, “regular”, “bueno”, “muy bueno”, con su correspondiente escala de valores numéricos (por ejemplo: malo = 59 o menos, regular = 60 – 69, etc.). Es decir, se utilizan indicadores cuantitativos (números) o/y semicuantitativos (adjetivos: malo, regular, etc.) para evaluar a las personas, convertidas en objetos, en su forma de aprender, socializar y trabajar. En este caso, el individuo se ha transformado en un valor alfanumérico (letras y números) que no necesariamente implica su nivel de consciencia y la aplicación efectiva y afectiva de sus conocimientos.
Sin embargo, son este tipo de mecanismos de selección (evaluaciones) los utilizados para definir la calidad educativa de un sistema capitalista en función de los intereses del mercado. Esto degenera en las ya conocidas desigualdades sociales, que indican que unos han de estar por encima de los otros en función de méritos obtenidos de manera desigual.
La calidad académica en los enfoques progresistas
Contrario a lo antes expuesto, en los sistemas progresistas, de carácter popular, la calidad educativa es el resultado del posicionamiento colectivo de los sujetos al servicio de las necesidades de la comunidad. Estas necesidades pueden ser puntuales (necesidades del momento presente), necesidades basadas en el lastre (obstáculos del pasado) y necesidades visionarias (visión colectiva de futuro). Es decir, la calidad en la educación está estrechamente ligada al que hacer para convivir bien y al que haremos para lograrlo. La calidad educativa por principio es proceso social cognitivo de desarrollo del individuo en función de las necesidades formativas de la comunidad y su reconocimiento como parte de un todo (visión holística).
Por lo tanto, la evaluación de la calidad educativa corresponde a la comunidad y sus actores institucionales (universidades, consejos universitarios y estudiantiles, etc.), quienes deberán establecer parámetros para que sea la comunidad quien diga si la formación final de sus sujeto-colectivos es satisfactoria a sus necesidades y sus demandas contextuales.
El aprendizaje individual y el colectivo
Juan ha obtenido 89 puntos en un examen de 90 minutos de duración en alguna asignatura, esto sería “muy bueno” en una escala de calificaciones previamente establecida 0 – 100, pero este valor (número) y adjetivo calificativo (“muy bueno”) asociado no me indica el proceso que ha seguido Juan para la obtención de estos datos, mucho menos me indica en qué nivel el aprendizaje ha sido producto de la colectividad. Dicho de otra forma, ese tipo de evaluación no demuestra el grado objetivo-contextual del aprendizaje, solo nos dice que teóricamente Juan es capaz de realizar una tarea definida en un tiempo previsto. Esto deja a un lado la verdadera razón del aprendizaje: ¿Él qué aprendemos? ¿Cómo aprendemos? ¿Para qué aprendemos?
Él qué aprendemos debiese ser el producto de las necesidades contextuales de la comunidad. Aunando a estas necesidades la vocación del sujeto y el compromiso suficiente para aprender de forma conjunta y aplicarlo en su entorno social.
Él cómo aprendemos se encuentra definido por dos elementos, uno de carácter transitorio (el aprendizaje individual) y otro permanente (aprendizaje colectivo). El aprendizaje individual solo debiese ser un referente de un proceso de comprensión de un algo para ser aplicado en un todo para todos. Es decir, cuando se aprende algo este aprendizaje debe ser significativo (tener sentido y ser aplicable para el contexto) y debe ser compartido, de tal manera que se convierta en un aprendizaje para el bien común (aprendizaje colectivo).
No obstante, no siempre se debe partir del aprendizaje individual para llegar al aprendizaje colectivo. Existen elementos que se deben hacer en colectivo para que la sinergia (acción colectiva) sea el motor que propulse a la comunidad, a la sociedad. El compartir y retroalimentar el conocimiento es una acción colectiva que debe entenderse en función del bien común y debe interiorizarse en el individuo para que exista un proceso de reflexión continua. Es decir, se aprende para enseñar y se enseña para aprender (para qué aprendemos). Estamos ante uno de los principios del buen vivir, “Uno nunca camina solo”, por tanto, se debe hacer referencia en el proceso de enseñanza-aprendizaje (aprendizaje conjunto) a nuestro pasado, presente y futuro como insumo de conocimiento de nuestra consciencia colectiva.
La evaluación para la colectividad
Habiendo identificado que el aprendizaje colectivo debe ser el motor social-comunitario y que el aprendizaje individual debe ser transitorio se deben establecer ciertos parámetros para lograr visualizar el cumplimiento de los propósitos comunes de la sociedad. La evaluación numérica o adjetivada del individuo no debe utilizarse como método, por el contrario, se debiese evaluar si el individuo corresponderá a través de sus futuras funciones a las necesidades de la colectividad. En qué medida cada persona o sujeto quiere aprender para enseñar y enseñar para aprender debe ser el centro de la evaluación misma. Esta evaluación propone una reflexión continua del individuo y la comunidad, no utópica, sino verdaderamente visionaria, funcional e incluyente.
Este tipo de evaluaciones reflexivas deben partir de instrumentos científicos como test psicométricos, entrevistas investigativas individuales y colectivas. Estas tendrán el propósito de instruir al individuo en la búsqueda de su vocación y por consiguiente del aprendizaje conjunto, ambos elementos con el firme propósito de solventar las necesidades contextuales. Se deben evitar en este tipo de evaluaciones reflexivas escalas numéricas o adjetivadas.
Otra visión de la admisión a la universidad
En este punto es interesante recalcar y reforzar el titular del diario Barricada “CNU: examen de ingreso en universidades no es un indicador de calidad” ya que los exámenes de admisión bajo la premisa de la calidad académica capitalista no contribuyen en nada a la inclusión, es más tienden a ser degenerativos de la virtud del conocimiento colectivo. Los exámenes de admisión, a como están concebidos, no toman en cuenta variables como la procedencia social del individuo, factores económicos, políticos, culturales, alimentación y salud. Variables que por sí mismas tienden a la exclusión de ciertos grupos sociales empobrecidos por el capitalismo. Variables que apuestan a seguir manteniendo las estructuras sociales bajo el mando de la burguesía, la oligarquía y el clero.
Por el contrario, la evaluación reflexiva para la colectividad constituye una verdadera fusión entre el individuo parte del proletariado y la sociedad, generando oportunidades reales de aprendizaje conjunto y una valoración positiva de la comunidad, siendo el pueblo enseñando a la otra parte del pueblo y viceversa.
La eliminación del examen de admisión por parte del CNU – Nicaragua (Consejo Nacional de Universidades) y la inclusión de otros medios de evaluación es un elevado grado de consciencia político-social y educativa, constituye restitución de derechos e igualdad de oportunidades para el obrero y el campesino, para el proletariado. De esta manera se potencia a la sociedad, excluyendo la injusticia de la competitividad del capitalismo. Aquí se está ante la construcción progresiva, desde la educación en revolución, de una sociedad más justa, socialista y solidaria.
Jeremy Cerna
Berlín, Alemania (16 octubre 2021)
Referencia bibliográfica:
Van de Velde, Herman (2021). “COOPERACIÓN GENUINA: un sueño a concretar que implica Educación Alternativa Popular”. Fuente: https://www.el19digital.com/app/webroot/tinymce/source/2021/Octubre/13Octubre/Cooperacion-genuina.pdf.