Las expectativas que se abren en la esfera política latinoamericana con el triunfo de Luiz Inácio Lula da Silva son enormes, en un momento convulso geopolítica y económicamente.
Las derechas, que lograron aniquilar el fulgurante ciclo progresista que vivió la región los primeros quince años del siglo, naufragaron de manera definitiva después del resultado de este domingo.
Este acontecimiento debería ser una enseñanza para que las derechas puedan comprender que en democracia las victorias, aunque parezcan contundentes y duraderas, pueden ser reversibles, más o menos rápidamente. En términos de presidencias lo tuvieron casi todo durante el último lustro, hoy no tienen casi nada.
Puede ser que la izquierda lo haya aprendido, y por ello, deba actuar con mucha más mesura que como arrancó su pujante primer ciclo. Hoy la situación luce mucho más compleja.
Brasil es paradigmático para entender esta encrucijada que vive la democracia en la región, en tanto la alternancia está sucediendo de hecho, y el propio resultado muy cerrado del domingo también abre el escenario de que esto pueda seguir ocurriendo.
«Con una Europa acechada, que ahora parece el nuevo ‘patio trasero’, Latinoamérica en cambio va deslastrándose de la influencia hegemónica de EE.UU. Ni las ‘cabezas de playa’ en la región, como lo eran Colombia y Chile, ya tienen bases sólidas».
Por lo pronto, los gobiernos de izquierda de la región tendrán la oportunidad de demostrar que ahora son capaces de evitar los errores cometidos en el primer ciclo y tratar de mantener a raya a las oposiciones derechistas, al menos para el siguiente período presidencial.
Los obstáculos recientes parecen más riesgosos incluso que los del primer ciclo. Sin embargo, líderes como Lula tienen la experiencia para sortearlos.
La imagen de Lula en la región
La fortaleza de América Latina para negociar en el campo geopolítico es inédita en la historia.
Casi toda la derecha se aprovechó de la apertura comercial de la izquierda con Rusia y China para usufructuar esas relaciones, diversificar su mercado y ganar autonomía frente a Washington.
El presidente saliente de Brasil, Jair Bolsonaro, aunque de la derecha extrema, se declaró neutral en pleno conflicto en Ucrania y siguió importando a Rusia, lo que es una afrenta a Washington. Algo similar facturó el también derechista presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou, negociando un Tratado de Libre Comercio (TLC) con China. El excandidato chileno José Antonio Kast durante su campaña negaba cualquier diatriba con China si llegaba al poder.
Hablamos de derechistas radicales que bajo su gestión defendieron y profundizaron la apertura comercial que vivió la región durante los mandatos izquierdistas. Esto pasa en toda América Latina.
«El nuevo ciclo progresista necesita resolver sus graves problemas sociales y no puede retroceder en la apertura comercial y geopolítica que ha logrado por su propia cuenta y contra los designios de Washington».
Con una Europa acechada, que ahora parece el nuevo ‘patio trasero’, Latinoamérica en cambio va deslastrándose de la influencia hegemónica de EE.UU. Ni las ‘cabezas de playa’ en la región, como lo eran Colombia y Chile, ya tienen bases sólidas. Latinoamérica es mucho más libre para negociar que durante el siglo pasado.
Y así llega el nuevo ciclo progresista y también Lula, quien tendrá, en términos de liderazgo regional, mucho poder para establecer una agenda regional e independiente para una Latinoamérica que sigue siendo ‘tercer mundo’. Es decir, necesita resolver sus graves problemas sociales (lo que además es una urgencia para las izquierdas que han prometido volver al bienestar logrado en el primer ciclo) y no puede retroceder en la apertura comercial y geopolítica que ha logrado por su propia cuenta y contra los designios de Washington.
No obstante, Lula podría tener un canal abierto con el presidente de EE.UU., Joe Biden, debido al apoyo de su adversario, el expresidente Donald Trump, al actual presidente Jair Bolsonaro, y a la necesidad de su administración de volver a amistarse con Latinoamérica, después del pugnaz período trumpista, para no perderla por completo.
El presidente electo de Brasil llega en un momento de auge del BRICS y en el que Washington prefiere enfilar sus baterías hacia Europa o Taiwán.
Por ende, con liderazgos de peso y con claros consensos sobre una posición común e independiente frente a los retos geopolíticos, a la región le quedan varios años para afianzar la tendencia que ha emprendido durante este siglo. Aunque, como se ha visto, no tiene tiempo que perder ni tanto margen de maniobra.
Celac, Unasur y Mercosur
El tema es que no vivimos los tiempos de la holgura económica que permitió los avances de integración de aquel ciclo.
Ese momento permitía concentrarse en nuevos mecanismos estructurales y regionales como la Unión de Naciones de Suramérica (Unasur) y la Comunidad de Estados latinoamericanos y caribeños (Celac), que se proponían objetivos históricos.
Claro que estos mecanismos seguramente van a volver a tener peso con el nuevo mapa ideológico, pero ahora entendiendo mejor los límites reales que lograron pausarlos durante el auge de los gobiernos de derecha.
Entonces, no hay tiempo que perder en protocolos, largas cumbres y resultados relativos que pueden ser rápidamente revertidos. Seguramente sí vendrán acontecimientos, encuentros y fotografías que reúnan a todos los presidentes del nuevo ciclo, lo que generará una profunda reacción en la derecha, pero en este momento la agenda comercial se impone.
«Podemos visualizar a un Lula como líder político regional, pero también al pivote que va a blandir el nuevo papel de América Latina en el mundo. Entendiendo siempre que el momento es más pragmático y menos ideológico».
Es por eso que quizá la nueva administración brasileña prefiera avanzar más rápido en el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), es decir, en mecanismos que impliquen una mayor velocidad económica como por ejemplo catalizar la entrada de Argentina en ese grupo, presionar para la disminución de las sanciones sobre Venezuela e integrar a Chile, que siempre se mantuvo fuera de Mercosur, en los acuerdos comerciales.
Es decir, podemos visualizar a un Lula como líder político regional, pero también al pivote que va a blandir el nuevo papel de América Latina en el mundo. Entendiendo siempre que el momento es más pragmático y menos ideológico. Por ende, debería ser un momento no tanto de grandes discursos sino de mayores acciones económicas concretas; menos de largas negociaciones con vecinos y más de acuerdos transatlánticos de rápida ejecución.
Podría suceder que bajo la nueva circunstancia del cono sur, Mercosur no ocupe un lugar privilegiado en las intenciones del nuevo gobierno brasileño. El TLC de Uruguay con China, entre otras temáticas, ha agrietado las relaciones del bloque. Además, junto a Argentina, apuestan más al BRICS. En fin, los objetivos parecen no ser los mismos de cuando la creación del ente. Veremos si esto cambia con la llegada de Lula a Planalto.
Por lo pronto, Lula tendrá que diseñar una estrategia de negociación con los actores políticos internos de Brasil, para así tener mayor capacidad de maniobra regional.
Fuente: RT Latinoamérica.