Compartimos con todas y todos y un artículo escrito por la Compañera Mirna Mendoza, titulado: «Otto Casco salió de Pancasán a navegar en el Lago de los Cisnes». A continuación se presenta el texto original.
Busco un espacio en la montaña, entre la Reserva Natural de Sierra Quirragua y Paipí, entre San Ramón y Matiguás, donde se eleva un cerro Cónico de la época terciaria, ahí en ese espacio se levanta Pancasán, ante este altar de la Patria me inclino, porque ahí están sueños repletos de amor y de historia victoriosa.
Pancasán –que en vocablo Sumo significa «Cerro de la Danta» o «Cerro del Tapir»– que acogió a hombres valientes, héroes de la Patria Sandinista, rodeado de belleza natural donde crecen cedro real, laurel, guarumo, bálsamo, níspero, nogal, elequeme, roble, orquídeas, begonias y helechos, testigos vivos de esa heroica gesta, al igual que los campesinos que pueblan esas tierras.
El lápiz y el papel nos brindan algunos datos, otros están en el silencio y no deben permanecer en el olvido. Antes de que mi vida se acabe, con estas letras escritas con el corazón y lo que mi mente recuerda, daré testimonio sobre Otoniel Casco Montenegro.
Lo conocí joven, ya era bachiller y había intentado ser Hermano Cristiano de La Salle, pero no fue su camino. Yo cursaba el último año de magisterio. Por coincidencias de la vida, Otto me presentó a Moncho (Ramón Rizo, con quien años después me casé) y yo le presenté a Francis, que luego fue la esposa de Otto. Estrechamos amistad hasta los últimos días de la vida de cada quien.
Viene a mi mente recuerdos que me hacen escribir y que Otto permanezca vivo. Hago memoria.
¿Cómo lo recuerdo? ¿Qué le digo a las generaciones presentes y futuras?
La música, la lectura y una inmensa capacidad de amar la vida, a niños y adultos, siempre fueron su norte, su bella compañía. Obligaba al estudio, ¡cómo admiraba la literatura! Y a su edad ya poseía una pila de libros que devoraba con entusiasmo y esa era la conversación del día.
Otto me inició en la literatura, para mí desconocida, con la obra La Madre, de Máximo Gorki.
– Léelo, me dijo. Y luego preguntó: «¿ya terminaste? Sólo una vez no basta. ¡Volvé a leerlo! ¡Dale! Después lo comentamos. ¿Te das cuenta cómo Pavel influye en su madre para que se haga revolucionaria? Los hijos, también podemos incidir en nuestros padres».
¡Qué gran afinidad a la literatura rusa!
En otra oportunidad me dijo: Aquí tenés «La guerra y la Paz», de León Tolstoi.
Lo empecé varias veces, pero nunca lo terminé. Pienso que antes de que mi vida y mis ojos se apaguen habré leído esos gruesos volúmenes.
Yo era aficionada al Rock, al Chachachá, al Twist, a boleros y tangos, los ritmos de moda de aquellos días, que escuchaba en el vetusto tocadiscos de mi casa. Recuerdo el cambio de gustos: empezamos con Ray Conniff y poco a poco entró Mozart, Beethoven con la Quinta Sinfonía y Balada para Elisa, Tchaikovski con el Lago de los Cisnes y Cascanueces. Cuanta sabiduría poseía Otto en tan poca edad, que evidencia su sensibilidad. Me empujó a la música clásica, casi sin darme cuenta.
Para esos años, entre 1965 y 1966, ya se avizoraban sus ideales. ¡Cuánto amor expresaba a las niñas y niños del barrio! Su vida cómoda, no le impidió ver la oscurana que nos rodeaba: crímenes, ley fuga, torturas, cárcel. Siempre estaba recordando historias donde hubo jinoteganos dando su aporte. Por ejemplo, relataba el asalto a Caratera, donde participa Cristóbal Villegas; admiraba a Fadel Abdalah, una historia viviente que recorría las calles del pueblo evidenciando los machetazos, la tortura y disparos que no terminaron con su vida, y que con mucha dificultad se desplazaba. Nuestra generación y otras más lo recuerdan.
Otto también se sentía orgulloso de Tobías Gadea, que participa en la fundación del FSLN, hijo de Úrsula Gadea, que apoyó la lucha de Sandino. Esa historia se la trasmitía Carlos Rizo, quien contaba que en la casa de su madre, doña Teresita de Rizo, estuvo unos días Iván Sánchez.
Con una mochila cargada de historia, un poco a la fuerza porque estaba bien enamorado de Francis, a quien llamaba «mi adorada esposa», y con una niña que venía en camino, Otto se fue a estudiar Derecho en la Universidad de Chile. Me pidió que escribiera cada 15 días y en sus cartas, siempre sus repetidas preguntas:
«¿Cómo está mi esposa? ¿La has acompañado al médico? ¿Qué tanto crece la barriga? ¿Va bien el embarazo? Creo que esta separación no la aguantaré».
Un día de septiembre que no recuerdo, mandó a decir «doy marcha atrás». Solo aprobó el primer semestre. Regresó a Jinotega con las completas porque a los pocos días nació Hanrriette Katarine.
Recuerdo que vi un recorte de periódico donde los estudiantes chilenos estaban en protesta y unos carabineros los rodeaban y reconocí a Otto por su enorme cabeza, aunque estaba de espalda. Siempre se vinculó a la lucha en cualquier lugar donde se encontrara.
No sé la fecha exacta, pero a inicios de 1967, ya su compromiso y vínculo con el FSLN era una realidad. Lo que sí sé, es que en junio de ese año ya estaba en Pancasán graduándose de guerrillero, pues la montaña era lo que más le gustaba.
Los sobrevivientes atestiguaron que Otto fue capturado vivo, pero lo asesinaron. El Batallón Somoza, con más de 400 guardias, entabló un combate atroz y posteriormente la «operación limpieza».
Nuevamente su adorada esposa estaba embarazada y volvía a bregar un camino del que Otto no regresaría. No pudo conocer su hija Derlhy Mathely.
Ella me ha preguntado: «¿Por qué se fue y no me conoció?».
Y yo le he dicho: «Él tenía la esperanza del triunfo, participaba en construir una nueva Patria, para ti, tu hermana y todo este pueblo».
Mis niñas –como yo les decía– esa parte les tocó vivir, pero siempre el destino tiene sorpresas. Encontraron un hombre que las cuida, encontraron un padre en Danilo, que las ha colmado de amor y llenó ese espacio al igual que su madre.
En cualquier lugar del espacio que se encuentren nuestros Héroes, reiteramos nuestro recuerdo, cariño y compromiso de continuar lo emprendido por ustedes.
¡Honor y Gloria!
A los Héroes y Mártires de Pancasán
Silvio Mayorga, de Nagarote, estudiante de Derecho.
Rigoberto Cruz, (Pablo Úbeda), Dirigente campesino.
Carlos Reyna, de Managua, alfabetizador.
Carlos Tinoco, de Corinto.
Francisco Moreno, de Managua, estudiante de secundaria.
Nicolás Sánchez, de Corinto.
Ernesto Fernández, de Masaya.
Fermín Díaz
Felipe Gaitán
Otoniel Casco Montenegro, (Otto) Jinotega, Estudiante de Derecho en Chile.
Oscar Danilo Rosales Argüello, médico, catedrático, de León
Oscar Armando Flores
Fausto Heriberto García
A la sobreviviente Gladys Báez
A todos los sandinistas históricos que forjaron esta gesta
Tomado de: http://www.radiolaprimerisima.com/
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